Uno de los padres fundadores del marco constitucional, Manuel Fraga Iribarne, incluye en su texto de 1962 “Guerra y conflicto social”, las ventajas que para el estado español tenían las políticas bienestaristas que se implementaron en la década de los sesenta y que luego fueron garantizadas por la Carta Magna que él ayudó a conformar. Fundamentalmente se trata de la idea del pan y circo remozada, tan querida por las élites, para apaciguar a los levantiscos pueblos ibéricos, de tan larga y sostenida tradición autogestionaria del Comunal, (que gracias fundamentalmente al meritorio trabajo de Félix Rodrigo Mora, se ha vuelto a situar en el candelero político en los últimos tiempos)
Fraga entendía perfectamente, al igual que los caporales de los toros bravos, que un animal gordo no embiste, y que un pueblo tan resuelto y amante de la libertad como el español, solo había una manera de amansarle, a base de prebendas y colchón.
Por eso Franco se ufanaba tanto de haber sido el creador de la clase media, la clase “colchón”, por lo que tiene de grupo apaciguador y mediador de la conflictividad (como un colchón que amortigua la lucha de clases), y también por su querencia a lo disoluto y a la comodidad.
Pues bien, la Constitución del 78 ha sido la continuación de ese régimen placerista y aborregado que se empezó a construir a finales de los años 50, cuando una vez terminada la sangría popular del franquismo contra las gentes populares, se empezó por parte del imperialismo norteamericano a insuflar dinero a espuertas para conformar esa ideología consumista tan del gusto de las izquierdas, que solo saben pedir más subida salarial y más empoderamiento, y se olvidan de algo esencial: que el poder no está en el pueblo, sino en las élites diseminadas en poderes, todos legitimados por la constitución: militares, políticos, económicos, jurídicos, culturales, etc, y todos aglutinados en torno al ente “público” estatal.
Esto me recuerda a un chiste donde un agitador se dirige a un grupo de mujeres de una empresa, y lanza al aire una pregunta: “¿no estáis cansadas de ser putas baratas?” –“Siiii! , contesta el auditorio, – “Pues exigid que os paguen más!”
No se trata de impugnar la Constitución como abogan los trevijanistas, apelando a defectos de forma por no haberse abierto el debido proceso constituyente con participación popular, o no haber depurado lo suficiente el aparato del estado de elementos vinculados al viejo régimen. Hubiera dado igual. Los instrumentos de chantaje a la población a la hora de deliberar sobre qué puntos incorporar o no en dicho acuerdo marco estatal hubiera sido igual de eficaces y torticeros, como cuando el PSOE hizo que se aprobara la pertenencia a la OTAN haciendo una vergonzante campaña por el NO, mientras llenaba de miedos y congojas al pueblo con miseria y aislacionismo de no aceptar la incorporación. Porque el poder reside en todos esos aparatos del estado que dominan el espectro económico, ideológico y en última instancia el coercitivo, y su inmenso poder para coaccionar la conciencia mansa de las gentes humildes. Esta es la esencia del sistema del 78.
La prostitución no deja de serlo porque el antiguo nombre de meretriz se cambie por escort, ni porque se cobre más por los servicios sexuales. Lo mismo ocurre con la esclavitud, que no porque al asalariado se le llame ciudadano y tenga más derechos (que en última instancia dependen de la magnanimidad de los poderosos para darlos o quitarlos) va a dejar de ser un ser explotado y saqueado de todas sus capacidades humanas más elevadas. La prostitución y la esclavitud acabará cuando el cuerpo deje de ser una mercancía, sexual o laboral, y en este sistema, sancionado por nuestra “sacrosanta” constitución, todos somos mercancías laborales a las que luego se les sangra con impuestos que se invierten en más represión ideológica, policial, educativa, sanitaria…
La constitución es prostitución, y no porque nos haya subido el caché de la mamada tenemos que postrarnos felices de rodillas ante el Estado, el gran chulo proxeneta.
La democracia empezará cuando se acabe con este régimen de tiranía partitocrática y se sustituya por miles de asambleas locales omnisoberanas, con puestos de gobernanza rotativos anualmente, y con individuos cuya finalidad no sea consumir como cerdos, sino vivir bajo el estigma espiritual de la búsqueda de la verdad, la belleza, la virtud y sobre todo la confraternización amorosa con los iguales y con toda la vida animada o inerte.