Me habían dicho que la película francesa “El manantial de las colinas” y su continuación, “La venganza de Manon”, ambas de 1986, tenían cierto parentesco con la goyarizada “As bestas” (1 y 2), la dirigida por Rodrigo Sorogoyen. Y quise comprobarlo.
En efecto, hay una relación muy cercana entre dichas producciones. Y la comparativa me llevó a realizar ciertas reflexiones.
También las producciones francesas tuvieron un éxito considerable, resultando multipremiadas allá por el año 1987. En ambos casos (francés y español), hubo un apoyo institucional y financiero importante, se ayudó desde organismos estatales a la promoción de esas producciones, y en ambos casos el éxito fue rotundo, no solo de taquilla sino también de crítica.
Hay una cosa que hay que tener clara: Si alguien te ayuda financieramente para realizar un trabajo fílmico comercial, ese alguien pasa directamente a formar parte de los que toman las decisiones sobre el producto a realizar. A lo largo del tiempo, es ya un clásico, ha habido siempre intromisiones en las producciones cinematográficas, desde Orson Wells hasta toda la lista negra de Hollywood; desde Peter Watkins hasta Andrei Tarkovsky. Son muchos los directores de cine que han denunciado cómo la industria cinematográfica y los aparatos de poder han boicoteado sus carreras. Son solo algunas demostraciones de que las instituciones estatales, el poder mediático y el dinero están muy por encima de cualquier posibilidad de libertad de expresión y actuar independiente.
No hace mucho, el director ruso Andrey Zviagintsev refería la supervisión de sus guiones por miembros de un organismo fiscalizador. Y así será en cualquier país. Por ejemplo, en el Reino de España, podemos comprobar cómo se repiten las mismas temáticas, los mismos tics, dentro del cine actual: Son los que recogen los mensajes institucionales en ciernes (temas de género, inmigracionismo, ecologismo, etc.) Nada de todo ello es casualidad, hay que pensar muy cerrilmente para no darse cuenta.
Viene todo esto al caso para entender que, las películas de las que estamos hablando, no tuvieron un apoyo institucional por casualidad. Todo, en un proyecto cinematográfico de cierta magnitud, está controlado hasta su último detalle, no puede ser de otra manera.
Las dos películas francesas (que en realidad son una, pero fueron particionadas por razones de distribución) están basadas en la novela de Marcel Pagnol, “El manantial de las aguas”. Pagnol fue un maestro de instituto que fue ascendiendo en su carrera, pasando a ser escritor y empresario, y acabó siendo presidente de la Sociedad de Autores y Compositores Dramáticos franceses y miembro de la Academia de la Lengua Francesa. Con 60 años llegó a presidir el jurado del festival de cine de Cannes.
Pagnol fue, pues, un hombre de letras, pero un hombre de letras posicionado en las altas esferas del terreno en el que se movía, un hombre de la cultura al servicio del Estado. Resalto esto porque los dos protagonistas de cada una de las partes de “El manantial…” tienen ese mismo perfil: En la primera, es un hombre de ciudad, muy leído, muy instruido, que basa todo su emprendimiento en lo aprendido en los libros; en la segunda, es un joven profesor, también muy leído. Ambos son intelectuales, con los modales de la ciudad.
El otro hombre importante en la producción francesa fue Claude Berri, su director (ya falleció). Este hombre estaba considerado como “el padrino del cine francés” por la posición de poder que alcanzó en ese Estado, siendo un mecenas dentro del terreno cinematográfico nacional, una pieza clave en su industria.
Vemos, entonces, que las dos piezas claves de las películas francesas fueron dos hombres cuyas cosmovisiones determinaron el fondo y la forma del producto cinematográfico que se iba a vender. Fondo y forma sustentado en un clasismo indisimulado, un desprecio hacia lo rural, un ensalzamiento de los modos y maneras de la “res urbanitax”, una intención subyugadora que buscaba imponer su “conocimiento y maneras excelsas” a la palurda cultura popular. Es la manera de entender el mundo de aquellos dos pesos pesados, y el medio en el que se movían, lo que nos lleva a concluir sobre la tendenciosidad y adocenamiento que habitan el alma de esta producción. Una especial toxicidad es atribuible al autor material de la novela, Pagnol.
En efecto, podemos comprobar cuál es el sustrato de esa visión tan sesgada del mundo de la ruralidad y sus gentes, y qué es lo que se pretendía fomentar. Lo central era mostrar al ciudadano de la ciudad como un ser superior, un ser con “educación”, capaz de alcanzar todo lo que se proponga pues posee todo el conocimiento y la capacidad necesarios. El ciudadano (de la ciudad), según Pagnol y Berri, es quien tiene a su alcance todo el saber, toda la cultura, toda la educación, es quien vive en el medio adecuado para construirse como individuo ejemplar; a su lado, las gentes del rural son envidiosos, avariciosos, asesinos, borregos, analfabetos. El ciudadano puede transformar el medio rural gracias a la tecnología que puede aportar, mientras que el pueblerino está anquilosado en saberes ya superados, además de no tener un criterio propio y dejarse manipular por cualquiera que tenga influencia en ese entorno.
Es exactamente como describe la situación Félix Rodrigo Mora, en su Manual para una Revolución Integral Comunal, cuando dice:
«no hay cultura popular, pues según su entender [el de los herederos intelectuales de la Ilustración y la Revolución francesa, liberales y antiliberales institucionales] el pueblo era, es, una masa embrutecida, supersticiosa, irracional, dominada por el clero, empobrecida, ignorante, desarrapada y degenerada. Lo único que se puede hacer con ella es «educarla» paternalistamente, en el sentido de culturizarla, haciéndola consumidora de los productos culturales eruditos y mercantiles, libros, cine, prensa, teatro, televisión, internet, etc. Si absorbe aquello que las clases altas denominan «cultura» entonces es culta, pero eso equivale a que renuncie absolutamente al acto de crear saberes y verdades, que es el meollo mismo de la cultura popular autoconstruida».
Conocemos ya, desde hace mucho, la labor atomizadora de los Estados para aglutinar a los sujetos en los espacios carcelarios e inhumanos que son las ciudades, y para ello no se repara en medios que aceleren el trasvase del campo a las urbes. Aquí en el Reino de España el dictador Franco dio el empujón definitivo para lograr la derrota del medio rural, promoviendo el envilecimiento, el acomplejamiento y el estupidizamiento de todas y todos, para que se amoldara todo a la nueva visión del Estado, en la que el “futuro prometedor” es todo y el pasado es una reliquia con poca utilidad ya.
Las perspectivas para el siglo XXI no son muy halagüeñas para lo que todavía queda en pie del auténtico mundo rural, dada la trituración final y expoliamiento definitivo que se atisban en el horizonte. Las andanadas estatales son propulsadas recurrentemente, según los programas establecidos por las élites mandantes. El cine es un medio para promover dichos programas, y ahí está As Bestas, mucho más agresiva que su predecesora, para demostrarlo.
Las gentes del rural, hablo en general, ya no son lo que eran, eso está claro. Han asimilado, de manera masiva, los credos y discursivas provenientes de los minaretes estatales. Con todo, aún es posible encontrar rescoldos de esa cultura popular y esos saberes que tan grande hicieron a las gentes de la península y que fueron ensalzados por viajantes venidos de fuera y que expresaron su admiración. Es por ello que conviene salvar lo que se pueda de esa pretérita cultura en lo que nos pueda ser de útil incorporación.
Nos sirve el breve análisis hecho en este texto para entender en un asunto de aparente poca monta, como es el estudio de un trabajo filmado, podemos entresacar todas las nocividades que caracterizan el mundo decadente en ciernes, profundizando hasta donde sea necesario, eso sí. Un pequeño hecho, en este caso una película, uno va tirando del hilo y va saliendo toda la maquinaria y su putrefacción, porque hoy en día poco se libra de los actos emponzoñadores emanados desde el Poder.
La inaudible voz de la RI, a día de hoy, sigue intentando ofrecer una explicación sobre qué, cómo y cuándo se ha producido el ultraje indiscriminado de la ruralidad toda ella. Trata de salvar la concepción verdadera de lo que fue el comunal en las tierras de Iberia, junto con el imprescindible concejo abierto. Su derecho consuetudinario, como ejemplo al menos de una normativa creada por y para el pueblo. Su capacidad para gobernarse por sí mismo, sin necesidad de mandantes y organizadores, que le “salven” de todas sus limitaciones. En ese estudio que difunde la RI, ese pasado de dónde venimos, hay que defenderlo, es ahí donde podemos encontrar gran parte del valor de nuestro presente.