• Categoría de la entrada:Artículos
  • Autor de la entrada:Antonio Hidalgo Diego

Marzo ventoso… y feminista. El viento de la propaganda sigue soplando con fuerza a favor del feminismo y abate nuestra maltrecha libertad interior. Aunque cada vez son más las mujeres y hombres que rechazan con fuerza esta ideología, todavía hay gente tan despistada que no sabe en qué dirección sopla el viento.

¿Y en qué dirección sopla? El vendaval feminista hace tambalear nuestra vida social y relacional, empujándonos a odiar a nuestras parejas, a nuestros vecinos y a nuestros propios hijos; el temporal morado ha arrancado de raíz la igualdad jurídica y la presunción de inocencia; el aire frío del feminismo congela nuestro deseo erótico y reproductivo, confunde nuestra identidad sexual y pone los cuerpos al servicio de quien agita la ventisca. ¡Denúncialo! ¡Divórciate! ¡Trabaja y no tengas hijos! ¡Aborta! ¡Ten relaciones sexuales con quien yo te diga, como yo te diga y cuando yo te diga! Dicen que lo personal es político, y los receptores de esta gran campaña de adoctrinamiento religioso hace mucho que dejamos de participar en las decisiones de la polis; somos los sin poder, los contribuyentes, los asalariados, los obedientes a sus leyes.

Ya sabemos contra quién se dirige el viento, pero ¿de dónde procede? El viento del feminismo no viene del sur ni del norte, no procede del mar ni de la tierra. Es un viento que sopla desde arriba, desde las alturas del poder, agitado con fuerza por las instituciones del Estado en su conjunto, y por la gran empresa capitalista. Es el viento del Congreso de los Diputados y el Ministerio de Igualdad; es el viento de los partidos políticos y las oenegés untadas con el presupuesto estatal; es el viento de los jueces y la policía; es el viento de la gran empresa y de la ONU; es el viento del sistema educativo, los medios de comunicación, el cine y la propaganda comercial. El viento del feminismo es el viento del poder.

Y el poder es un caramelo envenenado para los golosos de ambición. Un régimen totalitario de dictadura, como este que padecemos, no se basta de la élite de altos funcionarios que diseña y ejecuta sus planes liberticidas. Una dictadura necesita también de feligreses, creyentes que hagan suyos los dogmas del Estado feminista, interioricen sus postulados, ondeen la bandera de la propaganda y señalen con el dedo acusador a los herejes que nos atrevemos a negar la palabra de Dios, del Dios-Estado, benefactor y misericordioso, pues afirma liberar a las mujeres de sus hijos y amantes para ponerlas a buen recaudo entre las fauces del trabajo asalariado.

Esta semana de marzo, los centros de enseñanza de todo el Estado han emprendido un viaje espacio-temporal que los retrotrae a la Alemania nazi, a la España franquista o a la dictadura de Corea del Norte. Todo es, hoy, propaganda. Los directivos de cada escuela han pensado que es más cómodo navegar a favor del viento y han decidido convertirse a la religión oficial del Estado, bebiendo los vientos morados del feminismo institucional. No son pocas las profesoras que participan del nuevo “Movimiento Nacional Feminista” seleccionando himnos androfóbicos, diseñando carteles de propaganda que incitan al odio, dirigiendo actos de protesta con mensajes contra los varones y proponiendo  indocumentados estudios históricos que “demuestran” que, a lo largo de la historia, las mujeres siempre han sido objetos pasivos, menores de edad sin responsabilidad alguna en su devenir, víctimas esclavizadas, no por los reyes ni los ejércitos, no por las leyes ni los explotadores, sino por sus malvados hermanos.

Que la mayoría de estas profesoras-activistas sean jóvenes demuestra que estamos asistiendo a una acelerada degradación de la libertad de conciencia y de los valores relacionales, que hemos alcanzado un grado de sumisión vergonzante y que el sistema de dominación ha conseguido inculcar una desmedida ambición de poder a muchos jóvenes, especialmente a las mujeres con estudios universitarios. Que la mayoría de fanáticas feministas procedan de familias acomodadas, de mentalidad burguesa, acento pijo y desprecio clasista, confirma que el feminismo institucional, lejos de ser un movimiento popular de mujeres oprimidas, es una oportunidad para asegurar un buen puesto de trabajo y consagrarse al empoderamiento femenino, que no es otra cosa que dar rienda suelta a la voluntad de ejercer el poder y convertir a los demás en instrumentos de sus propios intereses egoístas.  

Contra el adoctrinamiento del sistema educativo, libertad de conciencia y formación autogestionada; contra el Día de la mujer trabajadora (y asalariada), una vida con trabajo en libertad; contra el empoderamiento femenino, hagamos del 8 de marzo el día del amor por nuestros iguales, hombres o mujeres; contra el nuevo patriarcado, que somete a las mujeres a la tutela de las instituciones del Estado, hagamos, mujeres y hombres, la Revolución Integral.

Deja una respuesta