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A 107 años del nacimiento de Simone Weil, mañana 3 de febrero… y estas entre sus reflexiones más jugosas que nos animan a seguir dándola a conocer a fondo: de su gran ensayo Opresión y libertad, de 1934.*

La parte de lo sobrenatural aquí abajo es secreta, silenciosa, casi invisible, infinitamente pequeña. Pero es decisiva. Proserpina no creía cambiar su destino al comer tan sólo una pepita de granada y, desde ese instante, para siempre, el otro mundo fue su patria y su reino.

simone weil

Esta operación decisiva de lo infinitamente pequeño es una paradoja que la inteligencia humana tiene dificultad en reconocer. Mediante esa paradoja se cumple la sabia persuasión de la cual habla Platón –esa persuasión mediante la cual la divina providencia lleva a la necesidad a orientar la mayor parte de las cosas hacia el bien.

La naturaleza, que es espejo de las verdades divinas, presenta por todos lados una imagen de la paradoja. De la misma forma los catalizadores…las bacterias. En relación con un cuerpo sólido, un punto es infinitamente pequeño. Sin embargo, en cada cuerpo, hay un punto que vence sobre la masa entera pues, si es sostenido, el cuerpo no cae: ése es el centro de gravedad.

Pero un punto sostenido no impide que una masa caiga a menos que ésta esté dispuesta simétricamente a su alrededor, o que la asimetría comporte ciertas proporciones. La levadura no hace que la pasta crezca a menos que se encuentre mezclada con ella. El catalizador no actúa sino al contacto de los elementos de la reacción. Igualmente existen condiciones materiales para la operación sobrenatural de lo divino presente aquí abajo en la forma de lo infinitamente pequeño.

La miseria de nuestra condición somete a la naturaleza humana a un peso moral que continuamente la tira hacia lo más bajo, hacia el mal, hacia la sumisión total a la fuerza. «Dios vio que los pensamientos del corazón del hombre tendían siempre, constantemente hacia el mal». Esta carga es lo que obliga al ser humano, por un lado, a perder la mitad de su alma, según antiguo proverbio, el día en que se convierte en esclavo; y, por otro lado, a gobernar, según el decir de Tucídides, doquier tenga el poder de hacerlo. La miseria, como la pesantez propiamente dicha, tiene sus leyes… Desde que se las estudia, ya no se sabría ser demasiado frío, demasiado lúcido, demasiado cínico. En este sentido, en esta medida, hay que ser materialista.

Pero un arquitecto estudia no solamente la caída de los cuerpos sino también las condiciones de equilibrio. El verdadero conocimiento de la mecánica social implica el conocimiento de las condiciones en las que la operación sobrenatural de una cantidad infinitamente pequeña de bien puro, puesta en el lugar conveniente, puede neutralizar la pesantez.

Aquéllos quienes niegan la realidad de lo sobrenatural se asemejan verdaderamente a los ciegos. La luz tampoco choca ni pesa. Pero por ella las plantas y los árboles trepan hacia el cielo a pesar de la pesantez. No se puede comer, pero las semillas y frutas que comemos no madurarían sin ella.

Igualmente, las virtudes puramente humanas no germinarían, fuera de la naturaleza animal del hombre, sin la luz sobrenatural de la gracia. Cuando el hombre da su espalda a esta luz, una lenta descomposición –progresiva pero infalible– lo somete finalmente todo entero, hasta el fondo de su alma, al imperio de la fuerza. En la medida en que ello le es posible a una criatura pensante, se convierte en materia. De la misma forma, una planta privada de luz es cambiada poco a poco en algo inerte.

Quienes creen que lo sobrenatural, por definición, opera de una forma arbitraria que escapa a todo estudio, lo desconocen tanto como quienes niegan su realidad. Los místicos auténticos, como San Juan de la Cruz, describen la operación de la gracia sobre el alma con una precisión de químico o geólogo. La influencia de lo sobrenatural sobre las sociedades humanas, aunque quizás aún más misteriosa, puede, sin duda, ser estudiada.

Si enfocamos de cerca, no solamente el medioevo cristiano sino todas las civilizaciones realmente creadoras, nos damos cuenta de que cada una, al menos durante un tiempo, ha tenido en su centro mismo un lugar vacío reservado a lo sobrenatural en su estado puro, a la realidad situada fuera de este mundo. Todo lo demás estaba orientado hacia ese vacío.

No existen dos métodos de arquitectura social. Nunca ha habido sino uno. Éste es eterno. Pero es siempre lo eterno lo que exige del espíritu humano un verdadero esfuerzo de invención. Consiste en disponer las fuerzas ciegas de la mecánica social alrededor del punto que sirve también de centro a las fuerzas ciegas de la mecánica celeste, es decir, «El Amor que mueve el Sol y las demás estrellas».

Ciertamente no es fácil concebirlo de una forma más precisa, ni realizarlo. Pero, en todo caso, para orientarse hacia él, la primera condición es pensar en él. No se trata de una de esas cosas que se pueden obtener de forma accidental. A lo mejor es algo que puede uno recibir al final de un largo y perseverante deseo.

La imitación del orden del mundo fue el gran pensamiento de la antigüedad prerromana. Sería también el gran pensamiento del cristianismo ya que el modelo perfecto propuesto a la imitación de cada hombre era el mismo ser de la Sabiduría ordenadora del universo. Este pensamiento, efectivamente, influyó de forma soterrada todo el medioevo.

Hoy, aturdidos después de varios siglos por el orgullo de la técnica, hemos olvidado que existe un orden divino del universo. Ignoramos que el trabajo, el arte, la ciencia, son tan sólo diferentes modos de entrar en contacto con ese orden.

Si la humillación de la desgracia nos despertara, si encontráramos esta gran verdad, podríamos borrar lo que constituye el gran escándalo del pensamiento moderno: la hostilidad entre ciencia y religión.

*[Publicado por Gallimard, 1954, Oppression et liberté, pp. 205-220, Fragmentos, Londres, 1943 ; pp. 81-96 de Profesión de fe (Antología en nuestro sitio www.institutosimoneweil.net Oppression et liberté)]

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Sylvia Ma. Valls

    CORRECCIÓN: ESCRITO POR SIMONE WEIL Y TRADUCIDO POR SYLVIA VALLS

  2. Ramon Fontal Reglero

    Me parece un gran libro. Ha sido un descubrimiento de este invierno.

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