La inmensa mayoría de nuestros familiares que vivieron en primera persona lo que se llamó «guerra civil española» han fallecido. Durante décadas hemos vivido tiempos de paz militar, que no de paz interior. Tres generaciones sin pisar la trinchera y sin cartilla de racionamiento son más que suficientes como para llegar a la errónea conclusión de que las guerras son cosa del pasado, son propias de lugares remotos, una pesadilla improbable para una sociedad tan “avanzada” como la nuestra, en la que nos preocupamos por el respeto de los derechos humanos, la salud mental y los cuidados sanitarios.
Las maestras enseñan a sus pupilos a rechazar la guerra, pintando en los patios de los colegios bienintencionados murales con palomas y hojas de olivo, pero nunca se les ha ocurrido enseñar a esas criaturas qué hacer cuando la guerra se vea desde la ventana de su casa y no desde la pantalla de la televisión. Los chavales sueñan con ser millonarios mientras juegan despreocupadamente al Call of Duty; la guerra, para ellos, para nosotros, es tan virtual como un videojuego. Las chavalas se preocupan por estudiar un grado y un posgrado y un máster y labrarse así un brillante porvenir de trabajo asalariado, al tiempo que se cuidan mucho de no ser objeto de ningún micromachismo, de no tener menos derechos que los hombres. Pero tanto ellas como ellos no han sido informados de que la guerra, lejos de ser una incomodidad a esquivar en la preparación de sus próximas vacaciones al extranjero, es una triste realidad que se impone con cada vez más evidencia. Suenan los tambores de guerra. Ellos y ellas, nuestros jóvenes, tienen ya un billete reservado para participar activamente en el conflicto bélico que está por venir.
La mili ya no es la aburrida historieta que cuenta siempre el abuelo. El ministro de defensa de Alemania, Boris Pistorius, ha comunicado que hay que recuperar el servicio militar obligatorio para «jóvenes, mujeres y hombres». La comisaria parlamentaria para las Fuerzas Armadas alemanas, Eva Högl, ha declarado que «terminar con el servicio militar fue un gran error». Un total de dieciocho Estados europeos mantienen o han recuperado la “mili”: Albania, Austria, Azerbaiyán, Bielorrusia, Chipre, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Letonia, Lituania, Noruega, Rusia, Suecia, Suiza, Turquía y Ucrania. Patrick Sanders, jefe del Estado Mayor del Reino Unido, va más allá y ha reclamado recientemente la creación de un «ejército ciudadano» que complemente a las fuerzas profesionales para alcanzar así los 120.000 efectivos militares en tres años.
El gasto bélico mundial no ha parado de crecer en los últimos ocho años, siendo el continente europeo, el nuestro, el de los derechos humanos, el del estado de bienestar, el que más ha incrementado su gasto en armas y pertrechos para la guerra. En un año, el gasto bélico en Europa se ha incrementado un 13%, destacando países como Finlandia (incremento del 36%), Lituania (del 27%), Suecia (12% más que el año anterior) o Polonia (incremento del 11%). Si Arabia Saudí ha aumentado su presupuesto militar en un 16% respecto al año 2013, el incremento de China ha sido de un escandaloso 63%. El mundo se prepara para la guerra; Europa también.
El gobierno sueco ha advertido a su población que deben prepararse para una «guerra total». Erik Kristoffersen, jefe de las Fuerzas Armadas noruegas, ha señalado que en solo dos, tal vez tres años, tendrán que hacer frente a una invasión rusa: «queda poco tiempo». Grant Schapps, secretario de defensa del Reino Unido, ha advertido que Gran Bretaña «debe prepararse para nuevas guerras contra China, Rusia, Irán y Corea del Norte en los próximos cinco años» y reclama un incremento sustancioso del gasto militar. Muchos ciudadanos polacos tienen miedo de una inminente invasión rusa, y más desde que se filtró que el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, informaba a su aliado ruso, Vladimir Putin, que los mercenarios del Grupo Wagner quieren «marchar hacia Varsovia» y se están internando en territorio polaco camuflados entre el colectivo de migrantes que acceden al país desde Ucrania.
Es muy probable que, en pocos años, estemos en guerra y tengamos que llorar la muerte de nuestros jóvenes mientras hacemos interminables horas extra en una fábrica de armamento. Será el momento en el que caeremos de la parra y dejaremos de ver al Estado como esa herramienta neutra que nos paga la pensión, nos ofrece de manera altruista el “mejor sistema sanitario del mundo” y legisla leyes justas, sensatas y necesarias que nos protegen del empresario explotador y del exmarido maltratador. El alma del Estado es su ejército y para el alto mando militar solo hay tres situaciones posibles: guerra, posguerra y preguerra. No lo digo yo, lo dice el secretario de defensa británico: «hemos pasado del mundo de posguerra al mundo de preguerra (…) hemos cerrado el círculo».
Delegar todas las decisiones que afectan a nuestras vidas en las instituciones estatales significa vivir en un ciclo sin fin de conflictos armados. Guerra es sinónimo de muerte, de mutilación, de violaciones masivas, de destrucción de nuestra casa, de hambre y de frío. Votar en las elecciones es introducir una bala en la recámara. El amor a la patria es la pulsión de muerte prematura de tu hijo.
La repulsa de las instituciones estatales es, por el contrario, la más firme oposición a la guerra.
Referencias:
https://www.newtral.es/espana-servicio-militar-paises-europeos/20211127/#google_vignette
https://urgente24.com/mundo/panico-polonia-temor-wagner-pmc-la-frontera-n558511
https://www.sipri.org/sites/default/files/MILEX%20Press%20Release%20ESP.pdf
https://www.youtube.com/watch?v=K2lZ5CJDUR0
Antonio Hidalgo Diego