«Allí recibí la marca del esclavo» Simone Weil resumiendo su experiencia en las fábricas de Renault en 1934.
Entendemos por ideología burguesa aquella que se desarrolló a finales de la Edad Media con el crecimiento de la ciudades. Un determinado grupo social que abandonó el mundo rural y quiso ser una nueva élite social, cuyos valores principales eran el individualismo, el valor del enriquecimiento, el progreso y el culto al poder del Estado. Sin pausa, fueron obteniendo mayor capacidad adquisitiva y mayor nivel de vida, hasta el punto de convertirse en la clase dominante con gran acumulación de capital y poder político. Han tenido varios hitos históricos como la Revolución Francesa, la industrialización, el liberalismo, el fascismo, el marxismo y el desarrollo titánico del sector funcionarial y financiero. Hoy dominan el panorama político, social y cultural.
En este artículo vamos a probar que el pensamiento burgués está presente en el anarquismo como un carcinoma que lo va colonizando todo.
En 1933, Diego Abad de Santillán describió la industria moderna como una fuente de orgullo para el género humano porque había conducido al dominio sobre la naturaleza. Señaló con aprobación la taylorización y decía de esta; “la taylorización, que suprime los movimientos improductivos del individuo, hace que se eleve su productividad. Esto es algo beneficioso para la sociedad”.
Diego Abad de Santillán fue un anarquista muy conocido, entre otras cosas, por propiciar el 21 de julio de 1936 un Gobierno de coalición con el presidente de la Generalitat Luís Companys, los estalinistas del PSUC o la ERC, entre otros, llamado Comité Central de Milicias Antifascistas. Comité que en sólo dos meses pasaría a llamarse de nuevo Generalitat de Cataluña, de la que Santillán se convertirá en Consejero de Economía. Le honra haberse negado en 1977 a cobrar la elevada pensión que como ex-alto cargo funcionarial del Estado español le fue asignada.
“No es necesario -dice Santillán- destruir la organización técnica alcanzada en la sociedad capitalista, sino que el hombre debe servirse de ella. Se suprime con la revolución la propiedad privada de la fábrica; pero si la fábrica ha de existir y, según nuestra opinión perfeccionarse, hay que reconocer las condiciones de su funcionamiento. Por el hecho de pasar a ser propiedad social no debe cambiar la esencia de a producción ni el método productivo.”
En su famoso libro El organismo económico de la revolución, Santillán critica al capitalismo porque, dice, no había logrado dominar eficazmente a la naturaleza:
“El capitalismo no aprovecha siquiera los recursos posibles [de la naturaleza]; por doquier se observan tierras incultas, caídas de agua que no se explotan, materias primas que se pierden estérilmente”.
Además el capitalismo era incapaz -según él- de obtener el máximo rendimiento de sus trabajadores.
Toda la CNT como la UGT defendían el taylorismo, un sistema de organización científica del trabajo propuesto por un ingeniero estadounidense llamado Frederick W. Taylor.
El sistema de Taylor supone la descomposición de una tarea en las partes que la componen, intensificando así la división del trabajo y poniendo fin a la producción semiartesanal. La estandarización es un elemento fundamental de la “organización científica”.
El principio subyacente del taylorismo era la apropiación del proceso de trabajo por parte de la dirección y la consiguiente reducción de los trabajadores a meros ejecutores de los deseos de ésta. Así pues, el taylorismo amplió la distancia entre quienes planificaban o pensaban y aquellos que ejecutaban órdenes.
La administración científica compartía con el anarcosindicalismo el énfasis en la producción eficiente a través del control del proceso de trabajo por los técnicos.
Santillán había avalado el fordismo[1], que otros militantes de la CNT también había ensalzado como “caso ejemplar” por sus “sabias lecciones”.
Entre las características principales del fordismo se destacan: la producción en serie, control de tiempos de fabricación y división del trabajo, la especialización en la producción de bienes, reducción de costos, mayor circulación de las mercaderías, políticas de acuerdo entre organizaciones sindicales y el capital, …
Una característica del anarquismo, como movimiento progresista que era, fue la exaltación y alabanza de la Ciencia. En noviembre de 1938, una carta de un técnico de la CNT llamado Francisco Cuinovert calificaba a Taylor como “el mejor organizador conocido”.
Harry Braverman, contradiciendo a estos anarquistas, dice que “a la llamada administración científica de Taylor le faltan las características para ser una verdadera ciencia porque sus supuestos no reflejan más que la perspectiva del capitalismo respecto a las condiciones de producción. No investiga el trabajo en general sino la adaptación del trabajo a las necesidades del capital. Se introduce en el lugar del trabajo no como representante de la ciencia sino como el representante de la administración patronal enmascarada con los arreos de ciencia… Se destruyen la maestría de los oficios y se crea un monopolio del conocimiento para controlar cada paso del proceso de trabajo y su modo de ejecución…Los trabajadores dejan de controlar su propio trabajo y su destino para construir unas deshumanizadas prisiones del trabajo muy modernas y muy científicas”.[2]
La CNT y la UGT, aparte de la diferencia entre control obrero la una, y nacionalización y control gubernamental la otra, estaban de acuerdo en lo que se refiere a los objetivos industriales. Los dos eran partidarios de la concentración y desaparición de los pequeños centros productivos. Los sindicatos CNT y UGT estaban fundamentalmente de acuerdo en lo que se refiere a las cuestiones relativas a la reorganización industrial: concentración, estandarización, racionalización y desarrollo de las fuerzas productivas de la nación.
Salvo en lo tocante a la teoría autogestionaria y el proceso de toma de decisiones industriales, ni la CNT ni la UGT ofrecían un modelo alternativo para desarrollar las fuerzas productivas.
Para la CNT, el desarrollo del sistema fabril era el requisito previo para el comunismo libertario, y ambos sindicatos (UGT y CNT) adoptaron los métodos característicos de la producción capitalista.
En octubre de 1937, un dirigente comunista de la UGT declaró que, a medida que la lucha se prolongaba, “cada día se van reduciendo las diferencias de táctica y de ideología entre las dos ramas del proletariado militante”.
Las labores de racionalización de la economía, idénticas a las de la Unión Soviética, fueron de la mano de las ideas y métodos tecnocráticos[3], difundidas por Juan Fábregas miembro de la CNT, que sustituyó a Diego Abad de Santillán en la presidencia de la Consejería de Economía de la Generalitat.
Fábregas hacía un llamamiento a favor de una economía bajo la dirección de tecnócratas que orientaran la producción de acuerdo con “los principios de la ciencia y la técnica”.
Al igual que los planificadores soviéticos, los anarquistas querían construir empresas a gran escala. Recurrieron a los mismo métodos, como el taylorismo, un trato a favor de directivos y técnicos, y un estricto control sobre los trabajadores de a pie. Algunos sindicatos de la CNT incluso copiaron el estajanovismo de los bolcheviques a fin de fomentar la producción.
La reflexión de Simone Weil sobre el asunto deja meridianamente claro de qué estamos hablando:
“Solamente el pensar -dice Weil- que los grandes jerarcas bolcheviques pretendían crear una clase obrera libre, y que ninguno de ellos -Trostsky seguro que no, Lenin tampoco- había puesto los pies en una fábrica y por consiguiente no tenían la menor idea de las condiciones reales que determinan la esclavitud o la libertad para los obreros, la política me parece una siniestra payasada…En todas partes, y en todo tiempo, la socialdemocracia se ha mostrado idéntica a sí misma. Siempre las mismas buenas intenciones que pavimentan el infierno. En ella se puede encontrar de todo menos espíritus libres… No concibo las relaciones humanas más que en un plano de igualdad. A partir del momento en que alguien empieza a tratarme en un tono inferior, a mis ojos ya no hay relación humana posible entre él y yo… El Taylorismo tiene un fuerte vínculo con la guerra. La racionalización del trabajo industrial ha servido sobre todo para la fabricación de objetos de lujo y para la industria doblemente de lujo que es la industria bélica… El gran argumento de Taylor -típico sofisma del capitalismo norteamericano- es que este sistema sirve al interés del público, es decir, del consumidor. Evidentemente, el aumento de la producción puede resultar favorable cuando se trata de artículos alimentarios (pan, leche, carne, vino…). Pero precisamente no es ésta la producción que aumenta con el sistema Taylor.”
El Ministro de Industria fascista, el marqués de Suanzes, presidente a su vez del Instituto Nacional de Industria (hoy SEPI) desde 1938 a 1951 decía: “La industria se debe concebir especialmente como un instrumento de guerra, puesto al servicio de la política militar y económica del Estado. La industria es la pieza maestra del Estado Totalitario… Toda nuestra política gira entorno a la movilización industrial de las fábricas, lo que significa diseñar y orientar todo hacia las necesidades de guerra para aumentar la potencia del Ejército en tiempos de paz o de ausencia de paz”.[4]
Diego Abad de Santillán sostenía, como Consejero de Economía de la Generalitat, que había que doblar, como mínimo, el número de españoles que trabajan en la industria. Esta idea de aumentar la población que trabaja en la industria no era únicamente suya. Franco y Suanzes promoverán que desde 1953 a 1977 cerca de seis millones de personas abandonen la ruralidad ibérica y emigren a las ciudades industriales. Santillán se adelantó al proyecto franquista de robar seres humanos a la ruralidad para engordar a la industria urbana. Santillán teorizó sin saberlo el etnocidio y la despoblación que se producirá sólo unos años después.[5]
La práctica real de este sistema productivo de la CNT y de la FAI, pusieron de manifiesto que el antiparlamentarismo y el antiestatismo que promulgaban eran meras abstracciones. En la Revolución Española de 1936 la necesidad que se autoimpusieron de concentrar la producción en pocas grandes fábricas encaminó, inmediatamente, al reforzamiento del poder del Estado. Los sindicatos adujeron que la concentración mejoraría la productividad y alentaría la producción en masa. La medida iba contra las pequeñas empresas, contra el trabajo a domicilio y, por supuesto, contra la artesanía y la ruralidad.
A comienzos de septiembre de 1937, el Sindicato de la Construcción de la CNT declaró que había suprimido tres mil talleres que había concentrado en ciento veinte “grandes centros productivos”.
Según la CNT, que se jactaba de ello, setenta y una fábricas de curtido de Barcelona fueron colectivizadas y convertidas en veinticinco. La distribución fue centralizada y se hizo un enérgico esfuerzo exportador.
En la industria textil, los militantes de la CNT eliminaron las pequeñas empresas en pro de la concentración y estandarización de la producción. La colectivización, o sea, el control obrero, haría aumentar las exportaciones. El POUM también exigía: “concentración… racionalización…modernización.” El POUM decía: “la fábrica es la mejor escuela de educación teórica y práctica de la clase trabajadora para la realización del socialismo”.
El PCE y el PSUC también exigían la racionalización, la concentración y la estandarización.
El decreto de Colectivizaciones del 24 de octubre de 1936 decía que las colectividades tenían que orientarse hacia el “máximo rendimiento”, los “grandes concentraciones”, el “crecimiento” y el “desarrollo”. El decreto también instaba a colaborar con los técnicos y antiguos patronos, y por consiguiente animaba a mantener la organización y la división del trabajo anterior a la revolución.
El contenido de la enseñanza técnica de la CNT apenas difería del de las naciones capitalistas más avanzadas o incluso de la Unión Soviética. Un artículo publicado durante la revolución sostenía que EEUU mostraba el camino a seguir en lo referente a la formación profesional y que la Unión Soviética lo había perfeccionado. La CNT criticó a la burguesía española precisamente por su incapacidad de proporcionar la formación que resultaba más accesible a los trabajadores en otros países.
Los comunistas libertarios se imaginaban una sociedad de posguerra en la que los técnicos se guiarían dirigiendo el desarrollo de los medios de producción. La glorificación de la ciencia y de la tecnología por parte de la CNT trajo a algunos técnicos y directivos a sus filas.
Baste como ejemplo de esta glorificación de la ciudad, la técnica y la ciencia, ver las fotografías en los diarios de la CNT de las “ciudades del futuro”, grandes metrópolis contemporáneas llenas de inmensos rascacielos unidos entre sí por autopistas.
En la Colectividad Marathon (CNT-UGT), antigua sucursal de la General Motors en Barcelona, los profesores enseñaban el “amor… al trabajo” y estudiaban los “magníficos” automóviles de la General Motors.
El Sindicato Marítimo de la CNT preguntó: “¿Se puede confundir al ingeniero con el peón? El ingeniero simboliza el pensamiento creador y el peón las extremidades que están a la voluntad del pensamiento… La revolución social… tiene sus ingenieros y sus peones.”
En enero de 1938, la CNT aprobó una propuesta de conceder a los técnicos “facultades coercitivas”.
Durante la revolución española, los tradicionales deseos de los anarquistas y anarcosindicalistas de una nivelación antijerárquica de los salarios entraron en conflicto con la urgente necesidad de desarrollar los medios de producción.
En el transcurso de una réplica abucheada por algunos miembros del público, Juan Peiró, ministro de Industria de la CNT en el Gobierno Central, criticó al delegado de Barcelona por querer nivelar los salarios. Según Peiró “el técnico tiene muchísimas más necesidades… [que el trabajador ordinario]. Es necesario que se le retribuya debidamente”. Durante la revolución española en Barcelona, el punto de vista de Peiró dominó la práctica de la CNT. No les quedó más remedio, según ellos, que vincular la remuneración al rendimiento, exactamente igual que habían hecho los capitalistas.
El Sindicato de la Construcción de la CNT propuso en agosto de 1937 revisar la concepción anarcosindicalista de la nivelación de salarios. El consejo planteó el siguiente dilema: o restablecemos la disciplina laboral y abolimos el salario unificado o vamos al desastre. Hizo un llamamiento al restablecimiento de incentivos monetarios para los técnicos y profesionales.
Sin transformar la naturaleza de la propia fábrica o limitándose a racionalizarla, los militantes anarcosindicalistas y marxistas estaban presionando a los trabajadores para participar de forma voluntaria en su propia esclavitud asalariada. Poco tiene de sorprendente que muchos de los trabajadores se mostraran reticentes a tomar parte en la democracia desarrollista de la revolución española, y menos aún es de extrañar que los militantes sindicales lamentaran repetidamente la escasa asistencia a las asambleas de fábrica y la falta de pago de las cotizaciones sindicales. ¡Que trabaje Federica! se veía pintado en algunas paredes de Barcelona en alusión a la anarcoministra Federica Montseny.
El consejo de fábrica de Girona, a pesar de haber aumentado la jornada 8 horas más, no había conseguido incrementar la producción sino que además ni siquiera había conseguido evitar que disminuyera. Se aumentó la plantilla un 38%, se aumentó un 238% las prestaciones y se hizo una subida salarial semanal de 133%. A pesar de todo esto, la producción había bajado en un 31%. […] El consejo de Girona acabó introduciendo el trabajo a destajo porque, según ellos, los trabajadores se habían dejado llevar por sus “instintos egoístas”.
Los miembros del Comité de Control CNT-UGT del Gas y de la Electricidad se toparon con un problema grave al principio mismo de la revolución y bastante antes de las jornadas de mayo de 1937. El 3 de diciembre de 1936, trabajadores de esta industria empezaron a recoger firmas exigiendo una asamblea conjunta CNT-UGT para reivindicar la paga extra de fin de año. El Comité de Control reaccionó de forma iracunda. Uno de sus integrantes calificó la petición “de contrarrevolucionaria, de fascista” y solicitó el encarcelamiento de quienes la hubieran firmado.
El Comité inició una investigación para averiguar quienes habían iniciado la campaña a favor de la petición a fin de tomar medidas represivas contra ellos.
Uno de los miembros del Comité de Control declaró que “las Organizaciones existen para dirigir y encauzar las aspiraciones de la masa”. Esta forma de pensar recuerda mucho al filósofo del fascismo Ortega y Gasset cuando decía: “La masa-pueblo necesita de los pocos, de los elegidos, de las aristocracias morales, de las minorías selectas para que concentren y orienten su volición hacia un ideal social determinado”.[6]
La prensa anarcosindicalista y comunista criticó a menudo la tenaz defensa por parte de los obreros de las fiestas religiosas tradicionales. Algunos sindicatos prohibieron la celebración de estas fiestas. Los Comités locales de la industria eléctrica prohibieron las vacaciones de Navidad. En noviembre de 1937, la UGT condenó la indisciplina de muchos ferroviarios, que se negaban a trabajar los sábados por la tarde. Un sindicato de la CNT sancionó con la pérdida de 10 días de paga y, cosa significativa, de quince días de vacaciones, a tres cargadores que se habían negado reiteradamente a trabajar los sábados por la tarde.
El Comité de control CNT-UGT de la empresa Rabat sólo permitía, en horas de trabajo, las conversaciones relativas al trabajo. Otras colectividades, como Artgust, que había solicitado sin éxito a sus empleados que incrementaran la producción, también impusieron normas que prohibía las conversaciones e incluso recibir llamadas telefónicas. En agosto de 1938, en presencia de representantes de CNT, UGT y la Generalitat, la asamblea de trabajadores de Casa A. Lanau, prohibió la impuntualidad, las enfermedades fingidas y cantar en horas de trabajo.
Dice Simone Weil que “un día me di cuenta de que unas semanas de esta existencia [su experiencia en la fábrica] me habían casi transformado en una dócil bestia de carga, y que sólo el domingo recuperaba un poco la conciencia de mí misma”.
El 12 de julio de 1938 el director de una empresa textil dijo a los trabajadores reunidos en asamblea: “Hay que acabar con tanta revolución en contra de la Economía, que es preciso dar el máximo rendimiento…”. Les advirtió de que si alguno de ellos acabara siendo despedido, “es por vuestra culpa por haber rendido poco y algunas veces mal”. El representante de la CNT añadió que aquellos que no cumplan con su trabajo “son ratas de la Colectividad”.
En enero de 1938, en el transcurso de su pleno económico, la CNT fijó “los deberes del productor” en los que se aprobaba el despido por “pereza” y se anunciaba que “todos los obreros y empleados tendrán una ficha, en la que se catalogarán los pormenores de su personalidad profesional y social. […] Así pues, la CNT había hecho realidad el viejo deseo anarcosindicalista de “un carnet de identidad del productor” que hiciera inventario de su moralidad, es decir, de su capacidad productiva.
En diciembre de 1936, un militante del Sindicato de la Metalurgia de la CNT solicitó la expulsión de un colega por negarse a hacer horas extra.
Los técnicos y militantes sindicales se enfrentaron a los mismos problemas que se enfrentaron la burguesía occidental así como los comunistas.
Los anarcosindicalistas admiraban el modelo soviético, ya que los bolcheviques había construido nuevas industrias y modernizado las antiguas… Según un faísta, la Unión Soviética continuaba progresando a pesar de los intentos capitalistas de estrangular la revolución triunfante.
Es de destacar que su anticapitalismo era simplemente un capitalismo más social, supuestamente colectivo, aunque los jefes ahora eran los dirigentes sindicales.
El Sindicato de la Construcción de la CNT no solo apreciaba el arte y la arquitectura soviética, sino hasta cierto punto el modelo económico soviético también: “El impulso realmente gigantesco de la industria y del agro de Rusia se debe a sus productores y a sus gobernantes”. Decir esto con los millones de muertos que produjo la industrialización bestial de Rusia tiene su enjundia.
Se ha de recordar que Lenin endiosó el sistema industrial y dedujo fríamente que las masas aceptarían más fácilmente su centralismo burocrático y dictatorial porque “la disciplina y la organización -dice Lenin- son asimiladas más fácilmente por el proletariado gracias, precisamente, a esta escuela de la fábrica”[7].
Estas ideas de Lenin coinciden plenamente con las ideas falangistas de Ramiro Ledesma Ramos: el designio de nuestro movimiento fascista -dirá Ramos- es “la subordinación de todo individuo a los supremos intereses del Estado”. Lenin señalará, con muchísima razón, la íntima conexión entre fábrica y ejército, entre fábrica y sumisión. No por nada, será el pueblo europeo más industrializado y desruralizado -el alemán-, el que seguirá a su Estado fielmente en las dos guerras mundiales. El imperio industrial/militar estará al final del movimiento inspirado por Lenin. Se levantará un totalitarismo en que la ley férrea de la burocracia comunista será: Initsiativavsegdanakazevema (“La iniciativa siempre se castiga”). Cuando Lenin anuncie la Nueva Política Económica (la NEP), declarará al capitalismo de Estado como la antesala necesaria del socialismo. Una vez más, esto no será muy distinto de las ideas de la Falange. El entusiasmo por el capitalismo de Estado une a fascistas e izquierdistas, reforzadores de la sociedad burguesa y hostiles, ambos, a la libertad.
Siguiendo literalmente el esquema clásico del marxismo, Lenin nos dirá que: “Equivale a un pensamiento reaccionario buscar la liberación de la clase obrera en algo que no sea el desarrollo del capitalismo”. Y precisa: “Por tanto, la revolución burguesa es ventajosa en alto grado para el proletariado”[8].
La teoría de la CNT hablaba de construir una economía sin coacción desde arriba, sin embargo, dadas las industrias que los sindicatos querían construir y la división del trabajo que habían decidido imponer, la coacción resultaba tan necesaria en Barcelona como lo había sido en la Unión Soviética.
De ahí que, con la colaboración de la UGT, la CNT acabó por aceptar e incluso fomentar el estajanovismo, una técnica soviética para incrementar la producción. En febrero de 1937, el Sindicato Textil de Badalona hizo un llamamiento a los trabajadores para que imitasen el estajanovismo, que había suscitado “un vivo entusiasmo” entre los obreros soviéticos.
Simone Weil escribe en “La condición obrera” que:
“El trabajo a destajo, la relación puramente burocrática entre las distintas partes de la empresa, y los procesos de producción separados, son todos inhumanos. No existe ninguna meta digna en la que fijar la atención, que se ve forzada a concentrarse en una tarea mezquina, que con algunas variaciones, es siempre la misma: fabrique cincuenta piezas en cinco minutos en lugar de seis, o algo por el estilo.
Existen dos factores en esta esclavitud: la velocidad y las órdenes. Para tener éxito, se ha de repetir el mismo movimiento a un ritmo que, más rápido que el pensamiento, interrumpe no solo la reflexión sino también la ensoñación. Cuando uno se encuentra delante de su máquina, tiene que destruir su alma, sus pensamientos, sus emociones, todo.”
La revista de la CNT incluso llegó a publicar una fotografía del héroe del trabajo comunista: “He aquí un ejemplo que el obrero español debe esforzarse en imitar en beneficio de la economía industrial”. Los militantes de la CNT y de la UGT de la Colectividad Cros alabaron el estajanovismo e hicieron votos para “hacer del trabajo un juego deportivo, una noble competición en la cual el vencedor sabe que conquistará el más preciado de los premios: el título de obrero distinguido en la producción”. La colectividad calificó a la Unión Soviética de ejemplo “de los éxitos que pueden obtenerse con la racionalización y organización eficiente del trabajo. Según la colectividad Marathon la Unión Soviética era “guía y ejemplo del mundo”.
Quizás el lector pueda justificar todas estas obras en el sentido de que era un contexto de guerra y “el fin justificaba lo medios”, pero esta idea es también burguesa. Si realmente el anarquismo era una ideología moral, y la guerra civil la última guerra romántica, los principios están en los medios. La búsqueda de los resultados sin importar ni valorar al ser humano, sigue siendo una idea de la burguesía. Inevitable o no estos son hechos reales, y la idea del productivismo era una idea consustancial al movimiento anarquista, y no solo en la península Ibérica sino que el mismísimo Pedro Kropotkin en su libro “Campos, Fábricas y Talleres” ensalza y se emociona con la industrialización que el capitalismo estaba llevando a cabo en la ruralidad estadounidense.[9]
En definitiva, el anarquismo interiorizó el pensamiento burgués, que lo caló hasta los huesos.
Todo este anarquismo recuerda, aunque duela en el alma, al discurso de Franco en 1959 cuando inaugura ENSIDESA, la gran factoría metalúrgica. Ese discurso sólo habla de economía, de poder económico y de poder político anexo al poder económico. Las semejanzas de las ideas sobre la industria y la economía del Instituto Nacional de Industria del fascismo con lo practicado por el anarquismo y el comunismo soviético son enormes. Ambas tres son progresistas y provienen del pensamiento ilustrado y, al fin y al cabo, del pensamiento de la revolución industrial: el liberalismo.
Simone Weil avisa en su escrito La condición obrera, dos años antes de la revolución del 36, que echar a los empresarios no modifica en nada el problema fundamental: el trabajo asalariado.
“Lo que interesa es que quede claro dos cuestiones a distinguir: primero la explotación de la clase obrera, que viene definida por la existencia del lucro capitalista; y en segundo lugar la explotación de la clase obrera en el lugar de trabajo, traducida en prolongados sufrimientos que, según los casos, se extiende de 48 a 40 horas por semana, pero que pueden prolongarse aún fuera de la fábrica las 24 horas de la jornada.
La cuestión del régimen de las empresas, considerada desde el punto de vista de los obreros, se plantea con datos que se dirigen a la estructura misma de la gran industria. Una fábrica ha sido construida esencialmente para producir. Los hombres están allí para hacer que de las máquinas surjan todos los días el mayor número posible de productos bien hechos y a buen precio. Pero, por otro lado, estos hombres son hombres; tienen necesidades y aspiraciones que satisfacer que no coinciden necesariamente con las necesidades de la producción, e incluso frecuentemente no coinciden en absoluto. Y ésta es una contradicción que el cambio de régimen de propiedad no elimina. Por ello, nosotros no podemos permitir que la vida de los hombres sea sacrificada a la fabricación de productos.
Si mañana se echara a los empresarios, si se colectivizaran las fábricas, estos cambios no modificarían en nada el problema fundamental, que hace que lo que es necesario para lograr el mayor número de productos no sea precisamente lo que puede satisfacer a los hombres que trabajan en las fábricas.”
La similaridad entre la práctica anarquista, soviética y capitalista empuja fuertemente -nos dice Harry Braverman- a la conclusión de que no hay otra forma en que la industria moderna pueda ser organizada. Y esta conclusión ha sido lo suficientemente promovida por la tendencia de las modernas ciencias sociales para aceptar todo lo que es real, como necesario, todo lo que existe, como inevitable y de esta forma, el presente modo de producción, como eterno.[10]
De nosotros depende no hacerlo eterno y organizar la revolución integral aprendiendo del pasado. La búsqueda por la libertad social tiene que ser rural, descentralizada, comunal y de pequeños productores, sin concentración y sin estandarización; sino caerá siempre en las mismas trampas que el propio sistema urbanita genera estructuralmente.
Algún autor anarquista coincide con esta idea. Miguel Amorós es uno de ellos y dice: “Al abandonar el agro, escapar a la costumbre y olvidar la tradición, el hombre y la mujer, no dio ni un paso hacia la libertad, sino que caminó directo a la servidumbre”. No podemos estar más de acuerdo con Amorós.
“Es necesario -continúa Amorós- romper con las ideologías clásicas – anarquismo, marxismo, sindicalismo- porque no funcionan, corresponden a determinadas etapas de desenvolvimiento de la conciencia social y están ampliamente superadas por el capitalismo”[11].
Esto es un escrito realizado a partir de una selección de textos extraídos de los libros de Michael Seidman y Simone Weil “Los obreros contra el trabajo. Barcelona y París bajo el Frente Popular” y “La condición obrera” respectivamente, con aportaciones propias.
“A la revolución, escuela de heroísmo, espiritualidad y humanismo, debemos darlo todo”[12]
Maria Bueno González y Enrique Bardají Cruz. 11-12-2022
[1]También llamada producción en masa, es la principal característica que utilizó Ford en la fabricación de vehículos, y consiste en delegar una tarea determinada a cada trabajador, que se terminará especializando en ella y consiguiendo los mejores tiempos de trabajo. Especialización de la mano de obra.
[2]“Trabajo y Capital Monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX” Harry Braverman.
[3]La tecnocracia es una forma de gobierno en la que el poder de decisión es ejercido por los técnicos expertos en sus diversos campos de especialización, en lugar de por representantes elegidos, tomando las decisiones sobre las interpretaciones basadas en cálculos científicos y procedimientos técnicos, y dejando aún lado toda la parte social y moral de las mismas. Y dando por hecho que la Ciencia es siempre objetiva, y no hay intereses o interferencias pervertibles en sus objetivos.
[4]“Ejército e Industria. El nacimiento del INI”. Elena San Román.
[5]Hoy, el anarquismo sigue apoyando con fervor la migración hacía nuestras ciudades pero ya no desde el campo ibérico, que está vacío y agotado, ahora desde más lejos. Un saqueo de humanos que se extiende cada vez más lejos. Tras una fachada de humanismo y de bienvenida a los refugiados se camufla una política rapaz, neocolonial, neonegrera, neoesclavista, de saqueo de los países del sur de sus jóvenes, imperial, inmoral y empobrecedora de los países emisores (mírese nuestra ruralidad hoy para comprobar la devastación que supone, 1.500 pueblos de 3.000 en proceso de extinción). Todo para servir a los intereses del capitalismo europeo, al pago de las pensiones y al sostenimiento del Estado de Bienestar. Ya que aquí no se tienen hijos se han de robar fuera, lo que resulta un negocio redondo pues vienen con los costes de crianza ya pagados, listos para trabajar en la reindustrialización de Europa. El anarquismo, al considerar tabú la reflexión sobre la migración, apoya de facto al Estado español y a la Patronal en su terrible saqueo esclavista de seres humanos.
[6]“Los problemas nacionales y la juventud” Ortega y Gasset.
[7]“El marxismo. Su teoría y su praxis” Heleno Saña.
[8]Ibid.
[9]La industrialización capitalista en la ruralidad norteamericana no tuvo nada de emocionante. Harry Braverman nos dice que “la mayoría de los habitantes rurales norteamericanos tenían pollos, conejos, puercos y chivos. Las tareas de hacer colchas, colchones, jabón, carpintería, herrería, curtiduría, fabricación de cerveza y destilación, hechura de arneses, hechura de quesos, moler y hervir sorgo para melazas, hilar y tejer, se hacían en la unidad familiar. Casi toda la mantequilla era producida en granjas familiares en 1879; para 1939 sólo un quinto de la mantequilla no era industrial. La mayoría del pan era hecho en la cocina de la familia. La matanza de ganado fue trasladada fuera de la granja más temprano y más rápidamente. Y durante el mismo período, la producción per cápita de verduras enlatadas se multiplicó cinco veces y las frutas enlatadas doce veces. Lo mismo que con la comida sucedió con la ropa, productos del hogar y de mantenimiento de la casa: el radio de producción de mercancías se extendió rápidamente… La mayoría del trabajo de construcción, como regla, se realizaba sin acudir al mercado, lo mismo que una buena parte del amueblado de la casa… La transición que produjo la industrialización capitalista amontonó a la gente en ciudades destruyendo las condiciones bajo las que era posible el viejo estilo de vida. Los grilletes urbanos se cerraron alrededor del obrero arrancado de su tierra y lo confinaron dentro de circunstancias que excluían las antiguas prácticas de autoaprovisionamiento del hogar… Con el tiempo, no sólo las necesidades materiales y de servicio sino incluso los marcos emocionales de la vida fueron canalizados a través del mercado.” Trabajo y Capital Monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX de Harry Braverman.
[10]Ibid.
[11]Miguel Amorós 17/11/2010 Periódico La Directa.
[12]Félix Martí Ibáñez.