1. INTRODUCCIÓN

Las causas que explican la formación del capitalismo son un tema de debate que no ha perdido actualidad, pues periódicamente son publicadas investigaciones que arrojan diferentes puntos de vista sobre esta cuestión tanto en el plano disciplinar como en el teórico.

Junto a los autores clásicos (Weber, 1958; Marx, 1970) nos encontramos con aproximaciones que presentan la cultura como el factor explicativo del nacimiento del capitalismo (Landes, 1998; Macfarlane, 1978, 2002; McCloskey, 2006, 2010, 2016). Otros autores, en cambio, destacan el papel de las instituciones (North y Thomas, 1973; Pipes, 1999; Acemoglu y Robinson, 2015; Zanden, 2009; Rosenberg y Birdzell, 1986). También están las perspectivas que inciden en los avances tecnológicos en el ámbito económico (Mokyr, 1990; White, 1968, 1978), o en la interacción de factores políticos, sociales e ideológicos (Baechler et al., 1988).

En el marco de los enfoques marxistas existe una gran cantidad de estudios. Un ejemplo es la teoría de la dependencia que considera la explotación de las colonias la base para el desarrollo económico de las metrópolis y, así, del advenimiento del capitalismo (Frank, 1970). Asimismo, el comercio y la explotación de mano de obra esclava son consideradas el principal antecedente del capitalismo por otros autores de esta teoría (Inikori, 2002; Williams, 1944).

Junto a la teoría de la dependencia están los abordajes desde la teoría del sistema-mundo. Según este punto de vista los sistemas interconectados de economías, sociedades y culturas han evolucionado desde el nacimiento de la civilización, hace 10.000 años, para convertirse en sistemas autocontenidos que originaron imperios, y sólo más recientemente han dado lugar a una economía-mundo completamente integrada. Los sistemas complejos resultantes de este proceso histórico han colapsado o absorbido a otros sistemas. Únicamente a partir de 1500 se produjo una situación en la que la naciente economía mundial evitó el colapso, lo que dio origen a la aparición del moderno sistema-mundo (Wallerstein, 1974, 1984, 2000).

Immanuel Wallerstein inauguró una línea de investigación que otros autores se encargaron de desarrollar y matizar a la hora de esclarecer las causas del capitalismo. Este es el caso, por ejemplo, de Barry K. Gills y Andre Gunder Frank (1993), quienes desarrollaron su propia hipótesis en torno a la continua acumulación de capital, las relaciones entre el centro y la periferia, las rivalidades por el liderazgo hegemónico, y los ciclos económicos de crecimiento y declive, todo ello en un marco temporal mucho más amplio que el contemplado por Wallerstein.

Junto a los autores anteriores también encontramos la aportación de Giovanni Arrighi (1999) quien, apoyado en la obra de Wallerstein, hace referencia a los ciclos sistémicos de acumulación de capital financiero para explicar la evolución de la economía-mundo y la aparición del capitalismo moderno en el marco geográfico de las ciudades-Estado italianas de la Baja Edad Media. Arrighi se inspira en diferentes trabajos de los ciclos económicos e históricos (Kondrátiev, 2008; Schumpeter, 2003; Braudel, 1984), los ciclos sistémicos (Mensch, 1979) y los ciclos en la política internacional (Modelski, 1978, 1987).

Otras aportaciones que son variaciones de la teoría de Wallerstein complementadas con otros elementos de análisis son la de Eric Mielants (2008), quien presta atención al papel de los agentes empresariales de las regiones urbanas de finales de la Edad Media europea para explicar el capitalismo. Mientras que Janet Abu-Lughod, que es coincidente en algunos puntos con Mielants, analiza el nacimiento del capitalismo a partir de las aportaciones del mundo islámico en el plano comercial, legal, institucional, etc. (Abu-Lughod, 1989: 224).

En el marco de lo que podría denominarse la geopolítica marxista encontramos algunos estudios que incorporan una visión espacial del fenómeno capitalista, pero que centran la atención en el modo en el que este sistema social y económico transforma el espacio. Este es el caso, por ejemplo, de la obra de David Harvey (1977, 1982, 1985, 1990). Aunque Harvey es quizá el más representativo de los geógrafos marxistas, también encontramos otros autores que estudian las implicaciones geográficas de las diferencias entre las sociedades capitalistas y precapitalistas (Quaini, 1982), o que directamente asumen en mayor o menor medida la perspectiva de Wallerstein (Taylor, 1985; Flint y Taylor, 2007; Abdel-Malek, 1977; Blaut, 1973; Henrikson, 1980).

Este artículo pretende llenar la ausencia de un enfoque espacial que explique el surgimiento del sistema capitalista y que, de este modo, aclare los factores geopolíticos que intervinieron en este proceso. En este sentido la pregunta de investigación que planteamos es ¿cómo influyó la competición geopolítica internacional en la formación del capitalismo? Para responderla se expone el marco teórico en el que esta aproximación geopolítica se inscribe para, así, presentar nuestra hipótesis. Cabe adelantar que nuestro abordaje asume un planteamiento transdisciplinar en la medida en que las fronteras entre las ciencias sociales no son fijas ni inmutables (Reynaud, 1982: 21), pues todas ellas se entrecruzan y se interpretan entre sí (Foucault, 1968: 347). Es por esto que en nuestro análisis se intersectan la ciencia política, la historia y las relaciones internacionales.

La metodología empleada para comprobar la hipótesis es de carácter fundamentalmente cualitativo al basarse en la revisión de monografías históricas. Esto es complementado con datos estadísticos relativos al gasto militar y a la recurrencia de la guerra en el escenario europeo. La estructura del artículo es la siguiente. Tras exponer el marco teórico del realismo neoclásico es abordada la geopolítica para aclarar el modo en el que aquí es utilizada. Después de esto son abordados los resultados obtenidos, lo que comienza con el estudio del escenario geopolítico internacional en Europa a principios de la época moderna, y continúa con el análisis de la influencia de la competición entre potencias en la formación del capitalismo.

 

2. EL REALISMO NEOCLÁSICO

Las primeras aproximaciones sistemáticas al estudio de la influencia del medio internacional sobre la esfera doméstica hechas desde la ciencia política fueron llevadas a cabo en la década de 1960 desde una perspectiva conductista. Karl Deutsch (1966) fue el primero en abrir el camino a esta línea de investigación, a quien le siguió el enfoque descriptivo de James Rosenau (1969, 1970, 1973) y su explicación del «linkage». Rosenau contribuyó así a consolidar esta línea de investigación de la que se derivaron múltiples estudios de caso (Feld, 1968; Kaiser, 1968; Farrell, 1969; Burrowes y Spector, 1973; Phillips, 1973; Wilkenfeld, 1974; Bar-siman-tov, 1983).

Junto a los enfoques conductistas y descriptivos que emergieron en la ciencia política, también encontramos dos corrientes explicativas claramente diferenciadas (Gourevitch, 1978). Por un lado están las explicaciones que basan el cambio interno en la influencia de la economía mundial (Gerschenkron, 1962; Moore, 2015; Hirschman, 1971; Kurth, 1973, 1979; O’Donnell, 1973), entre las que se encuentran las teorías del centro-periferia, del imperialismo, del sistema-mundo, de la interdependencia compleja, del neomercantilismo y del neomarxismo centrado en el Estado (Frank, 1967, 1970; Lenin, 1974; Hobson, 1981; Wallerstein, 1974; Keohane y Nye, 1977; Gilpin, 1975a, 1975b; Schurmann, 1974). Y por otro lado están las explicaciones que abordan los cambios en la esfera doméstica a partir del sistema de Estados y las relaciones político-militares entre países (Hintze, 1968; Skocpol, 1979; Ranke, 1950; Roberts, 1956; Tilly, 1992; Porter, 1994).

Sin embargo, nuestra aproximación parte de una perspectiva en la que el medio internacional, a través de la competición geopolítica, constituye la variable independiente que explica las transformaciones de orden interno que condujeron a la formación del capitalismo. Para esto recurrimos al marco de análisis que brinda el realismo neoclásico (Rose, 1998). En lo que a esto respecta cabe decir que el realismo neoclásico asume la visión estructuralista desarrollada por Waltz (1959, 1988). Así, este autor plantea la existencia de diferentes niveles de análisis a los que llama la primera, segunda y tercera imagen, es decir, los niveles del individuo, del Estado y del sistema. De este modo Waltz explica la política exterior de los Estados a partir del sistema internacional al conferirle a este una importancia decisiva.

La organización anárquica del sistema internacional crea un contexto de competición entre las unidades políticas que lo integran al imperar unas relaciones basadas en la hostilidad y la desconfianza mutuas. Por ello cada Estado recurre a sus propias capacidades internas en una estrategia de autoayuda para preservar su seguridad. Debido a que las capacidades están desigualmente distribuidas entre los Estados, existe una jerarquía internacional que conforma la estructura de poder que organiza el sistema y que limita el comportamiento de las unidades (Waltz, 1967, 2000a). Se trata de un factor que presiona sobre los Estados hasta el punto de alterar sus procesos internos e influir en las decisiones finales sobre sus políticas nacionales. El realismo estructural explica cómo varía el comportamiento de los Estados en relación con la estructura de poder internacional, y cómo los resultados esperables también varían a medida que los sistemas cambian. Como consecuencia de esto el principal interés de los Estados es mantener su posición dentro del sistema (Moure, 2017: 76).

Aunque la aportación de Waltz ha tenido un gran impacto en el paradigma realista, esto no ha impedido su crítica desde posiciones liberales y constructivistas, así como desde la psicología cognitiva (Ripsman et al., 2016: 11). Esto es lo que conduce al realismo neoclásico a combinar factores que pertenecen a los niveles de análisis del Estado y del individuo en su aproximación a la política exterior. El realismo neoclásico analiza la política internacional a partir de las variables sistémicas del medio internacional, pero con la particularidad de filtrarlas a través de las variables intervinientes del nivel doméstico. Por esta razón tiene en cuenta el papel de factores que se ubican en la primera y segunda imagen. De este modo el realismo neoclásico explica la política exterior del Estado a partir de la interacción de los estímulos externos con variables del nivel doméstico como las relaciones entre el Estado y la sociedad, las características de las instituciones domésticas, etc. (Ripsman et al., 2016: 9). Por tanto, el realismo neoclásico estudia la manera en que las variables de la segunda y primera imagen afectan al comportamiento internacional del Estado frente a estímulos exteriores en la forma de desafíos y oportunidades.

El realismo neoclásico constituye una matización de ciertos aspectos del análisis del realismo estructural al tener en cuenta la influencia que la política interior, la cultura nacional o la actitud de cada dirigente responsable de la toma de decisiones ejercen sobre la política exterior (Zakaria, 2000: 30). Por esta razón se centra en el impacto de los estímulos exteriores en el ámbito interior del Estado para explicar así la política exterior. Tal es así que los realistas neoclásicos argumentan que el alcance y la ambición de la política exterior de un país depende fundamentalmente del lugar que ocupa en el sistema internacional, y más concretamente de su poder relativo determinado por sus capacidades materiales. Por tanto, el impacto de dichas capacidades en la política exterior es indirecto y complejo debido a que las presiones sistémicas se manifiestan a través de las variables intervinientes al nivel de la unidad (Rose, 1998: 146).

El sistema internacional limita las posibilidades del Estado, y consecuentemente la respuesta que pueda dar a los desafíos que se presenten en esta esfera. Sin embargo, la política exterior no se explica únicamente por esas presiones externas, sino también por la influencia de variables intervinientes que filtran los imperativos estructurales de la primera y segunda imagen. Por tanto, según el realismo neoclásico los estímulos exteriores interactúan con las condiciones internas del Estado, lo cual explica su comportamiento en la arena internacional. De esta manera, los complejos procesos de la política doméstica operan como correa de transmisión de las fuerzas externas (Schweller, 2004a: 164). Los Estados reaccionan de manera diferente ante oportunidades y presiones sistémicas similares debido a sus condiciones internas (Schweller, 2004b).

A tenor de lo hasta ahora expuesto cabe señalar que el realismo neoclásico presta especial atención a factores del nivel del Estado como sucede con las estructuras internas, la capacidad extractiva del Estado o las relaciones entre Estado y sociedad para explicar la política exterior (Christensen, 2001; Schweller, 1998; Snyder, 1993). Asimismo, tiene en cuenta distintos factores del nivel del individuo (Mercer, 2006; Byman y Pollack, 2001). En términos generales los autores de esta teoría consideran que la política exterior es el producto de una amalgama de los niveles sistémico, estatal e individual (Schmidt, 2005). Sin embargo, en esta investigación nos vamos a centrar en los factores del nivel del sistema y del Estado. Así, hay que apuntar que una de las principales limitaciones del realismo neoclásico es que no analiza cómo las presiones internacionales moldean la esfera doméstica del Estado, aunque es algo que no excluye como posibilidad (Taliaferro, 2009). Su atención es dirigida, como ha sido explicado, a dilucidar el modo en el que dichas presiones interactúan con los factores de la primera y segunda imagen para explicar el comportamiento del Estado en la arena internacional. Por el contrario, lo que aquí planteamos es examinar el efecto que las presiones del medio internacional tienen en la esfera doméstica del Estado, y cómo ello influyó en la organización de su espacio interno y en la formación del sistema capitalista.

En esta investigación examinamos la variable del poder del Estado que consiste en la capacidad que este tiene para extraer y movilizar los recursos disponibles en su territorio (Taliaferro, 2009: 213; Zakaria, 2000: 20-21). La movilización de recursos adopta dos formas diferentes. Por un lado, consiste en el control directo de la economía por el Estado, así como la reasignación de recursos a través de la planificación centralizada, la nacionalización de sectores estratégicos o de determinadas empresas, entre otras posibles medidas. Por otro lado, la movilización puede consistir en la intervención indirecta del Estado en la economía para facilitar la acumulación de riqueza social y, así, aumentar la base tributaria. En cualquier caso la movilización de recursos requiere una inversión económica y política, ya sea con la creación de un gran aparato administrativo para llevar a cabo una movilización directa de los recursos, o a través de subsidios y concesiones a actores no estatales para expandir la producción en el caso de una movilización indirecta. La extracción de recursos, en cambio, significa que el Estado convierte directamente la riqueza de la sociedad en poder militar a través de impuestos, requisas y expropiaciones (Mastanduno et al., 1989: 467).

Por tanto, este estudio pretende examinar la influencia de la competición geopolítica internacional en la esfera doméstica del Estado, y dilucidar el modo en el que influyó en la aparición del capitalismo. Así, nuestra hipótesis es que el escenario de competición intensa entre las potencias europeas les condujo a reorganizar su espacio interno para una movilización y extracción creciente de los recursos disponibles en su territorio, todo ello para apuntalar un poder militar creciente con el que competir con éxito en la esfera internacional. Este proceso de cambio interno originó el capitalismo gracias al cual el Estado aumentó sus capacidades internas así como su poder e influencia internacional. Por tanto, la atención será dirigida a aclarar en qué medida el capitalismo supuso una nueva organización del espacio para aumentar la capacidad del Estado para movilizar y extraer recursos con los que hacer frente a los desafíos exteriores.

 

3. LA GEOPOLÍTICA

Existen múltiples definiciones de la geopolítica (Weigert, 1943: 33), al igual que formas distintas de clasificar estas definiciones (Mamadouh, 1998). Sus antecedentes se remontan a Friedrich Ratzel (1903, 2011), Halford Mackinder (1904), Alfred Mahan (1890) y sobre todo Rudolf Kjellén. Este último fue quien acuñó el término geopolítica a finales del s. XIX como parte de su particular forma de entender la ciencia política (Kjellén, 1899). En este sentido la geopolítica, como ámbito de conocimiento, no sólo tiene su origen en la ciencia política sino que, además, su objeto de estudio es el modo en el que los fenómenos políticos se desenvuelven en el medio geográfico, y cómo esto afecta a la organización del espacio (Kristof, 1960).

A diferencia de la geopolítica crítica, que considera la geopolítica un conjunto de prácticas discursivas (Agnew y Corbridge, 1995: 47; Ó Tuathail y Agnew, 1992), aquí entendemos la geopolítica como un conjunto de prácticas insertas en la guerra, la política (internacional y doméstica) y la diplomacia que se manifiestan en el modo de organizar el espacio. Esto significa concebir el espacio como una construcción social que implica, contiene y disimula las relaciones sociales, tal y como Henri Lefebvre señala, de modo que refleja las relaciones de poder al ser estas el resultado de superestructuras sociales como el Estado. De esta manera el espacio es ordenado de acuerdo con los requerimientos específicos de estas estructuras (Lefebvre, 2013: 139, 141). Por ejemplo, el Estado desarrolla sus propias instituciones en diferentes ámbitos por medio de las que organiza el espacio con el establecimiento de fronteras no sólo políticas, como las que separan países, sino también a través de demarcaciones fiscales, judiciales, aduaneras, monetarias, administrativas, sanitarias, etc. Así, la construcción del espacio por el Estado consiste en una serie de prácticas geopolíticas que diferentes instituciones desarrollan en sus respectivos ámbitos. Con este procedimiento el Estado controla el comportamiento de las personas, pues las delimitaciones de carácter territorial regulan las relaciones sociales y forman parte de una estrategia de dominación que el ente estatal utiliza para movilizar los recursos que necesita para sostenerse en el ámbito interior y expandirse en la esfera exterior (Sack, 1983, 1986: 5, 19).

En esta investigación aplicamos la geopolítica en los términos antes indicados al considerarla también un método que sirve para enfocar de manera espacial los análisis desarrollados en diferentes esferas de conocimiento (Grabowsky, 1933). En este caso la utilizamos en su calidad de instrumento de análisis para dilucidar los factores espaciales que influyeron en la formación del capitalismo. Para llevar a cabo esta tarea tenemos en cuenta los dos niveles de análisis antes señalados: el sistémico y el de la unidad. Esto significa que la configuración geopolítica del medio internacional es fundamental para explicar las presiones que se producen en el nivel de la unidad. Mientras que en el plano de la unidad son abordadas aquellas prácticas geopolíticas que organizan el espacio para adaptar la esfera doméstica a las necesidades que impone la esfera internacional. La interacción entre ambos dominios es lo que nos conduce a hablar de la dialéctica geopolítica como elemento constitutivo de nuestro marco de análisis.

La asunción de la existencia de una relación dialéctica, de influencia recíproca, entre la esfera doméstica e internacional significa afirmar que no se concibe una separación tajante entre los ámbitos externo e interno del Estado, sino que existe una continuidad entre ambos. Por este motivo planteamos que la competición entre países genera una serie de situaciones más o menos amenazantes, que aquí llamamos desafíos, que los Estados deben afrontar para garantizar su seguridad. Las presiones derivadas de estas amenazas externas se manifiestan a través de las condiciones internas del país, y consecuentemente varían en función de cada caso concreto. De cualquier forma el efecto de estas presiones es el desencadenamiento de procesos de cambio en la esfera interna para incrementar las capacidades nacionales, lo que se traduce en una nueva organización del espacio. Por todo esto lo que aquí se pretende es examinar la influencia de las presiones geopolíticas internacionales en la formación del capitalismo, y cómo esto se manifestó en una forma específica de organizar el espacio para movilizar y extraer los recursos que este alberga.

 

4. EL ESCENARIO GEOPOLÍTICO EUROPEO Y LA COMPETICIÓN INTERNACIONAL

Como consecuencia de la desintegración del imperio de Carlomagno emergieron en Europa una gran cantidad de unidades políticas de diferente tipo en la Baja Edad Media. Esto creó una situación de elevada fragmentación geopolítica si tenemos en cuenta que en el s. XIV había aproximadamente un millar de unidades políticas, cifra que se redujo a aproximadamente 500 en el s. XVI (Tilly, 1975: 15). Todo esto lo constata la enorme cantidad de diferentes ciudades, principados, territorios eclesiásticos, etc., que se consideraban independientes en el s. XV, o que fueron considerados como tales en un futuro próximo (Hale, 1990: 22). Esta situación condujo a la aparición de un medio internacional anárquico. Esto último fue posible gracias al desmoronamiento de las principales instituciones supranacionales del mundo medieval, el Sacro Imperio y la Iglesia, que se disputaban el derecho supremo a gobernar al resto de unidades políticas que poblaban Europa. El conflicto entre estas dos instituciones ahondó la fragmentación geopolítica ya existente, y empujó la situación hacia un contexto cada vez más anárquico al hacer concesiones a los monarcas que implicaron el fortalecimiento político de estos últimos (Spruyt, 1996: 42-55).

Debido a la fragmentación geopolítica del escenario europeo se produjo una intensa competición entre países, todo ello en un contexto en el que la guerra representaba una amenaza para la existencia del Estado. Todo esto estuvo acompañado de una serie de procesos de transformación de las fuerzas armadas con la aparición de los primeros ejércitos permanentes (Vagts, 1959: 46), además de cambios en el terreno político con la formación de una burocracia profesional al servicio de la corona que respondía, asimismo, a las necesidades militares del medio exterior (Ertman, 1997: 74-88), sin olvidar tampoco la asunción por el Estado de la prerrogativa exclusiva de declarar la guerra (Schmitt, 1979: 159-161). Por otro lado, las innovaciones en tecnología militar y el crecimiento del tamaño de los ejércitos (Parker, 1990, 1995; Rogers, 1995; Roberts, 1956) impulsó la competición con el estallido de sucesivas guerras y carreras de armamentos.

Prueba de que la guerra se convirtió en un fenómeno cada vez más frecuente en la Europa moderna es que entre 1480 y 1800 se produjo cada 2 ó 3 años un conflicto internacional de dimensiones considerables, lo que ha sido una constante incluso en tiempos más recientes, como así lo refleja que este tipo de conflictos sucediesen cada 1 ó 2 años entre 1800 y 1944 (Beer, 1974: 12-15; Small y Singer, 1982: 59-60; Cusack y Eberwein, 1982; Sivard, 1986; Urlanis, 1960). Por ejemplo, el promedio del porcentaje de tiempo en el que las principales potencias europeas (Francia, Inglaterra, España, etc.) estuvieron en guerra entre 1550 y 1600 fue del 71%, entre 1600 y 1650 fue del 66%, y entre 1650 y 1700 fue del 54% (Wright, 1942: 634, 641, 653; Levy, 1983; Tallet, 2001: 13; Corvisier, 1985). La intensificación de la guerra estuvo acompañada, asimismo, de una serie de transformaciones en la constitución interna de los Estados para poder acometer con éxito los desafíos exteriores.

La guerra, entonces, no sólo se hizo más frecuente sino que también se encareció como consecuencia de la introducción de nuevos armamentos, el crecimiento de los ejércitos, los avances en las fortificaciones, el desarrollo de nuevos medios de transporte, y los cambios organizativos de las fuerzas armadas en el plano táctico y estratégico (Porter, 1994: 65-67). La actividad de preparar y hacer la guerra implicó el aumento del gasto y una creciente presión fiscal para extraer los correspondientes recursos. Así, la mayor parte del gasto iba destinado a cuestiones militares y rebasaba ampliamente los ingresos totales del Estado (Hale, 1990: 261-265; Rasler y Thompson, 1985, 1989: 90). Esta situación obligaba a contratar préstamos. Aunque el gasto militar descencía en tiempos de paz, se mantenía elevado debido al pago de las deudas contraídas, así como a las sucesivas carreras de armamentos entre las diferentes potencias. De hecho, este gasto anual superaba el 90% del presupuesto en países como Inglaterra, Francia y Prusia, sobre todo si contamos las sumas empleadas para subvencionar a los aliados o para pagar las deudas de guerras previas (Hoffman, 2016: 26-27; Mitchell y Deane, 1962: 389-391). La consecuencia de esto fue que la carga tributaria per cápita en Europa se cuadruplicó entre 1520 y 1670 (Rabb, 1975: 61).

A tenor de lo antes expuesto se deduce que la economía, como abastecedora de los medios para preparar y hacer la guerra, adquirió una importancia crucial. Tal es así que las potencias europeas tomaron conciencia de que las probabilidades de ganar una guerra dependían de los gastos militares, y por tanto de la cantidad de recursos que eran capaces de movilizar (Garfinkel y Skaperdas, 2007; Hoffman, 2016: 35). Tal y como Paul Kennedy señala (2013), la movilización de los recursos que los Estados eran capaces de reunir se convirtió en un factor decisivo a la hora de determinar su futuro político en el marco de los conflictos internacionales, pues estos eran puestos al servicio de su poder militar para afrontar los desafíos exteriores. Por tanto, una economía fuerte lleva aparejada un poder militar fuerte, algo que ya constataron algunos personajes del Renacimiento como Francesco Guicciardini al destacar la importancia de los recursos financieros para disponer de los medios precisos para hacer la guerra y no ser derrotado (1969: 79), punto de vista compartido, en general, por los mercantilistas de la época (Langa, 2013: 126-130; Silberner, 1954: 3-70) y los autores realistas contemporáneos (Mearsheimer, 2014: 55-82; Gilpin, 1981; Morgenthau, 1963; Waltz, 2000b). Al fin y al cabo las guerras, en la temprana época moderna, estaban dirigidas a derrotar al enemigo por medio del desgaste de su base económica, por lo que finalmente ganaba quien más recursos financieros era capaz de reunir (Parker, 1990: 69-70, 91-92; Braudel, 1973: 842). Consecuentemente la organización del espacio interno del Estado fue fundamental para movilizar y extraer los recursos con los que preparar y hacer la guerra.

 

5. LA FORMACIÓN DEL CAPITALISMO

Las presiones del medio internacional derivadas de la competición entre Estados exigieron que estos aumentasen su base económica para sobrevivir en un entorno hostil. Para esto era necesario incrementar la riqueza disponible para abastecer a unos ejércitos cada vez más grandes y costosos de mantener. El capitalismo surgió en gran medida como resultado de esta dinámica internacional de guerras y carreras de armamentos. Sin embargo, antes de continuar, es necesario aclarar qué se entiende aquí por capitalismo. En contraste con la perspectiva marxista, que considera el capitalismo una formación económico-social cuya base es la propiedad privada de los medios de producción (Rosental y Iudin, 1975: 57), entendemos el capitalismo como una forma de organizar el espacio en el ámbito de la producción económica para movilizar y extraer los recursos disponibles en un país.

El capitalismo supuso la organización del espacio sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción, lo que incluye la propiedad privada de la tierra. Esto contrasta con el periodo medieval en el que persistieron una serie de instituciones comunitarias en las que por regla general nadie disfrutaba de un derecho exclusivo sobre algún bien concreto. Lo anterior plantea la cuestión de la aparición de la propiedad privada capitalista en unos términos diferentes, pues significa esclarecer cómo una minoría conservó sus propios recursos privados para, con el paso del tiempo, convertirse en capitalistas, mientras que el resto de la población perdió sus derechos de propiedad para convertirse en la mayoría de los casos en asalariados (Mann, 1991: 566). No hay que olvidar que hasta la Baja Edad Media, y en algunos lugares hasta bien entrada la era moderna, existían múltiples jurisdicciones superpuestas en las que coexistían también múltiples derechos de uso de bienes como bosques, prados, montes, animales silvestres, ríos, lagos, etc., lo que dificultaba la recaudación de impuestos así como la movilización de recursos al tratarse de bienes inalienables y, por tanto, no susceptibles de ser intercambiados en el mercado (Poggi, 1978; Algarra, 2015).

La propiedad privada en los medios de producción apareció gracias a medidas legislativas que la hicieron posible. Por esta razón el Estado fue desde el principio un requisito previo para el desenvolvimiento del capitalismo. Esto se concretó en la creación de un mercado nacional, la protección jurídica, el establecimiento de medidas de seguridad, la construcción de infraestructuras de comunicaciones, la implementación de medidas proteccionistas y la reglamentación de la competencia y de la industria. El estímulo para todos estos cambios fue la competición geopolítica internacional en la que la lucha entre potencias no sólo respondía a una voluntad expansiva, propia del imperialismo, sino también a la necesidad de consolidar el poder del Estado en su propio territorio, lo que condujo a una explotación intensiva y racional de sus recursos (Hintze, 1968: 272, 285).

Inglaterra es un claro ejemplo de lo anterior al haber sido el epicentro del naciente capitalismo, y donde los registros de su hacienda muestran que la guerra era la principal actividad del Estado (Mann, 1988a). Inevitablemente esto exigió el aumento de los ingresos por medio de contribuciones del parlamento y de nuevos impuestos, lo que con Enrique VIII se combinó con la expropiación de tierras de la Iglesia para su posterior venta. En la medida en que las necesidades financieras del Estado inglés se agudizaron, especialmente en el s. XVII durante el reinado de los Estuardo, fueron aprobadas diferentes leyes que implicaron el cercamiento de las tierras comunes y la creación de derechos de propiedad sobre estas. La primera ley que habilitaba la privatización de la tierra fue aprobada por el parlamento en 1235 y es conocida como el Estatuto de Merton, pero no llegó a ser utilizada. Así, el cercamiento de tierras es un fenómeno cuyo comienzo se produce de manera informal, e incluso ilegal, en el s. XIV por los propios terratenientes, y se intensificó en el s. XVI (Fairlie, 2009; Tawney, 1912; Friar, 2004: 144-146; Beresford, 1998: 28). Sin embargo, no fue hasta 1604 en adelante, y muy especialmente a partir del s. XVIII, cuando la actividad privatizadora del Estado se intensificó. Esto es lo ocurrido con la Black Act de 1723 que criminalizó el uso de bosques y parques naturales (Thompson, 1975; Radzinowicz, 1945; Vann, 1977; Rogers, 1974).

La principal consecuencia de este proceso de privatización de la tierra fue la exclusión de la mayor parte de la población del acceso a unos recursos que previamente habían contribuido a su sustento. Esto supuso el empobrecimiento de las gentes del mundo rural, pues los cercamientos proliferaron y constituyeron una barrera física que reorganizó drásticamente el espacio. Además de esto, los pequeños labradores, al haber sido privados de unos recursos de acceso abierto y no haber recibido ninguna compensación satisfactoria por ello, tuvieron que liquidar sus tierras y marchar a las colonias o a las ciudades para emplearse en la emergente industria manufacturera (Hintze, 1968: 282-283). De este modo se produjo la concentración de la propiedad en manos de una emergente clase latifundista, lo que en la práctica fue un proceso de acumulación originaria que estableció las bases de un naciente capitalismo agrario (Marx, 1976). Al mismo tiempo se creó una abundante mano de obra barata que alimentó la demanda de trabajadores en las industrias urbanas, lo que significó la progresiva urbanización de la sociedad.

Aunque en la era de los Tudor fueron establecidas ciertas limitaciones a los cercamientos (Bowden, 2015: 110-111), en el s. XVII fue relanzada esta práctica que llegó a desatar resistencias populares en el transcurso de las guerras civiles de dicho siglo (Manning, 1988; Charlesworth, 1983: 9-16), como es el caso de los «diggers» (Sabine, 1941; Hamilton, 1944). Sin embargo, como decimos, fue el s. XVIII el momento en el que la privatización de la tierra adoptó un carácter particularmente agresivo. Este proceso coincidió con un momento histórico en el que el escenario geopolítico internacional fue especialmente convulso, lo que exigió la transformación de la base económica de Inglaterra para aumentar sus capacidades internas de cara a competir con éxito por la supremacía mundial, al mismo tiempo que adaptaba sus estructuras políticas a los desafíos externos. No hay que olvidar que Inglaterra disfrutó de 77 años de paz entre 1485 y 1585, mientras que a partir de 1585 se involucró en guerras con España e Irlanda, del mismo modo que desarrolló conflictos persistentes con Escocia, emprendió guerras contra los Países Bajos, etc. De hecho, la guerra civil inglesa fue fruto de las presiones fiscales de una política exterior cada vez más activa en un contexto de constantes hostilidades entre las principales potencias europeas.

La formación del capitalismo en Inglaterra se inscribe en un movimiento histórico más amplio en el que la forma de preparar y hacer la guerra estaba transformándose muy rápidamente por medio de sucesivas revoluciones militares. La competición geopolítica internacional desempeñó un papel de primer orden en la medida en que la guerra impulsó no sólo transformaciones en los ejércitos y en su tecnología, sino también carreras de armamentos que exigieron cambios en la organización del espacio para movilizar y extraer recursos. La aparición de la propiedad privada en los medios de producción, tanto en la agricultura como en la industria, respondía a esa necesidad al establecer los cimientos de una nueva organización del espacio para una nueva forma de producir. Las formas socio-económicas medievales constituían un obstáculo para movilizar los recursos disponibles, y sobre todo para el abastecimiento de los ejércitos al estar sujetas a multitud de limitaciones jurisdiccionales, políticas y económicas. De hecho, el crecimiento de los ejércitos agudizó la demanda de víveres para satisfacer las necesidades de manutención y, sobre todo, impulsó el comercio triguero en Europa a partir del s. XVI. Tal es así que la política de comercio triguero de los siglos XVII y XVIII estaba dirigida a abastecer a los ejércitos (Sombart, 1943: 189-199). El desarrollo del capitalismo agrario en Inglaterra se produjo en el s. XVIII, lo que coincide con el lanzamiento de la revolución industrial y el ascenso de este Estado a la condición de potencia global en pugna con Francia por la supremacía mundial (Black, 1991).

En la medida en que la guerra se hizo más persistente en Europa, y que esta impuso una demanda constante que excedía la capacidad de producción económica habitual, se crearon las condiciones para el florecimiento del capitalismo. No hay que olvidar que hasta el s. XVIII era frecuente que el estallido de una guerra originase una gran panoplia de industrias para abastecer masivamente en muy poco tiempo a ejércitos que eran cada vez más numerosos. Esta labor era encargada a comerciantes que operaban como contratistas, quienes se ocupaban de buscar a los productores capaces de satisfacer la fortísima demanda que imponían los ejércitos para proveer los medios necesarios para ir a la guerra. La forma de producción imperante hasta el s. XVIII era la artesanal y no era la adecuada para abastecer a los ejércitos, razón por la que eran creadas improvisadamente industrias de todo tipo que eran desmanteladas al terminar la guerra (Kennedy, 2013; McNeill, 1988).

Sin embargo, la dinámica belicista junto al crecimiento de ejércitos permanentes, unido a las sucesivas carreras armamentísticas en los periodos de paz, propició la formación de mercados ampliados, a escala nacional, que se correspondían con el marco político y geográfico de los recién creados Estados territoriales. Esto era la consecuencia de la demanda masiva de bienes y servicios de todo tipo que los ejércitos imponen para su avituallamiento, lo que va desde el alojamiento, pasando por la munición y el armamento, hasta llegar al vestuario, la manutención, el transporte, etc. Esta necesidad de abastecimiento requería ser satisfecha rápidamente, lo que, dada su dimensión y el poco tiempo disponible, impulsó la mercantilización del trabajo a través de una nueva organización del espacio en la que este comenzó a producir para un mercado y no para el autoabastecimiento, pues la vieja forma de producción artesana no era capaz de cubrir la demanda. Este mercado fue viable en la medida en que los ejércitos permanentes, cada vez más grandes (Childs, 2004), mantuvieron una demanda constante que no dejaba de crecer y que tenía efectos multiplicadores en el conjunto de la economía (Tallet, 2001: 218-221; Kellenbenz, 1977: 501).

Los ejércitos son grandes masas de consumidores cuya demanda constante estimula la producción comercial. Esto generó al principio de la época moderna la necesidad de satisfacer una demanda masiva con una producción igualmente masiva, lo que favoreció la formación de una economía de carácter fabril y capitalista. Así, la demanda de armas impuso rápidamente la estandarización, lo que puso fin al antiguo taller de armería al no poder suministrar rápidamente grandes cantidades de armamentos de manera uniforme. En este sentido la guerra favoreció la formación de capital a través de la recaudación de impuestos, como también mediante la gestión o transferencia del crédito público, lo que permitió el enriquecimiento de un estrato social que, posteriormente, empleó su riqueza en fomentar la industria y el comercio (Sombart, 1943: 92). Juntamente con esto, la producción armamentística se racionalizó y estandarizó de tal modo que transformó la organización del trabajo en las fábricas con una creciente especialización, lo que tuvo consecuencias en multitud de industrias relacionadas directa e indirectamente con el abastecimiento de los ejércitos en donde progresivamente fueron aplicados los nuevos métodos de trabajo.

La producción armamentística exigía grandes inversiones de capital para abastecer a los ejércitos, lo que no sólo se debía a la dimensión de la demanda y a la rapidez con la que había que satisfacerla, sino también a la creciente complejidad del proceso de producción con la incorporación de una gran cantidad de máquinas e instrumentos. Todo esto no sólo impulsó la aparición de fábricas y la reorganización del trabajo, sino que también favoreció la centralización y concentración de la producción que con el tiempo adoptó la forma capitalista (Sombart, 1943: 241). Este proceso conllevó la reorganización del espacio con la aparición de centros industriales en los que se ubicaban fábricas manufactureras que solían localizarse en lugares estratégicos, hecho que respondía a una política general en la que los gobernantes decidían el papel que le correspondía desempeñar a un determinado territorio en el marco de su gran estrategia (Gunn, 2010: 70).

Inglaterra atravesó su propia revolución militar en el transcurso del s. XVII, lo que trajo consigo la transformación de sus estructuras políticas y de su base fiscal por medio de la revolución inglesa para, así, respaldar su poder militar en el mundo (Wheeler, 1999). Todo esto tuvo sus consecuencias en el modo de organizar el espacio para la movilización y extracción de recursos, lo que finalmente repercutió en la organización de la vida económica. La revolución de 1688 inauguró el más largo periodo de guerras que Inglaterra vivió desde la Edad Media (Brewer, 1989: 25), de forma que se aceleraron los cambios en la base productiva del país en la medida en que la armada se convirtió en la principal industria, y el gobierno en el principal empleador de mano de obra civil (Ehrman, 1953: 174; Merriman, 1961: 373; Duffy, 1986). Esto hizo que la demanda de suministros para esta industria creciera y la intervención gubernamental en la economía lo hiciera del mismo modo hasta el punto de transformarla enteramente.

Una mayor y más rápida extracción de carbón y hierro de las minas para fabricar cañones en los altos hornos, la tala industrial de árboles para la producción de buques de guerra, la maquinización del sector textil para la fabricación a escala masiva de uniformes militares y velas para los barcos, el desarrollo de una vasta industria química para la coloración de los uniformes, velas, banderas, estandartes y la producción de explosivos y municiones exigieron, y por tanto estimularon, cambios decisivos en la forma de organizar el espacio que afectaron al modo de producir, todo lo cual no tardó en desembocar en el capitalismo y en la primera revolución industrial. A largo plazo estos cambios sirvieron para aumentar la productividad con la formación de economías de escala que llevaron a cabo una asignación más eficiente de los recursos, lo que a la postre alumbró la sociedad capitalista e industrial.

 

6. CONCLUSIONES

La principal conclusión que cabe extraer de todo lo hasta ahora expuesto es que la competición geopolítica internacional creó un contexto de gran rivalidad y de permanentes hostilidades en Europa, lo que se tradujo en guerras y carreras armamentísticas hostigadas por sucesivas revoluciones militares. Este cúmulo de circunstancias contribuyeron a desencadenar cambios políticos en las estructuras de los Estados (Downing, 1992; Rasler y Thompson, 1989), pero también, y sobre todo, en la organización del espacio para movilizar y extraer una cantidad creciente de recursos con los que sostener un poder militar en aumento, lo que repercutió en la transformación de la base productiva que condujo a la aparición del capitalismo (Hall, 1987).

La aparición del sistema capitalista puede entenderse a la luz de lo aquí explicado como un proceso de reorganización interna del Estado para aumentar sus capacidades nacionales, todo ello con el objetivo de disponer de los recursos precisos con los que apuntalar su poder militar para hacer frente con éxito a los desafíos externos que originaron este proceso. Por tanto, la competición entre países constituye un factor fundamental en el proceso de formación del capitalismo. En este sentido el capitalismo representa la militarización de la economía al ponerla al servicio de los ejércitos para competir con éxito frente a otros Estados, lo cual se ha concretado en la aparición de un complejo militar-industrial en torno al que orbita el funcionamiento de la economía (McNeill, 1988: 298-316; Melman, 1971; Cook, 1963; Catton, 1948; Nelson, 1946). Así, el capitalismo y la industrialización han venido a aumentar la capacidad destructiva de los ejércitos (Mann, 1988b: 133).

El capitalismo constituye, por tanto, un modo específico de organizar el espacio y la sociedad que facilita la movilización total y masiva de los recursos disponibles en el territorio, lo que se traduce en crecimiento económico y en el aumento de los ingresos del Estado. Esto no es sino el resultado de la relación dialéctica, de influencia recíproca, que existe entre el ejército y la producción económica. De esta forma la guerra se desarrolla en dos frentes diferentes pero íntimamente unidos: el frente de la producción económica y el frente del campo de batalla, donde el primero hace posible el segundo mientras el segundo impulsa el desarrollo del primero. La economía capitalista e industrial es un efecto no premeditado de la competición geopolítica internacional y de la guerra, de tal modo que la fortaleza militar moviliza la economía y la pone a su servicio convirtiéndola en algo tan importante como la conducción de la guerra (Giddens, 2002: 265).

Puede decirse, entonces, que la frase de que la guerra crea al Estado y el Estado hace la guerra es incompleta (Tilly, 1975: 42), y que habría que añadir que la competición geopolítica genera la guerra que, por medio del Estado, produce el capitalismo. De este modo la función del Estado no fue otra que la de desempeñar una actividad coordinadora y reguladora para facilitar el crecimiento y desarrollo acelerado de sus capacidades productivas con las que apoyar la expansión de sus capacidades destructivas para el aumento de su poder militar. Esto pone de manifiesto que el Estado fue el requisito previo para el desenvolvimiento del capitalismo (Sombart, 1943: 23; Hintze, 1968: 267), pues fue un elemento necesario en la eliminación de obligaciones múltiples y particularistas y para la creación de una propiedad unitaria y exclusiva en los medios de producción (Mann, 1991: 566), todo ello como parte de un proceso más amplio de reorganización de su espacio interno para responder a los desafíos de la esfera internacional.

Autor: Esteban Vidal Pérez

FUENTE: https://geopolitica.site/la-influencia-de-la-competicion-geopolitica-internacional-en-la-formacion-del-capitalismo/

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