Si algo tiene el cine de hoy, me refiero al cine subvencionado, al cine apoyado por las instituciones, al cine de presupuesto, es que sabes que te va a ofrecer, en bandeja, los idearios y el pensamiento que, desde los poderes mandantes, se quiere hacer llegar a la población.
Y ahí está “La fiebre de los ricos”, tan ostentosa ella, tan insuflada del brío que te da el sustento estatal, tan adoctrinadora, plena de mensajes y medias verdades, listas para ser inoculadas en la mente del espectador.
Poco da para hablar de la propia película, pues toda ella es un compendio de ideas que el director, Galder Gaztelu-Urrutia, trata de vendernos. Como película, ya digo, es un desbarajuste, y ello se debe a que supedita todo el argumento a contenidos de tendenciosidad latente, por lo que resulta finalmente un trabajo deslavazado y entontecedor, mayormente.
Decía, al principio, que este tipo de productos nos sirve para entresacar ciertas tendencias que se quieren implantar en la masa gris de la sociedad:
- La idea nuclear de la película, la de que aparece un virus que mata a los ricos solamente, es una extensión del pensamiento progresista actual, que culpa a los ricos de todos los males, para así no profundizar siquiera en el origen de la riqueza y la desigualdad, que es la existencia del propio Estado. Es un argumento diseñado para ser aplaudido con las orejas por quienes atribuyen los grandes problemas sociales o de la humanidad a las grandes fortunas. Así, desde el infantilismo más ramplón, se diseña una fantasía en la mente del gran público, y es que los todopoderosos podrán, en el futuro, sufrir de un mal natural que haga justicia y se los lleve por delante. Se tira, pues, del ideario izquierdista de siempre, que acusa de la desigualdad y la injusticia social únicamente al grupo más adinerado, y por ende, el responsable de todo lo malo que sucede en el mundo.
- Es medular, también, el enfoque que se hace del inmigracionismo. Busca la película hacer pasar al sujeto occidental (blanco, rico, europeo) por el “proceso migratorio inverso” (tener que migrar incluso en pateras) que le obligue a empatizar con el migrante africano actual, bajo riesgo de convertirse en el más vil desalmado si no lo hace. Una vez más, el migrante es solo víctima, el explotador es todo aquel que provenga de cualquier lugar del llamado “primer mundo”. Es una “carta” obligatoria a jugar si quieres la subvención, esto es, crear un sentimiento de culpa en el espectador, que piense que es el responsable de todo lo que el ser de tez oscura pueda llegar a tener que sufrir. Es el análisis facilón de siempre, que no mira por la responsabilidad de los migrantes en sus propios países, que acusa siempre a la población del país receptor y no a las estructuras de poder real que sustentan todo el entramado de la injusticia, y que esconde la cabeza para no mirar el interés institucional por atraer esclavos y resolver la demanda de mano de obra del propio sistema capitalista operante.
- Se busca convencer, apuntalar la idea, de la felicidad que nos va a reportar “la nueva pobreza”. A fin de cuentas, la deriva económica (inevitable, en todo caso) a la que están siendo encaminadas las otrora sociedades ricas europeas, demanda convencer que ahora lo “guay” es tener poco, así como aplaudir a las 8 desde los balcones al nuevo impuesto que venga a traer el gobierno de turno. Se rubrica esto en la parte final de la cinta, con resolución “enjundiosa”, que viene a afirmar que los seres humanos siempre van a intentar lucrarse y afianzarse en su capacidad económica sobre los demás. Es un planteo pernicioso, pues después de todo lo que se ha contado en el metraje, se viene a sugerir la necesidad de un control sobre el humano (que ejercería el Estado, quién si no). Se plantea en las escenas finales una especie de juego entre los supervivientes de una isla, ese juego implica un modo de vida sin propiedad alguna, en la que todo es de todos pues se rota en la posesión. Es decir, la idea de la película es que pienses en “no tendrás nada” y “eres malvado si anhelas poseer algo”; ya la conocemos, procede de la Agenda 2030, y Galder, “el revolucionario”, no se ha escondido para plantárnosla en toda la jeta.
- Juguetea la película con la filosofía o pensamiento de Henry David Thoreau, y lo hace resaltando su libro de cabecera, el “Walden”. Por supuesto, es una alusión mediocre, se ciñen a remarcarte la existencia de dicho texto, para que tú lo compres sin saber bien por qué y para qué. Vamos a ver, Thoreau tiene algunas ideas interesantes, pero el conjunto de su pensamiento, como un todo, dista de plantear una cosmovisión mínimamente ordenada y bien planteada. Se tira de Thoreau para abogar por las ideologías del ecologismo, el pacifismo, el solipsismo, el buenismo, todos los ismos que ya están siendo implementados desde las políticas estatistas. Sí, todas ellas son los aspectos “interesantes” que conviene difundir del literato estadounidense. Lo que no interesa son sus alusiones a la virtud, al mal que procede de los Estados, a la destrucción de la naturaleza humana en las ciudades, a la actitud obediente hacia la autoridad como raíz de todos los males.
- En el marco general que presenta el argumento narrativo, se normaliza todo lo que es “podredumbre del sistema”, en sus diversas formas, dígase el hecho de la pandemia, los controles sociales, el feminismo (de tapadillo) … un trabajo que, con la apariencia de “lo distópico y novedoso”, se circunscribe a… ¡Todo lo que el propio sistema está implementando!
Centrémonos en la última escena, en la cual la protagonista (que ha llegado a ser millonaria y se ha desprendido de su fortuna para no morir por el virus) tiene la irrefrenable pulsión de volver a introducir/renacer formas (capitalistas) de acumulación de riqueza dentro de la aldea hippie…
Moraleja (por si quedaban dudas): incluso en una aldea hippie, el mal capitalista (único mal) siempre estará al acecho. Si esa aldea llegara a convertirse, por ejemplo, de nuevo en Estado (con monopolio de la violencia, monopolio del poder legislativo, monopolio del poder ejecutivo, monopolio del poder judicial, monopolio del poder sanitario, monopolio del poder educativo, etc.) no sería un problema, porque el único problema es el capitalismo.
Para finalizar, en los títulos de crédito de la producción nos muestran quiénes han subvencionado este proyecto. Dinero abundante, nombres importantes para la interpretación, una difusión debidamente impulsada. ¡Hala, ya sabes lo que tienes que pensar!
Pero en realidad esta película está destinada a un público que en realidad ya está comenzando a desaparecer y morir, siquiera por cuestiones demográficas (así es, el progresismo no tiene hijos; tampoco los antiprogres autóctonos, por cierto). Es un canto del cisne que tiene el objetivo de que los progres se vayan a la fosa común de la historia creyendo que tienen razón. Tiene otro objetivo, paralelo, que también es llenar de razones e impulsar a la falsa disidencia que ahora va en aumento, es decir, el sector “liberal”, ya sea el anarcocapitalismo falsamente anti-estado o el liberalismo del “Estado mínimo”, e incluso el fascismo explícito (que obviamente es capitalista, no anticapitalista). Un liberalismo que, de facto, en los hechos, sólo critica, en todo caso, al Estado progre-socialista, no al resto de Estados (por gigantes, imperialistas y/o totalitarios que éstos sean, por ejemplo, EEUU y China).