Entre otras materias de primordial significación nos une el horror ante el embrutecimiento moral de las sociedades de la contemporaneidad, así como la convicción de que sin una fundamental mutación ética no pueden ser resueltos los problemas de nuestro tiempo.
Así lo hemos expuesto en diversos libros, en «Breve tratado de ética», de Saña, y en «La democracia y el triunfo del Estado. Por una revolución democrática, axiológica y civilizadora», de Rodrigo, entre otros.
En ellos rechazamos la vida inauténtica, existencialmente degradada y no-ética del sujeto facturado por la modernidad, debido a su posición egótica y solipsista, hedonismo trastornado, servilismo cotidiano, veneración por el dinero y los bienes materiales, asocialidad extremada, integración en la guerra de todos contra todos, nadificación deshumanizadora, cobardía patológica y desdén militante por la noción de virtud.
Lo exponemos con claridad: nuestro adversario es el amoralismo burgués.
Una existencia moral requiere no sólo la voluntad y el deseo de tal sino la fijación de criterios y reglas éticas. Considerando los enormes cambios habidos en los últimos decenios se impone una reformulación de los contenidos y procedimientos de la práctica ética. Esto es un quehacer fundamental. A la inmoralidad promovida por los poderes constituidos hay que contestar con una moralidad renovada y actualizada de naturaleza popular y revolucionaria.
Dicha moralidad ha de ser, al mismo tiempo, personal y social, para la existencia privada y para organizar la vida colectiva no coercitivamente sino desde los valores. Porque a más moralidad menos constricción y más libertad.
Una sociedad fundamentada en valores no es compatible con la actual, cuyos impulsos primordiales son la voluntad de poder, la razón de Estado y la codicia posesiva. Eso hace de la moralidad un elemento decisivo para la transformación integral de la vida colectiva, al mismo nivel que la política y la economía.
Consideramos el legado y la vigencia de la cultura occidental un bien de importancia decisiva que proporciona elementos de juicio y saberes fundamentales en ética, y no sólo en la ética sino en todas las disciplinas. Exhortamos a la juventud a construirse sus propios criterios éticos a partir del magnífico legado de aquélla, hoy marginada y repudiada por las elites del poder europeas.
A ambos nos entusiasma la concepción quijotesca de la existencia, formulada desde los imperecederos ideales de la caballería, con su disposición para vivir esforzadamente, combatir por la justicia, no buscar el interés personal, obrar con cortesía, practicar la tolerancia, darse enteramente en cada compromiso, vivir la libertad desde la responsabilidad, apreciar la fortaleza de la voluntad y concebir la vida humana como un quehacer trascendente en pos de los valores más sublimes.
No es la mediocridad sino la épica lo que otorga sentido a la existencia.
Se necesita de una gran reflexión individual y un gran debate social sobre los valores, para fijar cuáles son particularmente necesarios en un momento de hecatombe moral en Occidente. Nuestros escritos son una modesta contribución a ello.
La moral es, en primer lugar, un quehacer, una práctica. Fijar las reglas de conducta tiene como finalidad alcanzar un modo nuevo de vivir, una forma renovada de estar en el mundo. Dado que en lo principal somos lo que hacemos, al concebirnos como sujetos que autoconstruyen su propia conducta nos estamos creando como seres que se hacen libres al luchar por una existencia recta y moral.
Junio 2015