La decrepitud del comunismo anarquista y la senectud de la idea del proletariado internacionalista.
En respuesta al artículo de Agustín Guillamón “Ser y esencia del proletariado” donde se categoriza como “carlistas del comunal” a quienes nos adherimos a la Revolución Integral.
La exaltación marxista del término proletario-proletariado como clase desposeída, clase obrera, clase antagónica a la clase burguesa, “clase sin propiedades ni recursos, libre para vender su fuerza de trabajo” es un invento decimonónico, fuente de las barbaridades ideológicas paridas por el marxismo en el siglo XIX. Desde la Revolución Integral abanderamos la categoría de los sin poder, la de todos aquellos que no tenemos y no deseamos ostentar el poder, según la máxima de que nadie es más que nadie. Defendemos así mismo la propiedad como necesidad indispensable para poder ser en libertad: la propiedad individual/familiar, la propiedad colectiva y asociativa y la propiedad comunal/concejil del conjunto de vecinos de un lugar dado. Rechazamos la conceptualización marxista del animal laborans, y su visión economicista de que todo se reduce al valor, a la plusvalía, al intercambio, a la propiedad y demás artefactos ideológicos. Rechazamos así mismo la concentración de todo tipo: la concentración de poder, la concentración de propiedad, la de bienes o la de población; ya que la concentración es causa y efecto de la dominación. Por esto estamos por la abolición revolucionaria del Estado y del Capital.
En este texto Guillamón habla de las «conquistas sociales» del Estado de Bienestar. Esto, como bien sabemos, es falso. No son conquistas de la gente común sino el resultado de un diseño estatal de control, adaptación del poder a las circunstancias e impulso de su propio poder. Por otro lado, Agustín denuncia la infantilización social, cultural y política sin caer en que es el Estado de Bienestar es el entramado donde más se infantiliza la población, mediante la delegación de sus propias responsabilidades. Por no hablar del clientelismo increíble que genera.
Nos dice que «los gobiernos siempre han gobernado contra sus propios pueblos en beneficio de la élite financiera y empresarial»; pero a la vez, mientras dice esto, defiende indirectamente el Estado de Bienestar como algo beneficioso para el pueblo. El anarquismo siempre hace lo mismo y esto resulta ser una contradicción que no se sostiene. Al anarquismo o marxismo libertario de Guillamón le falta, sin duda alguna, emanciparse del izquierdismo, liberarse del progresismo estatolátrico. Por no decir que usar la palabra gobierno como sinónimo de Estado es un error y decir que éste existe prioritariamente en beneficio del Capital y no de él mismo es otro grave error de comprensión de cómo funciona el poder del dúo Estado-Capital.
Guillamón profundiza en la clásica retórica izquierdista cuando dice que el problema está en el «gobierno al servicio del capital» y de que «los Estados se convierten en instrumentos obsoletos de la clase capitalista». Esto es un análisis puramente izquierdista absolutamente erróneo (que no sólo comparte la socialdemocracia, sino también el mussolinismo, el derechismo, el conspiracionismo, etc..). Un error, una apreciación que indica que no entiende qué es el Estado y que, aunque tal vez no sé de cuenta, lo blanquea, lo defiende indirectamente.
Aunque le sorprenda, como anti-Estado que se dice ser, Agustín está haciendo una apología y defensa del Estado cuando lo presenta como víctima, como ente neutral, como herramienta en malas manos, como aparato secuestrado, como instrumento que depende de quién lo maneje. Esto es no tener ni idea de qué es el Estado. En fin, anarcoestatismo del clásico, aunque Agustín no se autodenomine como anarquista, lo mismo da.
Habla de «ofensiva neoliberal» y de «legislación antipopular» como un auténtico izquierdista socialdemócrata pero a la vez se posiciona «contra las salidas socialdemócratas». No sabemos realmente lo que Agustín entiende y a qué se refiere cuando dice socialdemocracia pero toda su lógica, visión, enfoque, perspectiva y análisis conducen directamente a ella.
El clásico economicismo marxista, en su versión anarco-comunista viene representado por la desvergonzada afirmación de que «lo que determina la posibilidad del comunismo […] es la extensión de la condición de asalariado y de proletario». Esto es el típico dogma religioso marxista, determinista, economicista, mecanicista, del obrerismo decimonónico que ya fue refutado por Soledad Gustavo con aquella frase de «las revoluciones no son hijas del estómago sino del pensamiento». Aquí podemos observar otro rasgo más de la lógica, visión y análisis equivocado que hace que el pensamiento de Guillamón conduzca directamente, lo decimos de nuevo, a la socialdemocracia que, timándonos descaradamente, dice rechazar.
En uno de sus mayores errores de análisis dice que «el meollo [de este sistema] es la explotación» y afirma que ésta «es la esencia” de la sociedad en la que vivimos. Esto es un economicismo que, de nuevo, conduce derecho a la socialdemocracia y, no lo olvidemos, al ideal de un sistema de nevera llena y buenos sueldos. Conduce a una y sólo a una cosa: al partido del estómago que si se quiere puede vestirse de rojinegro y reivindicar a Durruti o a Andreu Nin sin problema alguno. No hace falta decir que no es la explotación el meollo de la cuestión, sino la dominación. Guillamón está lastrado por su fe en el marxismo. La explotación es sin duda una característica fortísima de este sistema, pero no es el meollo o la esencia como dice Agustín. Además, es significativo que Guillamón sólo nos hable de la explotación a la que nos somete el Capital, pero nunca nos hable de la brutal explotación fiscal a la que nos somete el Estado. Nos vemos en la obligación, una vez más, de recordar a un supuesto anti-estado que de cada diez unidades monetarias que paga forzosamente cada español de media recibimos tres unidades en forma de servicios. No hay una estafa y una explotación mayor que esa. Esperamos que economicistas como Agustín se quiten algún día las gafas izquierdistas y vean esto de una santa vez.
El economicismo es cien por cien deshumanizante y, además, es contrario a nuestra cultura del mediodía mediterráneo pues es una cosa inhumana, prusiana, del protestantismo norteuropeo obsesionado con lo material, tecnocéntrico, traído aquí desde el norte por los ismos obreristas, en especial el marxismo, pero también por el protestantismo liberal anglosajón. Nuestra tradición es el humanismo, es don Quijote en su afán de justicia, y no esa visión del ser humano como un tubo gástrico con patas que sólo se mueve o se rebela por necesidades fisiológicas, materiales o por el placer. La visión de Guillamón es la misma que la del liberalismo más burgués cuando éste afirma que «el ser humano sólo se mueve por su interés particular». Es la misma visión del homo oeconomicus, repetida por liberales, marxistas y por la mayoría de anarcosindicalistas.
Vamos terminando. Al final de su escrito Guillamón ensueña con que la revolución suprimirá las fronteras. Bien, que no cuenten con nosotros. ¿De qué poder popular habla que no puede decidir sobre su propio territorio? ¿Sobre sus propios límites? ¿Sobre sus propias lindes y jurisdicciones? Utopismo puro. La típica idea ácrata de abolición del poder, un planeta libre de responsabilidades, el goce eterno. ¿»Todo el poder a los consejos obreros» o “la disolución de todos los poderes”? ¿En qué quedamos Agustín?
Nos señala como carlistas por afirmar que el campesinado en el siglo XIX optó por la nefasta estrategia del mal menor y apoyó al carlismo (el cual condenamos) porque éste le prometía combatir al liberalismo y no tocar los fueros, no privatizar los bienes comunales, no suprimir el concejo abierto ni la autonomía municipal, respetar el derecho consuetudinario, no abolir las barreras institucionales levantadas siglos atrás contra la explotación fiscal desenfrenada de la Corona imperial castellana…
Recordemos, porque hay que recordarlo, que el fuero eximía de las odiosas quintas en las que el ejército se llevaba a tus hijos a morir en las guerras contra los independentistas cubanos, filipinos…
Acusarnos de carlistas por poner al pueblo en el centro de la historiografía y no a las élites es profundamente deshonesto y además es posicionarse como liberal en el contexto del conflicto del siglo XIX, lo que significa apoyar la increíble matanza y expolio que realizó el Estado para desarrollar el capitalismo en estas tierras y así poder crecer él aún más.
Afirmamos además que el proletariado industrial urbano no ha sido la clase social más revolucionaria a nivel europeo. Lo ha sido el campesinado. Baste el ejemplo de la Primera Guerra Mundial en la que el sector popular del mundo rural europeo fue la menos patriótica y la más reticente a ir a luchar por su Estado-Nación. Infinitamente más que el de los sectores populares urbanos. Pero para ver esto hay que quitarse los enormes prejuicios anti-rurales del progresismo burgués.
Como gran estudioso que Guillamón es de nuestra guerra civil, debería saber que ésta no se puede entender en profundidad sin comprender el conflicto que se venía desatando en el mundo rural ibérico ante la privatización masiva de los bienes comunales. Es hora de que se reconozca que una causa fundamental de la guerra civil fue la gigantesca lucha por la recuperación popular del comunal robado por el Estado liberal e, incluso, también, por el Estado fernandino. Durante este último, en sus dos fases, no sólo no se paralizó el proceso enajenador, sino que se contribuyó a legitimarlo. Así que, en cualquiera de sus formas, el Estado llevó a cabo la privatización integral de la riqueza concejil y comunal, tan amada y fundamental para las gentes rurales como necesaria para el freno, el impedimento, del desarrollo del capitalismo. Recordemos las miles de solicitudes al IRA (Instituto de Reforma Agraria) por parte de los pueblos para la devolución de sus propiedades comunales, cosa que no solo no se materializó con la Ley de reforma agraria de 1932 sino que desencadenó levantamientos populares a favor de los bienes comunales, a favor de la vida comunal. Esto llevó al mundo rural a una situación de efervescencia social que, entre otros factores, desencadenó la guerra civil.
El paradigma proletarista marxista, en todas sus versiones del comunismo, está totalmente obsoleto. Desde la Revolución Integral abogamos por un combate eterno contra la voluntad de poder, la concentración y la dominación en todas sus formas; por una revolución axiológica en el interior de cada uno de nosotros y con el conjunto de nuestros iguales, por una revolución comunal de la vida pública, sobre la base del concejo abierto, una red de asambleas omnisoberanas y una economía comunal del trabajo libre.
Amigos por la Revolución Integral