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  • Autor de la entrada:José Francisco Escribano

Este artículo se propone agitar las conciencias de aquellas personas que aún no se han rendido y sometido del todo a la aniquiladora corriente de destrucción con la que los poderosos están extinguiendo lo humano.

No es mi intención atacar o menospreciar aquellas posturas conciliadoras o «antidogmáticas», sino ir un paso más allá. Pretendo dejar atrás miedos y buenismos que nos impiden definir y definirnos en lo real, y emprender planes de reflexión y acción revolucionarios.

Tampoco quiero que se impongan las ideas de nadie, ni las mías. Las ideas que planteo en este texto son fruto de largas reflexiones sobre el pasado y el presente, y de análisis estratégicos sobre el porvenir. El observar y pensar en la realidad para alcanzar el máximo nivel de verdad es mi mayor meta, aunque con un sentido transformador y revolucionario.

Ciertamente, la situación presente es límite. Nos encontramos, y este escenario es el más probable, a las puertas de la total desaparición de lo humano como tal en las próximas décadas.

Esta sentencia no es un absoluto; se puede entender como la desaparición de la libertad (en la cual se desarrolla lo humano, sin la cual poco queda de ello), la desaparición de la verdad (sin libertad es difícil su existencia, pero con los medios tecnológicos actuales se está consiguiendo su completa extinción, la de la conciencia), la desaparición del amor (también es difícil su existencia sin los dos anteriores, el poder-terror y el dinero-materialismo lo dominan todo), la desaparición de los valores y la ética (prácticamente sólo existen los disvalores y normas que el poder impone), y la desaparición de las demás expresiones y constituyentes de lo humano como la pasión, la virtud, el eros, el vigor físico, la creatividad, la grandeza, la transcendencia, la belleza,…

Ante esta situación crítica de lo humano, y la oscura realidad de crecimiento y mejora de los métodos, organización y capacidad de las élites del poder, lo que se hace patente es la extrema necesidad de la idea de revolución y de la revolución en sí.

Más aún cuando se puede advertir que, incluso en el caso de la completa o parcial desaparición de las estructuras de dominio y control responsables de la destrucción actual, lo humano como tal, y sus expresiones superiores, no surgirían espontáneamente, ni florecerían de una esencia humana (o divina) metafísica y abstracta que según algunos todo sujeto posee. Sin duda dependerá de la decisión individual y colectiva consciente de esforzarse por ser seres humanos. La voluntad de ser, pensar y vivir de un modo específico es una precondición para la revolución, aunque también para considerarse ser humano.

De hecho, en la actualidad la revolución es más urgente como oposición y resistencia ante la barbarie y aniquilación de lo humano, y por ende del pueblo, que por su valía como idea, valor o ideal transcendente y superior a perseguir. Se puede decir que su valía metafísica y ontológica ha sido sobrepasada por su extrema necesidad empírica.

Las maneras y los caminos para llegar a estas conclusiones pueden ser tan variados y distintos como las personas que los busquen, y no siempre serán los mismos los problemas que localicemos. Aunque, como he señalado anteriormente, se pueden delimitar satisfactoriamente rasgos fundamentales de lo humano que están siendo atacados. Estos rasgos son mayoritariamente naturales o universales, los cuales no variarán mucho a la hora de ser descritos por distintos individuos de diversas culturas.

De cualquier modo, puesto que mi cultura es la occidental y existen suficientes referencias en ésta de donde extraer conocimientos sobre lo humano y lo real, sin desaprovechar las aportaciones de otras culturas, es natural y lógico que me inspire en la cultura hispánica y en la occidental para el desarrollo de mis reflexiones.

Volviendo al problema en cuestión, es imprescindible remarcar que, tanto para el individuo como para la sociedad, lo primero es definir lo mejor posible qué y quienes somos, tanto en lo particular (el aquí y ahora) como en lo histórico. Por lo que si definimos natural, abierta y universalmente una serie de valores y rasgos que definen lo humano y lo social, nuestra cultura y civilización, al mismo tiempo tendremos que evaluar y analizar el desarrollo histórico y particular de estos aspectos.

Una vez que, orientativamente, definimos o determinamos los rasgos fundamentales de nuestro ser, empresa aún más compleja y difícil de realizar para lo social, hay que enfrentarse a dos tareas igualmente hercúleas.

Por un lado debemos elegir los valores y normas con las que juzgaremos y guiaremos nuestra conducta. Esto es el vivir y actuar de una manera determinada y no de otra. Es lo que siempre se ha llamado ética, y es principalmente un aspecto del sujeto, aunque para su transmisión generacional, y expresión en oposición al derecho (no me refiero aquí al derecho natural o consuetudinario, sino al estatal), depende directamente de las circunstancias sociales.

Por otro lado, es necesario situarse dentro y frente a la realidad, ser capaces de determinar verdades lo más certeras posibles para desarrollar nuestro existir. Sin duda es un proceso de autoconocimiento, pero también de aprehender lo social y lo natural. Esto se conoce como epistemología, aunque en el presente ha degenerado en la mayoría de los casos en especializaciones científicas o en la nada intelectual.

Por tanto, se pueden tener unos principios éticos o valores que nos ayuden a guiar nuestra conducta, que nos faciliten el saber qué hacer en determinadas circunstancias, por qué y cómo hacerlo. Pero también se pueden tener unos principios experienciales o certezas fundamentales basadas en el estudio ateórico de la realidad que nos ayuden a guiar nuestro entendimiento, pensamiento, reflexión, conducta, planificación y acción. Y, obviamente, ambos están interrelacionados.

Tanto los valores como las verdades (parciales e imperfectas) deben ser elegidos de forma libre por el individuo. Los primeros nos permiten desenvolvernos en la relación con los otros y con uno mismo, y los segundos nos permiten desenvolvernos en la hipercomplejidad de lo real (individual, social y universal).

Por consiguiente, de la misma manera que en una sociedad es necesario ponerse de acuerdo en una serie de valores (ética) o normas-leyes (derecho) para que se desarrolle la convivencia, también son necesarias una serie de verdades o certezas que estructuren al sujeto y a la comunidad.

Estas certezas deben ser mínimas, de modo que el resultado sea una sociedad heterogénea y plural. Y nunca pueden ser impuestas, por lo que han de ser acordadas por cada generación de cada comunidad cultural. Además, tienen que surgir de una síntesis con lo mejor de la tradición, requiriendo un constante esfuerzo espiritual.

En oposición a la ideología, estas certezas no constituyen un sistema acabado y cerrado de ideas que pretenden ser universales y eternas. Ni tampoco se deben estructurar con el fin de que un grupo minoritario se imponga al resto de la sociedad en la batalla por el poder.

Por contra, son certezas accesibles por medio del sentido común, y tendrán que florecer en las conciencias de las personas según el nivel de verdad de éstas, dependiendo de su coincidencia con lo real, y a pesar del terrible adoctrinamiento y amaestramiento actual.

En este sentido, también la elección de las metas que cada uno nos marcamos durante nuestra trayectoria vital, y las metas colectivas que acordamos como comunidad, dependen por completo del acierto en la comprensión de las circunstancias en las que nos encontremos, del grado de consciencia de la realidad.

Las metas individuales y colectivas conforman el sentido y dirección de la existencia del sujeto y de la sociedad, y para su materialización y persecución se necesita un alto grado de verdad y acuerdo.

Así pues, es obvio que una base de certezas sólida estructuraría la revolución y a los revolucionarios, constituyendo un pilar fundamental de la conciencia. Certezas, por ejemplo, como la necesidad de desaparición, o reducción a la mínima expresión, del Estado, o del capitalismo y el trabajo asalariado-esclavo.

De modo que sin ser conscientes de estas dos certezas, y algunas otras más, no es posible ninguna transformación cualitativa de la sociedad. Ni, por supuesto, la recuperación del sujeto y lo humano.

En definitiva, esta ha sido la razón de la realización de este texto. Exclamar que sin una urgentemente necesaria revolución integral, sin valores ni certezas fundamentales, asistiremos con toda seguridad, más pronto que tarde, a la desaparición de lo humano.

https://josefranciscoescribanomaenza.wordpress.com/

Esta entrada tiene 5 comentarios

  1. Jose Francisco Escribano

    Hola, en el párrafo 8 empezando por el final existe un fallo. La corrección sería: … que el resultado sea una sociedad heterogénea y plural.

    El texto también apunta a la necesidad de unos puntos mínimos, de los que algo se trató alrededor del Encuentro 2015. Creo que son imprescindibles para la definición de la RI y para su futuro inmediato.

    Un abrazo

  2. David Algarra

    Hola Francisco. Ya lo he cambiado. Abrazos.

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