La Jaula de hierro de las comunidades y pueblos de la península ibérica

El Estado moderno constituye la forma más perfeccionada de opresión sobre personas y comunidades. Despojándolo de todos sus atributos de apariencia democrática, en realidad es simple y fríamente una forma de organizar la violencia a partir de sus estructuras básicas del ejercicio del poder en favor de unas élites dominantes: ejército, policía, sistema educativo, sistema de financiación y recaudación, sistema ideológico y el fomento y apoyo del sistema de explotación capitalista.

Por lo tanto, sin comprender la cuestión del Poder no es posible entender la cuestión del Estado, y sin entender la cuestión del Estado no se podrá comprender la cuestión de la “nación” y la opresión de las comunidades y pueblos. Una definición concreta del Estado nación capitalista español sería el de aquel poder coercitivo y violento, en esencia, concentrado en las manos de unas élites dominantes de ámbito territorial estatal, surgido definitivamente en la época moderna (S. XVIII-XIX), que adoptan, como justificación del Estado, las formas supuestamente democráticas del poder político, inicialmente con la Constitución de 1812, hasta culminar con la CE de 1978, y con la adopción de la ideología política del nacionalismo español como criterio filosófico justificativo del Estado nación, es decir, de la opresión de las personas, comunidades y pueblos integrados a la fuerza en el ámbito territorial de la península ibérica, y que, como todo Estado nación moderno, encuentra su potencia económica y productiva a partir del apoyo y sostenimiento del sistema de explotación capitalista. 

Sin comprender todo ello, no es posible revolución alguna.

Notas introductorias sobre el origen del Estado.

  1. El Estado, como aparato militar, político e ideológico de explotación económica y opresión de individuos, comunidades y pueblos, surge en la historia a partir de la existencia de determinadas condiciones concretas: 1) la existencia de una élite, constituida por aquellos sujetos que han ganado cuotas de poder militar e ideológico (guerreros y sacerdotes) que, conscientes de tal poder, lo institucionalizan en contra de sus propias comunidades, sometiéndolas. 2) la existencia de una población concreta, establecida en un territorio concreto, esto es, el criterio esencial de la circunscripción población-territorio. 3) las élites mandantes de tales Estados han de ser capaces de organizar una economía, teniendo en cuenta las condiciones previas de los medios de producción de que disponen, a fin de extraer de la población sometida aquella “plusvalía” que les permitirá el sostenimiento del poder, al tiempo que la expansión sobre comunidades humanas vecinas o Estados rivales por medio de la guerra.

 

  1. En Mesopotamia, ya tenemos formas de Estado en 3.700 a.n.e.; en China, Asia Sudoriental y los Andes sobre los 2.000 a.n.e.; y 1.000 a.n.e. en África Occidental. En todos ellos se dan sus características básicas que garantizan el poder y la explotación/opresión de las comunidades y pueblos sometidos, condiciones que no han dejado de repetirse a lo largo de la historia de los Estados, hasta la gran complejidad y monstruosidad del actual Estado nación moderno capitalista. Es decir: dirección jerárquica a cargo de una élite que monopoliza el poder político-militar, homogeneización ideológico-cultural sobre una base religiosa, la imposición de una lengua y una escritura, desarrollo de una especialización económica en función de las condiciones materiales de los medios de producción propios del entorno geográfico, desarrollo e implementación de una estructura burocrático-administrativa, y dentro de ésta, la imposición de formas de exacción de capital a través de impuestos, tributos, etc. En realidad, la estructura básica de todos los Estados, desde la más alta antigüedad, hasta hoy, es la misma, y todos cumplen, en esencia, con los requisitos señalados 

Orígenes del Estado moderno en Europa

  1. Surge el Estado nación moderno en Europa a partir de la Baja Edad Media. Desde el siglo XI hasta el siglo XV, las estructuras de poder en Europa se caracterizaban por su fraccionalismo y personalización en función de la distribución de un poder territorial muy fragmentado, que inicia con posterioridad un proceso de concentración de poder hasta alcanzar la tipología del Estado absoluto a partir de los siglos XVI-XVII-XVIII. Son determinadas condiciones históricas las que favorecen el crecimiento del Estado, como la importancia que tuvo el desarrollo intelectual de la Ilustración, con las bases filosóficas, políticas e ideológicas de la modernidad, y al propio tiempo, del positivismo, la técnica y la producción en masa, es decir, del capitalismo, siendo justamente, a su vez, los Estados los que facilitan este proceso, fortaleciéndose económicamente con ello, y pudiendo afrontar proyectos militares y económicos (expansión colonial europea) que redundaron en el crecimiento y concentración de su poder, cuestión que resultó esencial para la implantación posterior del Estado nación moderno capitalista, con la creación del poder centralizado sobre amplios territorios en forma de imperios, y todas sus consecuencias: ejércitos unificados de competencia estatal, sistema financiero y tributario, desarrollo de una burocracia que se extiende en todos los territorios circunscritos, desarrollo e implementación de un idioma común, de una cultura “común” imaginada, la revolución secular y la filosofía moderna que expanden el imaginario moderno, primero liberal, y luego social (ya en el siglo XIX). La Paz de Westfalia, de 1648 no significó más que un paso en la concreción del futuro Estado nación europeo, pues las monarquías absolutas solo avanzan en proyectos que resultarán estratégicos, como la defensa de la idea de la “soberanía nacional”, y del propio Estado nación, reduciéndose con ello innumerables entidades estatales europeas menores, forjándose una tendencia hacia la unidad territorial de los Estados, pero es justamente en ese punto en que se generaliza la guerra permanente entre Estados, el proceso de concentración de poder que tuvo lugar en los siglo XIX y XX, en que su máximo exponente fue, como señalaba Charles Tilly que “los Estados hacen la guerra, y la guerra hace y deshace a los Estados”
  1. Este proceso de concentración del poder en los Estados trajo importantes consecuencias en la definición del imaginario moderno en aspectos claves de la definición de ciertas categorías y conceptos que serán decisivas en el futuro, por ejemplo, la idea genérica de “pueblo” (p.e. español), o la idea de “nación” (p.e. española). Mientras que en la etapa anterior, en un régimen de dispersión del poder, propio del establecido sobre una base clasista concentrado en la nobleza, los sujetos tenían diferentes autoridades que los oprimían, como señores de la nobleza y jerarcas de la iglesia pero, con el absolutismo, desde el momento en que solo hay un poder al que rendir obediencia, el rey, la categoría de “pueblo”, como unidad de población homogeneizada circunscrita a un territorio concreto, es posible concebir el poder de tal forma que constituye una novedad histórica que solo puede aparecer en el contexto del Estado absoluto, y luego moderno. Surge de esta forma la obligación centrada en el Estado, la obligación del “pueblo” de defender y sostener al Estado. Otra cuestión sería el aspecto político de la “compensación” del Estado respecto a los súbditos o “pueblo”, esa “contrapartida” solamente podría aparecer en el marco del aspecto “civil” del Estado (el contrato social roussoniano), con la inclusión de la categoría de “ciudadano” provisto de deberes y derechos, como aquel criterio político orientado a la mejora del control sobre la población, previa a su homogeneización cultural: lengua común, educación obligatoria, conocimiento de cierto relato sobre historia, literatura, mitología, simbología identitaria, etc., con la promoción de los elementos emocionales de unificación ideológica, incluyendo el arte, la música y demás elementos de la cultura “nacional”. Ciertamente, la implementación definitiva del Estado nación moderno, durante el primer tercio del siglo XIX, significó una gran profundización en la unificación de la conciencia manipulada de las clases populares, alcanzando con ello importantes logros para el sometimiento político de las comunidades y pueblos que ahora son oprimidos como nunca había sucedido en la historia. Como decían los revolucionarios franceses en 1789, “ya tenemos a Francia, ahora tendremos que hacer a los franceses”. Es así como surge el nacionalismo moderno como filosofía política del Estado nación moderno capitalista, con la ayuda inestimable de intelectuales servidores del Estado como Herder, en cuanto a la vertiente emotivista de la “nación”, y Hegel, como teórico de la racionalización del Estado nación como finalidad histórica, entre otros.

 

El proletarismo y la “cuestión nacional”.

  1. La teoría del Estado nación moderno capitalista surge en las revoluciones liberales y sociales, con la consigna propagandística y formalista, de inspiración liberal, conocida como derecho de autodeterminación de las naciones. Fue precisamente V.I. Lenin quien apoya expresamente esta consigna, entre los años 1903-1917, como criterio estratégico para enfrentar el fenómeno crítico a principios del siglo XX, con la crisis de descomposición de los Estados “multinacionales y coloniales” básicamente europeos. Pero fue posteriormente el imperialismo yanki, en 1918, en una fase claramente expansiva en el contexto histórico de la I GM, cuando el presidente de EE. UU., W. Wilson, lo proclama, en la perspectiva estratégica de debilitar otros poderes imperialistas europeos en favor del suyo propio. Posteriormente se integra en pactos y acuerdos del Derecho Internacional, así en 1945, en la Carta de las Naciones Unidad y otros pactos como los llamados Pactos Internacionales de Derechos Humanos (1966), o el de la Corte Internacional de Justicia sobre Kosovo (2008-2010). Pero, desde el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, este principio es íntegramente adoptado como línea política central de la estrategia del proletarismo para la “cuestión nacional”, con Lenin y Stalin como auténticos protagonistas, y todo el MCI posterior, para “alcanzar la liberación de las naciones oprimidas”, convirtiéndose el proletarismo, desde entonces, en mero defensor del nacionalismo más ramplón.

Lo cierto es que la doctrina marxista (y genéricamente proletarista) ha carecido siempre de un análisis histórico correcto sobre esta cuestión, para éste la “cuestión nacional” es meramente un tema formal, de fondo liberal burgués. La cuestión nacional se convierte así en una cuestión de “democracia”, de alcanzar la igualdad de derechos entre las naciones, a partir de consignas estratégicas como el citado derecho a la autodeterminación, exclusivamente, comprendido como un derecho político “más”, pero de la “nación”, concepto que comparte con la ideología nacionalista, y cuya finalidad última no puede ser otra que constituir un Estado propio, un Estado nacional (y capitalista, por supuesto). Con ello, el proletarismo se ha situado en la retaguardia de los movimientos revolucionarios antiimperialistas, constituyéndose directamente como nacionalistas de ideología marxista (tales fueron las experiencias de Cuba, Vietnam, Camboya, China, Corea, etc.). Ello pone en evidencia, como se ha dicho, su desconocimiento total de la cuestión del Estado moderno, de la “nación”, y de la relación de todo ello con el capitalismo y el imperialismo.

Como el marxismo, el anarquismo, hijo también de la ilustración, de la modernidad y de la “teoría social” del siglo XIX-XX, sostiene doctrinalmente, en sus diferentes variantes, los mismos principios epistemológicos que el marxismo, y parecida Filosofía de la Historia: fe en la “teoría del progreso”, historicismo, economicismo y mecanicismo en la visión de la sociedad como la esquemática comprensión de las colectividades humanas organizadas en “clases sociales” y “lucha de clases” conforme a la idea economicista de su base teórica. Por tanto, su protagonismo en las luchas “nacionalistas” es prácticamente nulo, como hemos comprobado claramente en los conflictos históricos del siglo XX (como La República del 31, la Guerra Civil 36-39, o en el periodo de la Transición española del fascismo a la democracia parlamentarista burguesa que se concreta en la CE del 78, o el más reciente procés catalán, situándose con ello, sempre, a la cola del nacionalismo o del españolismo.

 

Los orígenes étnicos de las comunidades y pueblos de la península ibérica y el Estado nación moderno español.

  1. Las comunidades humanas y los pueblos que poblaban la península ibérica en época prerromana superaban las 40 familias lingüísticas, con lo cual el número de tribus y etnias fueron muy superiores. Es, por tanto, una burda simplificación histórica referirse a los pueblos originarios de la península como iberos, celtas, astures, cántabros, vascones, celtiberos o lusitanos pues, sin duda, fueron mucho más. Posteriormente, los antecedentes más cercanos a lo que constituye hoy las comunidades humanas tienen lugar durante el largo proceso histórico conocido como la Reconquista, que dura cerca de 800 años, a partir de la cual las diferentes monarquías hegemónicas culminan el proceso de conquistar el poder en el ámbito territorial de la península ibérica, y es, al propio tiempo, cuando se produce el fenómeno conocido de la Repoblación, por el cual, conforme avanzan las luchas de las monarquías del norte peninsular contra el invasor musulmán, se produce con ello un movimiento de población de enorme importancia que repuebla los territorios hacia el sur peninsular, según iban siendo conquistados éstos por las monarquías “cristianas”. Básicamente, eran gentes de los pueblos del norte peninsular, creando nuevas comunidades incluyendo a cristianos, mozárabes, judíos y francos, sentando con ello la base de lo que hoy constituyen tales poblaciones, que integran a las comunidades humanas de los ámbitos territoriales conocidos luego como Galicia, Asturias, León, Vasconia, Navarra, Aragón, Catalunya, Valencia, Murcia, Andalucía o Extremadura. Con ello, se pone en evidencia la tremenda complejidad de la configuración de las poblaciones y/o comunidades existentes en la península ibérica, de tal forma que las circunscripciones territoriales establecidas en la modernidad tienen un evidente carácter relativo, puesto que en el interior de cada ámbito definido por la organización territorial del Estado (culminado en el Título VIII de la CE del 78), las comunidades humanas que los integran mantienen y conservan, dentro de sus aspectos culturales comunes, hechos culturales diferenciales significativos (lengua, costumbres, idiosincrasia, etc.) que se sustentan en los acontecimientos históricos y demográficos anteriores, presentándose zonas difusas de población, étnica y cultural, que no encajan con los modelos organizativos y administrativos impuestos por el Estado moderno, configurado definitivamente como Estado nación moderno en el siglo XIX. Ciertamente, en la CE del 78 se definen los territorios que integran el Estado supuestamente por sus características históricas y culturales comunes. Pero es el interés del Estado quien lo dispone, con la colaboración, el peso e influencia de los poderes de las élites locales en relación con sus rivales colindantes y centrales del Estado. La incomprensión de la realidad histórica compleja y concreta del proceso dinámico en cómo se constituyen las comunidades humanas en el conjunto de la península ibérica es precisamente el principal problema del nacionalismo (tanto central, como periférico), pues pretende agrupar, por la fuerza, a las diferentes comunidades humanas en un único marco jurídico político imaginando e idealizando el territorio de un Estado, supuestamente unificado culturalmente, pero en realidad sustentándolo en un relato, cuando no, la mayoría de las veces, en la fuerza como el caso del Estado nación español.

La configuración histórica del Estado

  1. El antecedente más directo en la configuración del actual Estado nación moderno español lo constituye la victoria de la alianza estratégica monárquica entre los Reinos de Castilla y Aragón, definitivamente, en Granada contra Boabdil en 1492, y posteriormente, mediante la conquista militar de Nafarroa por Fernando el Católico en el verano de 1514, salvo Nafarroa Beherea, en Iparralde, que constituye, junto con Lapurdi y Zuberoa el denominado País Vasco francés, territorio que termina siendo finalmente incorporado a la monarquía francesa, por Luis XIII, en 1613.

Con ello, se culmina así un largo y complejo proceso histórico caracterizado, de una parte, por la reconquista cristiana frente a la invasión musulmana del año 711, y de otra, por el proceso de unificación política y militar de la mayoría de los reinos peninsulares, salvo Portugal, que se independiza del resto de monarquías hispanas mediante el tratado de Zamora en 1143. Son aproximadamente 800 años en que se produce un complejo proceso de repoblación y movimientos de comunidades humanas que terminan de configurar la bese de la población moderna de los territorios del Estado hasta el presente.

A partir de tales acontecimientos, a mediados del siglo XV, se inicia un largo proceso de 400 años en que tal organización del poder ejercido por la fuerza de las elites estructuradas alrededor de las alianzas monárquicas precedentes (Asturias, León, Castilla, Aragón) sobre las comunidades y pueblos de la península ibérica, Islas Baleares y Canarias (recién conquistada), se culmina el Estado nación moderno español que consagra la Constitución liberal de 1812. Pero es Alfonso X (1221- 1284) el verdadero impulsor del poder del Estado puesto que realizaría reformas profundas en la estructura del poder de la monarquía que facilitaría el inicio del Estado Moderno. Tiene éste una auténtica visión de Estado y desde el principio se esfuerza por unificar las normas y fueros que hasta entonces existían vigentes, como requisito básico para alcanzar una verdadera unidad estatal y mejorar con ello la eficacia del ejercicio del poder. 1º, ordena la redacción del Fuero Real, mediante el cual pretende asestar un golpe definitivo al Derecho local de la Alta Edad Media, como el propio de Peñafiel, Santo Domingo de la Calzada, Béjar o al propio de Madrid. 2º, como proyecto más ambicioso aún, bajo su reinado, se redactan Las Partidas o Las Siete Partidas, como cuerpo normativo que pretende conseguir la unificación jurídica del Reino, criterio esencial para la constitución del Estado moderno posterior.

El requisito esencial de la constitución de un Estado en el ámbito territorial de la península ibérica se estaba dando ya desde el momento en que se produce la alianza entre las Coronas de Castilla y Aragón, con los reyes Católicos, pues significaron una integración territorial, aunque colmada de conflictos y resistencias, que fue capaz de mantener y consolidar un poder político, militar y cultural (sobre todo, con una lengua común, el español), en todo el ámbito territorial de la península, con la excepción de Portugal, una vez, conquistada Granada, colonizadas las Islas Canarias e incorporada Navarra, previa derrota militar. A finales del siglo XV, en los territorios gobernados por los Reyes Católicos se hablaba castellano en un total de las 4/5 partes, y se aceptaba como “lengua común”. Este hecho daría lugar a la definición de “el español” a tal lengua, como se le conoce de forma indistinta del castellano. Pero que, en interés de la unificación ideológica del Estado, terminaría por imponerse como lengua oficial en todos los territorios, incluidos en aquellos en que se tiene un idioma propio (Galiza, Euskal Herria y Catalunya, como los más conocidos), lo cual fue esencial para la transición hacia la cultura propia de la ideología españolista, en oposición a las culturas vernáculas.

  1. A lo largo del siglo XVIII conocemos una progresión cuantitativa y cualitativa del Estado sobre la base de una misma línea de actuación: mejorar, reforzar, actualizar y desarrollar el conjunto de instituciones básicas del poder del Estado, ya muy cerca de la meta del Estado nación moderno capitalista, que se consolida en el siglo XIX. La cuestión continúa siendo compleja, por dos razones que tienen gran importancia en la futura estabilidad (o inestabilidad, mejor) del Estado: 1), la pervivencia de poderes regionales con “derechos históricos”; y 2), la pervivencia también de una sociedad rural popular resistente a todas las medidas unificadoras del poder del Estado. En definitiva, lo que hemos visto es un crecimiento continuado de la estructura del aparato del Estado desde el mismo momento en que se inicia la Reconquista, con un fortalecimiento permanente de sus instituciones básicas de poder: ejército, hacienda, burocracia y legicracia, en un proceso que va desde las características propias de las instituciones del Antiguo Régimen, con la Corona y poliarquía regional (Navarra, Aragón, Cataluña, Vascongadas, Mallorca, Valencia) y una fuerte pervivencia de la sociedad rural popular de origen concejil, para continuar -en su concentración castellanizante- con la dotación de un Estado de Monarquía Absoluta hasta el siglo XIX. En realidad, la revolución en la modernización del Estado ya se había efectuado, en lo fundamental, en los dos siglos anteriores, los procesos políticos y militares desarrollados durante el siglo XIX no fueron más que episodios de la afirmación del Estado nación moderno español. Solamente faltaban dos “piezas” esenciales en este complejo panorama: 1), la justificación ideológica del Estado nación de carácter españolista, y 2), la creación de las bases económicas para el desarrollo sin trabas del capitalismo. Para alcanzar estos objetivos de forma completa era esencial acabar con los restos y reticencias del régimen anterior, como el conflicto sucesor en la jefatura del Estado y las reformas económico-fiscales para promover el desenvolvimiento del capitalismo (procesos de desamortización) y, finalmente terminar de doblegar a la reticente sociedad rural popular. Para conseguir todo ello, como perfectamente había demostrado la Revolución Francesa de 1798, era imprescindible cambiar el leitmotiv que justifica la existencia del Estado, pues ya no era posible la justificación del poder “por la gracia de Dios”, propia de los sistemas políticos monárquicos, sino alcanzar la “conformidad” de la población incorporada al Estado con un proyecto político e ideológico tal que éste se convenciera de que el verdadero poder, en última instancia, residía “en el pueblo”, proceso que se inicia con la Constitución de 1812 y todas sus reformas posteriores, eso sí, en medio de guerras, luchas y conflictos, que se desarrollarían a lo largo de los siglos XIX y XX, hasta llegar al presente Estado nación español moderno capitalista que consagra la Constitución Española de 1978.

La invención de “España”.

  1. En realidad “España” es una invención que toma como base elementos de la cultura hegemónica del Estado desde los Reyes Católicos, elementos de la costumbre y tradiciones inventadas que supuestamente existían en el territorio de Castilla. Constituye ello la arquitectura ideológica que necesitaba el incipiente Estado nación moderno capitalista: la ideología nacionalista de contenido españolista. Ya tenían a “España”, ahora había que crear a “los españoles”, a modo y manera de los franceses. Los símbolos principales del Estado nación moderno españolista se crean al mismo tiempo que la guardia civil, “España” no tuvo bandera hasta bien entrado el siglo XIX y la Marcha Real no se adoptó como himno hasta el XX. El incipiente Estado nación, ya avanzado el siglo XIX, ha de contar, como todo Estado moderno, de la estimable colaboración de la “intelectualidad”, en particular, la españolista, sobre todo la de origen finisecular, de tal forma que, ni monárquicos, ni liberales, ni socialistas, ni comunistas, ni anarquistas, ni fascistas, ninguna corriente ideológica intelectual de la modernidad española es capaz de poner en duda el relato que inventa a una “España” como identidad con destino universal. La contribución de esta intelectualidad fue decisiva en todos los aspectos de la cultura; se dedicó a promocionar desde la estética, literatura, música, poesía, pintura, filosofía, moral, finalmente con la finalidad de la promoción de la “idea de España”, y de una “cultura española”, tratando como “cultura de segundo orden” las expresiones artísticas propias de las costumbres de las comunidades y pueblos, como irrelevantes y atrasadas muestras de la simpleza y brutalidad de las gentes rurales. El “españolismo” se convierte así en una filosofía ineludible para la justificación del Estado, como tal, moderno y secular.

La ideología del nacionalismo de las llamadas “naciones sin Estado” en el ámbito del Estado nación español.

  1. El nacionalismo españolista es la principal ideología sustentada por del Estado nación español, que explota y oprime al resto de territorios integrados a la fuerza en el Estado (constituye el llamado “nacionalismo que muerde”).

El nacionalismo de las llamadas “naciones sin Estado” (“nacionalismo que ladra”), como sucede en Catalunya o Euskal Herria, como ideología, es sustentado y promovido por aquellas élites locales de clase media (las altas se encuentran integradas con la élite global del Estado) que consideran que tienen un mínimo de garantías para constituir un Estado nación propio, en esencia, un poder coercitivo sobre su propia población, y en beneficio propio. Por eso no debemos confundir el discurso nacionalista con la existencia real, o no, de comunidades étnicas, lingüísticas, culturales y económicas netamente diferenciadas, pero que no han desarrollado una cultura “nacional”, por la particularidad de su estratificación social, de unas élites sin aspiraciones “nacionales”. Los nacionalistas, en general, dan por hecho la reivindicación del “derecho de autodeterminación” para Euskal Herria, Països Catalans y Galiza, etc. y, por el contrario, desprecian el hecho de que existen numerosos territorios en el Estado español que se encuentran en una especie de limbo “nacional”, que si bien sufren el colonialismo interior del Estado, sin embargo, no han desarrollado “aspiraciones nacionalistas”. Esto es decisivo para el futuro de la revolución integral, porque el error parte de considerar la existencia de una identidad entre “reivindicación nacionalista” y la existencia de un pueblo o comunidad humana diferenciada con derecho igual a su libre determinación. Incluso, existe la tendencia de los nacionalismos que actúan en la “primera línea” reivindicativa independentista, en minusvalorar los “derechos nacionales” de Galiza o Canarias, y no digamos del resto de comunidades humanas asentadas en territorios específicos del Estado, por el hecho de que no posean unas élites políticas y económicas con la fortaleza suficiente para intentar disputar un Estado propio, haciendo un alarde de propaganda reivindicativa de tipo nacionalista, como históricamente han hecho los nacionalistas catalanes y vascos. Comunidades con una historia de lucha heroica contra los invasores imperialistas romanos, visigodos, musulmanes y europeos (como lo hicieron los pueblos gallegos, cántabros, astures, sorianos o guanches…), son ninguneadas, cuando realmente a lo único que responde el hecho de que no existan “reclamaciones nacionalistas” al nivel que las propias de Euskal Herria y Catalunya, es que en dichos territorios, en el momento de la formación del Estado nación español y el desenvolvimiento de su economía estatal-capitalista, las élites locales de tales territorios no tuvieron fuerza política, económica ni militar suficiente para imponer otra relación con el Estado, decidiendo en realidad un tipo de vínculo de mera descentralización con el centro del poder del Estado nación español por considerarla más ventajosa, teniendo en cuenta y considerando las limitaciones de sus propias potencialidades económicas y estructura de clases.

Los nacionalistas de las llamadas “naciones sin Estado” son tremendamente centralistas y neocolonialistas puesto que desconocen conscientemente el funcionamiento ordinario del Estado moderno y del capitalismo. El hecho cierto es que, por el propio desarrollo desigual del capitalismo, con la colaboración inestimable del Estado nación central, el capitalismo se desarrolla allí donde tiene mejores condiciones para la acumulación de capital. Donde no tiene estas condiciones, se limita a participar en la división del trabajo a nivel estatal, de tal forma que en ciertos territorios (como Galiza o Canarias) sus propias élites se han olvidado de su condición de “nacionalistas” y asumen la política plenamente centralista por parte del Estado nación español. De esta manera se genera el colonialismo interior antes citado, como sucede con zonas de Extremadura, Andalucía, Castilla, Aragón, Galiza; o de un neocolonialismo interior, como es el caso de Canarias, Ceuta y Melilla, en que estas comunidades territoriales y humanas si bien están integradas en el ámbito político del Estado nación, no lo están en el aspecto geográfico, económico y fiscal. De hecho, Canarias tiene el estatuto neocolonialista europeo de las Región Ultraperiférica (RUP), junto a  Guayana Francesa, Guadalupe, Martinica, Mayotte Reunión, Azores y Madeira.

Dicho esto, conviene recordar algo que es común a todos los nacionalismos: más pronto o más tarde, toman sus referencias ideológicas y filosóficas proto-nacionalistas de los filósofos que influyen en esa visión del mundo del nacionalismo de toda Europa a finales del siglo XVIII, desde Herder, Fitche, Schelling, y Hegel ya en el XIX. Luego, se constituyen todos ellos sobre la base de la misma ideología de la modernidad, como ideologías nacionalistas de Estado, que hunde sus raíces en los principios de la misma Revolución Francesa de 1789.

La situación actual de la lucha por la libre determinación de las Comunidades y pueblos oprimidas por el Estado nación moderno capitalista español.

  1. El Estado moderno nación capitalista español forma parte de la Unión Europa, como Estado vasallo, de manera que su actuar está subordinado a lo que ordenen las élites europeas, básicamente de Alemania, a través de Bruselas. Al propio tiempo, la empresa capitalista transnacional reduce la soberanía económica y la soberanía global de los pueblos, al ser un poder colosal en sí mismo, co-aniquilador de las culturas y lenguas de las comunidades y pueblos circunscritos al territorio europeo, a su vez, los organismos creados y financiados por los Estados ultra imperialistas, como la ONU, OTAN, FMI, OCDE, FAO, OMS, etc., disponen de un poder enorme, que restringe e incluso cercena el de los entes estatales menores, como el del Estado nación español. Un ejemplo actual de ello lo constituye el conflicto generado por el imperialismo ruso y yanki en Ucrania, arrastrando a una crisis en Europa sin precedentes desde la II GM, a la vez que, en la lucha por la hegemonía mundial, crean situaciones de guerra por todo el planeta, azuzando el conflicto de hegemonía local entre Marruecos y Argelia en el Sahel, facilitando las acciones imperialistas hegemónicas de Turquía en Kurdistán, cuando no, favoreciendo la lucha de rivalidad imperialista en el sudeste asiático entre China, Corea, Japón, Australia, en el contexto hegemonista entre USA y China. En tal contexto, más que nunca, las luchas de “liberación nacional” quedan claramente supeditadas a los dictados e intereses del área imperialista que les haya correspondido pertenecer. De tal forma que las luchas nacionalistas en el ámbito del Estado nación español, Euskal Herria y Catalunya, por ejemplo, más que nunca quedarán reducidas a fuegos de artificio, sin ningún efecto ni valor. Observándolo desde una perspectiva geopolítica, es claro que el imperialismo europeo, encabezado por Alemania, no va a permitir que se creen más Estados dentro de la Unión Europea, pues su objetivo es irlos disolviendo todos, bajo un solo dominio y autoridad, lo que ha puesto de manifiesto Alemania a lo largo de la historia en un sinnúmero de ocasiones, de tal forma que la multiplicidad de comunidades y pueblos del ámbito territorial de Europa puedan ser sustituidos por la “nación europea”. De hecho, las grandes empresas y bancos que antaño fueron “nacionales” catalanes o vascos, hace ya decenios que se han convertido en compañías multinacionales, por concentración del capital y por fusiones. Así pues, se declaran en contra de la independencia de sus territorios de origen, lo que asimismo han expresado en varias ocasiones

En consecuencia, dentro del sistema actual, de Estado nación español imperialista, no solamente es un error político grave, sino que además es imposible la independencia. Dentro de la UE lo mismo. Pero los independentistas vascos y catalanes, en especial estos últimos, ocultan a su público todo ello, a saber, que no existe base política ni base social poblacional ni base económica, ni base institucional para su supuesto proyecto “emancipador”, mientras se sitúen programáticamente, como hacen, dentro del régimen estatal y del orden capitalista, en el marco del Estado nación.

Lengua y cultura

  1. Amar la propia lengua es inseparable de amar la propia cultura, aunque debe precisarse que esto último es incluso más importante. A partir de ahí se estima y aprecia más y mejor al idioma propio, y es en esa relación de amor del sujeto hacia el sistema de cultura-lengua, donde está la clave de la supervivencia de esta última. El desarrollo de la cultura impulsa el avance de la lengua, pero si eso no tiene lugar, la lengua está forzada a estancarse primero y luego incluso a desaparecer.

La aculturación es un mal descomunal, pues aniquila el alma de los pueblos y el alma de cada una de las personas que lo forman. Aculturación por adoctrinamiento en los disvalores dominantes, lo que incluye la pérdida de la conciencia de formar parte de una comunidad popular singular, única. Los pueblos deben tener su propia personalidad, igual que los individuos, pero ahora vivimos la hecatombe de los pueblos por desaparición de la conciencia popular, de la cultura popular, de las lenguas de los pueblos. Todo ello está siendo destruido, en muchos casos ya ha sido destruido. Recuperarlo es tan urgente como fundamental. Es una tarea ardua, que ocupará todo un periodo histórico, pero que no puede ser eludida y que debe comenzarse cuanto antes.

El independentismo vasco, catalán, etc., se encuentra centrado en un politicismo absoluto. Para él sólo cuenta la política, en principio, la conquista del Estado “nacional”. Ignora y desprecia a la cultura propia y tiene de la lengua una concepción instrumental, pues no está interesado de corazón en ella, aunque la reclama demagógicamente para incrementar el número de sus seguidores. Su furibundo politicismo se hace estatismo, veneración por el Estado nación, y como en su fuero interno sabe que no es posible la consecución de un ente estatal propio, lo que hace es tomar como propio al Estado nación español. Eso explica que todos los independentistas existan políticamente en el interior de las instituciones estatales españolas, viviendo y medrando gracias a ellas, sometidos, en tanto que partidos, colectivos e individuos, al principio de “quien paga manda”. Esto significa que españolismo e independentismo son sinónimos. Si a eso se une su devoción por el capitalismo en consecuencia, por la empresa transnacional apátrida, cuya existencia es incompatible con la soberanía económica de los pueblos, tan importante como la soberanía política, se comprende aún mejor su condición de traidor a su pueblo por partida doble. Al mismo tiempo, puesto que se aferra al régimen parlamentarista y partitocrático dictatorial, con repudio del orden político de democracia directa, redondea de ese modo su condición de agente del Estado nación español. Porque en el régimen de Estado nación lo que existe no es la soberanía popular sino la soberanía del Estado, permaneciendo el pueblo dominado y avasallado, precisamente por “su” ente estatal nacional.

La libre determinación de las comunidades y pueblos integrados en el Estado nación moderno capitalista español.

  1. Aclarando conceptos: Desde el punto de vista del paradigma de la modernidad (histórico, ideológico, político y sociológico), una nación, es una comunidad humana imaginada, con ciertas características culturales que a menudo comparten un mismo territorio y Estado, y que se encuentra vinculada por la categoría de ciudadano, entendido como persona sujeta a “derechos” y deberes bajo la organización del poder de un Estado nación. Por tanto, desde una renovada perspectiva revolucionaria, la utilización del concepto de “nación” es un grave error, porque forma parte de la filosofía del Estado nación moderno. Sin embargo, el término “comunidad humana”, significa la forma natural en que se organizan los seres humanos en una localidad territorial concreta que comparten su estabilidad de vida en un mismo contexto cultural, lenguaje, forma de ser y costumbres. Es por tanto, una realidad material “no imaginada”, sino concreta y objetiva.

La diferencia esencial entre “nación” y comunidad humana o pueblo específico está en que, mientras que la idea de la “independencia nacional” va asociada necesariamente a la constitución de un Estado moderno capitalista, la estrategia de la libre determinación de las comunidades y pueblos, es decir, la auténtica libertad de los pueblos, tiene que ver, necesariamente, con la culminación de un proceso de transformación revolucionaria radical de las estructuras de poder vigentes, concretadas en el Estado nación español, en favor de un poder popular de democracia directa ejercido mediante un sistema de asambleas populares de base, locales, del tipo concejo abierto. Y la defensa de tal poder ha de ser autosostenida y autodefendida directamente por las comunidades libres mediante el armamento general del pueblo.

A diferencia del régimen político del Estado nación, cuya esencia es la realización del poder sobre el pueblo y el desarrollo del capitalismo, la base del sistema político del poder popular resultado de la libre determinación de comunidades y pueblos, será de tipo convivencial, en que la libertad de los pueblos y de los individuos que lo constituyen, es lo decisivo, con fundamentado en su autoconciencia y en la generalización de los sistemas de apoyo y ayuda mutua, basados en el afecto a la comunidad, y los seres humanos, entre sí. 

Ello implicaría una modificación sustancial de los tipos de vida actual, asentados de forma preferente en la urbanización, en el industrialismo y el consumismo, destructivos de todo lo que signifique la esencia concreta humana a que nos ha obligado la modernidad, transformación integral que se realizará mediante una línea de acción revolucionaria medioambiental basada en la ecología popular revolucionaria.

Una consideración específica de valor estratégico es la integración de las mujeres y de la juventud en las tareas revolucionarias  y por consiguiente deberán estar en funciones de vanguardia de todo tipo, incluso militar. Sin contar con las mujeres y la juventud, ninguna liberación de las comunidades y los pueblos sometidos por el Estado nación moderno españolista será posible, además, ha de realizarse en el marco de una revolución integral, de una transformación real de nuestro mundo humano y físico.

Por lo tanto, un programa de libre determinación de las comunidades y pueblos sometidos por el Estado nación moderno capitalista español, (pero también por el Estado nación francés y portugués respecto de pueblos y comunidades situados históricamente en zonas limítrofes de Euskal Herria, Catalunya y Galiza), en una perspectiva estratégica y táctica, deberá contener los criterios siguientes:

1º Como criterio principal, considerar, como un componente estratégico central de la revolución integral en el Estado nación moderno español, el objetivo de la libre determinación de comunidades y pueblos, entendido este objetivo como el derecho inalienable de todas las comunidades y pueblos, oprimidos hoy, siendo autoconstruidos y autoconscientes, a determinar sus destinos, sin que nadie (ni Estado nación, ni otra comunidad) tenga la posibilidad a inmiscuirse en la vida de cada pueblo o comunidad, ni atentar contra su cultura, sus hábitos y costumbres, a poner trabas a su idioma, o a restringir sus derechos individuales y civiles. Los vínculos entre comunidades, en beneficio de la fraternidad, convivencialidad, moralidad, condiciones de vida y equilibrio del medio ambiente natural, se establecen bajo el principio del beneficio mutuo, con respeto escrupuloso de la soberanía de cada comunidad, en todo momento, cuyas relaciones recíprocas de colaboración política y económica solo podrán establecerse en el marco de una libre confederación democrática de pueblos libres.

2º La libre determinación de las comunidades y los pueblos oprimidos por el Estado nación moderno capitalista español, no podrá alcanzarse de la mano de las instituciones de poder del Estado o de instancias de carácter internacional, apadrinados por éstas, o a través de instrumentos democraticistas como el derecho de autodeterminación, favorecidos por la ONU-UE u cualquier otra instancia burocrática internacional en manos del imperialismo global. La historia del siglo XX ha demostrado sobradamente que no podrá conseguirse una verdadera libre determinación de comunidades y pueblos oprimidos a través de hipotéticos procesos «democráticos» estatistas, provenientes de las instituciones representativas de los Estados, ni mediante ejercicios democraticistas por medio de referéndums, a través de hipotéticos o reales procesos armados de liberación nacional propugnados por el nacionalismo, o la izquierda, igualmente nacionalista.

3º La libre determinación de las comunidades y pueblos oprimidos por el Estado nación español será parte del proceso de Transformación Integral o Revolución Integral, de nuevo tipo, o no será. Esta justa reivindicación forma parte del Programa Estratégico de ese proceso de Transformación Integral, y ha de plantearse de forma conjunta e integrada en el total de transformaciones revolucionarias a efectuar. No es posible plantear la liberación de los pueblos o comunidades como “cuestión previa”, ni marginal al proceso transformador revolucionario, mediante pactos o acuerdos, al contrario, debe formar parte del conjunto de tareas transformadoras esenciales a acometer. Por lo tanto, también será parte sustancial de las transformaciones a realizar en la conciencia, en la construcción política de un sujeto capaz de sostener una sociedad convivencial, igualitaria, defensora de los valores propios de una moral de esfuerzo y servicio orientada hacia el bien común, con respeto de las culturas, con libertad de conciencia, libertad política y civil para todos y todas. Dentro de esta esencial transformación política, debe contemplarse, como requisito liberador del ser humano, la eliminación del trabajo asalariado y servil de cualquier forma, con la incorporación -en condiciones de igualdad- de la mujer a las tareas centrales de la comunidad, y sin discriminación alguna, en razón a la etnia, sexo o cualquier otra orientación personal o política que deberá quedar en el ámbito estricto del conjunto de libertades políticas y civiles.

4º. Las diferencias religiosas, étnicas o civiles no podrán constituir elementos de diferenciación en el seno de los integrantes de las comunidades, puesto que la democracia omnisoberana implicará la más completa libertad de conciencia, civil y de libre expresión de las ideas para todos sus miembros. Las comunidades «sin historia», artificiosamente surgidas a partir de la creación y expansión del Estado nación moderno imperialista, deberán considerar, como base de las relaciones de identidad, los elementos culturales comunes que les van definiendo, con respeto escrupuloso de la libertad de conciencia y de los derechos civiles de todos los integrantes de cada comunidad concreta.

5º.- Los procesos de desarrollo estratégico de la libre determinación de comunidades y pueblos de los Estados nación modernos capitalistas, deberán tener en cuenta las circunstancias históricas, las costumbres y las experiencias de cada pueblo y/o comunidad a la hora de establecer los mecanismos imprescindibles de determinación de objetivos, acumulación de fuerzas, mediante aquellos sistemas de democracia directa que les sean propios, incluyendo necesariamente la previsión de la autodefensa de las comunidades bajo el principio del armamento general del pueblo.

6º. El nuevo paradigma en el ámbito de la táctica deberá estar basado en los siguientes criterios: 1) Supeditada a la estrategia, por la que se guía e inspira, debe adoptar las políticas concretas con el objetivo, a largo plazo, de la consecución de un tipo de comunidad convivencial humana basada en los principios de la auténtica libertad (de las comunidades y pueblos, de la conciencia, personal, civil y política), de la democracia directa, la autosostenibilidad, el apoyo mutuo y la fraternidad universal. 2) Desde el momento presente, se deben apoyar, crear y fomentar los procesos de autoorganización directa de las comunidades y pueblos, donde quiera y como quiera que éstas se encuentren, y mediante el uso creativo de todos los mecanismos políticos que permitan la acumulación de fuerzas en la perspectiva estratégica. 3) La política de alianzas ha de respetar los objetivos estratégicos básicos, en particular, la impugnación del Estado nación español, así como los principios estratégicos de la Transformación Integral. 4) La defensa de la identidad cultural de comunidades y pueblos no ha de servir para dividir o enfrentar a sus integrantes, sino para complementar y enriquecer su natural variedad, partiendo de que la necesidad de las raíces culturales es inseparable de las propias del cuerpo y el alma y, por tanto, de la esencia concreta humana.

KL

FUENTE: https://karlosluckas.blogspot.com/2023/01/el-estado-nacion-capitalista-espanol-la.html

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