Respuesta al artículo Agroecología, ¿institucionalizando la alternativa?
El pasado 4 de octubre fue publicado en el periódico Diagonal, el artículo que lleva como título, Agroecología, ¿institucionalizando la alternativa(1)? En estas líneas se pretende dar una respuesta a la pregunta, distinta a la expuesta por los firmantes de aquél.
Asombra que salgan artículos como éste, tan decididos en la colaboración institucional como panacea, en un momento en que el descrédito de las candidaturas «populares» no para de crecer en todos los campos de la lucha social, debido a la realidad en que nos seguimos adentrando: que su capacidad de cambio real tiende a cero, o en el mejor de los casos es ridícula o perfeccionista con los intereses del sistema que la ha aupado y la financia. Por ello, algunas gentes consideramos de extrema importancia en estos momentos que artículos como este sean contestados directa o indirectamente por quienes nos posicionamos a favor de un cambio revolucionario, tanto en el campo de la agricultura y la alimentación, como en todos los demás, en un momento en que el orden constituido, para su legitimación, ha usado la baza de la renovación parcial (o de la ilusión por la renovación futura) del personal parlamentario. Según avancen las circunstancias y con el esfuerzo de diversas personas, esta artimaña política pasará a convertirse en una caricatura reaccionaria más, contestada y combatida por las gentes, en las ideas y en la calle. Aprovechar ese momento, y estar preparados, con un buen argumentario adaptado a la realidad actual, será determinante.
En el artículo se achacan unas «políticas neoliberales» en el anterior Ayuntamiento, además de citar a colectivos autogestionados que trabajan en el campo de lo que se ha venido en llamar Agroecología, definiéndolos como «espacios de relación e intercambio al margen del mercado». Bien, como es habitual en el análisis de la socialdemocracia oficial y de calle, el Estado es obviado de manera absoluta, generando así una conclusión confusa y distante de la realidad, confundiendo al lector o lectora.
En lo referente a las «políticas neoliberales», se debe advertir que las políticas de los últimos 25 años en el Ayuntamiento de Madrid han sido estatales y capitalistas, por tanto, subordinadas a los intereses del Estado, que en la mayoría de las ocasiones, son también los intereses del Capital, aunque no siempre. De manera que para entender las políticas que se han venido dando, hay que entender, por ejemplo, cómo se estructura el Estado(2) , ya que de lo contrario se caerá en diversos equívocos analíticos. Hay que entender que el municipio de Madrid está supeditado, entre otras cosas, a la legislación vigente, a la Constitución que ordena nuestras vidas desde 1978 (y que nombra a Madrid como Capital por excelencia desde donde se decide cómo tienen que vivir sus gentes y las del resto de España), al Estado Central (cúpulas militares, judiciales, policiales, económicas, académicas, etc.) y a los intereses de la patronal. En realidad, gente como Manuela Carmena, funcionaria desde hace años del Poder Judicial, sabe perfectamente esto, también los funcionarios que permanecen en el Ayuntamiento, en especial los de elevado rango, llegue un color u otro. Uno de sus planes, como los de muchas grandes ciudades hoy, es edulcorar escenarios de catástrofe.
Por otro lado, al mencionar a colectivos organizados desde la base como el SAS(3) (Surco a Surco) o el BAH!(4) (Bajo el Asfalto está la Huerta!) se obvia lo fundamental. Estos espacios son colectivos de base, autogestionados desde la base, y con capacidad de decisión absoluta por medio de un sistema de asambleas. Con todas sus limitaciones, esto genera una manera de organizarse contraria radicalmente a las instituciones, organizadas jerárquicamente obedeciendo siempre al mando superior, en definitiva, organizadas de arriba hacia abajo. Por tanto, respecto a colectivos como estos y similares, sería oportuno señalar siempre que son espacios contrarios a las lógicas del Mercado y del Estado, espacios de relación y convivencia, pero también de formación y decisión autónoma, donde cada una de las integrantes de los colectivos tiene la opción de implicarse por igual que el resto de compañeros, manteniendo una estructura asamblearia que se organiza de abajo hacia arriba. En las instituciones esto no es posible, ya que éstas viven del sojuzgamiento de las clases populares, ordenándolas cómo tienen que vivir, qué leyes tienen que soportar, qué sanciones tienen que cumplir si las quebrantan, reduciéndose la persona a mero ente pasivo sin capacidad de decisión alguna (exceptuando la pantomima de las nuevas «consultas populares», meros mecanismos, insignificantes políticamente, pero que consiguen un objetivo siempre buscado, la conquista de las mentes y los corazones de las masas, en especial de las inquietas).
Reflexiones acerca de las políticas públicas con un enfoque agroecológico
Para convencernos de la «gran inercia» que posee «la maquinaria institucional» se nos viene a vender un par de concreciones de la nueva gestión municipal, Madrid Agrocomposta y más mercadillos para productores cercanos. En ambas se da una forma de actuar similar: se edulcora una cuestión que causa indignación o incomodidad, para luego presentar una «solución» que consiga calmar ese sentimiento y convencer de que otra ciudad es posible.
En el caso de Madrid Agrocomposta, se trata de la cuestión de los residuos en una gran urbe como Madrid. Como de costumbre, grupos ecologistas y ciudadanistas se olvidan de la raíz de los problemas, en este caso de la mega-concentración de la población en espacios alejados de lo rural, produciéndose un reparto amorfo de la gente a lo largo del territorio y generando así diversos males, uno de tantos, el tema de los residuos generados. Ante el mal generado se decide darle una nueva vuelta más a la gestión de esta catástrofe y se presenta como la panacea, gastando miles y miles de euros en programas de gestión de residuos, así como en campañas de concienciación a través de la publicidad y del machaqueo en los centros escolares, donde se va inculcando a los más pequeños que la ciudad genera unos males pero que sólo es necesario el buen actuar ciudadano y unas buenas políticas «públicas» para solventar tales males. Para esto es fundamentalmente para lo que trabajan técnicos, funcionarios y políticos de todo pelaje (desde el Partido Popular hasta Ahora Madrid) evitando lo que más pronto que tarde no podrán evitar: un cuestionamiento radical de la urbe, analizándola de manera integral y proponiendo un plan de acción revolucionario, plural y multiforme pero con mínimos comunes, para ponerla fin, que se empezará a extender según avance la concientización popular sobre este tema, según el individuo se vaya dando de bruces con la realidad de asfixia que le toca vivir, muy distinta a la pintada por los partidarios de la «ciudad sostenible», y según avance la imparable decadencia urbana.
Volviendo a lo concreto. Se nos dice que «Madrid Agrocomposta recupera restos orgánicos y los traslada a huertas periurbanas donde se compostan». En primer lugar, se debe señalar como aspecto positivo que esta iniciativa vislumbra el compostaje a gente de la urbe que nunca ha sabido siquiera que eso era posible, teniendo únicamente la visión de que los residuos van a la basura (confiando en el reciclaje que permite el «desarrollo sostenible») y más tarde los recoge el camión para pasar a amontonarse en unos sitios que es mejor no ver. Es decir, permite al individuo medio (en realidad a una parte ínfima) ser consciente de que los residuos de alimentos en sí mismos, pueden volver a la tierra mediante el compostaje, lo que en numerosas ocasiones no es posible en la urbe, en un elevado porcentaje tampoco lo será, y cuando sí lo es supone siempre costes añadidos (más trabajo, sostenimiento de super-infraestructuras, transporte, etc…). Así es como hemos ido amontonando residuos y más residuos en macrovertederos de pueblos aledaños, compostando ya anteriormente lo que se podía y quemando lo que no, no resolviendo ni por asomo el problema residual urbano. Sin embargo, cualquiera que viva en el campo sabe, sin ayuda de expertos, que los residuos orgánicos tradicionalmente eran reintegrados a la tierra (sin apenas trabajo añadido) por el compostaje y dándoselo de comer a los animales para que a través de su estómago (verdaderas máquinas naturales de gestión de residuos orgánicos) lo convirtieran en material indispensable para la agricultura. En este sentido, recuerdo la expresión que me dijo una amiga campesina (que tenía un pequeño rebaño de cabras) de un pueblo al suroeste de Madrid, «aquí, nada se tira». No obstante todo esto, hay que advertir que quienes más llevan concienciando y enseñando en este sentido a la gente urbana son proyectos de la base e individualidades, sin la cantidad de propaganda política que cacarean los funcionarios de turno, prometiéndonos siempre el oro y el moro.
Este proyecto, también nos indica que «busca generar un nuevo modelo en la gestión de residuos orgánicos a través de la participación ciudadana». ¿Qué significa esto y qué y quienes están detrás? El tema de la «participación ciudadana» es ya de carácter burlesco, pero se sigue machaconeando al personal para hacerles creer que tienen un papel activo sobre lo que pase en su territorio. La realidad es que las directrices vienen marcadas por los órganos superiores de poder, sobre el ciudadano medio lo que mande su respectivo concejal (en este caso concejala) de medio ambiente, que tampoco tiene ninguna capacidad de decisión real, supeditada en todo momento a lo que marquen los mandamases superiores del poder estatal español, en primer lugar a las directrices del Ministerio de Medio Ambiente, y en última instancia, al bloque de Estados que es hoy la Unión Europea. Ésta ha determinado que en el año 2020 se deberán reciclar el 50 % de los residuos domésticos generados en la urbe, y para eso se han puesto obedientemente a trabajar. Además de eso, hay que tener en cuenta también que el gran vertedero de Madrid, o el gran monstruo de Valdemingómez, donde diariamente llegan más de 4.000 toneladas de residuos, así como otros dos de los cuatro vertederos que reciben diariamente todo el consumo de la capital, se colapsarán en 2018 y 2019. Así las cosas, se decide acudir a nuevas medidas que no son más que la reforma en la gestión de la catástrofe, probando a ver qué resultados da y con qué se pueden quedar para cumplir con lo mandado por las altas instancias del medio ambiente, las que parece nos van a salvar (junto con la «participación ciudadana») de la destrucción de la naturaleza que sufrimos sin adentrarse ya ni un mínimo siquiera en las causas de tal desvarío. El objetivo real, como se dijo, es tranquilizar las conciencias inquietas, impidiendo que se expanda el cuestionamiento radical de la urbe, y seguir con la destrucción planificada del territorio, inherente a toda megalópolis.
Los residuos generados en la ciudad son siempre insostenibles, y a medida que avanza ésta, cada vez son más y más costosos de gestionar, inundando las poblaciones vecinas de todo tipo de basuras y contaminantes. En las sociedades modernas se ha extirpado la capacidad de crear con lo que el entorno te da, pasando a que la gran parte de sus individuos no sepamos hacer prácticamente nada de utilidad con nuestras propias manos, provocando que todo nos tenga que llegar desde fuera. Sumado a esto la lógica del consumo, útil, entre otras muchas cosas, para rellenar los numerosos huecos vitales generados en la sociedad de la soledad, la cantidad de cosas (venidas la mayor parte de distancias muy lejanas) que consume el individuo medio es monstruosa. Aunque detrás de esto se suele señalar el beneficio económico como objetivo, no se debe de obviar el objetivo político de hacinar a las masas en pequeños espacios para su mejor control y amaestramiento, así como el posibilitar el consumo de tales cosas que sirven a tal causa. Veamos un caso concreto. Está suponiendo ya una gran catástrofe la cantidad de basura electrónica generada a partir de electrodomésticos varios y a partir de los modernos smartphones. Estos aparatos han sido diseñados para que se acrecente la soledad, el consumo frenético y cortoplacista se instale aún más si cabe en los jóvenes, lo virtual siga ganando espacio a la vida, y, en última instancia, para tener a toda la población monitorizada y bien controlada, para en momentos de convulsión social usarlo en su contra(5). Todo esto debe mantenerse y seguir avanzando, lo que está generando una subida de los residuos electrónicos harto preocupante. Si en 2012 se comercializaron en España 574.000 toneladas de productos electrónicos, en 2015 la cifra alcanzaba ya el millón y medio, prácticamente el triple, en un lapso de tres años(6). En este sentido, una solución a corto plazo sería incentivar a la gente a que valore las relaciones con las demás personas, que comprenda los condicionantes que las impiden (como el trabajo asalariado, donde vamos cada vez a trabajar más y cobrar menos, pero sobre todo, a relacionarnos menos fuera de lo laboral y de igual a igual) y luche por que éstas sean posibles. A más relaciones menos consumismo, y por tanto, menos vertederos e islotes de basura.
Sobre los mercadillos agroecológicos se deben señalar también algunos apuntes. En primer lugar, también en el ahora, es positivo que pequeños agricultores se puedan ganar su sustento, robado anteriormente por el Estado (los mismos que según el artículo tratado van a salvar a lo que queda de agricultura extensiva) y sus políticas de subvenciones y adoctrinamiento (denigrando y menospreciando siempre a lo rural, su gente y su historia), sin olvidar al capitalismo, que establece un sistema de precios (no sostenible sin intervención estatal) que ahoga al pequeño campesinado en el que los alimentos de ínfima calidad con un viaje de 5.000 kilómetros de media sean más baratos que comprar al paisano de toda la vida. Además, es a agradecer que la gente de las urbes pueda conocer un mínimo la realidad rural hoy, pudiendo hablar de manera directa con productores y productoras. Dicho esto, se ha de analizar la cuestión con un mínimo de objetividad y perspectiva, si lo que se busca es la lucha ambiental y la defensa de la pequeña producción agrícola, en este caso.
Para empezar, hay que señalar la negatividad intrínseca del mercado. Éste lo regula todo según el sistema de precios, variante según la competencia, el sistema de subvenciones y los intereses estratégicos de los Estados(7). Por tanto, en la implementación de los precios que se establecen el agricultor o agricultora no tiene ningún tipo de libertad real, ya que tiene que fijarse en cómo está el sistema de precios en el mercado en la hora en que vende sus productos. Otro problema añadido es el del sello ecológico, para quienes optan por él y para quienes no, ya que, por un lado, permite el incremento de precios y la posibilidad de venta en la mayoría de tiendas y mercados que venden ecológico, y por el otro, impone toda una serie de medidas y controles al campesino, dictados desde las altas instancias de la Unión Europea y plasmados en la PAC. Quien consigue y puede permitirse el sello, puede incrementar el precio y vender como ecológico, sometiéndose a un estricto control técnico y funcionarial, y quien no lo consigue, le es difícil que el consumidor medio le compre al mismo precio, pero sobre todo, tiene que escaparse de las prohibiciones en la designación de su agricultura, ya que el reglamento de la UE en agricultura ecológica impide a quienes no aceptan todas sus órdenes, controles y burocracia, no optando por el sello, que vendan con el nombre de «ecológico», «biológico», «orgánico», «biodinámico», o con los prefijos «eco» y «bio». Así, nos encontramos con agricultoras y agricultores que cultivan la tierra de manera tradicional (por desgracia muy muy pocos ya), que en su día no cayeron en las garras de lo que se ha venido en llamar Revolución Verde, y por tanto, de una manera bastante más natural y cíclica, sin recurrir a insumos (certificados o no), no pudiendo llamar a sus productos como ellos consideren porque lo ordenan los y las jerarcas de la UE, arriesgándose si lo hacen a la multa y a las penas de los eco-funcionarios. Realmente espantoso. En este sentido, hay que reivindicar que la UE y cualquier organismo superior (estatal o mercantil) deje de inmiscuir sus narices en la agricultura creada desde la base y sin subvenciones, popular y autogestionada, y pelear por una agricultura donde el contacto directo productor/consumidor se vuelva a dar, decidiendo únicamente quienes producen (si no están organizados directamente con los consumidores), las técnicas, labores, maquinaria, animales y productos que se usan y los que no, manteniendo una relación de plena confianza con quien consume.
Aún siendo esto en la hora presente algo irrealizable a gran escala, tampoco deseable si ello se da pensando en mantener la urbe, marcándonos metas más difíciles de alcanzar y con un mínimo análisis independiente de la situación, atendiendo en primer lugar a la realidad, los medios y proyectos que emprendamos serán muy distintos. Irrealizable a gran escala en primer lugar porque el trabajo asalariado y el empobrecimiento de las clases populares europeas están produciendo que quien puede acceder a estos productos son gentes menos golpeadas por la desigualdad y sobre todo personas no asfixiadas con el trabajo asalariado pudiendo compaginar la vida y estos proyectos, dejando la bazofia industrial barata para el consumo de la mayoría. Además, el tremendo adoctrinamiento al que es sometida la juventud, está generando una clase de jóvenes, que en su gran mayoría, no saben comer, no conocen prácticamente nada de lo hortícola, y por tanto no les interesa. Por ello, se debe llegar a los jóvenes que se pueda, advirtiéndoles que se tienen que preocupar por su alimentación, pero sobre todo perseguir el desmantelamiento del sistema mediático que dirige a los chavales a los supermercados, a la comida rápida, al no saber ni querer saber cocinar nada por sí mismos y al aborrecimiento generalizado de lo que no se publicita, generando a su vez una juventud echa un fiasco en el campo de la salud, y unos costes enormes que de aquí a unos años no se podrán seguir asumiendo desde la sanidad estatal.
Relacionado con Madrid Agrocomposta, hay que mirar a la realidad de frente, cómo nos diría Simone Weil, hay que preferir el infierno real al paraíso imaginario, y advertir, en este caso, que la ciudad sigue expandiéndose, el trabajo asalariado cada vez degrada y absorbe más tiempo al individuo y por tanto el consumo de lo que no suponga esfuerzo crece, por lo que se va en masa a los supermercados, creciendo sin cesar el transporte de mercancías y la generación de todo tipo de residuos para producir ese transporte, combustible y empaquetado en primer lugar, sin olvidar la degradación de los trabajadores que tienen que transportar tales mercancías metidos infinidad de horas en la cabina de un camión, consumidores luego de medicinas que irán a contaminar los ríos desecados por la agricolización que ha supuesto la creación de la huerta de Europa que es España. Propuestas que no planteen la realidad tal cual es, sin edulcorarla, se quedaran en la gestión y la colaboración con los causantes principales de tal situación, las instituciones. Por ello, ante esta realidad, no se deben dejar sin respuesta (en este y en todos los campos) afirmaciones como «estos meses han permitido constatar que la maquinaria institucional tiene una gran inercia, en sus lógicas y en su funcionamiento», ya que se engaña a la gente, se la succiona hacia la colaboración y la burocracia donde no somos más que peleles y sobre todo se interiorizan las metas y medios del sistema de dominación. En este sentido, es bien triste que el movimiento ecologista se haya convertido casi por completo en vocero de los mensajes «verdes» de diversos Estados, perdiendo toda la calidad que pudieron tener en un principio sus proclamas (aún con fallos, como pasa en todo y en todos) pasando a ser agentes supremos para evitar la lucha medioambiental, real y radical, que hoy tiene que brindarse, por ejemplo dedicando todos sus esfuerzos a leyes insignificantes que no han conseguido nada sustantivo, afirmando siempre que la solución para tal o cual problema son unas cuantas medidas superficiales y más y más leyes (no se olvide, más Guardia Civil, Policía, Jueces y Cárceles(8). Probablemente sea éste un interés real bastante más creíble para la promulgación de toda la gran amalgama de leyes destinadas a lo medioambiental que el del proclamado públicamente, a saber, «la defensa de la naturaleza») para mantener las causas reales de tal problema intactas.
Para finalizar con lo expuesto, se debe advertir, que no puede ser sostenible nunca una agricultura que suministre a las megalópolis modernas. En primer lugar, de nuevo, por irrealizable, y en segundo lugar, por no deseable. La agricultura industrial, ecológica y no ecológica, está diseñada para permitir la vida en las urbes, razón por la cual los voceros de una y otra (me refiero a los oficiales, no a la gente de la base que pelea por sus proyectos no importando el nombre que le ponga a su agricultura) nada dicen contra ella como realidad a superar. La ciudad, cada vez más monstruosa, solitaria, no-convivencial, vigilada, controlada, irrespirable, contaminante, urbanizada, mercantilizada, consumista, depredadora de los recursos de poblaciones aledañas (como el que se realiza a través de las distintas presas de agua que sirven a las urbes), y expansiva, necesita de más y más gente trabajando a su servicio para promoverla como «ecociudad», «ciudad sostenible» y demás expresiones de la propaganda barata de instituciones, partidos y colectivos para-institucionales verdes. Pero la situación parece ser esperanzadora, ya que cada vez más gente no puede escapar de ver y sentir la realidad urbana en su ser, pasando a una nueva fase de aborrecimiento, combinado con su decadente futuro. Así, según avanza la urbe, la agricultura industrial también avanza, aquí o en otras partes del globo, roturando tierras e impidiendo la tarea que se debía de estar llevando a cabo, la reforestación del territorio quitando terreno a la agricultura para dárselo al bosque. Ya que esto va contra los intereses estratégicos de España(9) sólo puede ser realizado por la gente común proponiendo y planeando un cambio revolucionario.
Se repetirá lo cardinal de lo expuesto. Esas llamadas «políticas públicas» con «toque agroecológico», como toda medida tomada, dirigida y mandada desde las instituciones (con la colaboración circense de la gente común o sin ella) buscan en primer lugar, maximizar su poder. En este caso, calmando las dudas populares en torno a la urbe y sus grandes males intrínsecos, contribuyendo a seguir desarrollando la idea de «ecociudad» (que ya lo venía haciendo el PP, con la promoción y subvención de huertos urbanos, diversos programas ambientales, reciclaje de residuos, instalación de un sistema patético de transporte municipal en bicicleta, etc.), en realidad para seguir desarrollando más y más leyes y medidas, con sus correspondientes mecanismos para hacerlos cumplir (cámaras, sensores, leyes, multas, policías, jueces y cárceles), participando en el desarrollo de la moderna ciudad cárcel y en la futura smarthcity (o ciudad cárcel mega-perfeccionada), donde todo está vigilado y reglamentado y el principal colaborador es el ciudadano militarizado, que denuncia a la policía a su igual cuando contamina como cuando comete otro tipo de delito, generando un insoportable control social. Además, se consigue otra parte fundamental de todo sistema de dominación, la institucionalización de las masas, impidiendo que imaginen un futuro radicalmente opuesto y se organicen independientemente para tal fin, para sin embargo, colaborar con las instituciones, y para, en este caso, verdear un presente y futuro nunca más negro en aspectos de destrucción de la naturaleza.
(Continuará)
(1) Periódico Diagonal, 4-11-16. Agroecología, ¿institucionalizando la alternativa?
(2) Un estudio breve de interés para este asunto es, Diagrama sobre el Estado Español, Equipo de Análisis del estado.
(3) http://wp.sindominio.net/surcoasurco/
(4) http://bah.ourproject.org/
(5) Además, nunca se debe olvidar lo básico de toda tecnología hoy, su relación con el aparato militar. Un buen libro, que detalla cómo el Ejército estadounidense subvencionó y aupó las tecnologías de Apple, arriesgando elevadas sumas de capital (sin las que Steve Jobs no habría sido ni conocido) es, El Estado emprendedor, Mariana Mazzucato. Libro necesario para curarse del argumento estrella del movimiento anti-globalización que vuelve a asomar con las marchas contra el TTIP, a saber, que los Estados pierden soberanía y que la capacidad de decisión real reside en las grandes multinacionales. Esto se entiende cuando en tales marchas abundan, por desgracia, partidos políticos de diversa índole, en particular de la izquierda, encargada siempre de encauzar las luchas populares, y ocultar a su gran y fiel amigo, el Estado.
(6) El País, 8-9-16. Cómo no morir sepultado por tu móvil.
(7) Un buen documental que narra, aunque de manera breve y escueta, tal cuestión, que sirve para quitarse de la cabeza la idea dicha anteriormente (la creencia de que únicamente el gran Capital lo domina todo y los pobres Estados «democráticos» van perdiendo soberanía), es «La poderosa agricultura de Europa«. Analiza el sistema de subvenciones europeo con unos pocos productos concretos y su impacto en otros países, forma de neocolonialismo, y de destrucción de lo rural europeo, ya que todo lo protegido y subvencionado, que no existe por sí mismo y con sus semejantes, está condenado a desaparecer, y hasta su desaparición, a hacer todo lo dictaminado por la Política Agraria Comunitaria (PAC), el FMI y el Banco Mundial, como ha sucedido en el Estado español. Señalar que es un documental desfasado ya en el tiempo (2004), ya que la situación geopolítica, con la siempre decisiva competencia entre Estados y Europa en rápido declive, está alterando la situación.
(8) Un dato a retener referente a esta cuestión, son los 75 millones de dólares que la EPA (Agencia de Protecctión Ambiental de EEUU) destinó en 2015 para el equipamiento de 200 agentes con todo tipo de armas y herramientas modernas. Información disponible en http://blog.susanaromeroweb.com/?p=19071.
(9) El Estado español es el primer exportador de frutas y hortalizas de la Unión Europea, y a nivel mundial, de los tres primeros junto con EEUU y China, por tanto, pensar que lo propuesto lo van a llevar a cabo las instituciones es irrisorio. También la Agricultura ecológica en España sigue los planes de la UE y la gran mayoría de la producción se exporta (el año pasado se venía exportando el 75% de lo producido) y su comercialización, en la mayoría de los casos, se da en tiendas y supermercados (que tardaron más en unirse, pero visto el negocio, probablemente no paren de acapararlo), lo que en definitiva significa más transporte, más precocinados, más empaquetados y en conclusión, más residuos domésticos, aquí y en los países importadores. Además de todo, se sigue concentrando la propiedad en menos manos, creando verdaderos latifundios ecológicos (parte importante de ellos, para más inri, en régimen de monocultivo, los desiertos de olivos ecológicos de Andalucía son un ejemplo de ello).