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Dieciséis factores que hacen que el anarquismo -y el marxismo del POUM- generen una nueva burguesía y un nuevo aparato estatal en la zona republicana durante la guerra civil.

Primer factor: La ideología del anarquismo, de la CNT y de la FAI, surgen de la Ilustración y el progresismo. Esto es concluyente, pues una y otro son los pilares del pensamiento burgués-estatal contemporáneo. Sin una ruptura en esta cuestión, en particular con la teoría del progreso y su cándida pero letal fe en un final feliz y venturoso de la historia, no hay modo de construir una alternativa al orden constituido. Quienes parten de una cosmovisión lustrada y progresista esto es, burguesa, crean una sociedad neo-burguesa en los momentos de crisis social máxima, como sucedió en la zona republicana tras el 18-20 de julio de 1936. El anticapitalismo no es posible desde las ideologías de la modernidad pues todas ellas son capitalismo en forma de ideología, por tanto, de conductas.

Segundo factor: El determinismo histórico es irrealista. En vez de admitir el enorme grado de incertidumbre que contiene la condición y trayectoria humana, confiando en la capacidad del sujeto libre-finito para elaborar y realizar formulaciones transformadoras en los momentos axiales, los proletarismos se atascan en un entelequia determinista y providencialista que paraliza mentes, desvía las conductas y disminuye a la persona.

Tercer factor: La economía no es lo central, es más consecuencia que causa y sirve a determinados fines no-económicos, todo ello a pesar de su colosal significación. El pertinaz economicismo de la izquierda es una copia fraseológicamente cargada de economicismo burgués, con la consecuencia de que lo que no es economía, el conjunto real de las capacidades, experiencias y cualidades humanas, resulta olvidado o relegado, con inmenso daño incluso para la virtualidad transformadora de su proyectos políticos.

Cuarto factor: La creencia en que las metas finales del devenir histórico son el bienestar económico y la abundancia material, fe específicamente burguesa a la vez que incivil y descivilizadora en grado superlativo, cumple una función al mismo tiempo mixtificadora y de devastación psíquica. Definir la supuesta culminación feliz de la historia como “comunismo”, o “comunismo libertario”, en términos económicos, es dejarse colocar un camisa de fuerza intelectual, vivencial y civilizacional que ahoga el pensar tanto como el obrar.

Quinto factor: El tecnocentrismo que acompaña al productivismo, a la suposición de que el fundamento de la liberación es la abundancia material, contribuye a deshumanizar a quienes comparten tal categoría, la izquierda toda. La tecnología no es necesariamente un bien ni un avance, pues a menudo se realiza como instrumento de opresión. La confianza ha de ponerse en el ser humano y en sus atributos, en su calidad y virtud, no en los objetos y sistemas técnicos, en el mejor de los casos simplemente auxiliares y, en el peor, formas de humillación, deshumanización y despotismo.

Sexto factor: El hedonismo, la concepción gozadora del mundo, ya sea de forma directa o levemente modificada por el epicureísmo (éste suele ser todavía más demoledor que el placerismo franco y explícito) es propia del izquierdismo. Todo ello distorsiona los fines, degrada al sujeto, hace que la existencia carezca de sentido y reafirma el poder de los opresores. No hay liberación sin ascética, no hay revolución sin voluntad de lucha y admisión del esfuerzo y el sacrificio.

Séptimo factor: Desdén e incompresión por el componente inmaterial, espiritual, del ser humano. Tal desacierto hace imposible movilizar esta parte de lo humano, que es la específica y más decisiva, en la forma de potencial emancipador anticapitalista. El fisiologismo y zoologismo burgués organizan el ideario proletarista, con gran daño incluso para sí mismo. Tales orientaciones impiden mover a las fuerzas del espíritu a favor de la revolución, lo que fue de enorme significación en la pérdida de la guerra civil.

Octavo factor: Se olvida al ser humano real, que es subsumido, diluido y nadificado en la noción de “masas” y en la de “clase”, sin dejar sitio a lo individual. Con ello se hace imposible movilizar a la persona, en tanto que individualidad, para la acción insurgente. La historia sin sujeto, propia del marxismo, se manifiesta en la acción política como grave incapacidad para que cada individuo aporte de manera libre, consciente y responsable lo mejor de sí a la revolución exitosa del drama revolucionario. Todas las sociedades de la historia, y todas las ideologías, han tenido más o menos desarrollada una idea de cómo ser personas y cómo realizar la construcción de la persona, todas menos los proletarismos.

Noveno factor: Negación de la libertad política. Puesto que un hiper-consumo de masas (creencia delirante sostenida por Marx con particular estolidez en alguno de sus escritos, como deplora Simone Weil) va a ser el todo de la vida -obligatoriamente feliz- de la pretendida sociedad comunista, no se establece ningún bloque de convicciones y formulaciones para realizar la libertad política. Ésta desaparece como meta, lo que es intolerable y monstruoso, al enunciar un régimen dictatorial. Lo mismo acaece con la libertad de conciencia, al considerarse que el adoctrinamiento y la ausencia de pluralidad serán el modo de existencia de la nueva sociedad, entregada a dos tareas, producir y consumir. Lo mismo para la libertad civil. De ahí que los obrerismos sean formas de totalitarismo político, lo que se manifiesta, según las circunstancias, como adhesión al parlamentarismo o al fascismo (en la forma de estalinismo).

Décimo factor: Fe en que, contra todas las evidencias, el proletariado es la clase revolucionaria o nuevo sujeto histórico destinado a redimir al género humano, torpe faramalla que lleva a la noción de “revolución proletaria”. Que esto carezca de cualquier apoyadura en la realidad no arredró a los urdidores de tal desatino, con aciagas consecuencias prácticas y políticas. Aquí, una idea tomada de la religión, la de pueblo escogido, se aplica a la política sin más averiguaciones, por autores que se afirman ateos…

Undécimo factor: Los proletarismos, el marxismo y el anarquismo pero sobre todo el primero, se realizan como dogmatismos metodológicos. En ellos los problemas son “resueltos” mediante citas de autoridad y no por el estudio de lo existente, de lo que está ahí, ante nosotros y con nosotros. Esto hizo que los partidos y pensadores que de tales se reclamaban se alejasen de la realidad, perdieran la capacidad de aprender de la experiencia y, con ello, se situasen en sustancial inferioridad de condiciones frente a sus adversarios.

Duodécimo factor: Desprecio total y agresivo por la sabiduría popular. Los proletarismos, el marxismo y el anarquismo, al ser ideologías elaboradas y difundidas por intelectuales ajenos a la gente común, desdeñaban el saber popular en todas sus manifestaciones. Para aquéllos sólo existía “la ciencia” (el marxismo llegó a definirse como “socialismo científico”…), esto es, el saber y e pseudosaber producidos por los aparatos institucionales. Este enorme dislate tuvo consecuencias bien negativas en los momentos decisivos de la II República y la guerra civil, pues instauró un desencuentro y enfrentamiento cultural e ideológico, en lo principal insalvable, entre los partidos-sindicatos y las clases trabajadoras, sobre todo las rurales.

Decimotercero factor: Acrítica e irracional adhesión a la revolución francesa. Cerrándose a su interpretación objetiva, un colosal acto antipopular dirigido a ampliar el poder del Estado y el capital, los proletarismos la elevaron a ejemplo y modelo a imitar, patético dislate que terminó de distorsionar su concepción de la acción política. En relación con ello está la comprensión del proceso histórico, que en aquéllos es asombrosamente equivocado, salvo en alguna cuestión.

Decimocuarto factor: Negación de la función necesaria que la ética y los vlores desempeñan en la vida social y personal. El marxismo ignora toda preocupación moral adscribiéndose al amoralismo burgués, mientras que el anarquismo es más matizado. La perturbada fe en que el hiper-consumo iba a constiuir la totalidad de la existencia en la sociedad comunista y que eso es todo lo que el ser humano necesita, niega la preocupación y la voluntad ética al negar la vida humana en tanto que humana. De ello también resulta, por un lado, la reducción de la vida colectiva a normas coercitivas, lo que refuerza la función del Estado o neo-Estado, y por otro, rebaja e incluso anula la capacidad de la persona para intervenir e implicarse eficazmente en la acción social transformadora. Una revolución anticapitalista no puede fundamentarse en intereses, sino en valores. Si se propone satisfacer intereses sólo hará cambiar una forma de capitalismo por otro.

Decimoquinto factor: El capitalismo es economía y es un modo de producción, en efecto, pero es al mismo tiempo muchísimo más que lo uno y lo otro. Moldea la totalidad de la vida humana, en tanto que estructura, hábitos e ideología que se imponen a la personas en el conjunto de su vivir y no sólo en la producción y el consumo. En consecuencia, el capitalismo está también dentro de cada individuo, de cada explotado y oprimido. Desalojarlo del interior de la persona es más difícil que expropiar a la burguesía. De ahí que una revolución anticapitalista tenga que tener un fuerte componente de revolución interior, de cambio decisivo en los valores, la cosmovisión, las mentalidades y las conductas.

Decimosexto factor: El sujeto común, el trabajador, no es únicamente víctima del sistema de dominación, del capitalismo, sino al mismo tiempo parte de él y cooperador con él. Nadie escapa a la culpa y a la responsabilidad, nadie es inocente, nadie es o personifica “el bien”. Todos somos seres bipartidos, obligados por nuestra condición a vivir en permanente lucha y conflicto interior. No hay, por tanto, maniqueísmo posible. No existe un conflicto entre “buenos” y “malos”, entre “nosotros” y “ellos”, no hay simplemente verdugos y víctimas, pues todo se hace bastante más complejo.

Estas dieciséis cuestiones decisivas pueden resumirse en una, que el marxismo [y el anarquismo en parte] como principal ideología proletarista es una exaltación del mundo del capital. Con el marxismo los obreros se hacen mentalmente burgueses al interiorizar la cosmovisión de la burguesía. La función histórica del marxismo ha sido introducir la ideología del capital en las clases trabajadoras. En esto ha sido extraordinariamente eficaz.

Extraído del libro de Félix Rodrigo Mora “Investigación sobre la Segunda República Española 1931-1936” de la Editorial Potlach.

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