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  • Autor de la entrada:Karlos Luckas

En unos momentos en que los acontecimientos sobre la crisis bélica de Ucrania se vienen sucediendo en tiempo real, cuando las informaciones son masivas y los análisis abundan, sobre todo en el objetivo de la desinformación, la intención de este análisis es centrarse en aquellas cuestiones geoestratégicas más relevantes que puedan explicar las claves de este conflicto en el marco de las contradicciones inter-imperialistas, y con ello, intentar aportar una explicación basada en lo esencial, aclarando las ideas en medio de un mar de confusiones.

Debe tenerse este análisis como complementario a los ya efectuados por Félix Rodrigo Mora y Antonio Hidalgo. El primero, muy acertado en las cuestiones básicas y de principio, desde una perspectiva revolucionaria; y el segundo, aporta un análisis histórico-político, correcto y muy completo (ambos se pueden consultar en la relación de referencias que se acompaña al final del artículo).

  1. El pasado 24 de febrero de 2022, parte de las tropas rusas acantonadas en la frontera de Ucrania comenzaron una operación militar de alto nivel contra dicho Estado, invadiéndolo por varias partes de sus actuales fronteras. Ante ello, la mayoría de los analistas de política exterior y geoestrategia se quedaron perplejos, salvo los estrategas del Pentágono, por una razón muy simple, era justamente la reacción que esperaban de Rusia, de hecho, la deseaban, la buscaban y la propiciaban a partir de una estrategia de continua provocación a Rusia, alentando un cambio de alianzas geoestratégicas de Ucrania desde la crisis de 2013-14, y el contencioso de Crimea, aunque en realidad, el imperialismo occidental viene cercando a la antigua Unión Soviética desde el mismo momento en que ésta comienza a desmoronarse en 1989.

     

  2. Es sabido que, ante el derrumbe de la antigua URSS, a partir de 1989, existió un “pacto” no escrito entre las élites gobernantes de los EE. UU. y Rusia por el que el imperialismo occidental (EE. UU.-Europa) respetaría las fronteras heredadas de la guerra fría en el sentido de que no se extendería la presencia de la OTAN hasta los límites de la nueva Federación Rusa. Sabemos que ello no se cumplió, sino justo lo contrario, en 1997 se toma la decisión, y dos años después se ejecuta, con la ampliación de la OTAN, incorporando a Polonia, República Checa y Hungría, estados todos que pertenecieron al ámbito anterior del Pacto de Varsovia.

     

  3. El 11-S significó una agudización de la política exterior imperialista más agresiva por parte de los EE. UU. y, sobre todo, sus aliados más directos, los Estados imperialistas anglosajones, comenzando por Inglaterra, y el sometimiento paulatino de la nueva Rusia, con el pacto de control de armas estratégicas ofensivas de 2002, la invasión de Irak en 2003, y una nueva ampliación de la OTAN con la incorporación de más Estados antiguos “aliados” de la URSS, en 2004, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía; posteriormente, Albania y Croacia en 2009. En 2017, se aprueban los procesos de adhesión en curso de Bosnia y Herzegovina, Georgia y Macedonia (esta última con dificultades por la posición de Grecia). Y finalmente las futuras integraciones previstas de Finlandia, Suecia y Serbia. Lógicamente, aquella que marca el origen del actual conflicto, es la posible incorporación de Ucrania a la UE, y por tanto, a la alianza militar imperialista hegemonizada por los EE. UU., a la OTAN.

     

  4. El origen histórico de este conflicto no se encuentra en las simplezas que propagan los medios de “desinformación” de los Estados imperialistas occidentales respecto a una supuesta “maldad” de Putin y argumentos por el estilo. En realidad, lo que sucede es que las diferentes potencias imperialistas mundiales (EE. UU., UE, Rusia y China) se encuentran en estos momentos históricos -como sucede siempre- en una lucha por la hegemonía mundial, partiendo cada una de ellas, respecto de las otras, desde una correlación de fuerzas específica que determina sus políticas imperialistas-militares. Comprender esto requiere especificar la posición actual de cada una de tales potencias.

La primera cuestión es desechar la teoría “conspiranoica” respecto a que el mundo está dominado por una especie de élite multimillonaria que detenta el poder económico, político y militar. La globalización económica, la deslocalización y la migración de capitales en busca de mejores rentas no son más que fenómenos ordinarios de la dinámica del funcionamiento del capitalismo imperialista. Ya Lenin, en su conocido texto El imperialismo, fase superior del capitalismo, lo explicaba, al tiempo  que criticaba la posición denominada como ultra-imperialismo. En realidad, los Estados nación modernos, en su fase imperialista, tienen plena vigencia, y son éstos los que deciden, en última instancia, la economía, que nunca ha sido “autónoma”, sino política. Todos los Estados imperialistas, occidentales, orientales o del Oriente Medio, hacen lo propio, invierten masivamente capitales en distintos Estados de todo tipo (EE. UU. invierte en Europa, en China y Rusia, y los demás hacen lo propio, Rusia y China, en EE. UU. y Europa, etc.), son acciones económicas de “beneficio mutuo”, pero siempre prevalecerá, en la perspectiva de la hegemonía mundial, la posición de fuerza de cada cual. Y cuando las condiciones lo exijan, pasarán de unas relaciones económicas de “beneficio mutuo” al enfrentamiento militar. Ello es consustancial con la naturaleza inherente de las dinámicas de los Estados nación y el capitalismo en la época moderna, y la historia de los últimos 300 años lo avalan.

  1. Lo más relevante del momento histórico presente es determinar la correlación de fuerzas entre las distintas potencias imperialistas mundiales capaces de disputar la hegemonía mundial (EE. UU., UE, Rusia y China); solo así podremos conocer los elementos principales de las respectivas estrategias en la compleja geopolítica mundial, y dentro de ésta, la propia situación del conflicto entre Rusia y Ucrania.

El elemento más decisivo y determinante es el declive histórico de los EE. UU., y aliados más inmediatos (el mundo anglosajón). En realidad, el imperialismo de los EE. UU. vino a suponer una prolongación o sustitución del imperialismo de Inglaterra, en apogeo en el siglo XIX, y ya en declive claro a principios de los años 20 del siglo XX. Durante ese siglo, gracias a la posición obtenida por las guerras mundiales, la guerra fría y sus guerras “locales”, realmente de enfrentamiento estratégico con la URSS, los EE. UU. (y aliados anglosajones y europeos) ha ganado la posición hegemónica imperialista mundial, y se ha mantenido como primera potencia militar y económica hasta el presente. Pero, desde los años 70 del siglo XX, a partir de la derrota norteamericana en el Sudeste de Asia, su posición no ha dejado de conocer un proceso de declive histórico, conociendo recientemente un último episodio con el abandono precipitado de Afganistán.

Por tanto, comprender la cuestión del conflicto de Ucrania-Rusia debe ser enmarcado en este contexto. Efectivamente, el fondo de la controversia para los EE.UU. no reside en “enfrentarse a la hegemonía rusa”, ello es solamente una parte secundaria de la estrategia de poder en la política de supervivencia como potencia imperialista dominante, el verdadero rival es la R.P. China, la potencia imperialista en ascenso, que ya es la primera potencia mundial, desde el punto de vista económico, y aunque aún no militarmente, pero lo será a corto plazo, puesto que se encuentra en pleno desarrollo de la tecnología adecuada, y de los propios armamentos, capaces y necesarios para competir y superar a los propios de los EE.UU. (como las armas hipersónicas).

  1. El conflicto Rusia-Ucrania, ¿cómo explicarlo? Veamos la posición geoestratégica de Rusia hoy y sus antecedentes. En realidad, la actual crisis militar Rusia-Ucrania ha sido provocada por los EE. UU. y aliados anglosajones con la finalidad de debilitar a una potencia imperialista que se encuentra en cierta fase de recuperación económica y militar, pero que, sobre todo, es un “aliado estratégico” del rival principal del imperialismo occidental, China, ya sabemos el dicho “los amigos de mis enemigos, mis enemigos son”. El imperialismo yanki-anglosajón, si quiere sobrevivir en este siglo XXI, tiene que debilitar a su máximo rival, que es China, comenzando por cortarle aquellos apoyos que serán decisivos en el futuro, desde el punto de vista económico, energético y militar, teniendo en cuenta que ya hay manifestaciones concretas de inquietantes “acuerdos estratégicos” entre Rusia y China, por encima de sus propias rivalidades históricas que los han enfrentado en el pasado (conflicto chino-soviético en época de Mao, sobre todo a partir de la muerte de Stalin en 1953, conflictos “fronterizos”, y la cuestión territorial de Vladivostok, enclave reclamado por China). A su vez, por su parte, China se manifiesta en este conflicto cada vez más del lado de Rusia, por la sencilla razón de que es plenamente consciente de la estrategia de “cerco” que EE. UU. desea someter a China con esta “provocación militar” ruso-ucraniana.

     

  2. La “trampa” del imperialismo anglosajón. Recordando la historia.

Históricamente, y aún más, en estos momentos en que Rusia se encuentra muy cercada respecto al dominio territorial que heredó del imperio zarista (puesto ya en entredicho en la historia de la época moderna por Napoleón y Hitler), el llamado Eje Báltico-Mar Negro es sagrado para Rusia, y cualquier historiador lo sabe, los yankis los primeros. La razón es sencilla: es completamente esencial para el control efectivo de la soberanía territorial de Rusia. Por tanto, cualquier política de control fronterizo que ponga en peligro esta “soberanía”, sabe perfectamente que encontrará la posición más beligerante posible por parte de las élites gobernantes del imperialismo ruso, les va en ello su propia supervivencia, y lo defenderán con uñas y dientes, y armas nucleares, si hace falta. Por tanto, la estrategia diseñada por los EE. UU. de “cercar” a Rusia por el SE incorporando a Ucrania a la OTAN ha sido un acto “bélico” de primera magnitud, además con pleno conocimiento de causa. Casualmente quienes aseguraron, de forma insistente, en que Rusia intervendría militarmente en Ucrania fue precisamente EE. UU. ¿Casualidad o premeditación? Veamos algunos hitos de estos hechos:

La Rusia zarista de 1913. Además de los territorios de la Federación Rusa actual, poseía: Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, (gran parte), Bielorrusia, Ucrania, Moldavia. Y en el Cáucaso norte: Georgia, Armenia y Azerbaiyán, hasta la frontera con Turquía.

La URSS-Rusia en 1917, después de la revolución de octubre, y en particular, después de la I GM, con el Tratado de Brest-Litovsk, en 1918, tiene que pagar el precio de ceder poder territorial: Desde Polonia, Finlandia, Ucrania, Estados Bálticos, pero Ucrania, (incluyendo la península de Crimea) y Bielorrusia se integran posteriormente en la URSS. Esta situación se mantiene hasta 1984

El derrumbe de la URSS (1989-1992). Los Estados “federados” se hacen independientes, con todo lo que tenían dentro, tanto en industrias como en armamento. Y Crimea se conserva en el ámbito de soberanía rusa mediante una especie de contrato de arrendamiento.

  1. Ucrania, como Estado nación fallido: Esta es una realidad reconocida por cualquier analista histórico que tenga un mínimo de rigor. Efectivamente, como es sabido, la composición etnia y cultural de las comunidades que habitan Ucrania básicamente es: un 77,8% constituida por ucranianos étnicos localizados esencialmente en la zona oeste; un 17,3% de población de origen ruso, localizada en la cuenca del Donbáss, en las regiones del Este autoproclamadas como Repúblicas Populares de Donetsk y de Luhansk, y en Crimea, anexada a Rusia mediante “referéndum de autodeterminación” de marzo de 2014, pero que previamente, en marzo de 1954, ésta fue “cedida” a la RSS de Ucrania por Kruschev en “conmemoración del 300 aniversario de su incorporación al “imperio ruso”. Después existen igualmente comunidades minoritarias de orígenes diversos como son: rumanos y moldavos (0,8%), bielorrusos (0,6%), tártaros (0,5%), polacos, húngaros, búlgaros, griegos, gitanos, judíos.

Sabemos que el nacionalismo es la filosofía política del Estado nación moderno, y que no existe ningún Estado nación que sea étnicamente puro, ni siquiera los clásicos de origen étnico. Sencillamente, ello no es posible. Pero lo que ha sucedido históricamente es que aquellas élites con capacidad de dotarse de un Estado propio, incluyendo un poder militar capaz de sobrevivir a los embates de Estados vecinos, con una población circunscrita a un territorio determinando, solo en tales condiciones, podemos asegurar que se obtiene con ello la capacidad de constituir un Estado nación independiente, incluyendo, como todos, a múltiples comunidades y pueblos en su interior. Como vemos en sus antecedentes históricos, el territorio denominado como Ucrania, básicamente poblado por tribus eslavas en el siglo V a.n.e., comienza a conformar un núcleo poblacional homogéneo con forma estatal monárquica, en parte de dicho territorio, a partir del siglo VII, por el año 882, el denominado Rus de Kiev. Cierto es que durante cientos de años, el núcleo esencial de las comunidades eslavas asentadas en Ucrania ha sufrido numerosos procesos de asimilación y dominación por parte de los Estados más potentes de su entorno: desde las invasiones tártaras y cosacas, pero sobre todo, por parte de las potencias limítrofes de Austria, Polonia y Rusia. Con la Revolución de Octubre de 1917 se proclama la República Popular Ucraniana independiente, y su liberación de Austria y Polonia en 1918, produciéndose una “unificación de varios de sus territorios” bajo el control de la recién creada URSS. Posteriormente, la rusificación promovida por Stalin, de 1921-1929, significó una “integración forzosa” en la URSS acompañada de una muy dura represión de la población originaria. Luego, con el derrumbe de la URSS en 1989, se proclama la República independiente de Ucrania, cuestión que sucede en 1991.

Como podemos comprobar por la historia política de Ucrania, en el conjunto del territorio determinado como tal, no ha existido una élite capaz de mantener un poder único, sobre una base social mínimamente homogénea políticamente capaz de integrar un Estado relativamente estable, sobre todo por el hecho de que en su región circundante existían ya Estados nación imperialistas potentes como Austria, Polonia y Rusia. Esa debilidad estructural ha provocado a lo largo de la historia una fractura poblacional y cultural muy difícil de “asimilar” con los mecanismos propios de los Estados nación modernos (una idea de “patria”, una cultura inventada, un idioma unificado, una educación unificada estatal, etc.), por el contrario, existen regiones en el territorio ucraniano con asentamientos de comunidades de culturas diferentes unas a otras, (la ucraniano-polaca o la ucraniano-rusa, como las más dominantes).

  1. Ucrania y su importancia estratégica.

La cuestión de los recursos: el gas. En estos momentos históricos en que ya se empiezan a notar los efectos del “cénit” del petróleo, el recurso del gas es vital para las economías imperialistas occidentales, y Rusia tiene reservas inmensas de este recurso energético que viene suministrando a Europa, en gran parte a través, entre otros, del gaseoducto que atraviesa Ucrania. En particular, el que realiza el suministro a Bielorrusia y a Polonia, pero no a Alemania, que se hace directamente desde Rusia. Ello viene a significar que en el actual conflicto Rusia podría estrangular a Polonia, pero no a Alemania, lo cual es una ventaja para no tener directamente enfrente a una verdadera potencia imperialista que hegemoniza la dirección política y económica de Europa, y con la que necesitará “entenderse” cuando se supere esta crisis.

La cuestión de la importancia estratégica para Rusia del control territorial del Este. Parecía estable el orden geopolítico creado por los vencedores de la II GM, con un potente Consejo de Seguridad formado por cinco Estados con capacidad nuclear, EE. UU., Reino Unido, Francia, RP China y URSS. El final formal de la guerra fría, y el derrumbe de la URSS en 1989 cambia por completo este panorama. El imperialismo occidental, sobre todo EE. UU. creen que la debilidad de la “nueva” Rusia podría significar su asimilación al capitalismo occidental, y así sucedió en décadas, hasta que las renovadas élites rusas, con Putin a la cabeza, y como consecuencia de cierta recuperación económica y política, con sus enormes recursos energéticos en el curso de la crisis actual, comienza a desplegar una nueva política (económica y militar) propia, con el fortalecimiento del Estado e incrementando su papel imperialista nuevamente, aprovechando que el imperialismo occidental se encuentra en una fase avanzada de declive histórico, y contando además con el ascenso de la R.P. China como potencia imperialista mundial, un aliado potencialmente estratégico para Rusia (ambos dentro de los BRICS). De estas nuevas condiciones, las “licencias” y concesiones rusas del pasado ya no son posibles, como la “cesión” al imperialismo occidental y a la OTAN de las republicas bálticas, o la guerra de Yugoslavia.

La crisis de Ucrania no es más que el primer paso de la recomposición imperialista de Rusia. En ese sentido, para Rusia es esencial el control estratégico de los territorios del este de Ucrania, pues nunca dejará su soberanía en manos de una Ucrania que va directamente encaminada a integrarse en la UE, y en consecuencia, en la OTAN. Crimea, Georgia y Osetia del sur y Abjasia son los más recientes ejemplos. En el conflicto bélico de 2008, Rusia, con las autoproclamadas republicas pro-rusas de Osetia del sur y Abjasia, a pesar de que Georgia continúa como Estado soberano independiente, solicita la integración en la UE y la OTAN, pero sabe perfectamente que, al igual que está sucediendo con Ucrania, su situación estratégica en el Cáucaso le hace una zona vital para los intereses territoriales estratégicos de Rusia, cuestión que lógicamente impedirá ese “cambio de bando” imperialista pretendido por la élites del poder georgianas. La lección de los Estados bálticos ya está aprendida y desde luego, muy difícilmente, la renovada Rusia va a permitir que parte de sus “antiguos” dominios territoriales se vayan diluyendo, incrementado el cerco del imperialismo occidental hacia sus fronteras. Hoy se sabe que las promesas de Bush-padre a Gorbachov de que se respetarían las fronteras vigentes en aquel momento de crisis, y que la OTAN no estaría situada directamente en las líneas de frontera de la antigua URSS, solo fue un “comentarios de sobremesa”. En aquellos momentos de pérdida histórica de poder, en su fase de recomposición política y económica, Rusia tuvo que aceptar cómo los belicistas de Clinton y Bush-hijo expandieran la OTAN hacia el Este, hasta dejar a Moscú a tiro de misil de medio alcance.

Los hechos son los siguiente: la pretendida presencia de la OTAN (ya presente en los Estados Bálticos, Polonia y Turquía), en Crimea, Georgia, Ucrania, y a partir de la crisis militar actual, también con Finlandia y Suecia, significaría. Además el cerco total a la Rusia postsoviética, en fase de recomposición imperial. Ello es claro y evidente, y Rusia está en la obligación de no ceder un palmo más de sus intereses territoriales estratégicos si quiere ser uno de los baluartes imperialistas de este siglo, XXI, y tiene condiciones para ello.

  1. La finalidad del imperialismo de los EE. UU. en la crisis ucraniana.

Desde la década de los 90 del siglo XX, en que la URSS se encuentra en una fase de “desguace”, el imperialismo occidental, sobre todo EE. UU. (con sus aliados anglosajones), y Alemania, desde un punto de vista estratégico, aprovecharon aquellos momentos de debilidad de las élites mandantes en la antigua URSS para arrebatarle condiciones materiales de su potencial económico y militar, y que su papel de “rival” esencial desde la II Guerra Mundial, desapareciera en las lucha por la hegemonía mundial. Pero hoy la situación ha cambiado sustancialmente, Rusia se confirma como una potencia imperialista, económica y militarmente capaz de disputar, junto con China, la hegemonía mundial. Por lo tanto, debilitar a Rusia, cercarla militarmente con la OTAN es más parte de la estrategia de debilitar a China, el verdadero rival por el poder mundial de este siglo. Rusia, no solamente es Europa, es Asia, es la antesala de China y el Pacifico (Corea, Japón, India, Australia, etc.).

Para el imperio de los EE. UU. y sus aliados anglosajones, y resto de Europa, en fase de declive histórico, el enemigo principal es la R.P. China, y la crisis provocada en Ucrania no es más que un proyecto de debilitamiento de los posibles apoyos que pueda tener China en un futuro. China tiene la hegemonía económica mundial, pero no la militar. En un enfrentamiento bélico con el imperio occidental, todavía saldría perdiendo, salvo que cuente con una Rusia modernizada económica y militarmente, y eso se pretende impedir.

Los EE. UU. saben perfectamente que mantener el inmenso ejército que tiene desplegado por todo el mundo es algo insostenible en el tiempo, su elevado coste lo hace inviable, cuestión que ni Rusia ni China poseen, pero tampoco sufren ese tremendo gasto. Justamente por ello, los EE. UU. vienen aplicando la política del “caos sostenible” sobre todo en Oriente Medio (Afganistán, Irak, Siria, Libia, Egipto, etc.), cuya finalidad es crear el caos en tales territorios, arrebatárselos a la esfera de influencia de Rusia, para luego abandonarlos, en tal situación de crisis y debilidad, que sus fuerzas armadas puedan entrar y salir de los territorios devastados cuando lo deseen.

Pero persisten dos problemas geoestratégicos: el papel histórico de Israel, como bastión del imperialismo occidental en la región, y Arabia Saudita y Turquía, como “aliados estratégicos” bastante incómodos, y todo ello, con la disputa interimperialista en la zona, con Irán, potencia militar considerable, con posibilidades de armas nucleares, y aliada de Rusia. En este contexto, una Rusia “herida”, acorralada, debilitada puede ser muy peligroso para los intereses del imperialismo occidental en Oriente Medio, pues podría incentivar una acción militar anti-occidental a través de Irán, o incluso en el eje Canarias-Sahara Sahel, o más al sur del continente africano, como Malí, donde Rusia tiene tropas mercenarias (grupo Wagner) haciéndole la competencia a las propias neocolonialistas francesas en la región. De hecho, se están produciendo movimientos “políticos” por agentes de la región, como Marruecos o Israel. El primero, se abstuvo de condenar la agresión miliar de Rusia a Ucrania en la votación promovida por EE. UU. en la Asamblea de N.U. de la ONU del 3-3-22, y que no tenía más sentido que enviar un mensaje a Moscú de “neutralidad”, en un cálculo estratégico que pasa por reconocer la importancia de Rusia en la región, su papel de sostenedor militar de Argelia, y agente con el que contar en la resolución definitiva del conflicto del Sahara. De hecho, Argelia ha comenzado unas arriesgadas operaciones militares con fuego real cerca de la frontera con Marruecos en un claro aviso de que si las cosas se ponen agudas en el conflicto europeo, Rusia apoyaría militarmente un escenario militar en el Sahara en el que Argelia podría, en unos momentos en que cuenta claramente con superioridad militar frente a Marruecos, proceder a la ocupación militar del Sahara, o incluso, entrar en guerra abierta con Marruecos. Respecto del segundo actor, Israel, conocedor de su antagonismo con Irán, no dudaría en hacer desaparecer del mapa a esa potencia nuclear, si tuviera las armas para ello, y Rusia se las proporcionaría en cuestión de pocos días si las condiciones históricas fueran lo suficientemente críticas para su justificación. Ese es el motivo de que Israel fuese precipitadamente a Moscú, en medio de la presente crisis de Ucrania, para “ofrecerse” como intermediario en el conflicto.

Por otra parte, queda la posición de la RP China, el gran “rival” del imperialismo occidental y la verdadera razón de la provocación yanki sobre Rusia en el contencioso de Ucrania. Estratégicamente China es perfecta conocedora del plan Biden. China viene estudiando con mucha paciencia la situación pues sabe que el interés occidental es justamente cercar a la R.P. China en su expansión económica, política y militar, finalmente, cuando reúna las condiciones para ello, y sabe también que Rusia es un aliado estratégico, a pesar de sus “diferencias” en el pasado. China es una frontera “segura” para Rusia por el Oeste, pero también lo es Rusia para China por el Este. Y esto es decisivo. Además Rusia posee recursos estratégicos para China, a pesar de las enormes infraestructuras que deberán crearse, pero estamos ya en una nueva época histórica en que grandes cambios se avecinan para todos los actores, sobre todo para Rusia y Europa que tendrán que modificar profundamente sus actuales estructuras de provisión de recursos energéticos. Pero es más, la R. P. China tiene su zona de expansión imperialista de primer orden en sudeste asiático y en el pacífico, pero antes debe resolver los contenciosos de Corea y de Taiwán. Y, desde luego, una rotura como la provocada en Ucrania (como efecto mariposa), puede tener resultados de “tormenta” en toda Asia. Los planes de rearme japonés, australianos, coreanos del sur, India (azuzada por su anterior imperio colonial, Inglaterra), ya están en marcha. La R. P. China ha pasado de sostener una especie de neutralidad sobre la crisis de Ucrania, a manifestar claramente una posición de apoyo a Rusia, acusando directamente a la OTAN y al imperialismo occidental de la responsabilidad sobre los acontecimientos de Ucrania.

  1. Los intereses de los EE. UU. y los de Europa, el papel de Alemania.

Después de la II Guerra Mundial, la potencia imperialista principal del “Eje”, Alemania, cuyos intentos de dominar Europa le vienen desde el momento en que se constituye como Estado nación en el siglo XIX, en que empieza a competir con Inglaterra, en franco retroceso histórico como primera potencia imperialista mundial. Alemania quedó en una situación de derrota aún más humillante con las reparaciones de guerra acordadas en el Tratado de Versalles después de perder la I Guerra Mundial, en 1919. Después de la II Guerra Mundial, Alemania quedó dividida entre los dos bloques imperialistas que iniciarían inmediatamente la guerra fría, el bloque encabezado por EE. UU., y el bloque “socialista”, encabezado por la  URSS. Como es conocido, en 1989, con el derrumbe de la URSS se inicia un proceso de recomposición de Alemania, de tal forma que ésta se convierte en la primera potencia económica europea, promotora de la unión europea y con las aspiraciones, de nuevo, de convertirse, mediante la base política y económica de Europa, ahora incrementada, en una renovada potencia imperialista mundial, para lo cual necesita desembarazarse de la presión dominante del bloque imperial EE.UU. y aliados anglosajones (Inglaterra, Canadá, Australia, Sudáfrica). Razones estratégicas de todo orden aconsejan a la “nueva Alemania”, a conformar una alianza estratégica con Rusia, pues ésta ofrece la resolución de muchas de sus carencias “históricas”. Rusia tiene las fuentes de materias primas más grandes del planeta en su inmenso territorio, que son totalmente necesarias para el desarrollo económico de Alemania (y Europa). Rusia es, además, la potencia nuclear más importante, y Alemania no tiene armas nucleares, y Rusia puede servir de “fiel escudero” siempre y cuando sea capaz Alemania de domesticar a ese “oso”, ofreciéndole lo que más quiere Rusia, sentirse parte histórica de Europa y de su propio proyecto imperial. En realidad, ¿la situación en Ucrania perjudica tales proyectos? No está claro. Rusia no ha dejado de suministrar gas a Alemania, a pesar de la crisis, de las condenas y de la ayuda militar alemana, también a Ucrania. Lo decisivo es que Alemania ha declarado, a raíz de la crisis de Ucrania, que se va a rearmar militarmente y así, el Canciller Olaf Scholz, declara la decisión de aprobar un crédito de 100 mil millones de euros para dotar unas modernas Fuerzas Armadas alemanas, al modo de cómo ya lo había hecho Hitler en 1933, y que justamente creó las condiciones del inicio de la II Guerra Mundial. Lógicamente este será solo el primer paso, que seguirá Francia, el otro gran socio de un renovado imperialismo europeo, que ya lo ha declarado, y que serán seguidos de Italia y España. Eso significará un rearme de todos los Estados nación imperialistas europeos, por su propia cuenta, y su previsible posterior integración en una “unidad militar europea”, al margen de la OTAN.

Todo ello nos indica que la crisis de Ucrania significará una aceleración de la historia, de tal forma que los proyectos estratégicos de dominio imperial europeos que se encontraban estancados por razones de tipo económico, coronavirus incluido, verán un impulso incontenible, gracias a que las necesidades bélicas se ponen en primer lugar en la agenda política a fin de defenderse de la política militar de la Rusia de Putin.

  1. Las evidencias. Lo que parece evidente es que, de la crisis de Ucrania, todos los Estados imperialistas de primer orden (EE. UU., Rusia, la UE y China), como los de segundo orden (Brasil India, Sudáfrica, Corea del Sur, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Canadá), e incluso los de tercer orden (Turquía, Arabia Saudita, Pakistán, Israel, etc.), verán una oportunidad de oro de recomponer sus posiciones de poder. Pero esto es un juego de la teoría de suma cero, de tal forma que lo que ganan unos, lo pierden otros. Y en esto reside lo esencial del asunto geopolítico: aquellos que posean las mejores condiciones político-económicas, y especialmente militares, son los llamados a ganar. En el corto plazo, el imperialismo yanki y sus aliados anglosajones, luego los imperialistas europeos, encabezados por Alemania, en tercer lugar, la propia Rusia, que decantará a su favor aliados estratégicos algo titubeantes como China. Pero será al final China la que tenga las mejores condiciones para vencer en la lucha por la hegemonía mundial del siglo XXI. Su economía es la más potente pues existe el hecho incontrovertible que sustentada sobre la base de la esclavitud y de explotación de sus comunidades y de los pueblos del mundo en que tienen inversiones de capital, ya es la primera del mundo, su sistema político de dictadura de partido único es estable y es la envidia de las élites del poder mundial.

     

  2. La posición revolucionaria. Es una evidencia histórica que las guerras son el origen de los Estados, y en la época de la modernidad, el origen de los Estados nación, así viene sucediendo desde el siglo XVII. Primero surgen los Estados nación modernos y luego, sobre la base de sus respectivos potenciales militares, las potencias imperialistas. La guerra revolucionaria es una excepción en los últimos 300 años. De hecho, de tales procesos revolucionarios, con fundamento también en las acciones militares, cuando han tenido éxito, paradójicamente han finalizado constituyendo también Estados nación, y en su desarrollo dinámico histórico, han devenido en potencias imperialistas tan dictatoriales o agresivas, o más, que las propias de origen en un Estado nación liberal: tales son los casos de Rusia y China.

Siendo esto cierto, no cabe duda de que también de las experiencias históricas debemos aprender estrategias y tácticas que en su momento, de forma transitoria, fueron correctas. Es en este sentido en que debemos estudiar la posición de la izquierda ante las perspectivas de la I Guerra Mundial, en particular la lucha de líneas en el seno del influyente y poderoso PSD de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, y en particular la posición de Lenin, que se enfrenta tanto a Plejanov como a Trotsky. En 1914, el grupo parlamentario socialdemócrata alemán vota el presupuesto de incremento del armamento para la guerra, es decir, la representación de la ideología socialista, “defensora de la clase obrera”, votaba junto a la burguesía alemana para financiar una guerra imperialista de agresión. Ello significó la bancarrota definitiva de la II Internacional, y el hundimiento de una organización política de izquierdas que tenia más de un millón de miembros, 40 diarios, universidades, publicaciones, bibliotecas, y una base de electores en torno a los cuatro millones. Pero es que, además, ello sucede en todos los partidos hermanos europeos, en que los socialistas se hacen patriotas, salvo el caso serbio y el bolchevique (inicialmente, en la posición de Lenin). En Alemania, dentro del PSD, la oposición la sostiene Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, cuestión que les costará posteriormente sus propias vidas. Esta oposición la encabezan con la consigna, tan justa como revolucionaria: “el enemigo principal está en nuestro propio país”. En Rusia, Lenin está completamente de acuerdo con la postura de Rosa y Karl, y los diputados bolcheviques votan en contra de los presupuestos de guerra. Ya en el exilio Lenin precisa la posición bolchevique como “derrotismo revolucionario”, que vendrá a significar la definición del gobierno de cada país como “el enemigo de su propio pueblo”, planteando, en consecuencia, la necesidad de crear una nueva Internacional, y estratégicamente defender la política de “transformar la guerra en guerra civil”. Esa es una posición revolucionaria y correcta. Lenin se enfrenta además con la posición “timorata” (así la calificó) de Trotsky, mayoritaria en el partido en aquellos momentos aún (El Manifiesto de la Conferencia) y su tesis de “rechazar el derrotismo revolucionario y abogar por una paz sin anexiones ni indemnizaciones”. La posición de Lenin era dialéctica y muy acertada, como luego se mostraría en la historia con la toma del poder bolchevique en 1917: combinar el derrotismo respecto de la política militarista del Estado, con la lucha por la paz, mediante la guerra civil y la revolución, movilizando al pueblo para derribar el poder del Estado. Otra cuestión diferente es que el concepto mismo de revolución en Lenin, como posteriormente en Mao, no fuera tan diferente al modelo del imaginario moderno social que se inicia con la Revolución Francesa de 1789, y que degenerara rápidamente en un modelo de Estado nación de capitalismo burocrático y de orden político dictatorial.

Lamentablemente, el momento político e histórico actual es el que es. A la crisis de Ucrania, y la mundial, que ya está en curso, difícilmente se le pueda oponer una política acertada como la de Lenin de principios del siglo XX, sencillamente porque no existe un movimiento político revolucionario capaz de promoverlo e imponerlo en todos los frentes de lucha civil y militar. Únicamente, hoy, podemos hacer referencia a la estrategia puesta en práctica por el movimiento popular de liberación del Kurdistán, bajo la dirección del PKK, y su líder, aún encarcelado Abdullah Öcalan (condenado criminalmente a cadena perpetua en la isla de Imrali desde 1999). La guerra inter-imperialista de Siria iniciada en 2011 significó un ejemplo revolucionario al mundo ofrecido por parte de la estrategia político-militar de las fuerzas populares dirigidas por el PKK en las zonas de presencia kurda, como la conocida revolución de Rojava, creando la región autónoma del Norte y Este de Siria y sus siete cantones con un amplio autogobierno de democracia directa en toda la Siria septentrional: Afrin, Jazira, Manjib, Eufrates, Raqqa, Taqba, y Deir ez-Zor. El pueblo kurdo en armas, con las fuerzas populares militares de autodefensa YPG e YPJ, se enfrentaron con éxito, combinando la guerra contra los enemigos fascistas e imperialistas del Estado Islámico, con la revolución, haciendo realidad la tesis de combinar la guerra popular revolucionaria, con la guerra contra las fuerzas militares fascistas invasoras, creando, al mismo tiempo, un poder popular revolucionario de democracia directa en los territorios liberados.

En la actual crisis de Ucrania, la verdad ha de imponerse por si misma, con independencia de sus resultados. Y si hoy es de menester unas consignas, éstas han de ser:

1º Respecto a la guerra en sí, promover el derrotismo revolucionario en los propios Estados nación, impulsando la revolución mediante la movilización popular del pueblo en armas.

2º. El impulso de la revolución ha de significar la conquista de una autentica soberanía popular sobre la base de la democracia directa, ejercida mediante asambleas omnisoberanas, que garanticen la verdadera libertad, basada en la vida comunal, la economía comunal, la libertad de conciencia y la cultura popular revolucionaria.

3º Es evidente que tales propósitos no son viables en estos momentos si antes no se constituye un auténtico movimiento revolucionario de nuevo tipo, integral, que sea capaz de reunir a los que verdaderamente optan por una salida verdaderamente revolucionaria frente al caos que se avecina, en el Estado español, y en todo el mundo.

KL

Notas y artículos de interés.

Félix Rodrigo Mora. Comunicado contra la guerra entre los estados de Rusia y Ucrania

Antonio Hidalgo Diego. Guerra en Ucrania: cambio en la geopolítica mundial 

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Prensa Obrera. Los bolcheviques y la Primera Guerra Mundial

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NIUS-. Los dilemas de Marruecos ante la guerra en Ucrania

La Razón. Expertos militares franceses sitúan a Canarias en el “eje de fricción” entre España y Marruecos

UFVdu. La Crisis de Ucrania – Florentino Portero

The New York Times. ¿Qué pasaría en la economía global si Rusia invade Ucrania?

El Confidencial. Slavoj Zizek. ‘Goodbye Lenin’ en Ucrania: aceptadlo, izquierdistas, Putin es un nacionalista conservador.

ESglobal. El Donbás y la geopolítica defensiva de Rusia.

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FUENTE: https://karlosluckas.blogspot.com/2022/03/la-guerra-de-ucrania-por-que-el_13.html

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