A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita de la rebelión del brazo y de la mente
Severino di Giovanni (1901-1931)
Desde pequeño sentí un dolor. Aquel dolor era tan grande y tan diferente de cualquier otro dolor que me llevó a buscar algo que no sabía. Recuerdo que cuando niño, mi madre era profesora en Canjayar, un pueblo del valle del Andarax. Allí nunca olvidaré mis excursiones por el rio. Para mi eran auténticas aventuras, con mi hermano o con amigos íbamos a buscar minerales. Teníamos un librito donde se describían perfectamente los más conocidos y nos encantaba coleccionar piedrecitas de colores con la ilusión de descubrir alguna rara o preciosa.
Un día nos encontramos el río desviado, alguien había hecho una pequeña presa, seguramente para regar sus huertos. Tal sacrilegio nos pareció, que nos pusimos manos a la obra y en un rato el rió volvió a su antiguo cauce. Fueron años felices, entre el pueblo y los viajes a la naturaleza o a otros lugares con mis padres y mi hermano, que siempre me dieron mucho amor. Nunca me faltaron amigos ni primos con los que jugar y muchos días se nos hacía de noche en la calle. Hasta me enamoré por primera vez de una amiga, con la que estuve años escribiéndome, todavía conservo las cartas tan llenas de amor limpio e inocente.
Pero todo aquello cambió, fuimos a la ciudad y ya nada fue igual. Perdí mis amigos y mi rio, las tardes de juegos se convirtieron en tareas y estudios, mientras que yo me aficioné a los ordenadores. Mi padre nos compró uno de los primeros y la novedad nos gustaba mucho a mi hermano y a mi. Papá sólo hizo bachiller pero tenía una capacidad enorme para aprender y sabía más historia que todos mis profesores. También era un buceador estupendo, me llevaba con él cuando iba a coger pulpos o a pescar, llevaba el mar en la sangre.
Me acuerdo que una vez plantaron arbolitos en el colegio y convencí a un amigo para dedicar los recreos a protegerlos de los destrozos habituales. La verdad que idolatraba a la naturaleza, quizás en parte por mi padre que tanto se indignaba cuando veía crecer sin medida las urbanizaciones y el turismo de sol y playa.
Aunque mis padre nunca fueron religiosos, mi abuela me enseñó a rezar, lo hacía todas las noches y me ayudaba a vencer el miedo a la oscuridad y a lo desconocido. También daba clase de religión e hice la comunión, como hacían todos mis amigos. Aquello me resultaba cada vez más absurdo, ¿qué tenía que ver tanta ceremonia con ser bueno? ¿y por qué tanto lujo y boato si decían defender a los pobres? Primero me sentí engañado por la Iglesia y me declaré ateo, no soportaba tanta hipocresía ni mucho menos la idea de un Dios caprichoso y autoritario, los creyentes de cualquier religión no eran sino gentes ignorantes que no querían pensar por si mismas.
Más tarde busqué una nueva fe en la política, primero en el comunismo tras leer la apasionante biografía del Ché. También gracias a un profesor de filosofía que tuvo el valor de decir en clase «yo soy marxista» y que hacía debates en clase muy interesantes. No era un dogmático y siempre fue una persona abierta. Tampoco tuvo problemas en dedicar una hora fuera de clase para seguir debatiendo con un grupito de alumnos cuando ya no era nuestro profesor, incluso cuando propuse tratar el polémico tema de los guerrilleros de Tupac Amaru, que habían asaltado la embajada japonesa en Perú. Su trágico final me impactó tanto que decidí hacer algo, tenía que buscar una organización realmente revolucionaria. Años más tarde le propuse dar un par de charlas en el instituto criticando al sistema educativo y las técnicas de publicidad subliminal y siempre nos recibió muy bien. Aun así, pronto me desengañó el comunismo y acabé afiliándome a la CNT, había visto el documental «Vivir la utopía» y la película «Tierra y libertad» que me entusiasmaron, además un amigo del instituto ya se había afiliado antes y me animó. Con el tiempo cualquiera que mencionara la palabra «autoridad» o limitara en alguna medida la «libertad» era excluido de mi círculo de amigos. También lo eran pues la familia y las personas mayores que se empeñaban en darme consejos y por supuesto los «fachas», cualquier defensor de la tradición.
En estos años, la actividad sindical era mínima, siendo lo más importante la preparación de jornadas culturales y la caseta de la feria, de hecho el sindicato era conocido principalmente por eso, por los cubatas baratos y la música punk-rock. Allí sin embargo comprendí la importancia del trabajo colectivo, la responsabilidad individual y el funcionamiento en asamblea. Por esos años dejé a mi novia, una buena chica, feliz y despreocupada con su vida sencilla, y es que en el fondo yo ni quería ni podía ser feliz como ella.
Conocí muchas personas, participé en varios proyectos. Algunas, las que más aprecio, me mostraron que existía un mundo más allá de las siglas y las organizaciones basado en la afinidad y la amistad, además me animaron a dejar el sindicato, que con todas sus contradicciones estaba cada vez más alejado de mis ideas (aunque si que había gente muy válida en él). Me inspiraron lecturas como la historia de Severino di Giovanni, «el idealista de la violencia», o la anarquista Emma Goldman, tan emocionantes y llenas de aventura. También me animaron a que me hiciera vegano o vegetariano, para tratar a los animales con el respeto que merecen y así lo hice, lo fui 7 años convencido de que era la mejor opción. Al principio trabajamos con ilusión, montamos una cooperativa, una tienda de ropa, inspirados en el «proyecto A», la red de cooperativas que se desarrolló en la ciudad alemana de Neustadt, para no depender del trabajo asalariado y a la vez obtener fondos para otros fines más políticos. Fuimos todos grandes amigos, compartiendo luchas y esperanzas, pero después estancados, desengañados por la falta de compromiso y seriedad, acabamos empeñados en un activismo rutinario cada vez más difícil de sobrellevar. «Tomemos las calles» fue nuestro lema, y lo hicimos, si mirábamos a las paredes repletas de mensajes y carteles, parecía que de un momento a otro iba a estallar la revolución, nada más lejos de la realidad.
Más tarde, conociendo los textos de Alfredo Bonanno y las publicaciones de Jean Weir (Elephant Editions), nos pareció interesante traducir dos textos: sobre la insurrección en Albania y una crítica al sindicalismo. Fue un trabajo largo y pesado, no es nada fácil traducir del italiano al inglés y del inglés al castellano, surgían muchas dudas y diferentes interpretaciones, pero me ayudó Jean que era una persona excepcional. También ampliamos el texto de Albania con algún reportaje y mapas. Al final llegué a conocerla en la feria del libro anarquista de Madrid después de tantos correos y la verdad que daba gusto la energía de aquella valiente mujer que tantas vivencias había tenido. El esfuerzo valió la pena, los textos se convirtieron en libros y pudimos publicarlos.
Mis amigos sin embargo iban alejándose cada vez más de la política y se centraban más en investigar la autosuficiencia. Sin duda tenían razón, tanto texto y panfleto no cambiaba nada, pero yo en ese momento no lo entendí, así que organicé mi propia distribuidora de libros y textos. Compré una mesa y un caballete y me llevaba los textos a charlas, conciertos o a un mercado de barrio.
Pero claro, no todo el mundo que hablaba de revolución creía en ello, muchos no se diferenciaban en nada de quienes tanto criticaban, grandes parlanchines que en la práctica eran seres huecos, o peor, malvados y egoistas, fruto de una ideología que primaba la estética y las apariencias por encima de las obras. Tampoco era fácil tener una relación sentimental en un mundo que despreciaba a la pareja y al matrimonio como un signo de dominación cultural y al hombre en particular como un opresor en potencia. Además yo, que soy de naturaleza tímido, con cada fracaso me iba sintiendo cada vez más temeroso y retraído, lo cual no hacía sino empeorar las cosas.
Por esa época compartía mi militancia con mi trabajo de profesor, que no me satisfacía en absoluto, dado que me consideraba a mi mismo un instrumento del poder vendido por un salario (en cierto modo eso era verdad y aun lo sigue siendo), pero me permitió emanciparme e iniciar una nueva vida. Además la relación con los alumnos me hizo comprender como evolucionaba la sociedad actual y también que la enseñanza es todo un arte, no las cuatro consignas antiautoritarias que había aprendido. A su vez es recíproca y hay un aprendizaje en ambas direcciones no solo del maestro al alumno.
Los métodos y medios no pueden separarse del objetivo final
Emma Goldman (1869-1940)
El episodio que más me ha llenado de aquellos años fue nuestra participación en el encierro de inmigrantes en la Universidad de Almería. Ocurrió poco después de los sucesos de El Ejido, en el año 2000, presentados en su momento como «altercados racistas» pero alentados sin duda por el alcalde de la localidad, Juan Enciso y las autoridades del gobierno de la época. Por esa época muchos inmigrantes trabajaban «sin papeles» en el poniente almeriense y tras los destrozos causados, su precaria situación fue aun peor. Como respuesta a esto fui testigo de primera mano de las maquinaciones de los sindicatos (todos ellos, pero fundamentalmente el de «izquierda radical» SOC) primero para organizar el encierro, merced a la actuación de sus bien entrenados liberados, y presentarlo como algo espontáneo y segundo para una vez obtenidos sus objetivos, a saber, la afiliación masiva de inmigrantes y el ser reconocidos como mediadores por las autoridades, disolver las asambleas que se formaron durante el conflicto e ignorar sus decisiones.
La actuación de las autoridades universitarias por su parte era también hipócrita. Si de cara a los medios decían que querían mediar y apoyaban la negociación y la integración, en la práctica prohibieron la entrada de alimentos y no dudaban en emplear la violencia y el chantaje (recuerdo la frase que me dirigió el actual rector: «a este que le tomen una foto y lo expulsen» y que a una amiga le dijeron que podía perder su empleo si seguía así).
Como las decisiones de las asambleas de los inmigrantes, partidarios de proseguir el encierro no gustaron a los gerifaltes sindicales y universitarios, estos promovieron la división entre marroquíes y los de raza negra, prometiéndoles que aquellos que abandonaran tendrían garantizados sus papeles. No ocurrió así, y los que la policía identificó como «líderes» en las asambleas fueron expulsados del país.
En fin, los resultados de aquello son lo de menos, lo verdaderamente importante fue que nos sentimos muy unidos entre nosotros y con los inmigrantes, algunos de los cuales, dos chicos marroquíes en especial, se hicieron muy amigos nuestros. Luego se fueron a buscar trabajo y les perdí la pista, pero nunca olvidaré cuando nos invitaron a comer a su casa (sin agua corriente y con una pequeña luz), nos prepararon pollo con patatas y pusieron música para bailar. Aun conservo el póster de Bob Marley que me regalaron y recuerdo con cariño a Yashim que después me llamaba cada Navidad para ver como estaba. Fue aquel, el de aquellas gentes pobres y sin formación, un calor humano y una unidad que superaba todas las teorías y discursos, algo que desgraciadamente nuestro mundo, embarcado en una espiral de codicia y egoísmo, ha perdido.
Con mis amigos y mi hermano comenzamos a practicar un arte marcial chino, el Win Tsun. Aprendí a tener disciplina y a dominar el Chi, o Qi, la fuerza vital, además de perder el miedo a dar y recibir golpes. He tenido dos maestros a quienes estoy profundamente agradecido y muchos Shi (hermanos, como nos llamamos entre nosotros los practicantes de una escuela). Una de las mejores experiencias que he tenido y que pienso reanudar en cuanto me sea posible.
También aprendí a tocar la guitarra y desde entonces ha sido mi fiel compañera y la única que alegraba mi espíritu en los momentos más duros. Gracias a mi madre, que me enseñó a apreciar la buena música y a los buenos ratos que paso con ella cantando nuestras canciones preferidas. Y es que la música, como el arte, si son genuinos y salen del corazón, nos elevan.
Poco a poco el dolor se apoderó de mi, aislado del mundo, mi único recurso era el victimismo. Mis únicos amigos íntimos eran una pareja y hacían esfuerzos por ayudarme, pero en vez de aprovecharlos, lo que hice fue volcar mi desesperación en ellos, sobre todo en mi amiga. Tras unos años de luchas y fracasos quedé sólo, sin amigos ni relación sentimental alguna, enfrentado al mundo y a mi mismo, ¿por qué había llegado a esa situación?, ¿por qué las personas que defendían un mundo mejor no eran mejores que sus contrarios?, ¿y por qué esto me pasaba a mí?. El dolor primero se hizo más fuerte y luego, como en un parto terrible, nació el mal. Fui casi un nihilista, guiado por el odio y por ideas destructivas, pero algo quiso que no me perdiera del todo, la luz se abrió paso cuando menos lo esperaba.
Por esos tiempos, conocí otras personas y juntos fundamos en Almería una Biblioteca Social, autogestionada e inspirada en la que ya funcionaba en Granada, donde también tenía buenos amigos, que intentaba aglutinar sin sectarismos a las pocas personas que se movían en el ambiente «revolucionario» de la ciudad y dar a conocer a la gente todos los textos y libros alternativos que se publicaban así como abrirlo a los vecinos del barrio para su uso. Por desgracia algunos esperaban que fuera una especie de Centro Social Anarcopunk por lo que el conflicto estaba servido ya desde el principio. Sin embargo sus dos años de existencia fueron muy productivos y tras acondicionar el local y ampliar la distribuidora de libros y textos, organizamos bastantes charlas, debates y proyecciones de documentales y películas (todavía sigue activa la web, http://biblioteca.ourproject.org/). Sin embargo lo más interesante resultó ser el comedor que organizábamos los sábados para financiarnos. Allí se juntaba gente de lo más variada y siempre surgía alguna conversación interesante. Además nos hicimos buenos cocineros.
El Tao que puede nombrarse no es el Tao eterno.
El nombre que puede nombrarse no es el nombre inmutable.
La no existencia es el principio del cielo y de la tierra.
La existencia es la madre de todo lo que hay.
Tao Te Kin, Lao Tse
Comencé a trabajar en la huerta de mi madre, en Felix, un pueblecito cerca de Almería, que hasta entonces había estado abandonada. Se convirtió en mi retiro espiritual, mi misa dominical donde comprendí la esencia de las cosas, como todos los seres se relacionaban en una armonía perfecta siendo yo mismo uno más, si había un Dios, no estaba dentro de un edificio. También conocí a nuevos amigos que no estaban relacionados con la política y me abrieron una perspectiva diferente de la vida, vivimos unos años juntos que nos enriquecieron mutuamente. Me atreví a leer algunos textos como el Tao Te Kin, gracias a una señora china que conocí y de la cual me hice amigo. Ella hablaba poco y parecía tímida pero sin pedir nada a cambio comenzó a colaborar con la biblioteca, me enseñó lo vacío de las palabras, la importancia de las obras y los muchos caminos que hay hacia la luz, entre ellos, la religión.
También organicé, junto a mi hermano y mi amigo Jesús, que era informático, un proyecto de autoempleo que básicamente consistía en reparar ordenadores a domicilio, «Nexus 6», lo llamamos. No ganábamos mucho, pero si que aprendimos bastante, sobre todo a la hora de tratar con los clientes de todas las clases y nacionalidades. Hoy día es mi hermano quien lo sigue gestionando.
Curiosamente un día nos visitaron en la biblioteca unas chicas mormonas de origen norteamericano que según nos explicaron, tienen que hacer un año «sabático» haciendo buenas obras. Nos pidieron permiso para dar clases de inglés. En la asamblea semanal, un chaval del sector anarcopunk dijo que no dieran ningún mensaje religioso, lo cual les transmitimos a las chicas que estuvieron de acuerdo, pero en la siguiente reunión, volvió a surgir que no debían llevar siquiera sus nombres en la solapa (en ellos ponía «hermana» seguido de su nombre) porque podía invitar a hablar de religión. Ante tal estupidez sugerí que por qué el si podía llevar camisetas llenas de mensajes políticos, pero claro, no era igual, las religiones eran opresoras. No se permitieron las clases. Quedó claro donde estaban los verdaderos fanáticos.
Fue por esas fechas cuando conocí a Felix, leí «Naturaleza, ruralidad y civilización» y me puso patas arriba mis creencias más profundas. Le invité a la Biblioteca Social y por la charla y el rato que compartimos allí me di cuenta que era una clase de persona diferente a las que yo estaba habituado, sin miedo de decir lo que nadie quiere oir y consecuente con sus ideas, de trato amable pero muy directo. Recuerdo que fuimos a mi pueblo para visitarlo y ver el huerto, allí estaba mi tío trabajando en la almendra y tras charlar un rato con él se ofreció a ayudarle con los sacos. Así que allí estaba, el intelectual y escritor trabajando con sus manos como un campesino, no se me ocurre mejor ejemplo de coherencia entre dichos y hechos.
Tras dos años, los conflictos en la biblioteca se agudizaron, no sólo por las dos tendencias políticas que convivíamos, sino por lo insoportable de la doble vida que alguna de estas personas llevaba, siendo el más anarquista antiautoritario en los discursos y un déspota y narcisista en su vida privada. Un día tras una discusión por haber tomado por su cuenta la decisión de cancelar el comedor, surgió el tema, se convocó una asamblea que intentó boicotear y tras reprocharle su infantilismo me lanzó un candado a la cara que a duras penas logré parar con el brazo. Soportando la rabia y con el apoyo de algunos amigos convocamos una nueva asamblea, o se iba él, o nos íbamos nosotros. Como quedamos en minoría, nos fuimos, quedando reducida la actividad de la biblioteca a varios conciertos punk hasta que dos meses después cerró definitivamente, víctima de la maldad de algunos y de la cobardía de otros.
Poco después, y después de mucho tiempo soltero, se me presentó una oportunidad amorosa. Era con una chica de estética radical, feminista, anarquista y varios istas más, según ella maltratadísima por sus ex-novios y por la vida y que deseaba conocer a alguien diferente. Ahora estaba en Alemania retenida allí por una familia que no la dejaba ser libre. La necesidad de amor nos ciega, y yo, cegado creí todo a pies juntillas. Fui a rescatarla de aquel infierno que me narraba hasta Alemania donde vivía para sorpresa mía con su novio y su familia. Resultaron ser unas personas estupendas que sólo querían ayudarla, igual que yo y que esta chica era una mentirosa compulsiva con tendencias autodestructivas. Cuando volvíamos a España me cogió el volante del coche en plena autovía, haciendo que diera varias eses a punto de volcar. En ese momento vi la muerte por primera vez en mi vida, tan clara que la ceguera desapareció y me dí cuenta de lo estúpido que había sido. Tras eso la dejé en Valencia, con otro de sus ex, no sin tener que soportar varias peleas y amenazas de suicidio.
Tan dura fue aquella experiencia que perdí la esperanza de encontrar pareja. Lloré mucho y me hundí, nada tenía sentido. En el peor momento, una noche fui a ver las estrellas, y allí escuché una voz, «Levántate hijo mío, que todo lo que te ha pasado era necesario que así ocurriera». Era la voz más dulce que jamás había escuchado, como de una mujer, ¿una diosa, un ángel? En ese momento no lo supe, pero aquello cambió radicalmente mi vida, habiendo sin lugar a dudas un antes y un después. Fue mi muerte y mi renacer.
Hubo un tiempo,
en el que rechazaba a mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas
y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el Amor.
Da igual a dónde vaya la caravana del amor,
su camino es la senda de mi fe.
Aben Arabi de Murcia (1165-1240 d.C)
Una nueva vida comenzó entonces, agradecido a la vida por los golpes que no eran sino enseñanzas, comprendí en un instante que desde la cosa más irrelevante a la más importante, todo estaba conectado y tenía un sentido. Las estrellas, el cielo, las piedras y yo mismo. El dolor, el sufrimiento no era sino el tránsito necesario que si sabemos aprovecharlo nos hace mejores, más humildes y más sabios. Me sentí fuerte, como nunca antes.
Por esa época convivía con unos amigos, Jesus y Antonio, colegas de la biblioteca que siempre me apoyaron y me dieron ánimos. Amigos de verdad, hermanos, que todavía lo somos, más allá de la política. Nuestro piso pronto se convirtió en una especie de centro social por el que pasaban multitud de personas. Si no había una comida o una fiesta, eran miembros del «Hospitality Club» o de «Couchsurfing», gente de otros países que se quedaban a dormir y con los cuales íbamos de excursión al Cabo de Gata o por la ciudad. Es cierto que había desorden, pero en todo ese tiempo, más de 40 personas de diferentes nacionalidades estuvieron durmiendo en casa sin causar problemas, fue una liberación del miedo que solemos tener hacia los demás y una experiencia única.
Por supuesto, éramos tres hombres solteros, si surgía la oportunidad, íbamos aprovecharla y llegó para mí donde menos lo esperaba. Una chica burgalesa que conocí en una charla que impartió en la Universidad, acababa de venir de Chiapas y trató sobre el zapatismo. En su momento, como yo era un dogmático, lo critiqué bastante por ser «reformista y mediático», no podía distinguir los matices, por ejemplo la gente que creía sinceramente en ello o lo sabio de combinar la cultura indígena con el cambio social. Así que cuando se ofreció a dar la charla en la biblioteca, mi reacción fue simplemente el intentar rebatirle sus puntos de vista durante el coloquio posterior. Pasó un año y ella se fue de Almería sin que le prestara atención, pero por suerte volvimos a hablar y le ofrecimos quedarse en el piso si pasaba por la ciudad. Fue entonces cuando la conocí personalmente, sin el velo de la política y me cautivó. Lo que consideraba imposible, que existiera una mujer buena y con convicciones y que además me quisiera, se hizo realidad. Me pareció la mujer más bella del mundo y aquella semana que pasamos juntos me bastó para hacerme olvidar los tragos amargos… pero ella no me pertenecía, ni a mi ni al desierto almeriense. Seguimos escribiéndonos, e incluso volvimos a vernos más tarde, durante un viaje con dos de mis amigos, Jesús y Juan Luis, un nuevo compañero que pronto se hizo amigo íntimo. Nos acogió como siempre, con una sonrisa y un corazón puro, el calor que necesitaba, una vez más.
Alejada de la Naturaleza, la existencia humana queda vacía de contenido
Masanobu Fukuoka (1913-2008)
Entre tanto, gracias a la biblioteca, había conocido a nuevos amigos. Con ellos y con mis compañeros de piso comenzamos a darle vueltas a la idea de crear, o participar en una ecoaldea. Como yo tenía cierta experiencia con el huerto, pensaba que con eso, un amigo que había sido pastor y algo de dinero que tenía ahorrado, podíamos plantearnos seriamente esa posibilidad. Además a ello se vino a sumar un acontecimiento que resultó ser feliz para mí. Como yo soy profesor interino, tengo obligación de presentarme a las oposiciones cada vez que se convocan. Ese año sin embargo además era obligatorio llevar una programación, cosa que yo ni siquiera leí en las bases, pues estaba en otros asuntos más importantes. Así que llegó el día, me presenté pero al no llevar programación perdí todo mi tiempo de servicio. Eso equivalía a quedar excluido de las listas. La oportunidad que estaba esperando, ¿el destino acaso?, era un sueño que me iba a permitir dedicarme de lleno al proyecto de la ecoaldea sin ataduras.
Convoqué una reunión abierta para sondear y ver que apoyos tendría la idea. Pocos eramos los que nos comprometíamos a vivir en el campo, apenas tres, y eso si, bastante más los que «ayudarían» en lo posible. De todas formas seguimos adelante, comenzamos a buscar pueblos abandonados y a conocer otras experiencias similares. Los pueblos abandonados tenían siempre algún problema, cercanía a autovías, a canteras, propiedad de la cuenca hidrográfica… aparte de la gran inversión de tiempo y dinero que supondría arreglar las casas casi derrumbadas. De ahí en parte surgió la idea de hacer aquel viaje por el Norte, que incluía la mítica aldea de Lakabe y la cercana Aritzxuren.
Nos acogieron muy bien y aunque sólo estuvimos 3 días, fue toda una experiencia. Conocimos a Mabel, que nos dio una estupenda charla sobre su experiencia y acerca que lo más importante: la convivencia, no el dinero ni el conocimiento. Fuimos testigos (y participamos) en el trabajo comunitario, el auzolán que dirían allí, para reconstruir una casa que se había quemado en un incendio. Mucha gente había acudido de las aldeas cercanas para ayudar, incluso gente de Murcia. Fue agotador, pero ciertamente muy hermoso, todo un canto a la hermandad y el apoyo mutuo. Además el viaje sirvió para conocernos y apreciarnos más, el camping en cualquier lugar o el compartir buenos y malos momentos, todo los confirmaba que debíamos seguir unidos, y aunque hoy día nos separa la distancia, lo seguimos estando.
Existía una asociación de consumidores ecológicos que nos pareció tenía unos planteamientos asamblearios e interesantes (consumo local, evitar las grandes empresas…). Entramos en ella y poco a poco fuimos conociendo a la gente y también me animé a asumir algunas tareas, en general funcionaba bien, la gente parecía seria y comprometida. Lo mejor eran los encuentros que hacíamos en algún cortijo. A partir de ahí nos animamos a organizar días de convivencia que incluían excursiones, comidas y hasta un taller de elaboración de queso y jabón. Mi amigo, el pastor, había estado viviendo en una comunidad en un pueblo de Granada, «el Manzano», donde aprendió a hacer un queso de cabra riquísimo, así que le propuse que fuéramos a hacerles una visita. Fue bonito, me encantó ordeñar las cabras y ver in situ como se elaboraba el queso, igual que otros sitios que visité en la Alpujarra o en el Rio Aguas, pero faltaba algo, si no era por una (o dos) personas carismáticas que resistían, el resto de la gente era un continuo ir y venir, no daba la sensación de comunidades estables sino frágiles y poco democráticas.
Otra visita curiosa fue al encuentro de ecoaldeas que se hizo en Murcia. Fue en un refugio en pleno bosque por lo que el ambiente nos dio muy buena energía pero cuando llegó el turno de las actividades y las charlas quedé profundamente decepcionado. Excepto algunas experiencias de gente intentaba vivir en el mundo rural y algunas semillas, el resto fueron juegos infantiloides (el corro de la patata) y temas esotéricos astrales vacíos de contenido. Lo más penoso es que una chica que vino con nosotros, feminista radikal, casi hizo llorar a un hombre que se atrevió a hablar en masculino durante su intervención.
Mis ilusiones decayeron finalmente cuando las asambleas de la asociación se convirtieron en un enfrentamiento constante , aparentemente por cuestiones técnicas, pero en el fondo, por acaparar el mayor protagonismo posible. Una mujer, que con razón pero sin paciencia, reclamaba un dinero, se tuvo que ir antes la avalancha de improperios que recibió. Yo fui el siguiente, teniendo en mente el desastre de la biblioteca no tenía ganas de volver a repetirlo, más aun cuando ya se estaba tratando el tema de tener un «encargado», es decir, una persona liberada asalariada para llevar a cabo las tareas que hacíamos voluntariamente entre todos y cobrar subvenciones para poder pagarle.
Todavía en tiempos de la biblioteca yo seguía empeñado en que debíamos estar en contacto con los movimientos vecinales de la ciudad y participar en sus luchas, sobre todo si eran para conservar espacios naturales. Así que lo intentamos, además serviría para poner en contacto a distintas generaciones y aprender de las experiencias pasadas.
Una de las asociaciones de vecinos, que parecía la más combativa, llevaba años reclamando que no urbanizaran unos terrenos de antiguas huertas en el extrarradio y en cambio, que se acondicionaran como zonas verdes. La pena es que a nadie se le pasó por la cabeza que podían volver a ser huertas, esta vez comunitarias, que pudieran usar los propios vecinos, así que para impulsar esa y otras ideas creamos una asamblea y convocamos varias reuniones. La experiencia fue buena, pero claro, las asociaciones vecinales hoy en día dependen en gran medida de subvenciones y, aunque las intenciones sean las mejores, nadie muerde la mano que le da de comer.
En esta asamblea convocamos una acción para limpiar la zona con los vecinos y luego, una comida campestre. Vino una chica alemana que me pareció muy simpática, así que me armé de valor y le pedí salir. Resultó ser maravillosa, amante de la naturaleza, de la buena cocina e incluso del bricolaje. Alegre, sincera y comprometida, para mi lo tenía todo, me enamoré como no y pasamos unos meses estupendos, conociéndonos mutuamente y compartiendo los preciosos atardeceres desde su ático. Sin embargo aquello no podía durar, un día ella cayó enferma y yo, sin saber las causas y lleno de miedo la agobié, mi actitud sobreprotectora y paternalista puso punto y final a la relación, que tras un tiempo por suerte, se convirtió en amistad. Muy dolido al principio, me sirvió para ser consciente de mis propias limitaciones y es que el miedo nunca es buen consejero.
No duró mucho la pena, era fuerte y tenía claro lo que quería, así que la vida siguió adelante. Un amigo, David, anarquista inglés que fue mi compañero de piso durante mi estancia en Granada, me ofreció trabajar con él en la Alpujarra. Nos entendimos bien cuando vivimos juntos así que me pareció un buen plan, él no era el típico militante, tocaba música y le encantaba el senderismo y la historia. Como en ese momento cuidaba un cortijo y su huerta y tenía algunos olivos, pensamos que podríamos recoger aceitunas de los demás cortijos ingleses (ecológicas claro), obtener el aceite y, dejando un porcentaje a los dueños de las fincas, vender el resto en Inglaterra. Pero aquello no fue tan sencillo, además del frio matutino, había que trabajar mucho para obtener poca aceituna de aquellos olivos «decorativos» que además eran muy altos. Como había poca, recogíamos de rodillas la que caía al suelo y al final me acabé resintiendo, no se me pasó el dolor hasta que fuí a un osteópata. En tanto, mi amigo tuvo que llamar a otro chico que resultó ser más productivo que yo, lo cual nos llevó a una agria discusión acerca del concepto de cooperativa, si debe ser según producción o independiente de ello. Cansado de discutir me quedé con mi parte de aceite y mi amigo se llevó la suya, disolviéndose así la sociedad y en parte, la amistad. Como siempre, uno aprende de las experiencias y desde luego mi interés no eran las cooperativas basadas en la productividad.
En pocos años fallecieron mi abuelo paterno y mi abuela materna. Mi abuelo Roberto siempre me pareció una persona distante, absorto en sus acuarelas, su piano y la fotografía. Desde luego era un artista, sabía captar la belleza como nadie y tenía mucha paciencia, pero también una persona con genio, igual que mi padre. Practicó el boxeo y ya durante la guerra civil no tenía ningún miedo de bañarse junto al acorazado Jaime I, a pesar de los ataques rutinarios de la aviación nacional. Tampoco le costó probar suerte en Argentina con mi abuela, aunque la cosa finalmente no salió como ellos esperaban, no era la Jauja de la que tanto se hablaba. Fue, como mi padre, un enamorado del mar, hasta se construyó el mismo una cámara submarina.
Su genio le costó seis meses de cárcel y un buen empleo. Trabajaba de administrativo cuando acabó la guerra civil, entonces un falangista le exigió que como todos los funcionarios firmara un acta de reconocimiento del nuevo régimen, a lo cual se negó. Fue inmediatamente expulsado así que un día que se topó con dicho personaje, le dio una buena paliza. Aun así tuvo suerte, la cárcel era un mal menor en esos tiempos. Sin duda había en mi una parte de él.
Mi abuela Liberia era para mi mi conexión con el pueblo y el mundo rural. Ella era una mujer valiente y trabajadora, que sacaba adelante a sus hijos gracias a la tienda que regentaba con mi abuelo. Aunque aparentaba ser tradicional de joven había sido muy activa. Tocaba el acordeón, montaba en bicicleta e incluso se divertía haciendo teatros improvisados. Ya de mayor se dedicó al cuidado de sus hijos y su marido, a la tienda y a llevar las cosas de la casa, incluyendo los animales (gallinas, palomas, una cabra, una mula…). Además era tan buena cocinera que cuando mis padres estaban noviando, mi padre estaba encantado de ir al pueblo para comer y charlar con mi abuelo Manuel, que yo conocí poco, pero me cuentan que era un hombre encantador por su forma de hablar y contar historias. También se encargaba del huerto y siempre traía estupendas frutas y verduras o algún conejo cuando salía de caza. Dentro de la pobreza de esos años, mi familia salió bastante bien parada. Lo malo fue cuando se quedó sola en el pueblo. Mis tíos estaban trabajando en la ciudad y ella ya era muy mayor, así que se vino a vivir a nuestras casas, un tiempo en cada una. Recuerdo a mi abuela con una tristeza y una nostalgia… no le gustaba pasear por la ciudad, prefería quedarse en casa, no era su mundo. Finalmente, ya con alzeimer, la ingresaron en una residencia donde pasó los últimos años, apenas sin reconocernos. Cuando murió a los 99 años no me entristeció, al fin descansaba en paz después de tanto dolor, era lo que le pedía a Dios, que se la llevara.
Otra experiencia interesante fue gracias a un amigo, es psicólogo pero bastante crítico y con ganas de experimentar. Mis experiencias con las drogas no habían pasado del alcohol (alguna borrachera de la cual uno acaba siempre arrepentido) y el probar la marihuana, que tampoco me pareció nada especial al dejarme prácticamente atontado. Además, conocía perfectamente los tejemanejes del Estado para desactivar a los movimientos sociales incómodos a través de estas. Sin embargo tuvimos la fortuna de que nuestro amigo nos aconsejó sabiamente. Había leído textos de diversos autores, sobre todo de Antonio Escohotado, nos explicó la relación de algunas drogas con los ritos antiguos y con muchas culturas y religiones, dándonos unas instrucciones precisas para tomarlas, en concreto: debía de ser en plena naturaleza y con personas de confianza, siendo recomendable el ayuno previo. Fue así como probamos las setas del tipo Psilocybe. Curiosamente no eran adictivas porque la experiencia era dura, un viaje a las profundidades de nuestra alma y en mi caso, una comprensión instantánea de las creencias antiguas y de nuestra relación con el universo. Por supuesto, no a todo el mundo le afectaban igual, para otros, la gente superficial, apenas les producían unas cuantas risas y visiones de colores. También llegamos a probar el cactus San pedro y la Ayahuasca, pero sin los conocimientos necesarios para hacer una correcta elaboración, los efectos no fueron los deseados.
Como nos decía mi amigo, el término droga es equivalente a fármaco, que en griego (Phármako) quiere decir al mismo tiempo «remedio» y «veneno». En las culturas antiguas las enfermedades físicas y del espíritu o de la mente iban unidas por lo que no era extraño que fuera el chamán, el brujo o el cura, los que se encargaban de curar los males. Se trataba del un saber holístico, muy diferente del conocimiento experto y parcelado de la actualidad. Por supuesto las drogas en ningún caso eran tomadas como «diversión» sino en rituales muy elaborados en los cuales todo tenía un significado. Para entender esto me sirvió una serie documental llamada «Otros pueblos» que recomiendo a quien esté interesado.
De todas formas, tras un tiempo, sentí que ya no me aportaban nada nuevo y que debía de pasar a una nueva etapa, no quería estancarme ni volverme un epicureo, como parecía que les estaba ocurriendo a algunos amigos.
Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán
Popol Vuh
Una vez, una chica de Cádiz que conocimos por «Couchsurfing» estaba de paso en Almería. Con ella vino su amiga mejicana que nos hizo una visita a nuestro piso. Tenía una beca para asistir a un congreso sobre educación intercultural y aprovechamos, como no, para ver la ciudad y tomar unas tapas. Me encantó, además de bonita, exótica (tenía pelo rizado así que parecía medio india, medio negra) y simpática nos contagió una alegría… nos despedimos con un abrazo y allí quedó todo, de momento.
Unos días más tarde, hablando con ella por chat, me dijo que yo le gusté y que me invitaba a visitar México. Parecía mi destino, mi bisabuelo fue a México y allí quedó una parte de mi familia, aun conservo una foto de él montado a caballo en los años de la Revolución. Además nunca había viajado tan lejos, podía ser mi propio viaje iniciático, así que no lo dudé, conseguí un vuelo y lo preparé todo para irme en primavera.
Sin embargo los planes nunca salen como uno quiere. Justo en ese momento conocí a otra mujer, esta vez marroquí, preciosa y muy simpática. No me costó mucho enamorarme, sus ojos y su pelo parecían los de una reina egipcia. Además me atraía su cultura y su energía, era diferente, había en ella algo mágico, sus besos me elevaban al cielo. Eso si, era una mujer de carácter y yo no estaba dispuesto a que nadie me dijera lo que tenía que hacer, por mucha razón que tuviera (y muchas veces la tenía). Así, después de unos meses y convencido de que tenía que ir a México, dejamos la cosa sin formalizar, a la espera de lo que pudiera suceder.
Llegó el gran día y lo dispuse todo para el viaje. Como tenía que ir a Madrid, aproveché para llamar a Félix, que sin problema alguno se ofreció para alojarme en su modesta casa. Le comenté lo del viaje y lo que había ocurrido en la biblioteca mientras compartíamos la cena. Fue una alegría volver a verle, y es que lo que más admiro de él no es su visión política o sus conocimientos sino su valía como persona.
Cuando llegué al México DF, aquello me pareció tan enorme que hasta empequeñecía a Madrid. Mi amiga vino a recogerme y me llevó a su casa, por supuesto nos amamos, no era un simple amigo. Trabajaba en una Universidad indígena y era una chica preocupada por la situación de su pueblo y también de las mujeres. Además era cristiana, no como exige la Iglesia actual, sino en lo profundo de su corazón. Mientras ella trabajaba visité la ciudad, había oído de los muchos peligros que allí había, pero no vi nada fuera de lo normal, mucha gente trabajadora ganándose el pan. Conocí a sus amigos y eran muy buenas personas, pobres pero valientes, no se quejaban y siempre tenían tiempo para compartir con los demás. También me impresionó la «ciudad de los dioses», Teotihuacán, imaginaba cual sería la sorpresa de los primeros españoles cuando vieron aquellas pirámides maravillosas y una ciudad de medio millón de habitantes construida en medio de un lago. Precisamente fue un amigo que me copió la película «Cabeza de Vaca», el conquistador naufragado que acabó conviviendo con los indios, preciosa, aunque mejor aun sus propias memorias. También me encantaron las memorias de Cortés… aquel choque de culturas era para mi algo memorable, terrible por una parte pero bello por la otra, ya que significó el nacimiento de un mundo nuevo.
Como llevaba la mochila cargada de libros y textos que me habían dado unos amigos de Granada para un centro social en Oaxaca, tendría la oportunidad de conocer al movimiento revolucionario en México, del que tanto se hablaba desde los tiempos del zapatismo. Así que entre eso, y las dos semanas de vacaciones que tenía mi amiga planificamos el viaje. Recorrimos el sur del país, pasando por Chiapas, donde palpamos la cultura indígena, todavía muy viva, en el pequeño pueblo de San Juan Cholula. Pasamos luego a Guatemala, también con fuerte presencia maya donde vimos una espectacular Semana Santa. Es curioso que las regiones más pobres son menos conflictivas que las más ricas del norte, donde el hampa tiene sus bases. Se debe sin duda a que las comunidades indígenas todavía conservan sus raíces, no a lo que comúnmente nos dicen los medios y la intelectualidad progre, el «subdesarrollo». No era tan bonita la capital de Guatemala, en las casas abundaban los alambres de espino como si fuera una zona de guerra y no era raro ver guardas armados a la entrada de las urbanizaciones. No nos quedamos mucho tiempo a comprobarlo, pasamos a Tikal, las ruinas mayas mejor conservadas, en plena selva, todo un espectáculo de la naturaleza. ¿Qué ocurrió a aquella civilización? ¿Como desaparecieron en relativamente poco tiempo? El antiguo misterio seguía ahí. A mi amiga se le acabaron las vacaciones por lo que continué yo sólo por el Yucatán, visitando la laguna Bacalar y los famosos celotes. Llegué por la noche y busqué alojamiento, por suerte se podía dormir en hamacas al aire libre porque el calor era muy húmedo. Al día siguiente , en el autobús que me llevaba a la capital Chetumal conocí a una chica, estudiante de informática, que se ofreció inmediatamente a acompañarme para ver la ciudad. Fue estupendo, nos besamos y pasamos muy buenos ratos visitando la ciudad y las ruinas cercanas. De repente me encontraba por primera vez en mi vida en una situación amorosa extraña, nunca me había ocurrido algo parecido, y es que ya no era el mismo. Todas estas experiencias me habían fortalecido y dado seguridad, me habían hecho un hombre.
Nos despedimos, sin lamentarnos porque fue el destino el que nos unió y del mismo modo nos separaba. Pasé por Oaxaca, dejé los libros en el centro social donde me acogieron fríamente. En esta ciudad, también muy mestiza, fue donde se hizo seminarista el hermano de mi bisabuelo, que acabó siendo el cura de Lubrín, un pueblo de Almería y se salvó de milagro de morir fusilado en la guerra civil (gracias a los vecinos que lo defendieron). También en México vivió un hermano de mi abuelo, el tío Cecilio, este comunista, que volvió a España a luchar en el bando republicano. Contaba mi padre que, pasando hambre en el frente, se enfrentó con el comisario político que controlaba los almacenes, lo que le costó un consejo de guerra y una sentencia a muerte. Por suerte otro de sus hermanos, que estaba en el partido, le localizó y lo sacó de la cárcel, pudiendo escapar a México con las Brigadas Internacionales que ya se retiraban. Si, algo me unía a esta tierra, tan dura y tan bella, pero la verdad es que mis intereses estaban más allá de la política. Me dediqué a visitar la ciudad y la gigantesca Sabina, de 2000 años de edad y 10 metros de tronco… que sabiduría desprendía aquel majestuoso árbol, cuando llegó Cortés ya tendría ¡1500 años! Por alguna razón los nuevos conquistadores la respetaron, quizás vieron algo.
Quedaban unos días y quise pasarlos con mi anfitriona, se lo debía, se había portado tan bien… además la amaba. Visitamos el DF, la casa de Frida Kahlo, con su tormentosa existencia por donde pasó Trosky poco antes de ser asesinado.
Nos sorprendió la crisis de la gripe A y en cuestión de días los militares tomaron las calles. Comprendimos que se trataba de un golpe de Estado. Ante la pasividad de la población atemorizada, los militares tomaban el control gracias a una poderosa campaña mediática. Dicen que los medios son el cuarto poder, pero hoy día son el primero con diferencia. Poco después, y no es casualidad, se desataría la crisis de los narcos con cientos de muertos y desaparecidos.
Quiso convencerme, entre cervezas y lágrimas, para que me quedara y casi lo consigue, pero algo más fuerte me decía que debía volver, a mi tierra, a mis raíces… y es que a veces necesitamos irnos lejos para recordar cuanto amamos lo que tenemos cerca.
Ya de vuelta las cosas no fueron nada fáciles, mis sentimientos seguían divididos entre México y Marruecos… quienes dicen que es una suerte tener dos amores se equivocan, y menos cuando la decisión final depende de uno mismo. Finalmente, tras un tiempo de intenso dolor, sentí con seguridad que pertenecía a Fátima y que ella era mi destino y así se lo dije, le pedí una oportunidad.
Én el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso,
Alabado sea Al-lah, Señor del Universo,
Clemente, Misericordioso,
Soberano absoluto del Día del Juicio,
¡Sólo a Ti adoramos y sólo de Ti imploramos ayuda!
¡Guíanos por el sendero recto!
¡Él sendero de quienes agraciaste, no el de los que se han ganado tu ira, ni el de los extraviados!
Al Fatiha, primera Surah del Coran
Hacía tiempo que mis inquietudes se habían alejado de la necesidad de estar rodeado de gente. Si al principio el conocer a personas de otras culturas y el tener visitas me agradaba y me enriquecía, ahora me resultaba agobiante y nada productivo, hasta resultaba difícil sentarse en el sofá de mi propia casa. Además, el desorden y la escasa limpieza no contribuían a arreglar las cosas. Quería centrarme en mi relación con Fátima, en mis lecturas y necesitaba urgentemente silencio, reposar tantas vivencias y meditarlas seriamente.
Me di cuenta de que aun me faltaba mucho para ser un buen agricultor y si quería dedicarme a ello, primero tendría que aprender. Así que me puse manos a la obra, había un cortijo llamado «Al-hamman», los baños, en Lucainena, un pueblecito de la zona. Supe que aceptaban voluntarios para trabajar en la huerta y con los animales, así que no lo dudé, me fui de «woofer» (como llaman a los voluntarios de granjas ecológicas) y además de aprender, trabajando la huerta por las mañanas, pude conocer a personas muy especiales.
El dueño del lugar, Juan, desprendía una fuerte energía. Aquel proyecto, comenzó como turismo rural, pero él lo fue ampliando, incluyendo una granja escuela y un edificio precioso para realizar charlas y talleres. No sin sacrificios y trabajando muy duro llegó a juntar un grupo de colaboradores, haciendo que la gente se sintiera agusto y resolviendo los conflictos. Si no era democrático, si que era participativo y él no era nada prepotente.
A pesar de trabajar por la comida y el alojamiento, en ningún momento me sentí explotado, más bien lo contrario. El muchacho austriaco encargado de los huertos era un gran maestro y entendía perfectamente el ciclo de la vida y los conceptos de la biodinámica. Por las mañanas hacíamos yoga con otro compañero, también maestro y muy simpático y algunas tardes se hacía meditación con Juan. Todo acompañado de comida vegetariana muy rica. No eché de menos la carne, aunque ya había vuelto a tomarla. En una sociedad cercana a la naturaleza y no industrial, la carne, como los productos lacteos o los huevos debían de consumirse tanto como los vegetales. Resultaba absurdo tomar pastillas de B12 o derivados de la soja, tan dañina para el medio, sin entender que los animales han permitido a nuestros antepasados vivir sin ser oprimidos por las máquinas. No en vano, las sociedades más libres fueron las de cazadores-recolectores. Eso si, aunque se matasen animales, no eran simples cosas, sino criaturas de Dios, de la Naturaleza, sagradas por tanto.
En una de esas sesiones de meditación tuve una especie de éxtasis, mi cuerpo temblaba y lloraba mientras mi mente se unía con el universo. Juan me dijo que tenía suerte, que normalmente hacía falta mucha práctica para alcanzar eso.
Pasado un mes, seguí trabajando en la huerta de mis abuelos, en Felix, el pueblecito de la Sierra de Gádor. De calles estrechas y coronado por un castillo árabe, es conocido por las crónicas del Marqués de los Vélez, que durante la rebelión morisca de las Alpujarras, aplastó a los insurrectos sin distinguir a hombres, mujeres y niños. Todavía se llama al monte más cercano el «Cerro de la Matanza», en recuerdo de aquel bárbaro episodio que me narraba mi abuela: «¡Por aquí se tiró mi madre y por aquí me tiro yo!», contaba que gritaban los desdichados.
Había aprendido a soportar las regañinas de mis tíos, pues yo estaba empeñado en que no era necesario labrar constantemente ni usar productos herbicidas y en cambio a aprender de sus conocimientos tradicionales que eran muchos. Se me ocurrió que, ahora que la casa de mi abuela estaba deshabitada, podía intentar limpiarla y acondicionarla para vivir allí. Por supuesto se lo dije a mi compañera, que me ayudó encantada.
Fátima era sin duda una mujer trabajadora. Tenía estudios universitarios, pero desde que vino a España aceptó los duros trabajos de los bares, que aquí están reservados a los hombres y siempre estuvo luchando por abrirse hueco en ese mundo. En ese momento trabajaba muchas horas en un pub pero dedicó su único día libre a ayudarme. No era nada fácil, los restos y los escombros de una obra ocupaban gran parte de la antigua tienda y las habitaciones estaban muy sucias y con la pintura caída. No funcionaban el frigorífico ni la lavadora y tampoco había agua en la cocina. Además había que arreglar las camas y adecentar un cuarto como dormitorio. Todo ello lo hicimos con gran ilusión y muchos disgustos, como si una extraña fuerza nos impulsara. Poco a poco se fue pareciendo cada vez más a un hogar, quizás igual que el los tiempos de mis abuelos, cuando montaron la tienda. En ese momento aquella casa fue nuestro refugio, imaginábamos a mi abuela dándonos su bendición. Además encontré trabajo de profesor para un curso en Roquetas, que estaba cerca de Felix, mientras que Fátima, que vivía con sus dos primas, tampoco soportaba el ambiente de visitas constantes y ruidos de su casa. Todo aquello no podía ser casualidad, tampoco fue una decisión meditada, las circunstancias nos movían a vivir juntos.
No tardaron mucho mis tíos en darse cuenta de mi mudanza y mi convivencia con Fátima, por lo que sus señoras comenzaron sibilinamente a criticarnos. De repente, la casa abandonada era muy valiosa y todos acordaron que era necesario venderla. Estaba claro que nuestra presencia molestaba así que acordamos buscar un piso en la ciudad.
Alquilamos un piso y comenzamos de nuevo, mientras ella trabajaba, yo hacía de amo de casa. Fueron, sin saberlo entonces, tiempos felices para los dos. Me quedaban algunos ahorros y pude dedicarme un tiempo pasear, leer y a investigar por Internet. Los días de asueto íbamos a visitar los pueblos.
Aunque Fátima no era practicante, siempre me transmitió una espiritualidad muy viva. Leí el Coran y no encontré nada especial, tantas leyes, el paraíso y el infierno, el mensajero, los ángeles y los genios, el castigo de Dios… me dolía pero no entendía nada, por mucho que ella me explicara algunos pasajes. Discutía a veces sobre tal o cual frase sin llegar a ninguna conclusión. Quizás las religiones eran, como decía Marx, el opio del pueblo y nada más.
Una noche, recuerdo perfectamente, lo vi todo claro por unos momentos, «No leas con la mente, sino con el corazón», fue una felicidad tal, que me pareció tener el conocimiento de todo el universo concentrado en un sólo instante y los pasajes oscuros de repente se hicieron luminosos. Exacto, leemos los textos espirituales como si fuesen manuales de instrucciones o libros de física, sin entender nada, nos enseñan a no ver con el corazón y por eso nuestra civilización camina ciega.
Le pedí que me enseñara a hacer la oración, aunque ella no la practicaba entonces. Me dijo «Esto es algo serio, si empiezas, debes hacerlo correctamente». No soy una persona disciplinada, me cuesta mucho, por eso intento no asumir lo que no estoy seguro de poder hacer. Eso si, desde aquel entonces, cada mañana hago la oración, con las palabras en árabe que aprendí. Descubrí que lo importante no es la letra sino la músicalidad, la vibración que nos hace conectar con el Universo y con nosotros mismos. Más tarde, mi amigo Jesus, que hacía meditación, me explicó algunas técnicas relacionadas con el silencio y la postura y actualmente combino las dos cosas. «No hay más Dios que Dios, ni más Esencia que la Esencia».
Ese año surgió la idea de viajar a Marruecos, pero al trabajar Fátima, lo hice con mi hermano y mi amigo inglés, que ya había hecho de guía por la zona. Recorrimos varias ciudades y algunos pueblos del Atlas. Sin duda lo más bonito fueron aquellos pueblos, muy diferentes del barullo y el caos urbano. La mayor parte de aquellas gentes de cultura bereber aun vivían en casas de adobe, trabajando sus huertas sin prestar atención a los extraños, pobres pero dignas, no pude sino sentirme culpable de invadir aquel santuario de vida auténtica. Lo bueno también fue volver a ver a mi amigo, le echaba de menos y era un guía estupendo.
Esa primavera decidimos casarnos, no es que fuera imprescindible para nosotros pero ayudaría a Fátima con su situación legal y además le hacía mucha ilusión a mis padres. Eso si, queríamos una boda pequeña, la familia y pocos amigos, nada de grandes hoteles ni gente desconocida. La ceremonia fue en el ayuntamiento de Canjayar, que me recordaba a mi niñez y más tarde en un hotel rural de uno de mis pueblos favoritos, Laujar, en la Alpujarra almeriense. El caso es que los preparativos llevaban su tiempo, pero al fin llegó el día. Todo salió estupendamente, comida de pueblo, una chica que hacía danza del vientre, nuestra banda de rock favorita y lo mejor de todo, la familia. Como ocurre en todas las familias, siempre hay desencuentros, mi padre que era un hombre legal y muy equitativo, había dejado de hablar con algunos de sus hermanos y casi con mi abuela a cuenta de una herencia, pero aquel encuentro lo transformó. Se abrazaron y tuvieron la oportunidad de perdonarse. Todos bailaron y salieron de allí muy unidos, y mis amigos que no eran muy de bodas nos felicitaron porque les encantó también. La fiesta y las ceremonias, bien entendidas, nos ayudan a permanecer juntos, no son un simple trámite. Después fuimos de viaje de novios a Portugal y las vicisitudes del viaje nos unieron aun más, parecía que nada podía separarnos.
Vi cuando el Cordero abrió no de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira.
Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer.
Apocalipsis, Juan de Patmos
Ese año lo dediqué a estudiar los extraños acontecimientos que estaban cambiando nuestro mundo. Había un punto de partida: el 11 de Septiembre de 2001. Desde el principio sospeché que aquel ataque poco tenía que ver con un grupito de fanáticos islamistas, y los hechos posteriores, las invasiones de Afganistán e Iraq, demostraron que no se trataba nada más que de la vieja estratagema maquiavélica de las «banderas falsas». Todo el montaje era digno de un guión de Hollywood, lo mismo que el seguimiento mediático las 24 horas, aquello que más tarde se llamó la «doctrina del shock», es decir, causar el mayor impacto posible en la población para así poder tomar las medidas políticas deseadas por muy impopulares que estas fueran.
Pero había en ello una diferencia sustancial con los tiempos pasados. Si antes los ataques (como la operación Gladio en los 60-70) se realizaban en pequeña escala, ahora se podían ampliar hasta límites inimaginables. Lo confirmaron después las masacres del 7J y el 11M, siguiendo el mismo patrón y plagadas de pruebas falsas y reivindicaciones absurdas.
Todo ello, mostraba dos cosas: una el inmenso poder de los medios de comunicación y el control absoluto de la información (excepto algunas webs que planteaban dudas respecto a la versión oficial) y otra, la existencia de un Gobierno Global o por lo menos un pacto tácito entre las grandes potencias para taparse mutuamente los trapos sucios. También, por qué no, la existencia del mal, fuera de toda consideración política, como una fuerza en permanente expansión, no sólo entre los políticos, sino entre todas las clases sociales.
Ningún texto político me servía en esos momentos, ninguno analizaba la naturaleza del mal, del horror que convive con nosotros permanentemente y cómo hacerle frente. Compré una biblia, una versión muy bien documentada que además explicaba el contexto histórico y político. Era justo lo que necesitaba, allí estaban las respuestas desde hace siglos, sobre todo en el Nuevo Testamento. Aquello dejaba en pañales al marxismo y al anarquismo. Sin duda el cristianismo fue un movimiento revolucionario que además pretendía estar formado por personas buenas. Sólo buenas personas pueden hacer una revolución positiva, las ideologías del XIX en cambio, ignoraban al ser humano y a su relación con el Universo/Naturaleza/Dios. El materialismo sólo podía originar revoluciones negativas, como la francesa o la rusa. Más aun, era el mal, el diablo y el Sistema actual, su máxima expresión, la Bestia del Apocalipsis, la nueva Roma.
Del materialismo y de la burguesía triunfante también surgieron todas las religiones modernas, desde el cristianismo «buenista-humanista» al islam «yihadista», desde la masonería al movimiento New Age y los Ovnis. Nos encontrábamos entonces en el final de los tiempos y la única esperanza era una intervención divina, así pensaba yo en esos momentos. No quería saber nada de política porque ya lo daba todo por perdido.
A todo esto se sumó la intensa campaña mediática en torno al año 2012. ¿Por qué? Yo lo llamaría una profecía autocumplida. Si existe un gobierno mundial, puede que intenten corregir el fracaso de su sistema, por ejemplo reduciendo la población mundial para hacerlo más sostenible o creando una nueva religión a partir de una serie de desastres aparentemente naturales. Determinados desastres como el de Fukushima, el Katrina o el gigantesco maremoto del Índico, me hicieron sospechar que existían armas climáticas. Investigué y descubrí que efectivamente, existe un tratado de las Naciones Unidas para «no utilizarlas» desde 1978 lo cual indica claramente que ya entonces existían. Deduje que la amenaza era real, conocía desde hace tiempo los informes sobre el «pico del petroleo» e incluso preparé un par de charlas sobre el tema en Almería de personas ligadas a la web «crisisenergética». También sabía que ninguna energía alternativa podría sustituirlo a corto plazo, así que debían de estar dispuestos a tomar medidas desesperadas.
Me centré en las posibilidades de escapar a un colapso ya fuera energético, económico o ambiental y deduje que el mejor lugar era la casa del pueblo, donde podría alojar a mi familia, obtener comida del huerto y conocía suficiente gente en caso de que hubiera que organizar una autodefensa.
Compré semillas, velas, linternas y pilas, guardé gasoil de emergencia, ropa, una radio y mucha comida no perecedera. Monté un gallinero en el huerto que me dió muchos dolores de cabeza, pero tenía la certeza de que algo pasaría y no me rendí.
Discutí con Fátima, a veces día y noche, estaba decidido a afrontar lo que viniera aunque fuera un maldito virus genéticamente modificado. Aquello casi nos costó la ruptura, pero ya no me importaba, si no estaba conmigo podía quedarse, como la mujer de Lot. Muchas veces me iba sólo al pueblo tras una discusión.
Ese año pasamos dificultades, casi nos quedamos sin dinero pero Fátima (que había dejado el trabajo) me animó, probé a dar clases particulares y pudimos aguantar a duras penas. Una noche, ella tuvo un sueño, vio a su difunto padre con mi pelo, y le dijo que no se preocupara. Dos días después, para sorpresa mía me llamaron a trabajar de nuevo como profesor de secundaria, ¿tenía algo que ver con el sueño? Esta mujer siempre tuvo una capacidad increíble de ver el más allá, no fue el único sueño que se hizo realidad.
El fin del mundo llegó, no como yo esperaba, sino con un cáncer que afectó a mi padre. Había pasado años luchando contra los jefes de correos, donde trabajaba y había tenido dos juicios y una pelea con uno de los seguratas. Los sindicatos se comportaron como la mafia que eran y le amenazaban que no reclamara nada a la empresa a pesar del acoso laboral al que le sometían, cambiándole constantemente de puesto. Su rabia contenida y los nervios seguramente le dañaron, no era una de esas personas que se callan cuando ven una injusticia.
Fue un año de lucha, no sólo contra la enfermedad sino contra si mismo, él que despreciaba las religiones pero amaba la naturaleza, que gustaba de controlar todos los detalles y de hacer las cosas siempre dentro de la justicia, llegaba a un punto que ni era justo ni controlable. Un día dijo algo que me sorprendió: «Cada uno tiene su tiempo» y entonces, por primera vez en mucho tiempo, vi en mi padre a una persona sabia, que ya no hablaba de la corrupción o de mis tíos, sino de algo mucho más grande. Me quedo con ese recuerdo, su serenidad ante la muerte y con su mano apretada contra la miá.
Lo más terrible de nuestro tiempo es la destrucción de la esencia concreta humana por el poder constituido, con el fin de crear seres aptos para ser sobre-dominados y mega-sometidos. La virtud personal, en tanto que agregado complejo de convicciones, modos de estar y modos de obrar, ha desparecido
Félix Rodrigo Mora
La vida seguía, golpe a golpe, beso a beso, como diría Machado. Ni ese año, ni el siguiente volvieron a llamarme de la Junta y hube de buscarme las habichuelas. Seguí buscando trabajo de profesor particular, di clases de todas las asignaturas y tuve que estudiar mucho, pero significó mucho para mí en la medida en que era capaz de ganarme la vida sin recurrir al trabajo asalariado, eso sí, sin ahorrar nada y a veces pasando apuros. Trabajé también en academias que me explotaban y engañaban, pero no duró mucho, podía hacerlo yo sólo sin jefes. También comencé a elaborar páginas web, pero igualmente choqué con un trabajo mal pagado al que había que dedicar demasiado tiempo. Además no me satisfacía, sabía que era un buen profesor y me llenaba el poder ayudar a mis alumnos, cuando estos lo merecían claro. Otras veces los alumnos eran «niños de papá» bastante malcriados que se negaban a estudiar, en cuyo caso acabé negándome a dar clase, no era un esclavo del salario, pero tampoco iba a vender mis principios. En tanto, Fátima tuvo un año terrible, con una gran quemadura en la pierna que no se curaba y otras enfermedades. Sufrió mucho y sus nervios me contagiaban a mi, pero no podía abandonarla, siempre estuve a su lado. También me tocó a mi, tuve fiebres muy altas y ella me cuidó con mucho amor. Recordaba las palabras que se dicen en las bodas «en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe». Tenían sentido, mucho sentido, y es que el verdadero Amor no es el flechazo inicial, es el día a día, el cariño, la fidelidad, los sufrimientos compartidos… tantas cosas que hoy en día no se valoran, y así vamos.
En este tiempo perdí el contacto con mis antiguos amigos de la «política». La verdad es que no quería ni siquiera recordarlo, quizás en parte porque temía enfrentarme a mis fracasos en este campo, quizás porque necesitaba alejarme y encontrarme a mi mismo para poder entenderlo mejor. Eso si, seguí leyendo a Félix. Me encantó «La democracia y el triunfo del Estado», una obra cumbre del pensamiento que podía significar el principio de algo nuevo y sobre todo «Tiempo, historia y sublimidad en el Románico», tan cargado de emotividad y tan rupturista con la visión tradicional del cristianismo hispano. Poco después Félix dio una charla sobre el tema en Alcalá la Real y allí fui con mi hermano. Precisamente había trabajado en Alcalá la Real dos años antes y allí conocí una profesora muy maja que había leído a Félix. Recuerdo que escuché en la sala de profesores algo sobre «las masacres que hicieron los liberales con la Milicia Nacional», me quedé estupefacto por la coincidencia, era una mujer combativa y «echada p’alante» que vivía en una pequeña granja con sus hijos y su compañero, quien se dedicaba con pericia a su huerta ecológica. Su obsesión era la maternidad, que me contaba, había sido destruida por el feminismo de Estado, igual que la convivencia hombre-mujer. Conocí a dos chicos, partidarios de la «teología de la liberación» y del movimiento de liberación kurdo, me cayeron muy bien y nos escribimos un tiempo, verdaderamente algo estaba cambiando.
Por aquel entonces, con gran estruendo mediático, nació el 15M. Estuve tentado de participar en él, pero sabía que me iba a encontrar con todos los políticos oportunistas que se suman a estas cosas y la verdad, no me apetecía perder el tiempo y llevarme otra decepción. Por supuesto sabía que este movimiento retransmitido las 24 horas, igual que sus predecesores, las «primaveras árabes» y las «revoluciones de colores» eran creaciones de los Estados nada espontáneas con dos intenciones: encauzar el descontento de la crisis y lo más importante, crear una nueva generación de políticos para regenerar el podrido aparato actual. Eso si, había personas normales que participaban y que veían en ello una posibilidad de cambio real, yo mismo habría estado allí si hubiera sido hace diez años. Con el tiempo, cuando el movimiento degeneró, un sector disidente dio impulso a las ideas que Félix reclamaba desde hace tiempo. Decidió participar en las asambleas y su apuesta valiente le valió que mucha gente joven se hiciera eco de sus propuestas. No sólo eso, el inmenso trabajo desarrollado durante estos años, le ha permitido lo que parecía imposible, integrar a un grupo de personas de diferentes ámbitos y procedencias en un proyecto revolucionario. Todo ello sin recurrir en ningún momento a los medios de comunicación de masas. No en vano recuerdo que le comenté una vez «Pareces San Pablo» a lo que respondió «Lo más interesante de Pablo de Tarso es que vivía de su propio trabajo. Se dedicaba a hacer tiendas».
En tanto, en casa, animé a mi compañera a enseñar Francés, pues estaba muy capacitada para los idiomas. Como nunca había sido profesora, le costó empezar, pero al fin, encontró trabajo en una academia con la que ganaba un pequeño sueldo. La nueva experiencia le vino muy bien, llevaba tiempo sin trabajar e iba perdiendo las esperanzas y las fuerzas.
Sin embargo cada vez chocábamos más, nuestra relación era difícil y cualquier pequeña tontería se convertía en una agria polémica. Era evidente que no daba más de sí pero ninguno de los dos teníamos la capacidad de tomar la decisión de romper. A veces lo dejábamos un tiempo, pero en cuanto la cosa mejoraba, volvíamos de nuevo. Otras veces incluso se escapaba alguna torta, cosa que ya resultaba insoportable. Yo me refugiaba en mi huerta, y Fátima en su trabajo. Encontré trabajo en una empresa de telefonía, fue bien al principio, pero cuando me dí cuenta de que lo que allí primaba eran las estadísticas y no el hacer bien el trabajo, me empecé a desesperar. La prepotencia de la jefa era terrible y lo único que podía hacer era tragar.
De repente un día que fui a la huerta, mientras cogía los huevos de las gallinas empecé a notar picores que se hicieron cada vez peores. Me bañaba una y otra vez, tres veces al día, pero no desaparecían y me costaba mucho dormir. El médico me mandó pastillas que no hacían ningún efecto, entonces me diagnosticaron sarna. El tratamiento para mi desgracia no funcionó así que leí que en esos casos había que fumigarlo todo. Volvimos a pelear, pero finalmente lo hice. Yo estaba obsesionado y la pobre Fátima estaba harta del olor a insecticida mientras que en el trabajo tenía que rascarme constantemente. Desee morir, como nunca antes. Entonces llamaron a Fátima para trabajar a Barcelona, era la oportunidad que buscábamos, si no nos separábamos aquello acabaría trágicamente para los dos.
La ayudé, fuí con ella y encontramos piso compartido, era la posibilidad de una nueva vida, lejos de todo esto. Mi compañera era ahora mi amiga, pero lo será siempre, más allá de ser o no mi pareja, yo la querré siempre con toda mi alma.
Dejé el trabajo y me dediqué, ya con calma a buscar solución a mi enfermedad. Acabé aceptándola, casi como un regalo que nos permitía a ambos comenzar de nuevo. Dediqué mis días a pasear, lavar, ir a médicos y rezar. Releía a Aben Arabi, el maestro del Amor, el místico murciano del siglo XIII que precisamente en Almería recibió la llamada divina «Aconseja a mis servidores» que le llevó a recorrer todo el mundo árabe. Conseguí recuperar mi estabilidad emocional, visité un curandero que me dio una solución, me dijo «¿Ves a los gitanillos en las calles? ¿a que no se lavan apenas y están sanos?». Y seguí su consejo, me duché una vez por semana, mejorándome mucho, luego investigando en internet descubrí una medicina que se usaba en otros países, pero no en España. Se lo conté mi médico, le dí los estudios y los informes con las dosis y el tratamiento y le convencí para que me recetara el preparado. Aquello fue la clave del asunto. Entendí aquello de la cruz de Cristo, todos llevamos nuestra propia cruz y hemos de aceptarla, nos hace más humildes y mejores personas, cuando la aceptamos, entonces llegan las respuestas.
En tanto, recibí un mensaje de Félix, se celebraba un encuentro de reflexión sobre «Revolución Integral» y me invitaba a ir. Era lo que estaba esperando, la llamada…