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Ya tardaba en aparecer la mirada mongólica y babeante del españolazo de orden (de izquierdas o de derechas, igual da) hacia esos seres superiores de la Europa aria; cuando no hacia los disciplinados y obedientes orientales, chinos, nipones o coreanos.

La gestión más o menos eficiente, más o menos desastrosa del COVID-19 parece promover erecciones y humedecimientos vaginales generalizados ante el retumbar del ruido de sables. El culto a la eficiencia, multiplicado al infinito por una auténtica barahúnda de pseudo-debates centrados en el mayor o menor acierto en la gestión de la crisis, no hace más que fortalecerse.

Nos esperan horas y horas de balumba mediática referida al monotema; lo que se debería haber hecho, lo que no, qué partido lo hubiera gestionado mejor, si fue un acierto el confinamiento o no era necesario, si se debería haber cerrado fronteras…

Todas y cada una de estas discusiones compartirán sin embargo, varias consignas inquebrantables: a saber; el escamoteo de cualquier referencia al capitalismo y al estado como sistemas sociales patológicos y patologizantes en su más íntima esencia; la necesidad de dar un viraje radical al rumbo actual de la humanidad que ya apunta maneras de no llevar a nada bueno; y finalmente, una admiración tan borreguil como unánime por aquella mierda de países y culturas que han sabido (supuestamente) gestionar mejor la crisis. Si acaso se reconociese que algo deba cambiar, seguramente se buscarán soluciones totalitarias y ecologistas a la manera estatal-capitalista, esto es, ecofascistas. Todo sea por mantener activa la maquinaria del “progreso” en sus dos polos liberal y estatalista cueste lo que cueste, aunque sea adornándola con las martingalas de una reforma “verde” gretathunbergiana.

En cualquier caso, podemos entrever ya como viejas nostalgias disciplinarias llamarán a la puerta de una Europa añeja y biempensante y hay quien no ve el momento de abrirles la puerta e invitarles a un café en la cocina… Poco a poco van resurgiendo viejos fantasmas cuya silueta se dibuja en un horizonte futuro no muy lejano traídos por la más perfecta de las excusas… “es por tu bien”. Donde los últimos años ya han conocido un recorte de libertades considerable, tendremos ahora un casus belli inigualable a la hora de justificar la administración de “más garrote” gracias a la manga ancha que la pandemia regala al poder del estado en China, en España, en Europa, y por doquier… Un auténtico caramelo para los amos, una perfecta invitación al ecofascismo. El estado, ya se sabe, nos protege del mercado malvado obligándole a ser buenecito a golpe de ley. ¡Y hay aún quien se lo cree!

La peligrosa paradoja confuciana de China, el paradigma señorial e imperial de Corea o Japón, el mal disimulado calvinismo holandés, el eternamente reciclado y jamás redimido prusianismo alemán, el estilo de vida gélido y cadavérico escandinavo y hasta puede que incluso la flema británica sempiternamente churchilliana cotizarán, no cabe duda, al alza. No se dudará en emplear la disciplina soldadesca, la sumisión y la proclividad a dejarse mangonear por el estado, el mercado o la autoridad que sea, como ejemplo a seguir y como reproche hacia unos pueblos sureuropeos a quienes ya se les viene colgando, una vez más, el sambenito de irredimibles catetos.

Cierto, los estados “superiores” van teniendo, al menos sobre el papel y en cifras -siempre mentiras en potencia- un mayor éxito en la contención de la pandemia (aunque aún queda mucho por ver). Cierto, en estados como el español o el italiano LOS GOBIERNOS no han tomado las decisiones adecuadas, pero también cierto que  la cuarentena en España se está llevando a cabo con un grado de cumplimiento elevado que nada debe envidiar a otros países, por más que el sensacionalismo mediático nos hable de una incidencia sobredimensionada de arrestos y multas. El que esto sea motivo de orgullo no lo tengo claro, y de momento no entraré en ello. La conveniencia o no de las medidas de confinamiento es un tema que prefiero dejar para otro debate.

En cualquier caso, y volviendo a la cuestión que nos ocupa, no cabe duda de que la rapidez conque otros países, sobre todo China, han controlado la situación dentro de sus fronteras, guarda estrecha relación con sistemas políticos que, en otro orden de cosas, generan pavor en unos y una peligrosa admiración en otros.

Sin embargo, este falso debate, centrado en matices de tipo técnico, oscurece otros de muchísimo más calado y potencialmente más peligrosos para el poder establecido y sus proyectos a corto plazo. De lo que se habla normalmente en los medios, es de las decisiones tomadas por dicho poder, es decir, por la representación del capital y del estado en cada territorio dominado una facción de estos últimos. Por consiguiente, es natural que tales decisiones en ocasiones diverjan de una parte del mundo a otra en función de múltiples factores, como por ejemplo las variables geográficas, culturales o sociológicas, la genética de poblaciones[1], la mayor competencia o incompetencia de políticos y profesionales médicos, excesos de confianza, errores humanos de todo tipo, acceso a la información adecuada, capacidad económica y recursos sanitarios disponibles, etc.…

En cualquier caso, todos y cada uno de dichos estados-nación han tenido como convidado de piedra, como siempre y sin excepción alguna, al pueblo trabajador, ninguneado una vez más y anulado manu militari.

No escasean tampoco razones y datos para desmitificar la eficacia de las tan admiradas e industriosas “razas superiores” y matizar así la más que sospechosa e inquietante magnificación mediática de dicha faceta[2]. A fin de cuentas, el coronavirus ha hecho acto de aparición en Alemania, por poner un ejemplo, con cierto retraso respecto a Italia o España, dándole tiempo a dicho país a reaccionar y a no repetir los errores de otros. Hablamos además de una nación rica, con infraestructuras hospitalarias numerosas y bien equipadas y un número de camas en cuidados intensivos de hasta 29 por cada 100 000 habitantes por las 10 de España[3]. Y ya puestos, conviene recordar también que China fue el primer estado a quien el asunto se le fue de las manos antes que a nadie, indicador claro de chapuza (o algo peor) aunque no se quiera ver. Y todo ello, muy a pesar de la relativa, extremadamente orwelliana y puede que pérfidamente sobredimensionada eficiencia con que manejó la situación después4.

No se trata aquí de excusar bajo ningún concepto la chapuza española o la italiana de todos modos, sino de dejar claro hasta qué punto la discusión centrada en las mejores o peores decisiones técnicas tomadas por la élite de cada país constituye poco menos que una cortina de humo de futilidad retórica destinada a ocultar lo verdaderamente esencial en este embrollo.

Otro hecho que está pasando sorprendentemente desapercibido a todo el mundo, comentaristas listillos incluidos, es el carácter netamente MEDIEVAL de la solución-estrella aplicada a la pandemia. Y digo esto además sin intención peyorativa alguna, pues al final, va a resultar que una práctica médico-social cuyos primeros registros históricos nos retrotraen a la Atenas de Pericles durante la Guerra del Peloponeso, es lo que va a acabar funcionando en todos los casos. Tanto en su versión selectiva (confinando solo a enfermos confirmados) o masiva (confinamiento en masa de toda la población), aquello que hicieron abuelos y bisabuelas durante generaciones sin que nadie les dijese nada va a ser lo que nos acabe sacando, a la larga, del atolladero biológico, que no del económico y social. Uno echa la vista atrás, a todas aquellas promesas futuristas publicadas en suplementos de periódicos y en la prensa de divulgación científica de los años 90, década por antonomasia de las grandes expectativas en torno al proyecto Genoma Humano y no pude más que descojonarse. Medicina personalizada, terapia génica, medicamentos potentísimos, antivirales y antibióticos de la hostia para arriba, curas para el cáncer, prolongación de la vida hasta más de 100 años, pastillitas para acabar con el hambre en el mundo… hay quien decía que todo esto estaría ya disponible en el 2015 o incluso antes. Aún seguimos esperando.

Sea como fuere, ha llegado la hora de dejarse de pamplinas. La gestión más o menos chapucera de la pandemia de SARS-CoV-2 halla su génesis en un manojo diverso y complejo de causalidades, errores y sinergias en cuyo desciframiento no vale la pena enredarse, porque eso es lo que busca precisamente el poder; que pensemos dentro de sus propios parámetros. El debate real está en otra parte, y es peligroso porque apunta directamente al corazón de la bestia. Al capitalismo y al estado tal y como van desenvolviéndose en la llamada era de la Globalización.

Así pues, y aunque resultaría demasiado simplista achacar la causa de toda enfermedad transmisible únicamente a la economía capitalista, se hace preciso reconocer la mano bien visible de este sistema cuando no como causante directo, al menos como facilitador de primer orden de expansiones víricas; amén de todo tipo de nocividades. La operación es de sobra conocida: primero arrasamos todo por dinero, generando un contexto perfecto para la germinación de todo tipo de patologías, y después desarrollamos soluciones hiper-científicas y nos colgamos la medalla de “salvadores del planeta”. Un círculo vicioso destinado a no parar nunca, a no ser que lo frene en seco un colapso, una revolución, o ambas cosas a la vez. Ahí tenemos, por ejemplo, la caza furtiva del pangolín, reservorio animal del virus actual. O la de los murciélagos, vendidos y consumidos en condiciones asquerosas en algunos mercadillos. O la ganadería aviar y porcina de estabulación intensiva como potencial foco de recombinación genética y aparición de cepas víricas causantes de zoonosis susceptibles de saltar la barrera de las especies. Ahí tenemos también la multiplicación irracional de los vuelos intercontinentales por motivos caprichosos y avaros a partes iguales y la venta a trozos de lugares desnaturalizados para consumo de esa fuerza de ocupación de baja intensidad denominada turismo con segunda residencia. Ahí tenemos, en fin, la densidad de población desaforada causada por una urbanización psicótica de toda la población del planeta, auténtico festín para cualquier virus de transmisión por vía aérea. Y no nos olvidemos de las muertes por cólera, tifus, malaria, VIH y otras infecciones curables en los lugares más depauperados del mundo.

¿Quién va a hacer frente a estos problemas? ¿las autoridades sanitarias competentes? La respuesta es bien sabida. NADIE. Nadie porque ya hace tiempo que se ha consolidado la más indignante postración ante el fetiche del progreso, y así es  como se ven los fenómenos citados, como una manifestación imparable del mismo. Si acaso, lo único que considerarán algunos; desde Manolo el del bombo pasando por las putísimas Naciones Unidas e incluso llegando al mostrenco que se sienta ahora mismo en el despacho oval, es la mera corrección de errores en el algoritmo de este programa, jamás su desmantelamiento racional y replanteamiento radical a una escala humana y popular. Tanto es así que precisamente las ideas que esta pandemia debería haberse llevado por delante las primeras de todas, la fe en un progreso técnico inapelable visto como única solución practicable y milagrera a todo problema social, y la fe en el estado salvador frente a los “abusos” de un mercado capitalista desatado, serán sin duda alguna las necedades más fortalecidas tras el impasse que estamos atravesando. Guardia civil, policía, ejército, aparato estatal, capitalismo verde moderado, partidos, sindicatos, estado “del bienestar”, asistencialismo, ONG’s, fundaciones… todos y cada uno de los agentes patógenos del mundo actual, aprovecharán para darse un baño de multitudes explotando obscenamente, como solo ellos saben hacerlo, la memoria de sus propios mártires. Y mientras tanto, las preguntas prohibidas permanecerán ocultas, hasta la próxima ocasión…

Nadie se preguntará si la seguridad de no morir en una pandemia merece el sacrificio de asumir el estilo de vida mortecino de los pueblos “superiores”. ¿Vive realmente un pobre chino; ese ente entregado hasta la extenuación a una labor productiva automortificante? ¿Viven verdaderamente los alemanes en sus cubiles de autodisciplina teutónica? ¿Viven los suecos en esos infiernos sociales de cordialidad impostada y autoaislamiento no pandémico? ¿Vive el japonés dentro de esa mentalidad sumisa capaz de autoflagelarse e incluso hacerse “seppuku” ante la supuesta indignidad de no haber satisfecho las demandas de un jefe o superior?  ¿Han estado vivos algunas vez esos pueblos que ahora ven su, llamémosle existencia, salvada del ataque del COVID-19 por las eficientes medidas tomadas por ese otro virus que son sus propios estados y gerifaltes? Querido lector, dígame usted; ¿sabe lo que es el Karoshi; la muerte por derrame cerebral a causa de un exceso de trabajo típica de Japón?… ¿Qué cree que buscan las razas nórdicas superiores en los “resorts” turísticos del sur de Europa? ¿Por qué cree que allí se quitan la máscara estos individuos de la manera más bárbara y de repente, ya no nos parecen tan “civilizados”? ¿No se deberá al altísimo precio en HUMANIDAD que deben pagar a cambio de unos estándares de vida puramente materiales nunca suficientes para satisfacer las necesidades del espíritu o del afecto?

Cien mil veces reventaría en una epidemia antes de malvivir el resto de mis días como una rata obediente y disciplinada. Y desde ahora declaro, a quien no tenga esto tan meridianamente claro como yo, como mi peor enemigo. El gusto por la calle, por el contacto con los otros, por la individualidad y el colectivo a partes iguales, la alegría de vivir de los pueblos del sur de Europa (y otras latitudes) debe ser preservada a toda costa, ya sea contra pandemias virales o contra las de tipo político-militar.

Obviamente, haríamos mal en pecar de frivolidad no reconociendo que, hasta cierto punto, la eficacia es un valor necesario, especialmente en momentos tan dramáticos como el que estamos atravesando. Ahora bien, de ahí a colegir que no existe más camino que el de asumir el mismo modo de vida y la misma tolerancia a la imposición y al estado que existe en China, por ejemplo, hay un trecho enorme. Pese a todos sus defectos, que no son pocos, la cultura occidental ha dado al mundo valores absolutamente positivos, e innegociables, aunque sea ella misma y sus “líderes” quienes se olviden de ellos con más frecuencia que nadie. El deber de valorar y defender la propia individualidad frente a los abusos de cualquier poder, la noción de que toda comunidad verdaderamente libre debe partir de una asociación voluntaria, el aprecio por el pensamiento crítico, el laicismo en la política y el desprecio por la obediencia de masas, son ideales OCCIDENTALES perfectamente POSITIVOS.

Llegamos entonces al meollo de la cuestión, destinado a verse ninguneado por los pseudo-debates que se irán sucediendo. Y este no es otro que el de la verdadera confrontación pendiente entre capitalismo a gran escala, crecimiento por el crecimiento mismo y poder estatal omnímodo y una economía a escala humana, descentralizada, tecnificada sólo en lo necesario y basada en órganos asamblearios de toma de decisiones locales confederados entre sí. Hay que elegir. No caben medias tintas, o con un modelo o con el otro. No hay ningún otro debate válido. Todo lo demás son cortinas de humo, maneras de marear la perdiz, juegos de prestidigitación pseudo-científica y trucos para seguir desviando la atención del personal hacia la más absoluta irrelevancia.

Y en cuanto al anarquismo y a los movimientos contestatarios de base asamblearia cabe decir que tienen por delante grandes retos. Uno de ellos, sin duda alguna, es el de demostrar en hechos la capacidad de organizar un sistema de salud descentralizado y autogestionado preparado, si fuese preciso, para hacer frente de manera eficaz y coordinada a una pandemia como la actual. Quedarse en la mera crítica al sistema y a la medicina “alopática”, promoviendo prácticas e ideas en ocasiones dudosas y con un cierto tufo a hippie “New Age”, no será, ni de lejos, suficiente. No, por más que duela decirlo, Ivan Illich no lo explica todo. Tampoco lo harán Maximo Sandín o Josep Pamiés. Y no, por desgracia no todas las enfermedades se previenen o curan a base de dietas, infusiones, masajes y bálsamos. La medicina científica, también debe ser conquistada.

 

1 Según el vídeo que dejo en el enlace, la similitud genética entre italianos e ibéricos en lo tocante a la fortaleza del sistema inmunológico, juega un papel en la morbilidad de SARS-Cov-2 nada desdeñable, al provocar dicho microorganismo una reacción inmune tan fuerte, que el propio cuerpo de algunos enfermos se daña a sí mismo. Tal reacción autoinmune es aprovechada por el patógeno para pasar acto seguido a autorreplicarse https://www.youtube.com/watch?v=A7WrhTCjjE0

2 En relación a esto, el execrable diario “Público” ha publicado recientemente el siguiente artículo; tan políticamente necio como científicamente sólido: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/30966/la- propagacion-del-coronavirus-por-europa-contra-la-narrativa-centroeuropea-derechista/

https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2020-03-27/coronavirus-austria-recetas-exito-alemania_2518023/

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