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  • Autor de la entrada:Kiko Bardají Cruz

El libro La España Vacía. Viaje por un país que nunca fue, de Sergio del Molino, lleva vendidos decenas de miles de copias. Trata del mundo rural y su despoblación.

Los grandes medios de comunicación lo han encumbrado y las grandes editoriales y oficinas gubernamentales han elevado al autor a, nada menos, que un pensador de lo rural.

El libro es un bodrio multipremiado e hiperpublicitado, escrito desde el sentido de Estado, el pensamiento burgués, la visión urbanita, la falsa teoría del progreso y al servicio de la razón de Estado. Recuerda muchísimo a Fernando Sabater y su: «sólo las lechugas tienen raíces».

Más de la mitad del libro se dedica a hablar del asesinato de Fago, de los crímenes de Puerto Hurraco, de los Santos Inocentes de Miguel Delibes, de las Hurdes y el documental de Buñuel o de las misiones pedagógicas de la II República para «llevar» la cultura a los pueblos.

Sergio del Molino ignora por completo la historia de nuestro mundo rural popular tradicional. De la Edad Media dice «tenía la quema de herejes en las plazas públicas por un entretenimiento popular». Esto es una calumnia típica del progresismo que necesita injuriar nuestro pasado rural para ensalzar el presente urbano, capitalista e hiperestatizado. Habla de la Inquisición como algo de la Edad Media cuando lo cierto es que pertenece a la Edad Moderna.

A la Edad Media la define como «esclavitud feudal» cuando la teoría del feudalismo está refutada desde hace años. Aquí no hubo feudalismo porque, entre otras muchas cosas, la nobleza no tenía la propiedad de las tierras (que eran mayoritariamente comunales-concejiles) sino sólo la jurisdicción y sólo en determinados lugares. Esta jurisdicción es convertida en propiedad a partir de 1855 con la Ley de Desamortización Civil de Madoz (hubo leyes anteriores que atacaron el comunal desde el siglo XVI pero ninguna de la magnitud de la Ley Madoz). Por eso la nobleza se hizo liberal en bloque en el siglo XIX. Por ejemplo en 1808 sólo el 1% de los navarros vivían bajo jurisdicción señorial, los concejos abiertos eran el poder principal y la Iglesia poseía menos del 1% de la superficie de Navarra. El 70% de los navarros activos eran campesinos, no había ni rastro de esclavitud y el comunal era omnipresente.

Esto lo ignora por completo Sergio del Molino que sólo escribe clichés facturados por los déspotas ilustrados y la burguesía urbana y repetidos, aún hoy, en 2022.

Por supuesto, Sergio del Molino ve la revolución liberal y el crecimiento del Estado en el siglo XIX como algo maravilloso para la ruralidad, y por supuesto, no dice ni una palabra de la Desamortización Civil de Madoz que privatizó más de 16 millones de hectáreas de tierras comunales propiedad de los concejos abiertos, de los miles de bienes concejiles privatizados manu military como batanes, pozos, herrerías, molinos, cuadras, talleres, posadas, fraguas, minas, depósitos, almacenes, hornos, serrerías, casas… o nada dice de la brutal represión de las Milicias Nacionales o de la posterior Guardia Civil.

En un momento del libro se pregunta sobre la deforestación para acabar afirmando desvergonzadamente que los campos sin árboles «siempre han sido así» y que «ya nadie se cree el cuento de la ardilla». Rechaza, con toda su cara, la evidencia de que hubo bosques donde hoy hay cereales y eriales. Evidencia sostenida por multitud de pruebas de todo tipo, que ignora soberanamente. La misma Desamortización de Madoz (de la que, insistimos, no dice una palabra) provocó la tala masiva de millones de hectáreas, por no hablar de las fábricas de armas que funcionaban con carbón vegetal, de los astilleros del ejército español que necesitaban millones de árboles o de las traviesas del ferrocarril que se llevaron el 20% del bosque alto peninsular.

¿Se puede mentir más que Sergio del Molino? Con estas afirmaciones tan malintencionadas que tratan de exonerar al Estado de la responsabilidad de la despoblación rual y la debacle del mundo rural, además del ecocidio deforestador, comprendemos el apoyo tan grande que el Estado y los mass media le han brindado al libro.

Al hablar del carlismo demuestra, una vez más, que nada comprende de lo que este movimiento fue y supuso. Lo reduce a la cuestión dinástica entre élites y cómo éstas manipularon a las gentes de la ruralidad. En las 292 páginas del libro que supuestamente hablan de la ruralidad, ni una sola vez siquiera nombra al comunal, a los concejos abiertos y sus bienes, a las formas de ayuda mutua, al colectivismo, a los fueros municipales, a la abolición de la esclavitud, al estatus de la mujer (que participaba con voz y voto en igualdad jurídica en los concejos abiertos), a las ordenanzas concejiles protectoras del bosque… por no nombrar, no nombra siquiera a Joaquín Costa ni una sola vez. Y hablar de nuestro mundo rural sin nombrar ni una sola vez a Joaquín Costa explica por si sólo el nivel del libro que aquí comentamos.

Ya desatado, Sergio del Molino nos habla de que el aislamiento y la «privación sensorial» que viven las gentes de los pueblos provoca daños cerebrales, que así lo prueba la neurociencia, dice. Sugiere que esto está detrás de los crímenes bestiales que se comenten en la ruralidad.

Esta perla que aquí nos suelta el autor nos recuerda a los tratados de criminología «científica» sobre la maldad genética de los anarquistas que escribió Cesare Lombroso. 

Es significativo que una de las revistas oficiales del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente tenga una entrevista al autor que se titula «Mi objetivo es desmontar el mito neorruralista». Que buenos servicios le ha proporcionado Sergio del Molino al Estado.

Enrique Bardají Cruz

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. José Tápia

    Nada nuevo bajo el sol, los esbirros del estado siguen con su labor de demolición y desprestigio del rural. Cada bodrio de estos es publicitado y difundido ad nauseam por los medios de intoxicación de masas. Mentiras e inexactitudes repetidas una y otra vez y que han calado hondo en la masa no-pensante.

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