Si sospechas que el silencio puede albergar sabiduría, te apresuras a procurártela erradicando de tu entorno todo lo que contribuya a su perturbación. Así, en un arranque de rebeldía doméstica, todo aparato desde tiempo atrás en off, primero lo desconectas con furia de la corriente para acabar después extrayéndolo a trompicones de su lugar habitual, de esta manera altavoces de hifi, video reproductor home cinema, y la gran pieza de caza mayor el ostentoso televisor que imperaba en el salón, quedan desgajados como enormes piezas cariadas y apilados finalmente en un rincón.
Por un momento te ves tentada de sucumbir al impulso de arrojar por la ventana semejantes artefactos pero te contiene la prevención de obstaculizar el viario o lesionar a algún inopinado viandante, además la ventana del entresuelo tiene enrejado, lo que convierte a la tentación en una mera fantasía del ánimo.
Cómo deshacerse entonces de los aparatos perturbadores del silencio, alguno puede ser fácilmente transportado hasta el contenedor mediante el carro de la compra, sin embargo el aparatoso televisor, sobre su mueble sin ruedas, has conseguido arrastrarlo apenas un par de metros, no quieres pedir ayuda, quieres vivir ese acto de rebeldía íntimamente y además no quieres que nadie pueda disuadirte de que arrojes a la basura aparatos que están en perfectas condiciones de uso.
Se te ocurre avisar a una de esas ongs que recogen, para luego revender, lo que el mercado de consumo renueva y pese a que te han asegurado que pasarán a retirarlo en breve espacio de tiempo, desconfías de que te liberen de tamaño aparato. Las 24 horas hasta que por fin ves partir para siempre el televisor transcurren en una ansiosa espera. Inmediatamente el reducido espacio del salón se percibe ahora más amplio y sientes alivio por haberte exonerado de un peso, sí, material, pero sobre todo por haberte librado de un lastre mental.
Ya desde mucho antes no encendías la televisión pero es ahora cuando empiezas a percibir los matices del silencio.
A muchas personas, a ti misma en diferentes etapas de tu vida, el silencio les genera inquietud, acostumbrados a un mundo lleno de ruidos, en donde al estruendo de la vida urbana se añade sobre todo ruido mediático, no saben ellos, no sabes tú aún, y tendrás que aprender, a detenerte en el silencio.
Pero el espacio vital aún no se ha vaciado de todo lo sobrante, es necesario vaciar también las estanterías donde se apilan en doble fila los libros, los otros armarios donde se acumula papel impreso, folios con apuntes, fotocopias, recibos o documentos que es absurdo conservar, folletos, recortes…todo será erradicado sin contemplaciones. Aunque en el expurgo de la librería es preciso demorarse, hojear cada tomo despidiéndose de la palabra impresa, leída a veces con delectación otras con afán de aprendizaje, en el transcurso de años de vida, y que han forjado tu mundo propio de palabras.
También la palabra impresa perturba el silencio si éste no es definido como ausencia de sonido sino como un espacio donde liberar la mente y el espíritu y hasta el cuerpo. Lo que a otras gentes o en otras etapas de tu vida resultara perturbador ahora empieza a resultar balsámico, las horas se alargan y tienes la sensación de haber recobrado tiempo de vida, de que tu vida transcurre con mayor parsimonia. Los relojes mediáticos no te marcan el paso, te es indiferente si es o no es la hora de cenar, el tiempo te rinde para hacer lo que quieres hacer y en el trabajo de reordenación del espacio además de cambiar de disposición el mobiliario, cambias el color en los complementos de la decoración, erradicas el rojo para implantar el azul en sus diferentes matices, del pálido al añil con toques de turquesa, mucho blanco, pinceladas de gris sobre las paredes rosáceas y lo vas haciendo con trabajo artesanal, confeccionas cortinas que coses a mano, pintas los marcos de cuadros o espejos con pinturas acrílicas, te prodigas con el bricolaje, taladrador eléctrico en mano perforas para colocar nuevas colgaduras, desinstalas o instalas nuevas luminarias, uf, cuantas cosas redescubres que sabes hacer por ti misma y sin ayuda. Donde antes presidía con despotismo el televisor ahora inauguras un escritorio, llenas de plantas verdes el espacio, adviertes el aire más limpio.
El trabajo manual va acompañado de concentración o de reflexiones, en cualquier caso te vas sintiendo más dueña de tu vida. Librarse del televisor es una descarga literal y también metafórica, es librarse del medio adoctrinador por excelencia, también te abstienes de radios sean convencionales o alternativas, tras del gran expurgo en la biblioteca te has librado de palabra impresa y poco después descartas las redes virtuales, vives sin noticias del mundo, es el silencio que niega la servidumbre a los medios.
Aunque no puedes permitirte vivir en la burbuja de tu espacio personal porque has de ir al trabajo, y en el transporte público y en las cafeterías y comercios presiden invariablemente pantallas, cualquier destello que te llega del mundo mediático lo contemplas con un extrañamiento que te otorga una nueva perspectiva.
Se puede decir que vas creando músculo mental contra el asalto permanente de la conciencia que es el flujo mediático. Tampoco ves películas o vídeos, nada.
En tu casa el nivel de sonido es menor al del tumulto habitual en la ciudad, tan solo a una manzana de una avenida donde el ruido del tráfico es regular, el ruido no obstante llega amortiguado y se entremezcla con el sonido de los pájaros que revolotean por las ramas del naranjo a apenas un par de metros de la ventana del entresuelo, es media tarde y desde el parque infantil en el que desemboca la calle de breve trazado llega el rumor de niños que juegan, niños y pájaros parecen entonar un dueto y en las ramas del naranjo, aún sin florecer y con algún fruto tardío, surge un rumor de hojas agitadas por la brisa. Ese instante de sonidos moderados es roto por las voces de un grupo de adolescentes que se detiene bajo la ventana, es difícil inteligir la jerga que emplean, vocalizan mal y dejan las frases incompletas, de repente no se sabe por qué comienzan a entonar una ráfaga de insultos hacia otras voces juveniles que les responden desde cierta distancia con una procacidad desproporcionada.
El sonido de las cañerías de desagüe en el baño, el del mecanismo del reloj desde la cocina, alguien que arrastra un mueble por encima de la lámpara del salón, el portón de entrada al edificio que chirría, unos pasos en el rellano y el ascensor que se detiene. Son los sonidos cotidianos, antes velados por la radio, la música o la televisión, medios que embotan los sentidos, que enajenan. Has decidido deshacerte del ruido pero el silencio es incompleto porque es asaltado por la vida que transcurre alrededor. Solo te es posible erradicar el ruido que se apaga con un interruptor. Pero aun incompleto, fragmentado, el silencio buscado te reconforta, te hace mirar hacia ti misma, abre un paréntesis en el común ajetreo de la vida moderna en la ciudad, constituye un acto de resistencia ante la agitación permanente a la que tú, como tantos, te ves abocada sin preguntarte por qué. Y es que cuando apagas ciertos interruptores se empiezan a encender las preguntas ¿quién o qué te quiere agitada, agotada, entretenida? o ¿Por qué quieres evadirte, huir, no enterarte? Esquivar la fealdad, sustraerte al dolor, llenar el hastío de las largas esperas que producen las aglomeraciones, embotar los sentidos para que no sientan más que lo aceptable, lo asumible, «sonría, por favor, por su seguridad, está siendo grabado», reza en la pegatina que señala la cámara que te está grabando cuando te acercas al escaparate de un comercio. No sonreír te convierte en sospechosa, podrías albergar el deseo de romper el cristal y hacerte con los objetos sin previo pago en caja, pero entonces la advertencia, obviamente, no es por tu seguridad sino por la de esos objetos que tienen un precio para ti y un margen de beneficio para quienes los venden, la seguridad que protegen es la de ese beneficio.
Hay otras formas de asegurar ese beneficio, de engrosarlo, consiste en hacer que desees poseer los objetos en venta, de ello también se encargan otras cámaras que, debidamente camufladas entre los estantes del comercio, espían tus gestos de aprobación, rechazo, interés, curiosidad, con cuya información son elaborados minuciosos planes de publicidad y marketing, los cuales son difundidos a través de las ubicuas pantallas que acompañan los trayectos por la ciudad. En tu particular apuesta por el silencio, has decidido no colaborar, como sí lo hacen casi todos a tu alrededor, extrayendo tu propia pantalla del bolsillo, pero una vez más compruebas que el silencio desde donde construyes tus reflexiones sufre un contumaz y permanente asedio, que no habrá paz para tus pensamientos propios. La multiplicidad de cámaras de seguridad diseminadas por la ciudad registran tus movimientos a pie, si conduces un coche o si te aproximas a un edificio de propiedad ajena o entidad oficial, en lugares de gran concurrencia como terminales de transporte, se ven justificadas por el trasiego de gente diversa, en lugares no transitados porque la escasa concurrencia convierte al sitio en inhóspito y por tanto potencialmente proclive a actividades ilícitas. Quién o quienes necesitan de tanta «seguridad», que «seguridad» está amenazada, «sonría por favor, por su seguridad, está siendo grabado», ¿estás siendo grabada por tu seguridad? , ¿Estás siendo aleccionada desde las ubicuas pantallas por tu propio bien? ¿te están «salvando» de ti misma?, apagas interruptores y se encienden las preguntas, lo has comprobado incluso aunque haya interruptores inalcanzables por tu mano, como esos monitores que escupen permanentemente imágenes y titulares que sitúan cualquier información en el mismo plano de esa peculiar banalidad llamada «glamur», desfiles de pasarelas o alfombras rojas que se entrecruzan con llamadas a la caridad y a los hábitos «saludables», que mezclan la información meteorológica con una receta de postre, que junto a los chismorreos de famosos colocan una cita textual de algún escritor o filósofo, y publicidad, y entretenimiento y evasión…quién o qué te quiere distraída cuando has decidido no distraerte sino prestar atención, mucha atención.
El regreso a casa supone un retorno al silencio premeditado, acompasado por los sonidos amortiguados de la cotidiana realidad que te rodea, el mundo feo o no, de la realidad sin mediaciones. Te aplicas en los trabajos caseros, las pequeñas reparaciones o la creación de manualidades que cambian la estética del espacio, vas forjando un entorno diferente y el proceso viene acompañado de reflexiones, en un peculiar «ora et labora», es el silencio creativo, donde se despliegan tus capacidades, aplicas el ingenio para resolver cuestiones de orden doméstico, pones a prueba tus fuerzas, físicas o mentales, y te preguntas por qué has demorado tanto hacerte cargo de tu existencia por entero, ahora afrontas los inconvenientes e incomodidades de ese quehacer de lo pequeño que implica el cuidado de tu entorno y no malgastas energías en quejas, no te preguntas si te gusta o no hacerlo, lo haces porque lo encuentras necesario y punto. Adquieres un compromiso vital con lo que sientes como deber propio realizar. Escapas a la tentación de la blandura pasiva del sofá y las ficciones del entretenimiento. Tu vida adquiere un nuevo ritmo, no parece desaparecer engullida por algún sumidero, otro día más que se consume como una llama fatua, no, hay una parsimonia nueva adquirida en el quehacer y el quepensar.
El silencio propicia concentración, reflexión, y en él también se revisitan recuerdos agradables o desagradables, de dolor o de gozo, de belleza o fealdad, en él descubres lo que te hace sentir orgullosa de ti o lo que te avergüenza o duele, en él brota la emoción en la lágrima o en la sonrisa, en el desamparo y la fortaleza. En él te agrandas o achicas, te vuelves gigante o minúscula, o sencillamente mediana.
Tú no sabes qué harán otros con el silencio, deliberadamente no has buscado lo experimentado por otros, quieres indagar en ti y sospechas que la experiencia pueda despertar el interés por los que otros han hallado.
Pareciera como si al acallar un sentido los otros se avivaran y en el transcurrir de los días percibes el cambio de estación, las plantas de tu casa, tus nuevas compañeras, van desarrollando brotes nuevos y en los árboles prisioneros de la ciudad comienza a florecer la primavera con la peculiar fragancia del naranjo. Ignoras, sin embargo, como el cantor urbano ignora en su canción, si el campo estará ya verde. Esos otros mundos recónditos que no alcanzas más que a sospechar con un esfuerzo de la imaginación.
Hay un discurso interior en tu silencio, se diría que hay un narrador que va desgranando lo que alrededor sucede, hay una voz lírica, también, no discursiva, que hace trizas el orden sintáctico, que obvia los verbos por innecesarios para la contemplación.
Llega el día, no obstante, que decides aminorar el silencio incorporando algunos elementos, la palabra escrita, la comunicación virtual, pero una parte grande de él se ha quedado a residir contigo y ya es un huésped familiar. De lo que te has despedido es de esa banda sonora que se enciende con el hábito del interruptor y que al encenderse ahoga tu propia voz y te domestica, el acto de rebelión doméstica que iniciaste apartando con furia los aparatos mediáticos ya es una costumbre que niega la perecida servidumbre a los medios.
Concha Sánchez Giráldez
Enero-marzo 2015
Gracias Consha.
Maravilloso Concha. Gracias
B
Este artículo ha puesto palabras, y el cómo hacer, a todo un proceso indispensable en la vida de todo ser humano, más aún cuando en esta sociedad actual prácticamente se ha erradicado el silencio, definido por Concha como el “espacio donde liberar la mente y el espíritu y hasta el cuerpo”, entendido no como ausencia de ruido, sino donde están implicados todos los sentidos, en su más amplio significado, y el quehacer humano. Es un proceso personal, indelegable, donde cada uno debe encontrar su camino para llegar a él.
El artículo nos aporta una experiencia, que considero tiene elementos comunes a todos las formas del silencio en las personas, el cómo se ha realizado la destrucción del ser humano para convertirnos a la mayoría en seres objeto y no sujetos. Desde la acción de transformar toda la actividad humana en virtual, romper la unión de la actividad consustancial a cada ser humano, a lo largo de la historia, inseparable e indivisible, lo intelectual-manual, yendo desde un proceso que implica a grupos hasta que entra en cada espacio de cada individuo, desde el sentido del oído (radio, teléfono), el sentido del gusto (alimentación industrial), el sentido del olfato (ya ni olemos a seres humanos, sólo a productos químicos), el sentido del tacto (no nos tocamos) y el sentido de la vista (prensa, cine, televisión, ordenadores, internet, teléfonos móviles), siendo este último sentido, con su capacidad de aprehender el mundo, por ser el medio entre la realidad y nuestra mente, el que más ha participado en la destrucción del ser humano. Por tanto ha sido construir a la persona masa a través de la virtualización de todo lo que signifique interacción presencial entre las personas, pasándolo desde lo real, lo presencial, a lo virtual, ocupando este último mucho más tiempo de cada persona que la interacción no virtual, pues necesita mucho más tiempo de expresiones para que el/los otro/s puedan comprender, entender, lo que quieres comunicar, compartir, sin conseguirlo pues se vuelve efímero y no permite la continuación de la cultura oral ni la cultura intelectual, consustancial al ser humano, al dar una falsa imagen de los elementos esenciales del ser humano, la búsqueda de la verdad y la virtud.
Todo ello nos lleva, así lo considero, a que debemos realizar el proceso inverso, en la práctica, para recuperar la interacción mente-cuerpo, si aún es posible al ser humano, comenzando por la actividad manual de lo cotidiano, que nos haga autosuficiente, y de la recuperación de los cinco sentidos.
Jose Luis Millares Lorenzo