La categoría decisiva es la de soberanía popular.
Significa que tiene que ser el pueblo quien gobierne, quien tome todas las decisiones. El pueblo es soberano sólo cuando se autogobierna. La Constitución de 1978, con el tortuoso e hipócrita lenguaje que la caracteriza, establece en su artículo 1 que son «los poderes del Estado» quienes detentan realmente el poder, los cuales pretendidamente «emanan» del pueblo.
Tal trabalenguas viene a significar que los poderes del Estado bajo el franquismo, que eran exactamente los mismos que los hoy existentes, también «emanan» del pueblo. Eso que entonces no era en absoluto cierto, pues el franquismo fue el Estado insurreccionado criminalmente contra el pueblo/pueblos, no lo es tampoco hoy, cuando se mantiene la división ente estatal/pueblo, siendo el Estado el mismo de entonces y el pueblo la gran masa gobernada, igual que entonces, igual en todo menos en las formas y las fórmulas.
La soberanía hoy no reside en el pueblo sino en el Estado: esa es la gran verdad. El Estado es un formidable poder organizado que, valiéndose de la fuerza armada (estructurada en el ejército y las muchas policías), impone su soberanía, esto es, su poder de mandar, de obligar y prohibir al pueblo, masa no-libre, muchedumbre neo-esclava.
Por tanto, lo que existe es la soberanía estatal, no la soberanía popular.
Manda el Estado, no el pueblo, y esa verdad irrebatible se enmascara con la patochada de la «emanación», formulación mística e irracionalista, pues nadie sabe explicar cómo y por qué la soberanía estatal «emana» desde sí la soberanía popular…
Más allá de la jerga embustera del texto constitucional lo cierto es que el actual orden se divide en una muy ínfima minoría mandante y una colosal masa mandada que vive sin libertad, entregada a todos los abusos y atropellos. Sin libertad política, forzada a soportar el engaño, la corrupción y el despotismo del parlamento y los partidos políticos de izquierda y derecha. Sin libertad civil y, sobre todo, sin libertad de conciencia, pues el adoctrinamiento permanente desde la cuna a la tumba es el otro pilar decisivo, junto con el poder coercitivo militar-policial del vigente sistema.
Estamos ante una dictadura, sólo diferente en la forma a la franquista. Ésta fue fascista y la actual parlamentarista. En aquélla había un partido único de tendencias y hoy existe un partido único de partidos…
La lucha por la libertad es la gran tarea de nuestra época. Se realiza en la pugna del pueblo/pueblos contra el Estado, contra las instituciones con poder, desde los ministerios al sistema educativo pasando por el ejército, las policías, el sistema fiscal, los partidos políticos, el régimen autonómico, el poder mediático, el parlamento, el gobierno y la burocracia municipal. Todo ello forma una rugiente tropa de parásitos, déspotas, arrogantes y depravados. Todo lo que es poder del Estado es opresión y dictadura, maldad y tiranía, expolio y robo fiscal, tanto que el ente estatal se apropia ya de más del 50% de la riqueza del país: vivimos para alimentar al monstruo, cada dia más voraz, robusto y amenazante a nuestra costa.
La Constitución de 1978 es tan desvergonzada que en su art. 8 establece que es función del ejército «garantizar la soberanía» del pueblo, lo que convierte al actual sistema en una forma apenas velada de dictadura militar. Así es, pues todo régimen parlamentarista, éste y cualquier otro, en esencia es una autocracia castrense. Así ha sido desde la Constitución de 1812, obra en lo esencial del ejército, hasta la actual, sin olvidar la Constitución de la II república, 1931, que formaba parte de un régimen militar-policial sanguinario, responsable de un número enorme de detenciones, torturas y matanzas, efectuadas bajo la bandera tricolor.
Mientras el poder efectivo sea ejercido por el aparto militar, en particular por su manifestación básica, el ejército, no puede haber libertad para el pueblo, no puede haber democracia. La democracia exige una sociedad sin ente estatal, aparato militar ni cuerpos represivos, sin sistema fiscal ni partidos políticos estatizados ni poder mediático aleccionador. Una sociedad libre se fundamenta, además, en la participación directa y no delegada de todas y todos los adultos en la toma de decisiones, por medio de un régimen de asambleas populares en red, único modo de disolver la actual división entre mandantes y mandados, opresores y oprimidos, explotadores y explotados.
¿Quizá «otra Constitución» sería aceptable?, ¿es plausible la propuesta de «reformar la Constitución» e incluso de abrir un «proceso constituyente» que redacte y promulgue otra nueva? Quienes esto preconizan es porque observan con inquietud el desenmascaramiento de la actual, y buscan la manera de embaucar a las masas con un nuevo texto normativo proveniente del actual régimen de dictadura política. Pero todo lo que resulte de éste será tiranía y perversidad, dado que lo previo y primero es derrocar el actual sistema de dominación, hacer la revolución.
Quienes están en las instituciones del Estado son parte del aparato de dominación y agentes liberticidas. Una nueva Constitución, tal como está la situación, sólo puede ser peor, e incluso bastante peor, que la actual. Lo de «blindar» en ella los «derechos sociales» significa, en realidad, establecer un orden general de pobreza y desamparo, objetivo real que se enmascara con la demagogia «social» de una izquierda entregada al Estado y a la patronal.
La Constitución de 1978 es obra en lo principal de la izquierda, del Partido Comunista y el Partido Socialista, que se sometieron al Estado franquista para permitirle recomponerse en «democrático», superando con ello la grave crisis en que estaba el régimen de Franco en su etapa final. La izquierda toda salvó al aparato estatal franquista de una situación bastante difícil, que ciertamente no era revolucionaria pero que podía evolucionar en esa dirección, apaciguando las luchas populares y demoliendo los grandes logros de la resistencia popular al fascismo precisamente con el texto de la Constitución de 1978. Ésta diseñó el nuevo orden emergente, salvador del Estado y el capitalismo, cuando el viejo orden, el franquista, era ya inviable.
Esto lo hicieron sobre todo los jefes y jefas de la izquierda de entonces, sobre todo los prebostes comunistas Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri. El Partido Comunista fue la pieza decisiva en tal operación anti-revolucionaria. Y lo hicieron sobre todo por dinero, para disfrutar de las prebendas y beneficios monetarios que su legalización e institucionalización les otorgó. Los jefes de la izquierda obraron como prostitutas políticas.
Ahora sus continuadores y herederos, en particular Podemos y las CUP, son las nuevas prostitutas políticas, entregadas a parchear la Constitución vigente y, si es necesario, a elaborar otra nueva para mantener la falta de libertad para el pueblo que caracteriza a nuestra sociedad. Para encubrir su alineamiento con los opresores reducen todo los problemas a «los derechos sociales» cuando la cuestión decisiva es la de la libertad, hoy igual que en 1978. Los herederos de los gerifaltes comunistas que se abrazaron con el franquismo ese año hoy proponen convertirnos en esclavos que se contenten con algunas limosnas y migajas estatales, mientras dejan en el olvido la gran cuestión, la de la libertad: libertad política, libertad civil y sobre todo libertad de conciencia. Ciertamente, de quienes comparten con el franquismo el odio hacia la libertad de conciencia, que es la ideología propia de la izquierda, no puede esperarse entusiasmo por la libertad más decisiva…
La revolución que madura realizará la libertad, al destruir los actuales aparatos de dominación, estatales y empresariales, para establecer un régimen de soberanía popular, de autogobierno de la gente común, sin oligarquías políticas ni económicas, sin ejército permanente ni policía profesional ni clase patronal, con libertad de expresión para todos, sin adoctrinamiento ni manipulación permanentes. Una sociedad libre formada por personas libres.
Por tanto, el día 6 de Diciembre es de denuncia y resistencia. El bloque de la reacción se reúne en el parlamento para justificar los muy crecidos emolumentos que se embolsa mes tras mes, los de la izquierda tanto o más que los de la derecha. El pueblo se debe agrupar en la calle, denostando a los opresores y tiranos, denunciando al parlamento, construyendo los instrumentos de su emancipación. Si este año el régimen constitución está ya un tanto desportillado (lo que ha hecho que los jerarcas de Podemos no se atrevan a defenderlo con tanto apasionamiento como el año pasado) tenemos que seguir trabajando para que el año próximo lo esté más aún.
Los reaccionarios de todo tipo están con las instituciones, la revolución está con el pueblo.