Weil. Simone. «Réflexions pour déplaire» [1936]; en: Écrits historiques et politiques. Éditions Gallimard. París, 1960.
Traducción de Sylvia María Valls
Voy, ya lo sé, a chocar, a escandalizar con creces, a un sin fin de camaradas. Pero cuando se reclama a uno mismo hijo de la libertad, debe tenerse la valentía de decir lo que se piensa, incluso cuando, para ello, vuélvase necesario desagradar.
Todos seguimos día a día, ansiosamente, con angustia, la lucha que se desarrolla del otro lado de los Pirineos. Tratamos de ayudar a los demás. Pero ello no impide, ni nos dispensa de sacar lecciones de una experiencia que tantos obreros y campesinos pagan por allá con su sangre.
Ya se ha tenido en Europa una experiencia de este género, pagada con mucha sangre por igual. Es la experiencia rusa. Lenin, allá, había públicamente reivindicado un Estado en el que no habría ni ejército ni policía, ni burocracia, ajenas a la población. Una vez en el poder, él y los suyos se pusieron, por medio de una larga y dolorosa guerra civil, a construir la maquinaria burocrática, militar y policial más pesada con la cual jamás cargara un desdichado pueblo.
Lenin era el jefe de un partido político, de una maquinaria para tomar y ejercer el poder. Se pudo haber dudado de su buena fe y la de sus compañeros; se pudo pensar al menos que había contradicción entre los fines definidos por Lenin y la naturaleza de un partido político. Pero no se sabría poner en duda la buena fe de nuestros camaradas libertarios de Cataluña. No obstante, qué es lo que estamos viendo por allá. Allí también, desgraciadamente, vemos producirse formas de presión, casos de inhumanidad directamente contrarios al ideal libertario y humanista de los anarquistas. Las necesidades, la atmósfera de guerra civil, atropellan las aspiraciones que se busca defender por medio de la guerra civil.
Odiamos, aquí, la coacción por parte de la policía, la coacción en el trabajo, la mentira esparcida por la prensa, por la T.S.F. [Obreros Sindicalizados de Francia], por todos los medios de difusión. Odiamos las desigualdades sociales, lo arbitrario, la crueldad.
Pues bien, allá hay coacción militar. A pesar de la afluencia de voluntarios, se ha decretado la movilización. El Consejo de Defensa de la Generalitat, donde nuestros camaradas de la F.A.I. [Federación Anarquista Internacional] tienen algunos puestos como dirigentes, acaba de decretar la aplicación a las milicias del antiguo código militar.
Hay coacción en el trabajo. El consejo de la Generalitat, en el que nuestros camaradas tienen a su mando los ministerios económicos, acaba de decretar la obligación, para los obreros, de efectuar tantas horas suplementarias no pagadas como se consideren necesarias. Otro decreto prevé que los obreros que no produjeran con una rapidez suficiente, serían considerados facciosos y tratados como tales; lo cual significa, simple y llanamente, la aplicación de la pena de muerte en la producción industrial.
En cuando a la coacción policial, la policía de antes del 19 de julio ha perdido casi todo su poder. En revancha, durante los primeros tres meses de la guerra civil, los Comités de Investigación, los militantes y, con demasiada frecuencia, individuos irresponsables, han fusilado sin la menor pretensión de juicio y, seguidamente, sin posibilidad alguna de control sindical o de otro tipo. Hace solamente unos pocos días que se instituyeron Tribunales Populares destinados a juzgar a los facciosos o presumibles facciosos. Es demasiado temprano aún como para saber el efecto que ha de tener esta reforma.
La mentira organizada existe, también, después del 19 de julio.