Nos envía María López una nota con la recomendación de dos libros «que investigan cuestiones alrededor de lo femenino y sobre la crucial influencia que la mujer ha tenido en la creación de cultura en épocas remotas y alrrededor de todo el mundo. Influencia basada en el mito primordial de la fertilidad de la madre naturaleza».
Aquí sus palabras:
Si pertenece al instintio de guerra la voluntad de suprimir al adversario era necesario hacer algo con aquello más temible, los dioses enemigos. Lo que explica la táctica militar romana del elicio que consistia en descubrir los nombres de los dioses de los enemigos para atraerlos a Roma con promesas seductoras.
En el occidente moderno, donde la guerra la han entablado unos pocos contra la humanidad entera, las ofensivas se dirigen a lo divino en general. Así, en la modernidad, se mató a los dioses nominalmente, olvidando sus formas y los sacrificios debidos, y con ello el respeto a un orden superior a la humanidad. Pero aun antes de eso, los mismos padres de occidente (Sócrates y Aristóteles) atizaron con fatal odio a la mujer, pues era básico para poder enseñorearse del mundo y ordenarlo y juzgarlo sin atender más que al propio ego (tal fué la empresa de Sócrates que en el oráculo «Conocete a tí mismo» quizá malentendió al dios), naturalizar a la mujer para desmitificar lo femenino y con ello invalidar los principios de procreación y cuidado dados por la diosa. Tema tratado en «La Diosa Blanca» de Robert Graves.
Así pues, al rapto de la história le precedió el rapto del mito. Y con éste el secuestro de la naturaleza y sus misterios dejando huérfana a la imaginación humana, que ya no se dedicaría a lo sublime si no a cuadrar cuentas (sin embargo, es de notar que en las gentes del campo, cuyas vidas transcurren apegadas a los ciclos naturales, ni discursos éticos ni lógicos logran hacerles dudar de su cordura y verdad, convirtiendose en los impagables transmisores de la cultura original).
La grandeza de la diosa, del mito primordial que conserva la vida y multiplica la belleza, la podemos intuir en la sociedad minoica de Creta, allá por el 4.000 a. de C., descrita por Riane Eisler en «El Cáliz y la Espada«. La imaginación moderna, menguada y gris (naturalizada y racionalista) estalla en mil pedazos, ante la viveza de los colores, la alegría de los motivos y la jovialidad de las costumbres, de una sociedad que vivía adorando a la naturaleza. Otro hito en la historia que puede inspirar nuevas soluciones.
En conclusión, cuando el ser humano olvida la naturaleza se vuelve un ser perdido, sin ninguna potencia. Es fundamental el contacto con lo primordial, experimentar lo original. En la urbe los cuerpos están de más y las mentes no pueden intecambiar con lo vivo y real, pues todo está fabricado a la medida del hombre, por y para, de manera que acaba por no existir nada más. La realidad se vuelve discurso, virtualidad, y las palabras al perder de vista lo vivo original pierden su poder de sublimar la realidad. Ya no hay posibilidad de arte ni saber auténticos y la vida humana pierde toda su magia. La ciudad, como aglomeración separada del campo, sólo la han conocido las sociedades imperialistas, dato suficiente para pensarla con sana desconfianza.