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  • Autor de la entrada:José F.E. Maenza

Dado que alrededor del movimiento por la RI (Revolución integral) existe cierto debate en torno a los asuntos estratégicos, he querido aportar unas breves reflexiones al respecto.

Como es natural, en todo colectivo, organización o corriente surgen este tipo de discusiones, pues resulta perentorio dilucidar cómo se va actuar, hacia qué dirección, qué pasos dar y gestionar los recursos disponibles de la mejor manera posible. Más si cabe cuando la RI se encuentra en su fase embrionaria.

Por esta misma razón natalicia, los debates estratégicos son cruciales, ya que las fuerzas son siempre escasas al comienzo; así como hay que ser muy inteligentes y eficientes a la hora de priorizar tales fuerzas, eligiendo adecuadamente su optimización con miras a ir multiplicándolas.

Así que voy a procurar ser asimismo eficiente con este texto; es decir, ir al grano.

La clave de la expansión de un movimiento antropológicamente transformador como la RI reside en la virtud; esto es, en el ser y el actuar en base al bien. Reside en personificar el esfuerzo, sacrificio y servicio desinteresados; en personificar los valores e ideales trascendentes que se defienden.

No es que la palabra no sea necesaria, sino que nuestras acciones son la mejor publicidad. Si se pretende cambiar el mundo, junto a los iguales, hay que cambiar primero uno mismo, y luego demostrar con el ejemplo que nuestra cosmovisión fraternal es materializable, que no es mero discurso.

Resulta inútil e, incluso, inmoral pretender transformar el mundo y llegar a la gente común hablando sobre la virtud, el desinterés, el amor, el comunal, la asamblea, etc. y no llevarlo a la práctica. Es un contrasentido; o una hipocresía contraproducente. Es lo que solían hacer los denominados “sofistas”; y hoy día casi todo el mundo: políticos, expertos, profesores, eruditos, curas, gurús, activistas, youtuberos, etc.

Es una funesta utopía (por no utilizar otros términos) hablar sin actuar; mientras que lo contrario es virtuoso. Es el admirable amor en actos del cristianismo verdadero, puesto que las palabras (y las ideas) se las lleva el viento.[1]

La revolución, entendida como una movilización personal y un esfuerzo desinteresado permanentes por el bien, es una elección trascendente del sujeto, quien decide autoconstruirse y ser por sí, con el propósito de trabajar y sacrificarse en el día a día en pro del bien común; no sólo por el bien individual y el “de los míos”, pues entonces nos limitaríamos al interés particular estato-burgués.[2]

Depende de nuestra propia voluntad el comprometernos con la virtud y la revolución. Todos los días, en cada momento, elegimos cómo queremos actuar, ser y pensar; lo mismo que podemos elegir desentendernos y dejarnos llevar inconscientemente. Pero, en última instancia, lo queramos o no, somos responsables de nuestras acciones e inacciones. Así que no podemos culpar a los demás ni al azar, no podemos excusarnos en lo exterior ni autoengañarnos.

Dicha revolución interior requiere de un proceso transformador personal complejo. O sea, un permanente proceso de automejora en base a la ética y cosmovisión que individualmente elijamos. Durante este proceso personal puede ser de utilidad tener algunos ejemplos y referentes más o menos cercanos, incluso compartir codo con codo ese proceso autoconstructivo, pero de nada servirán los mecanismos publicitarios, divulgadores, instructivos, adoctrinadores y propagandísticos. Más bien al contrario, pues tal proceso debe nacer y desarrollarse con arreglo a la libre voluntad del sujeto, de su libertad interior y de conciencia, de su mismidad.[3]

De tal manera que debemos tener paciencia porque los procesos de transformación personal son arduos, complejos y prolongados. Porque no todo depende de la “conciencia”, ni mucho menos. Esa postura es idealista, racionalista e intelectualista. Sin una ética/moral que escojamos libremente y nos esforcemos diariamente por cumplir, en un sempiterno proceso autoconstructivo, la conciencia no sirve de nada.

Por tanto, se deben olvidar las ilusiones y fantasías que pregonan un “despertar de la conciencia”, dado que igual de necesario son el esfuerzo, la voluntad, la humildad, la valentía y el sacrificio para emprender el largo camino de la virtud; más aún, de la virtud revolucionaria.[4]

Para lo cual, como previamente se dijo, una de las claves es la paciencia con uno mismo y, sobre todo, con los demás. Hay que ser realistas y comprender la profundidad de las transformaciones necesarias. Debemos respetar tales procesos, a la vez que exhortarlos mediante nuestro propio ejemplo.

Además, la suma de varios sujetos con vidas y metas virtuosas RI (por qué no cientos, miles o millones) supone que la revolución se convierta en social, en un proceso histórico de transformación. Por lo que el nivel de complejidad aumenta exponencialmente. Tanto que, como se puede comprobar por medio del estudio de la historia,[5] las verdaderas revoluciones se prolongan en el tiempo de manera considerable. Así pues, una vez más, necesitamos armarnos de paciencia y trabajar en lo esencial; priorizar nuestras fuerzas.

Nuestra apuesta es por la calidad, no la cantidad. La calidad del sujeto es el fundamento de la virtud, de la revolución.

Resulta fútil llegar a mucha gente si el mensaje lo reciben distorsionado o empobrecido; si no tiene credibilidad el mensajero; si éste razona muy bien pero luego actúa de forma distinta; si triunfa en retórica, pero es muy deficiente respecto a su virtud personal o social; si nuestra vía principal para impulsar la revolución es mediante la palabra o la razón; si se olvida que la esencia de la virtud es fáctica y práctica, lo mismo que, por ende, la esencia de la revolución.

Tampoco sirve, ni es suficiente, el hablar o escribir sobre formas comunales, asamblearias, milicianas, horizontales, etc. del pasado, y mucho menos perorar sobre posibles futuros más o menos utópicos que ninguno de nosotros viviremos. Lo correcto es hacer la revolución aquí y ahora, empezando por uno mismo, y con los pocos que seamos. Debemos probar que es posible en nuestras circunstancias, las del siglo XXI; porque son tan buenas y tan malas como cualquier otra época histórica a la hora de ser virtuosos y revolucionarios.

Quienes afirman que no viven conforme a la virtud y la revolución porque “no es el momento adecuado”, es debido a que se excusan en las circunstancias externas. Culpan a los demás o la mala fortuna antes que reconocer que ellos mismos no quieren esforzarse y sacrificarse por aquello en lo que creen, o dicen creer.

Si uno está solo, debe esforzarse constantemente hasta no estarlo, a la vez que autoconstruirse. Y, cuando no lo esté, esforzarse constantemente hasta lograr materializar la cosmovisión RI. En caso de vivir una época personal que le impida afrontar esta labor, debe aceptarlo y procastinarlo (con miras a recuperarlo cuando esté listo), pero nunca autoengañarse. Pues, de este modo, gracias al autoengaño, estará aún más lejos de la virtud/revolución. Porque, cuando aspire a mejorarse a sí mismo y/o sus circunstancias, tendrá que superar sus incapacidades personales inherentes, sumado a las carencias mentales y espirituales producidas por el propio autoengaño.

Cierto es que unos periodos históricos son más favorables que otros para establecer determinadas estructuras sociales (revolucionarias), pero la dificultad de crearlas y mantenerlas siempre será la misma. La complejidad y limitaciones intrínsecas del ser humano obligan a ello.

Dependiendo de la etapa histórica, y del desarrollo de los propios revolucionarios (las gentes populares virtuosas y con una propuesta transformadora), éstos han sido: 1) ignorados, silenciados y despreciados a raíz de su insignificancia; 2) perseguidos, reprimidos, torturados, asesinados, etc., ya que el Estado de turno los empieza a considerar una amenaza real; 3) engañados, forzados, manipulados y comprados cuan mercenarios para que renieguen de la revolución y se conviertan en lacayos del ente estatal; 4) atacados militarmente por el Estado (alguno concreto o varios Estados a la vez), pues los revolucionarios han conseguido establecer su soberanía en algún territorio. Nunca, en la historia conocida, la revolución ha vivido un “momento adecuado”; ni lo vivirá.

Ahora bien, inversamente, elijo pensar que todos los momentos son los adecuados. Y que, cuanto más difíciles son las circunstancias externas, mayor es la virtud que precisamos desarrollar. Ergo vivimos en el mejor momento para la virtud; en el mejor momento para su más trascendente expresión, la revolución.[6]

Aparte de quienes sostienen que “no es el momento adecuado”, algunos también arguyen que “debemos ser más” (ambas ideas similares); hecho que se plasma en una fijación por la divulgación y difusión propagandística.

Ésta es otra forma de excusarse en las circunstancias externas y no hacer nada, pues aquéllos prefieren seguir centrándose en sus asuntos propios, al tiempo que anhelan que surja más gente para compensar su dejadez; para ellos no tener que dar la cara, arriesgarse, autoconstruirse, luchar y trabajar por la revolución; para seguir autoengañándose y no hacer lo que deben.

Sin menoscabo de lo anterior, y a riesgo de parecer que incurro en contradicción, nadie puede negar que sean necesarios los mensajes, debates, charlas, audios, vídeos, artículos, libros, etc. Resulta imperativo hacer llegar a todo el mundo nuestra cosmovisión y propuesta transformadora, a la par que autoconstruirnos de forma integral; esto es, también comunicativamente.

Pero la difusión y comunicación revolucionaria no sirve de nada si no va acompañada de la materialización de esa cosmovisión-propuesta, tanto a nivel individual como colectivo. Es más, se alcanzan mayores logros con las acciones que con las palabras. Como dice el refrán popular: “una acción vale más que mil palabras”.

Si hacemos el esfuerzo de aprender de nuestros antepasados, veremos que lo popular se definió por un rechazo de la palabrería, la propaganda, la charlatanería, la pedantería, la hipocresía, la demagogia, la erudición, etc.

Las dos principales revoluciones acontecidas en la Península ibérica, la de los Celtíberos y la de los Bagaudas (que luego daría lugar, junto al cristianismo revolucionario, a la gran Revolución altomedieval), rechazaron la cultura escrita por esta razón; pues en tal cultura erudita se veneraban las palabras, en lugar de las acciones; se usaban las más preciosas palabras para justificar las mayores injusticias y cometer los más atroces crímenes.

De hecho, las gentes populares ibéricas, hasta nuestros días, no es que se definieran por su oratoria ni retórica, por su “cultura oral”, sino por sus acciones y formas de vida, por su moral y virtud. De ahí que rechazaran con tanta firmeza los discursos, orales u escritos, sobre la virtud, el amor, la igualdad y el resto de demagogias de Aristóteles, Cicerón, San Agustín, etc.[7]

Así mismo, eran muy conscientes de que la libertad es acción, se conquista y ejerce; no un derecho, una idea ni algo que se otorga o concede. La libertad, individual y colectiva, es acción, movilización, esfuerzo, virtud y combate permanentes. Según lo mejor de la cultura peninsular y occidental, el sujeto debe hacer valer su libertad en base a la virtud; libertad para hacer el bien. Algo que se logra con el trabajo, voluntad y sacrificio diarios; no con las palabras, las ideas ni las teorías.

Como bien expuso Musonio Rufo: conocer la teoría nos lleva a ser capaces de hablar, pero la costumbre (ética o moral) nos lleva a ser capaces de obrar.

Por consiguiente, quien pretenda ser revolucionario, ante todo, ha de vivir y comportarse como tal, según su cosmovisión revolucionaria. No predicar sobre la teoría, sino obrar como tal.

En la actualidad se ha dado un paso más en la degradación, ya que acontecemos a la desaparición de la cultura escrita-erudita y a la explosión de la cultura “audiovisual”.[8] Esta neocultura, más bien, infracultura, se basa en un consumo masivo e indiscriminado de contenidos basura por unas masas pasivas e hiperaculturadas-destruidas. El contenido producido, valorado y consumido es cada vez más superficial, reduccionista, pueril y vil.

El resultado son seres nada, indolentes, sumisos, incapaces, enfermos, infantiloides y amargados, que solo saben hablar (aunque ni siquiera esto lo hacen bien) con el propósito de criticar y hacer daño, en lugar de esforzarse y aportar algo.

Lo peor de estas actitudes es cuando recriminan a quien lo intenta y trabaja con honestidad, mientras ellos mismos no hacen nada; lo que es doblemente malvado. Por desgracia, desconocen el principio ético de “exigirse más a uno mismo que a los demás”.

En el extremo opuesto se encuentran la virtud, la épica, la moral y los grandes ideales, como los de nuestros antepasados, que son los que mueven al ser humano a la acción revolucionaria.

Con que debemos tener presente la centralidad de la libertad, el amor, la moral, la virtud y la revolución como acción. No obstante, gracias a la perspectiva histórica que disfrutamos, a diferencia de nuestros ancestros, somos capaces de valorar que la cultura escrita posee ciertas ventajas, por lo que hemos de aprovecharla. Pero nunca podemos olvidar que tal cultura jugará un papel accesorio dentro de la cultura popular, puesto que ésta se basa en los hechos, en la ética.

Lo popular se fundamenta en la consuetud (ethos/costumbre), en el comportamiento diario de los iguales, los sin poder, del sujeto concreto; quien desde sí mismo decide su actuar, con libertad y virtud. Por contra, el Estado se basa en la legislación, en los escritos, en la teoría, en los discursos, en las palabras, en la demagogia, etc.

De manera que, en cuanto a la revolución, la difusión/comunicación se encuentra al mismo nivel que las reivindicaciones y luchas parciales,[9] que son importantes, si bien, en última instancia, son labores secundarias y no deben hacernos olvidar nuestras prioridades. El foco de nuestro esfuerzo debe concentrarse en la materialización de la revolución; tanto en sentido individual como colectivo. Y para ello, repito, requerimos, entre otras virtudes, de la paciencia, la templanza y la perseverancia.

Tampoco es aceptable cierto pragmatismo que pospone la verdadera revolución “para más tarde”. Su postura es que, primero, hay que centrarse en lo “hacedero” (difusión, “despertar conciencias”, crear asociaciones, hacer cursos y talleres más o menos “prácticos”, desarrollar proyectos rurales o afines, llevar a cabo luchas parciales, etc.); mientras que la realización y plasmación en los hechos de la cosmovisión RI se deja “para más adelante”, para un futuro indeterminado.

En consecuencia, al rebajar las metas revolucionarias, al relegar los grandes ideales, al hablar de teóricos “periodos de transición”, al procrastinar la verdadera revolución indefinidamente, al no centrarse en lo relevante y trascendente, la revolución queda descafeinada y castrada; se reduce a mero pasatiempo de fin de semana, a lo sumo.

Al igual que el resto de erradas posturas antecitadas, se excusa en las circunstancias externas para desentenderse de lo importante: la acción y los hechos, la materialización de la virtud y la revolución.

Cuando existe un contexto social tan adverso como el hodierno para la revolución, con una estatización mastodóntica, al principio las minorías revolucionarias serán muy minoritarias. Empero, este hecho exige que se desarrolle al máximo la virtud personal, a la vez que los planteamientos, organizaciones, colectivos y formas comunales sean óptimas. Exige que la cosmovisión RI se materialice en el sujeto y en la colectividad todo lo posible, día tras día, cada vez más.[10]

Por tanto, no se puede hablar, teorizar y predicar sobre un modelo social revolucionario, al menos honesta y vehementemente, si no somos capaces de vivir en familia, en fraternidades, en comunidades, en cooperativas, en todo tipo de estructuras convivenciales basadas en la cosmovisión RI.

Es más, tampoco sirve de nada crear asociaciones y organizaciones supralocales si al mismo tiempo no se materializa nuestra cosmovisión en el individuo y a nivel local. Tales colectivos supralocales no funcionarán, al menos conforme a la cosmovisión virtuosa y horizontal deseada, como tampoco beneficiarán a unas personas incapaces de estar y participar adecuadamente.

Aunque si es llevado a cabo del modo correcto, dentro de su complejidad dialéctica, esa simbiosis puede ser magnífica, ya que la revolución social avanza al tiempo que se autoconstruye el sujeto en su integralidad: desde lo pequeño a lo grande, desde lo cotidiano hasta lo trascendente, desde lo material hasta lo inmaterial, desde lo personal hasta lo comunal, desde lo local hasta lo poblacional, desde la crianza y el cuidado mutuos hasta lo estratégico, etc.

Así pues, el quid de la revolución no reside en vencer en los debates, ganar la “opinión pública”, llegar a más gente, “adoctrinar” a las masas, pergeñar teorías, desarrollar normas y estatutos, constituir asociaciones, elucubrar procesos de “transición”, etc., sino en mostrar a nuestros semejantes que otro mundo es posible a través de nuestras propias vidas, porque nosotros somos el vivo ejemplo.

De esta manera nuestros iguales se sumarán a la revolución porque son como nosotros: ellos pueden porque nosotros podemos.[11]

Empero, como decía al inicio, estamos en una fase embrionaria, y debemos seguir trabajando en nosotros mismos para ser capaces de materializar la cosmovisión RI. Yo el primero, pues quienes me conocen son casi tan conscientes como yo de mis numerosas carencias.

Si bien el único camino para la virtud es mediante el sincero reconocimiento de la verdad (la propia interna de uno mismo y la externa), así como esforzarnos en el día a día por actuar correctamente, a fin de ir mejorando objetivamente.

Los obstáculos, penas, errores, sufrimientos y fracasos son parte del camino, totalmente imprescindibles y positivos. Nos fuerzan a rectificar, ser humildes, sacrificados y compasivos, a fortalecernos, superarnos, ser virtuosos y avanzar por la senda del bien.

En particular, ahora mismo se trata de autoconstruirnos como sujetos virtuosos/revolucionarios, así como ir conformando estructuras convivenciales, asamblearias y comunales, que asimismo plasmen nuestra cosmovisión RI. Se trata de materializar la RI. No hay nada en el mundo más urgente que esto.

Dentro y a partir de tal cosmovisión, pueden erigirse gran variedad y pluralidad de formas comunitarias. Aquí entra en juego el verdadero poder de la libertad, que nos permite, casi ilimitadamente, crear lo nuevo en base al esfuerzo y la virtud; procurando mejorar intento tras intento, hasta ir logrando ciertos éxitos parciales que nos permitan seguir avanzando.

El sendero hacia la virtud, y hacia su más excelsa expresión, la revolución, es el más difícil que existe; pues se busca la plenitud integral del ser humano, personal y social. Además de ser infinito, dado que nunca alcanzaremos la perfección en ningún sentido.

Pero una vez nos damos cuenta de su enorme trascendencia y grandeza, de que significa la realización de nuestra esencia concreta humana, sólo podemos ser honestos con nosotros mismos y trabajar en su materialización.

José F. E. Maenza

[1] Nuestros actos, comportamientos y maneras de vivir muestran quienes somos, muy diferente de cómo nos autopercibimos. Por lo general, todos pensamos que somos buenas personas; pero la realidad demuestra que la mayoría no lo somos, muestra que somos egoístas, individualistas, hedonistas, consumistas, ignorantes, cobardes, sumisos, etc. Igual que muchas sociedades, con sus lacayos divulgadores y propagandistas, se dicen igualitarias, democráticas, justas, etc. (los más poderosos y genocidas imperios-estados se han publicitado como los más civilizados y filántropos). Ergo no debemos fiarnos de las palabras, los pensamientos ni de los discursos vacíos, como tampoco de los propios autoengaños, sino analizar y autoanalizarnos según los hechos.

[2] Uno de los grandes retos de la persona revolucionaria (de hecho, debería serlo de cualquier persona como tal) es hallar un equilibrio entre la lucha por: 1) el bien personal; 2) el familiar-local; y 3) el social. Nunca existirá un equilibrio perfecto, ni existen recetas sencillas y menos aún infalibles, ni todos somos iguales para que nos podamos comparar unos con otros. Unas personas, por naturaleza, tenderán más hacia una o dos de las tres dimensiones que otras; si bien lo importante es que evitemos obsesionarnos con ninguna de ellas y por ello descuidemos el resto (pues causaría afecciones y patologías), y que reconozcamos el valor de estas tres dimensiones existenciales humanas. Así como hemos de buscar complementarnos con el prójimo (nuestros dones innatos son diferentes), con el propósito de ayudarnos mutuamente y crecer juntos conforme a la virtud.

[3] La centralidad de los actos en lugar de las palabras, discursos, ideas, consignas, construcciones teóricas, ideologías, etc. nos fuerza a concentrar nuestra atención en la persona concreta, en el obrar del sujeto común y en sus capacidades. Tampoco las estructuras sociales, organizaciones o instituciones de cualquier tipo, ni siquiera las horizontales y revolucionarias, son lo fundamental. Lo importante es nuestra labor y comportamiento diarios, el esfuerzo por vivir conforme a nuestros valores y cosmovisión, no como quieran otros (las élites o cualquier “vanguardia” de turno) que vivamos. Lo esencial es el individuo.

[4] El proceso de autoconstrucción ha de ser integral, no sólo racionalista, idealista ni espiritualista. Los “revolucionarios” no llegaremos lejos sin el hábito y trabajo diarios, sin la voluntad, la fortaleza, la templanza, etc.; como tampoco sin la ética sodalicia, sin la determinación de minimizar el interés personal, sin amar al prójimo como a uno mismo, ni sin actuar con arreglo al bien. En todo caso, la conciencia se desarrolla paralelamente junto al esfuerzo integral de autoedificación, durante años. A su vez, el progreso es complejo y dialéctico; cuya evolución se basa en nuestra capacidad de mejora según los hechos. La autoconstrucción personal no es un proceso simple, ni lineal; más bien está lleno de baches y retrocesos, saltos y estancamientos; así como, en ocasiones, hay que dar un paso atrás (verbigracia, una crisis o cura de humildad) para dar tres hacia delante.

[5] La historia, su estudio, reflexión, amor, pasión y épica defensa, es fundamental. No es una rama del conocimiento o las artes como cualquier otra (matemáticas, biología, música, etc.). Más bien es una cuarta dimensión de la existencia humana, tras las tres mencionadas a priori en la nota 2. Las personas nos construimos a partir de una cultura y lengua determinadas, que poseen una evolución antropo-físico-temporal. Nos edificamos a partir de una sustancia existencial que nos trasmiten nuestros padres y seres queridos desde antes de nacer. Nuestros antepasados nos legan sus genes, pero también su cultura; nos legan sus vidas, que son nuestra historia.

[6] Por añadidura, gracias al legado de nuestros ancestros, disponemos de una gran cantidad de experiencias revolucionarias pretéritas, que pueden iluminar nuestro camino. Potencialmente, mucho más según vayamos avanzando nuestro conocimiento sobre la historia popular.

[7] Una de las ideas o lemas que mejor representa la Revolución altomedieval, y a las gentes populares de la Península desde siempre, es “manibus nostris”, presente en tantos manuscritos, vestigios e iglesias románicas concejiles medievales. Todos trabajamos y lo hacemos con “nuestras manos”. No se necesitan esclavos ni clases sociales cuando el trabajo productivo es universal. Luchamos con “nuestras manos”, sin delegar en una clase militar especializada. Nos hacemos cargo de la integralidad de nuestra existencia. Somos libres porque actuamos, vivimos y luchamos por la libertad, no porque hablamos sobre ella. Somos porque hacemos.

[8] Sólo en parte, la pretérita cultura de los Pueblos ibéricos fue oral, puesto que la lengua era el vehículo de transmisión de las tradiciones, conocimientos, historia, costumbres, etc. Pero su foco eran los hechos y la moral (el actuar), la materialización de la existencia según su propia cosmovisión. Un ejemplo de ello es la magnífica revolución técnica y tecnológica que llevaron a cabo durante la Alta y Central Edad Media. Aquellos antepasados nuestros eran cultura viva porque eran por sí mismos, actuaban desde sí, creativamente (nunca un cuento, poema o canción se transmitía de forma idéntica, evolucionaba según las personas y la comunidad). Ahora nada de eso existe, toda la “cultura” viene desde arriba (sistema académico estatal, industria del espectáculo capitalista, expertos, gurús y artistas mercenarios del poder, etc.), así como es pura repetición de simplificaciones infantiloides, abyectas y estupidizantes. Las tecnologías de la información, como Internet y los teléfonos móviles, principalmente han servido para idiotizar aún más a la población, para aculturales definitivamente y alcanzar niveles de manipulación psicológica inauditos. Para crear puros consumidores pasivos e inertes de “información”, estímulos, ideologías, reduccionismos, religiones políticas, porquerías, mentiras, vilezas, etc. Pero la cultura es justo lo contrario: es acción y creación, en tanto que generación autónoma e intrínseca, individual y colectiva.

[9] Este tipo de luchas coyunturales normalmente están relacionadas con problemas económicos, políticos, sociales y materiales, que son relevantes hasta cierto punto; pero no suelen tratar las problemáticas de fondo, ni abordan éstas desde una perspectiva estratégica a largo plazo, como tampoco atienden a cuestiones existenciales, morales ni trascendentes. Sin embargo, han de aprovecharse cuando surjan o impulsarlas nosotros mismos en los momentos oportunos (como la recuperación del comunal), aunque siendo conscientes de sus limitaciones.

[10] El contexto actual es análogo al que se daba en la sociedad romana de los primeros siglos de nuestra era, con un Estado-Estados imperialista y militarista hiperpoderoso; no obstante, el cristianismo logró ciertos éxitos parciales, y debemos aprender de aquella experiencia histórica. Para un escueto análisis, véase Una reflexión estratégica a partir del libro de K. Kautsky sobre el cristianismo; aquí:

(https://josefranciscoescribanomaenza.wordpress.com/2024/03/24/una-reflexion-estrategica-a-partir-del-libro-de-k-kautsky-sobre-el-cristianismo).

[11] Así mismo, las circunstancias sociales y económicas irán empeorando, así como favorecerán el descredito estatal al tiempo que la búsqueda de formas de vida cualitativamente superiores, o, simplemente, humanas. Este declive, caotización o “colapso” progresivo del Estado y sus lacayos propiciará la aproximación de más personas a la RI, igual que a otras corrientes similares que puedan surgir. Pero no aprovecharemos la nueva coyuntura si única, o principalmente, nuestras propuestas se quedan en meras ideas, teorías y palabras; alejándonos cada vez más de la realidad.

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