• Categoría de la entrada:Artículos
  • Autor de la entrada:Sílvia Tomàs Gálvez

 

Habitaba, todavía dentro de mi, la niña que he sido, la niña que cuando se cansa dice basta y no sube la montaña. Habitaba dentro  de mi en un lugar cómodo donde refugiarse de la responsabilidad. Habitaba en mi la pereza de cuidarme. Parir para transitar la propia sombra y llegar a la luz. Abrirse para dejar paso, dejar paso a mi hija y dejar paso a la mujer que deja atrás a la niña  que fue y coge las riendas.

Gracias, Abril, por llegar en este momento perfecto para darme a luz.

Gracias, Edu, por ser compañero, amigo, pareja, amante y padre,  por la confianza y el amor, sin ti nada hubiera sido lo mismo,  amor de mi vida que me enseñaste a querer.

Gracias, Amina, por ser mi doula y mujer medicina, por abrir  camino y esclarecer las sombras y los miedos, por acompañar mi embarazo y predecir un parto amoroso en casa.

Y gracias, Laura, partera y guerrera, por darme confianza, seguridad, entereza, tierra y verdad para parir. Gracias por acompañar mi parto en el último momento.

Aquí el relato de uno de los momentos más importantes de mi vida, en pleno confinamiento, en Marzo del 2020. Afuera de mi casa, la oscuridad y de puertas para dentro, la luz de la vida rodeada de amor.

Habíamos pensado y decidido parir en el hospital de Martorell, en la sala de partos naturales y respetados. Digo “pensado” porque en el fondo, tanto Edu como yo, sentíamos que el mejor espacio era nuestra casa. No obstante, fruto de la presión social, los miedos propios, familiares y heredados, decidimos ir al hospital.

Aunque ya en las primeras visitas concluimos que el hospital era para enfermos (y yo no estaba enferma, estaba felizmente  embarazada y sana), proseguimos con las visitas previstas.

De golpe, en la semana 39 de embarazo, empieza el estado de alarma por el virus COVID-19 y en los hospitales empiezan nuevos protocolos, la gente confinada y un ambiente de alarmismo y miedo que yo no quiero para mi parto. Ciertamente me invade la incertidumbre. ¿Qué está pasando? ¿Es tan grave como para crear este estado de pánico entre la población? Es un virus más mortal que otros? ¿Más mortal que el cáncer, que los suicidios, que los accidentes? A todo esto, ¿dónde voy a parir?, ¿con quien?, ¿cómo  me va afectar este contexto?, ¿tengo que estar pensando en todo esto ahora? Creo que no me toca esclarecer la situación, ni elaborar una reflexión. Me toca pensar en la pequeña que llevo dentro, en mi y en nuestro parto.

Hablo con Amina (la doula que nos ha estado acompañando durante todo el embarazo) sobre la situación en los hospitales, sobre el parto, sobre mis miedos, sobre la realidad… En ese momento empiezo a verlo todo claro: tengo que seguir mi intuición y mis deseos de parir en casa, en un ambiente familiar, tranquilo, conocido, protegido de la paranoia y la contaminación mediática.  De golpe, la presión social, familiar y económica de parir en casa ya no me pesan y empezamos la aventura de buscar partera ¡a dos días del parto! Por suerte Amina tiene total confianza en que la encontraremos.

Llamé a unas cinco parteras y todas ellas me decían que ya estaban comprometidas con otros partos o que no veían claro asistirme en casa con tan poca antelación… Empezaba a sentir que nadie entendía mi decisión de última hora movida por la intuición mamífera y la situación de excepcionalidad que vivíamos y sentí  que sólo me quedaba invocar a Consuelo Ruiz, valiente, luchadora y sabia partera que ya no está y que nos ha dejado un legado importantísimo a todas las mujeres y parteras del mundo. Un  ejemplo de honestidad, solidaridad, vitalidad y coherencia. Necesitábamos a alguien como ella, comprometida con la causa y no sólo a alguien con un oficio. Y de repente Amina encuentra el contacto esperado, una valiente que se ofrece a venir desde Zaragoza(¡y maña como su padre!). Solo con oírle la voz e intercambiar cuatro palabras, siento su energía y digo que sí:  ella es mi Consuelo Ruiz, Laura Sola.

En nuestra primera llamada telefónica decidimos realizar juntas esta aventura… y PAM! Rompo la bolsa! Un chorrito de líquido caliente entre mis piernas me hace esbozar una sonrisa… nos ponemos a reír las dos: Abril sabe cuándo y cómo quiere llegar, estaba claro. Ya teníamos partera y el parto sería en nuestro hogar, a la vera del fuego. Al día siguiente empiezan las contracciones y el viaje más importante de mi vida. Duro y clarificador. Intenso y amoroso. Placentero y doloroso. Profundo y desgarrador.

El día 16 de marzo del 2020 empezamos el trabajo de parto con  mucha ganas y alegría . Cada contracción siento estar más cerca de la pequeña que ha crecido dentro de mi. Gozo el inicio de las contracciones, olas de sensaciones que nunca antes había experimentado, que subían y bajaban con una intensidad incontrolable. Únicamente hacia falta dejarse llevar. De 18.30h a 22h las contracciones eran potentes, incluso agradables y casi placenteras. Me gustaba sentir que el parto avanzaba y que pronto vería la carita de mi hija.

A las 21h llega la doula, Amina, desde Teruel. Cenamos y las contracciones seguían su danza. Me siento muy arropada y sostenida por las miradas, gestos y palabras de Amina y Edu. A partir de las 22h las contracciones se intensifican y ya necesito concentrarme y respirarlas profundamente. Mientras tanto Edu y Amina me van poniendo la bolsa de agua caliente en las lumbares. Hablo de horas y no de centímetros porque en ningún momento supe de cuanto estaba dilatada, lo que me evitó la angustia de estar al pendiente de cuantificar si faltaba poco o mucho o si era normal respecto a los parámetros generalizados. Tuve sólo un tacto vaginal y fue hacia  el final. Gracias a esa autonomía y a la confianza de todos los allí presentes en mi y en la fuerza de la mamífera que soy, sentí que la que paría era yo, sin delegar. Mi cuerpo sabe como parir y mi hija sabe como nacer. Nadie más sabe mejor que nosotras como gestionar nuestro parto.

A la una de la madrugada llega Laura, nuestra partera, y a partir de ahí las horas se me pierden, la razón desparece, sólo puedo sentir y dejarme llevar por el viaje de sombras y luces que es parir. A partir de aquí las palabras son pocas y los sonidos  muchos y variados, entre el canto y el grito, como a mi me gusta. Entre la danza y la fuerza de quien llama a la vida. De golpe me sorprenden los pujos. Las contracciones se convierten en olas que me invitan a empujar. Este fue el trabajo más largo, el cansancio me invadía y sentía que se me estaba haciendo eterno, que el  tiempo no avanzaba. Comencé a perder la confianza en mi y en mi intuición, pero la pequeña Abril sabía qué hacer para nacer y yo confiaba en ella y recordaba que me acompaña la fuerza de todas  las mujeres que han parido así para que nosotros estemos aquí (aunque yo nací por cesárea, dos generaciones antes todas las mujeres alumbraban en casa con total normalidad, y no era ninguna extravagancia porque se confiaba en la capacidad de las mujeres y en su naturaleza para llevar a cabo aquello para lo que hemos sido diseñadas).

Y allí estaba yo, empujando como si no hubiera un mañana, cansada, con las sombras invadiéndome. Pero Laura me inspiraba coraje para que siguiera adelante con seguridad, confianza y entereza. También Amina, a mi lado, me entregaba, incansable, todo el amor y  cuidados que se puedan imaginar. Y Edu, como siempre, con mucha  paz y suavidad, con una sonrisa y mucha confianza en nosotras, me miraba, me besaba, me sostenía, nos alimentaba y me ayudaba con  las posturas, me daba las manos para apretarlas… y Abril, tan sabia ella, haciendo todo lo hacia falta para descender hacia la vida, al otro lado de la piel. Ella y yo estuvimos conectadas todo el parto. Ella, mi guía.

Y me encontró el amanecer empujando, agotada. Después de tantas horas, Laura me hizo el primer y único tacto para ver que no hubiera nada impidiendo que avanzara el parto. Ve que tengo una arruga en el cuello del cérvix que impide que la pequeña acabe de bajar, la saca y seguimos. Abril baja y ya noto su cabeza entre  los labios vaginales. Que sensación tan única. Le toco la cabeza con las manos, ¡qué sorpresa, qué susto y qué ilusión! A veces la magia de la vida te desborda y te puedes llegar a asustar. Y estos últimos pujos fueron los más duros de todo el proceso. Sentía que me estaba partiendo en dos, desgarrando de arriba a bajo. Entonces me recuerdan que es en este punto, cuando piensas que ya no puedes más, cuando la criatura sale. Pero no salía y yo sentía que no podría abrirme más y que me estaba muriendo. Laura, partera, me mira seria y con amor me dice: “el dolor es subjetivo, no te estás partiendo, hay que seguir”. De golpe me viene a la cabeza un vela que me envió una madre desde Canarias junto con los pañales de tela. Un vela ritualizada consagrada a mi parto. La encendí y por dentro le dije a Abril: “tienes que salir ya, mamá no puede más,  tu sabes como, yo te sigo”. Más tarde los allí presentes me  dijeron que al verme hacer eso, se miraron y supieron al unísono que todo estaba a punto de concluir felizmente.

Me pongo de rodillas, tres pujos más y de golpe “plop”, sale la cabeza y “plopplopplop” sale todo el cuerpo. 17 de marzo a las 10.29am, Edu la coge por detrás y me la da… No se cómo describir este momento, no tengo palabras, sólo lloro y me emociono (aún me pasa al recordarlo). La miro, me mira, nos conocemos y hace un ruidito cálido y tierno, no llora, pero hace como un quejido  suave, es perfecta toda ella, el color, el olor, los ojos… toda entera. Me paso dos horas mirándola y se me hace corto.

Observamos que el cordón es corto y me incomoda. Esperamos a que deje de latir y Edu lo corta. Me pongo a cuatro patas con la pequeñita debajo y en 20 o 30 minutos saco la placenta. Este  órgano maravilloso ha cuidado y alimentado a mi hija durante nueve meses. Laura me hace un batido de frutas con un trozo de placenta  y me lo tomo, qué “chute” de energía más necesario. El resto de placenta la guardamos, pues al día siguiente vendría Meritxell (otra doula con conocimiento de medicina placentaria) a elaborar unas cápsulas para ayudarme durante la cuarentena, tanto a nivel físico como emocional y a estampar en una hoja este órgano que nos ha unido a madre e hija durante todos estos meses.

Una vez sale la placenta y me tomo el batido, seguimos mirándonos Abril, el papa y yo. Que momento más único y luminoso, mágico y trascendente. Estaba destrozada pero muy feliz, como  dicen: “jodida pero contenta”. Pasado un rato, Laura me hace una revisión y me confirma que no me he desgarrado, únicamente tengo el labio izquierdo exterior un poco lacerado (y yo que me pensaba que me había abierto de arriba a abajo). Después me ayudan a levantarme y me acompañan al lavabo a limpiarme, tengo la sensación de haber sido atropellada, apenas me puedo incorporar, siento la panza vacía, el diafragma bailando y la respiración dificultosa. La pequeña mientras tanto se queda con su padre, observándolo y ensimismándolo.

Llegamos al lavabo con mucho esfuerzo y Laura y Amina me ayudan a limpiarme en la ducha. Las tres no miramos y decimos: “quien iba a decir esto hace tres días! Jajajaja”. Emocionadas y felices.  Cuanto amor siento por dos personas que apenas conocía pero que sentí tan cercanas y hermanas.

Os debo tanto amigas, partera y doula, mujeres salvajes, sabias, verdaderas, amores puros, con confianza y consonancia con la vida… El aprendizaje que me habéis dado no tiene precio, pero seguro que tiene el regalo más preciado de la existencia: ser y ayudar a ser, andar conscientes y ayudar a transitar momentos.

Antes de marchar, Laura me hace un “fajado postparto”, una técnica extendida entre las parteras latinoamericanas, denominada Waltas’ka. Un masaje con aceites, plantas, tinturas y después un emplaste con arcilla verde, plantas y otros ingredientes que me puso en la matriz para ayudar a sostenerla y que vuelva a su  lugar. Un masaje que te recuerda la importancia de cuidarse a una misma para poder cuidar de la otra, tu criatura.

El parto es mágico, igual que la concepción y la creación de un  ser dentro de otro ser. Infinito hacia afuera e infinito hacia dentro. Y el postparto, otro viaje de confianza en la nueva vida que tienes entre los brazos, tierna y sutil. Lo mas valioso que he tenido nunca. Toda una aventura digna de contar en otro relato, un viaje de luces y sombras como el embarazo y el parto. Luces para caminar y sombras para reflexionar.

De nuevo, gracias infinitas a Abril, Edu, Amina y Laura. Y gracias a mi también por seguir la intuición y perder el miedo, por transitar de niña a madre. Como me dijo una buena amiga: “Benvinguda Abril i bentornada mare” (que viene a significar bienvenida hija, y bienvenida de nuevo, madre).

Sílvia Tomàs Gálvez

Junio 2020, Cabrera d’Anoia (Cataluña).

Deja una respuesta