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  • Autor de la entrada:José Francisco Escribano

 

Quienes renuncian a la Libertad esencial a fin de comprar un poco  de Seguridad temporal, no merecen la Libertad ni tampoco la Seguridad.” ‎                                                                                                                                        

 Benjamin Franklin

 

Antes de adentrarnos en el análisis de la situación geopolítica actual, y más concretamente en la crisis del coronavirus, es preciso señalar algunas ideas que cimenten nuestra reflexión.

En marzo de 2018 el Departamento de Defensa de los EEUU publicó el documento Concepto Conjunto para Campañas Integradas (Joint concept for integrated campaigning, 16 march 2018), donde se establece que el Estado yanqui está permanentemente en competencia, incluso con sus aliados más cercanos, lo único que varía es el momento estratégico y el nivel competitivo. Por ello dice que “el conflicto [armado] está subordinado y es parte de la competencia.”

Así pues, la competencia entre las diferentes potencias marca los acontecimientos a nivel internacional, siendo las alianzas de naturaleza coyuntural. Esto es, según interese a cada estado y según su grado de soberanía, pueden realizar acuerdos o políticas conjuntas en un asunto o varios, a la vez que estar enfrentados en otros.

La comprensión de esta dialéctica es fundamental. Ahora mismo China y EEUU son las principales potencias del planeta, por ende compiten con vistas a conseguir el dominio mundial. No obstante, también colaboran y forman parte de instituciones internacionales, puesto que comparten intereses comunes. Este hecho no niega que pueda desencadenarse una nueva guerra mundial. De hecho se admite por muchos que esta ya existe, sobre todo con la conocida guerra comercial, además de la progresiva militarización del sudeste asiático. El pasado 24 de febrero el Secretario de Defensa de EEUU Mark Esper afirmó que “de todos esos sitios donde pueda liberar tropas, las traeré de vuelta a casa para que descansen y entrenen y/o entonces las redirigiré [a la región Asia-Pacífico]  para competir con China, a fin de reasegurar a nuestros aliados, y efectuar ejercicios y entrenamientos [militares].”

De igual modo, si pretendemos entender los acontecimientos históricos y los actuales, hemos de contar con las dinámicas externas y las circunstancias materiales-naturales que condicionan los procesos sociales, lo mismo que a las personas del pueblo como sujeto agente.

Si bien, por desgracia en el presente los pueblos, bajo el yugo de los estados, no influyen en la toma de decisiones ni en sus actuaciones, de tal forma que se impone la lógica del poder. La manera de organización social jerárquica de arriba abajo exige la continua maximización del poder de las élites, lo que, tras siglos de expansión, ha provocado una polaridad nunca antes vista. Debido a esta triste condición, la mayoría de las personas son inermes, dirigidas y carecen de mismidad.

Si se quiere profundizar más en esta cuestión junto a otras en torno a la crisis del coronavirus, además de una completa visión de conjunto, véase “Sé el mejor médico de ti mismo. Yatrogenia, coronavirus y pandemias” de Félix Rodrigo Mora.

Por otro lado, es asimismo crucial conocer la realidad de cada estado en concreto, al menos los aspectos esenciales. Ante todo el estado que cada uno habita, o, mejor dicho, padece; ídem, como es lógico, nuestra región o continente y los estados más importantes del mundo.

De manera que se torna imposible la comprensión del escenario internacional, de qué ocurre en el mundo, si no se comprende qué sucede en nuestro propio país ni en nuestro entorno.

El sistema en crisis

La crisis originada en 2007-08 fue el primer aviso. Los países occidentales y el resto de países desarrollados comenzaron a mostrar síntomas de debilidad y decadencia que hasta entonces permanecían latentes. Los problemas económicos, demográficos, ecológicos y energéticos se acumulaban, así como los derivados de la degeneración, por sobredominación,  sobreexplotación y destrucción, del individuo.

Algunas de las potencias emergentes como Brasil, Méjico, Indonesia, Turquía, Nigeria y Sudáfrica también siguieron su camino; aunque otras, sobre todo en Asia, como China, India, Pakistán, Bangladés, Filipinas o Vietnam, no parecieron a priori manifestar dichos síntomas. Sin embargo, es necesario subrayar que estos últimos países están regidos por estados totalitarios, más o menos explícitos. Ergo se sirvieron ante todo del control, la opresión y la violencia para proseguir su “desarrollo”.

Ahora bien, la mayoría de estados presentan las mismas problemáticas cardinales, con pequeñas variaciones conforme a sus características particulares. Una de aquellas, la cual afecta a todos, es la demografía.

La crisis demográfica en la que nos encontramos es catastrófica. La baja natalidad, que cae en picado en todos los países (en España se acerca a 1 hijos por mujer), augura un futuro no muy lejano terrible. Empero en el presente está arruinando a los mismos estados que implementaron políticas antinatalistas, pues cada vez hay menos gente joven para trabajar y más ancianos que mantener.

A esto se suman innumerables nocividades, entre ellas: 1) el continuo adoctrinamiento, opresión, explotación laboral, medicalización, etc. del individuo provoca su aniquilamiento, al tiempo que el estado se resiente dado que es su primordial “materia prima”, 2) con el propósito de aumentar su poder y mantener el orden social tiránico, los gastos de control, regulación y represión se incrementan, 3) el desarrollo tecnológico desmedido, ante todo con fines militares y de vigilancia-sujeción, conlleva unos enormes costes ocultos, 4) una economía parasitaria y artificial, debido a la cual, a fin de salir de la crisis anterior, los estados y las entidades privadas se continuaron endeudando, por lo que ahora nos encontramos con una deuda récord del 320 % del PIB mundial, 5) la guerra en general, que continúa en diversos puntos del globo, y actualmente la comercial iniciada por EEUU contra China ha producido la disminución del comercio mundial, por un mayor proteccionismo y su destructividad intrínseca, 6)  cada vez existe mayor escasez de recursos naturales y energéticos, siendo China el mayor expoliador mundial, y los que quedan cada vez están más empobrecidos y destruidos.

En consecuencia los estados precisan llevar a cabo transformaciones significativas con la finalidad de, no ya aumentar su poder, que también, sino simplemente mantenerlo. Dichos cambios han de ser sustanciales, puesto que los problemas a los que se enfrentan son colosales.

En este punto considero preciso efectuar un inciso aclaratorio. Son muchos quienes atacan a Occidente de manera desmedida, casi siempre buscando generar auto-odio. Por supuesto que ha existido y existe una explotación por parte de las élites occidentales del resto de países del mundo, aunque también ha ocurrido al contrario en tiempos no muy lejanos, y aquellas asimismo explotan y destruyen a los pueblos europeos. Si bien, en efecto, hoy en día en el planeta se hallan otras potencias incluso más devastadoras que las occidentales. China es el mayor socio comercial y expoliador de los países de África, de donde extrae miles de toneladas de recursos en muchos casos con mano de obra esclava y explotación infantil, sin ningún tipo de conflicto moral. Ídem, Rusia es el mayor vendedor de armas a los estados africanos, muchos de ellos dictatoriales y genocidas. Es más, una muestra ejemplar del neocolonialismo destructivo actual la encontramos en la explotación pesquera de las zonas costeras de los países africanos, donde China, Taiwán, Japón y Corea del Sur son los principales expoliadores.

Retornando al hilo principal, cuando las élites se plantean la necesidad de reformar el sistema, asimismo se plantean la respuesta que puede generar en la población. En esta ocasión, dado que los cambios a realizar han de ser drásticos y van a perjudicar gravemente a la mayoría, no les queda otra sino ampliar los mecanismos y estructuras de control y sometimiento, y qué mejor forma que a través de un gran golpe de efecto. De ahí que en numerosos países hayan tomado medidas tan desproporcionadas contra la “pandemia del coronavirus”. 

El coronavirus

El Partido Comunista de China lleva 71 años en el poder, en los que ha mostrado su naturaleza represiva, tiránica, genocida y antihumana. En 1979 las élites chinas implementaron la política de hijo único, un tremendo atentado contra la libertad. Pero, más aún, es preciso recordar que para implementar dicha política se sirvieron de la violencia sin tregua y llegaron a ejecutar abortos a golpe de fusil.

El resultado de aquella majadería es que hoy en día la tasa de nacimientos en China es con toda seguridad inferior a 1`5 hijos por mujer. Si, además, tenemos en cuenta que en este país residen aproximadamente 300 millones de jubilados, y subiendo, no es necesario ser demógrafo para vislumbrar la gravedad del asunto. No obstante, milagrosamente, en diciembre de 2019 en Wuhan, donde se encuentra el Instituto de Virología de Wuhan de máxima seguridad, al cual hace pocos años el National Instititutes of Health de EEUU donó 3`7 millones de dólares, surge “de la nada” un virus “mata-ancianos”, que viene a resolver su crisis demográfica.

En realidad desde que existe la guerra los estados han utilizado como armas las sustancias químicas y biológicas; verbigracia el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial envenenó con cólera y tifus más de 1.000 pozos de agua en territorio chino; aunque también se han usado con fines de contrainsurgencia contra la población civil. Entre otras se ha utilizado ántrax, cloro, gas mostaza, napalm, gas somán, gas fosgeno, gas sarín, cólera, salmonella, tularemia, viruela, tifus, tabún, lewisita, el agente VX, el VG, el Novichok, el virus Ebola, el Marburg, arenaviruses, alphaviruses, etc.

Como explicaba Maquiavelo, el Estado precisa “vencer por la fuerza o por el fraude” y “matar a los que puedan perjudicarlo”.

Sin embargo carecen de sentido las acusaciones respecto a que China propagó el coronavirus como un arma ofensiva de guerra biológica contra otros países. Ante el mundo aparecería como agresor, ganándose la enemistad de la mayoría, e incluso provocando una respuesta de tipo militar dada la gravedad del asunto, y no como el “salvador” que se está presentando. Ídem se han visto afectados sus aliados Pakistán, Rusia, Irán o las repúblicas ex-soviéticas de Asia Central, quienes han sufrido consecuencias en distintas escalas de gravedad; igual que en África, región clave para el gigante asiático.

Así mismo, Venezuela, país en el cual China ha realizado cuantiosas inversiones en especial para la extracción de petróleo, ha quebrado recientemente. Este hecho le puede significar un gran revés estratégico, pues tal vez se convierta en la oportunidad perfecta para que EEUU derroque por fin a Nicolás Maduro, a cuya cabeza hace dos meses puso un precio de 15 millones de dólares, y coloque en el poder a la facción favorable a los yanquis liderada por Juan Guaidó.

Por contra, muchos estados están “celebrando” la pandemia, dado que les ha permitido iniciar el proceso de reforma del sistema. Planeado con antelación o no, están aprovechando para beneficiarse mediante la reducción del número de personas mayores y, a su vez, incrementar la militarización, el aherrojamiento y todas las formas de control social, las cuales les serán imprescindibles en los años y décadas venideras conforme las circunstancias sucesivamente vayan empeorando.

El colapso de Venezuela se ha precipitado a causa de la caída del precio del petróleo, que se sitúa sobre los 28 dólares el barril tras una caída estrepitosa de más del 60%. Es más, el índice de referencia estadounidense West Texas Intermidiate llegó a cotizar en negativo a -37`63$.

Esta circunstancia va a perjudicar al primer productor mundial, los EEUU, que cuentan con un mayor coste de extracción. No obstante otros países en los que la venta de los derivados del petróleo representa un porcentaje del PIB más alto se verán más afectados, en su mayoría aliados de China. Por ejemplo Rusia, Irán, Irak, Kazajistán, Kuwait, Emiratos Árabe Unidos, Catar, Nigeria o Libia. Lo mismo que Arabia Saudita, que se negó hace algo más de un mes a hacer un recorte en la producción, ya que desde la salida a bolsa de Saudi Aramco en diciembre de 2019 parece haber adoptado una nueva estrategia expansiva a través de un aumento de la producción e incrementar su cuota de mercado.

En cualquier caso los EEUU iniciaron hace años una estrategia energética la cual les evite depender del petróleo extranjero, de manera que, a pesar de que la caída del precio afectará su economía, tienen una mayor soberanía y libertad de acción en el escenario mundial.

Empero su máquina de guerra es costosísima, y cada año más, siendo el presupuesto oficial del Departamento de Defensa este año de más de 727.000.000.000 de dólares, y como mínimo el extraoficial debe ser el triple, puesto que muchas de las partidas se esconden del público y otras se camuflan en los presupuestos de otros Departamentos (Ministerios en el estado español). Poseen al menos 34 bases militares en África, más de 90 en América del Sur y Central, unas 200 en Medio Oriente, más de 400 en Asia y unas 500 en Europa.

Si a esto le sumamos los problemas arriba citados, los cuales no se repiten por mor de la brevedad, y que tienen una natalidad alrededor de 1`6 hijos por mujer, su respuesta ante el coronavirus es la esperada. Es decir, las élites yanquis han actuado como lo hicieran con anterioridad el resto de estados importantes, tomando las mismas medidas e implantado políticas a fin de reformar el sistema. En términos económicos, un rescate a las grandes empresas capitalistas-monopolistas y una maximización de la explotación de los trabajadores y pequeños propietarios, bajada de pensiones y salarios, subida de impuestos e inflación, alentando el empobrecimiento y el endeudamiento de la gente común. Empero, ante todo, la meta económica principal es resolver la insostenibilidad de la pirámide demográfica, de ahí que las medidas sean en esencia iatrogénicas.

El escenario militar internacional se encuentra en un impasse. Las guerras de Afganistán e Irak se han dado por finiquitadas, igual que la de Siria. En Yemen, Arabia Saudita se ha quedado prácticamente sola en su lucha contra los rebeldes hutíes y apoyando al dictador Abdrabbo Mansur Hadi tras el cambio de estrategia de Emiratos Árabes Unidos, y según vaticinan algunos expertos el país puede volver a partirse en dos como lo estuvo antes de 1990. Los conflictos en Nigeria, Sudan del Sur y Somalia continúan como hasta ahora, aunque en Libia se pueden intensificar. Los dos principales bandos son el del general Haftar al mando del Ejército Nacional Libio y el del Gobierno de Acuerdo Nacional reconocido por la ONU, si bien existen otros muchos actores implicados dentro y fuera del país, hecho que caotiza una situación muy dramática. Se ha de recordar que la OTAN en 2011 inició el ataque a Libia y en solo siete meses realizó la friolera cifra de 26.500 bombardeos, siendo el estado francés responsable del 35% de ellos.

Sin duda resulta muy difícil descifrar la realidad, incluso esforzándose, dado que vivimos en una era de la guerra de la información. Los propios estados ocultan la verdad y difunden la mentira, a la vez que acusan y persiguen a sus “enemigos”, habitualmente ciudadanos que nada más que exponen la verdad. Afirma de forma maquiavélica el teniente coronel del US Army Reserve Matthew A. Horning que: “Poseer y controlar la información es hacedero. Lo efectuarán las personas lo suficientemente atrevidas…”

Ergo por un lado encontramos las guerras de información entre los distintos estados (el ejemplo paradigmático fue la Guerra Fría), las cuales, sumadas al secretismo y oscurantismo intrínseco de aquellos, hacen complejísima la tarea de comprender qué ocurre. A esto hay que sumarle las instituciones internacionales encargadas de implementar las estrategias comunes de los estados, que les sirven y comparten su indecencia. Por otro lado tenemos a las propias élites de los estados, maestros de la manipulación y el adoctrinamiento, las cuales llevan siglos conformando una visión sesgada de la realidad y del pasado, pues, como afirmó Orwell, “la historia la escriben los vencedores.”

Repercusiones

Ya hemos comentado cómo el COVID-19 forma parte del proceso de reforma de los estados. Es su respuesta ante las crisis múltiples a las que se enfrentan. Pero la mayoría, como la demográfica, son imparables.

De modo que lo que resta de siglo va a consistir en el declive y la descomposición de las sociedades actuales. Paso a paso, ya se ha comenzado, van a agudizarse las condiciones de existencia y empeorar la capacidad del sujeto medio para sobrevivir.

Igual que el nivel competitivo entre estados se va a incrementar, con una mayor pugna por los recursos.  Acaecerán derrocamientos, cambios de gobierno hacia otros más tiranos, intentado copiar el modelo chino,  y un aumento en las guerras, más o menos explícitas. Lo cual equivale a una mayor militarización a nivel mundial, aunque esta es la tendencia de los últimos 300 años; con la diferencia de que hasta el presente ocurría en un contexto de expansión y crecimiento, mientras que ahora todo lo contrario, lo cual oscurece fúnebremente el porvenir.  

Por tanto la respuesta de las élites será incrementar el autoritarismo y el totalitarismo. Así lo pregonaba hace unas semanas el político socialista, actual Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell Fontelles: “[Esta amenaza sanitaria] pondrá de relieve el papel del Estado, que aparece no sólo como el prestamista de última instancia; ahora el Estado es el empleador de última instancia, el consumidor de última instancia, el propietario, porque habrá inevitablemente que capitalizar empresas con nacionalizaciones, aunque sean transitorias, y el asegurador de última instancia. Aumentará la presencia del Estado. Será de forma permanente.” Solo cabe añadir que antes de esta “amenaza sanitaria” el estado español ya controlaba más del 50% del PIB.

Está claro que Europa va a ser de los más afectados por la crisis actual, pues su senilidad es galopante. En Asia también afectará, ya que se enfrentan a problemas similares ver supra, aunque varios estados asiáticos, como China, India, Pakistán, Corea del Sur o Indonesia, seguirán ganando peso a nivel mundial. En Sudamérica, África y el resto de potencias menores se verán ampliamente perjudicados, dada su situación de menor poder relativo.

Para la gente común va a ser especialmente arduo y trágico. Una salida por cual optarán muchos, por desgracia, será aceptar el aumento de la opresión, e incluso admitir ser “fulminados” por las extremas condiciones a las que les arrojarán. Otros buscarán vías alternativas de supervivencia de carácter individualista. Sin embargo, la única opción que posibilita la construcción de un futuro cualitativamente mejor para los sin-poder es aquella en la que estos se planteen, se esfuercen y luchen por la conformación de una sociedad basada en una cosmovisión esencialmente humana, transformadora de raíz.

¿Y los pueblos del mundo?

Conforme las circunstancias generales se agraven, llegando a colapsar en primer lugar los estados más débiles, surgirán oportunidades para el cambio, las cuales en la historia se han visto acompañadas de guerras, pandemias, catástrofes, etc.

Durante la historia conocida siempre han surgido vacios de poder. Y en efecto aparecerán progresivamente más y más espacios libres de la coerción estatal, si bien al principio lo será de forma relativa.

En cambio, la gente común nunca será libre de facto hasta que se organice para eliminar toda autoridad opresora e imponga su soberanía, por medio de un autogobierno asambleario. Verbigracia, los siguientes autores recogen ejemplos históricos recientes y cercanos de autogobierno popular: David Algarra Bascón en El común catalán y Félix Rodrigo Mora en toda su obra, en particular Naturaleza, ruralidad y civilización y Tiempo, historia y sublimidad en el románico rural.

Si proyectamos nuestro análisis basado en los datos actuales a finales de siglo, se puede asegurar con un razonable margen de error que el colapso poblacional posibilitará el surgimiento de nuevas formas de organización social, dado que emergerán espacios donde el poder de los estados sea ínfimo. De tal modo que todo dependerá de la voluntad de las gentes de querer ser y vivir por sí, de construir su propio futuro y ser dueños de su destino.

No solo la historia demuestra que esto es posible, sino el sentido común. Por esta razón el mejor pensador sobre estrategia de la historia, el militar prusiano Carl P. G. von Clausewitz, reconoció la superioridad intrínseca del pueblo en armas; del sujeto libre y autoconstruido.

El prusiano batalló contra Napoleón cuando este pretendía conquistar toda Europa y tuvo bajo su mando miles de soldados. No obstante, en la guerra de 1793-6, en efecto un genocidio de más de 200.000 vandeanos, que emprendió el recién formado ejército revolucionario francés contra su propio pueblo en la región de la Vendée, Clausewitz pudo vislumbrar algunas verdades fundamentales.

El general prusiano se dio cuenta de que “el individuo… tiene un espíritu de iniciativa, confianza en sí mismo y su futuro muy superior a aquellos que forman parte de un ejército regular.”  Y sentenció que “claramente puedes diferenciar al sujeto en toda su singularidad en las formaciones abiertas [guerra de guerrillas], y el continuo movimiento de su procesión coexiste con la diversidad y la completa expresión de vida.”

En suma, Clausewitz argumenta que el miliciano se entrega por completo a su meta y que actúa con una contundencia y capacidad inigualables, que lucha por su misma existencia; es un ejército por sí mismo.

Esta línea de pensamiento, basada en la experiencia, se encuentra en la raíz de la cultura occidental, al menos desde la Grecia clásica, donde apostaron por la calidad del sujeto combatiente en lugar de, como hicieron los imperios orientales, la cantidad de mercenarios o esclavos llevados a la batalla. De ahí que en occidente surgiera la idea de libertad y, gracias a la revolución altomedieval, hacia el siglo XII se hiciera efectiva en Europa occidental con el fin del esclavismo.

Así pues, el futuro de los pueblos peninsulares, europeos y del resto del mundo depende su voluntad de ser por sí mismos, de autogobernarse, de construir sociedades basadas en valores verdaderamente humanos, antagónicas a las actuales. De que sus integrantes se autoconstruyan como seres fuertes, combativos, reflexivos y convivenciales.

 

Jose Francisco Escribano Maenza

15 de mayo de 2020

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