• Categoría de la entrada:Artículos
  • Autor de la entrada:

Todo propietario de un trozo de tierra, sea liberal, fascista, socialista o anarquista, debería saber que el verdadero propietario es quien tiene el poder de expropiación, o sea , el Estado

Con la economía y la naturaleza se tiende a pensar que ésta es solo parte de aquella, un subsistema, la parte proveedora de las materias primas necesarias al proceso de producción capitalista. Pero la realidad se encarga de desvelar esta contumaz confusión en su trágica dimensión actual, cuando vemos cómo sus efectos se hacen dramáticamente visibles al chocar el desarrollo económico con los límites y leyes físicas de la Naturaleza. Tal es el predominio de la mentalidad economicista, que durante la historia de los últimos tres siglos, los del capitalismo, ha llegado a imponer globalmente la idea de que la economía es el auténtico Sistema, del que el Estado sería solo su herramienta política, el aparato responsable del control social a través del ejercicio funcional de la “política”, oportunamente renombrada como “democracia”.

Igualmente se tiende a olvidar que el Estado es anterior al Capitalismo, con casi siete mil años más de historia, y que desde su origen arcaico nunca ninguna sociedad humana pudo librarse de vivir sometida a alguna forma de Estado. Se pasa por alto que cuando las comunidades humanas gozaron de cierta autonomía ésta fue siempre relativa, siempre de algún modo “consentida” o «pactada» y siempre dentro de un territorio propiedad de un poder superior, siempre bajo alguna forma de Estado. Y esta relativa autonomía pudo darse sólo en épocas de transición y debilidad de los Estados, tras la caída de un reino o de un imperio, como sucediera, por ejemplo, en la península ibérica tras el derrumbe del imperio romano y su relevo por el Estado visigodo a partir del siglo V.

Se olvida que la matriz ideológica constitutiva de todo Estado es el principio de voluntad dominante, de jerarquía, del que se beneficiaron siempre las élites propietarias y titulares del Estado, convertido este principio en religioso derecho de dominio sobre los territorios y las vidas de sus habitantes. Se olvida que tal derecho no hubiera sido posible sin disponer de un modo efectivo de coerción, con el que las élites se autoconceden y otorgan un “legítimo” derecho de propiedad, para cuya defensa reservaban para sí el monopolio de la violencia.

Sabemos que desde su origen, el Estado surge como fruto de una alianza entre élites dominantes, que en el caso del primer Estado, el sumerio, la integraban sacerdotes, grandes propietarios de tierras y guerreros mercenarios al servicio de los anteriores. Si repasamos la historia, veremos que la configuración de esta primera alianza estatal ha permanecido básicamente inalterada hasta nuestros días y que solo a partir de la época de la Ilustración –mediados del siglo XVII y la Revolución Burguesa que vino a continuación- hubo un relevo progresivo de sacerdotes por «científicos». Los propietarios ampliaron su base social a comerciantes, banqueros, industriales y artesanos a medida que la sociedad se hacía más compleja, mientras que el estamento militar fue siempre el más conservador, en su papel de cancerbero o guardián del Estado, que esa fue siempre su “razón” de ser, como última instancia del poder propietario, el de las élites inventoras del Estado.

Aquella primitiva alianza estatal inauguró una nueva época “histórica”, abriendo paso a una nueva forma de vida social, en sociedades estatalizadas, una forma “política”, con denominación que refiere a la “polis” o ciudad, que por entonces ya se había convertido en la nueva forma de habitar los territorios, tras la revolución agraria, la sedentarización y la concentración urbana que le siguieron en consecuencia a medida que transcurría aquel tiempo, al que mucho después llamaríamos «neolítico».

Pienso que no puede ser fruto de la casualidad la irrupción simultánea del Estado junto a la agricultura y la ciudad; al igual que merece la pena detenerse a considerar la coincidencia del Estado con otras innovaciones neolíticas no menos trascendentales: es también el tiempo de la invención concatenada de la escritura, del libro y de la Historia. Así, no parece exagerado asignar a la institución del Estado una antigüedad neolítica, en desacuerdo con la creencia burguesa de su origen “moderno”, ya como Estado-Nación-Capitalista.

Antes de la invención de la agricultura resultaba impensable el concepto de propiedad aplicado a la tierra; si acaso, al vestido, a los útiles, armas y herramientas que se podían portar en los largos desplazamientos en persecución de los grandes rebaños de animales salvajes, cazando al tiempo que recolectando las plantas comestibles encontradas en el camino…¿para qué pensar en la propiedad de la tierra en un mundo tan inmensamente vacío, extendido sin límites, en paralelo a los cielos y tan infinitamente grande como éstos? Pienso que se equivocan quienes imaginan una vida de escasez en un mundo como aquel, inacabable y repleto de abundancia.

El concepto de propiedad fue, sin duda, una invención neolítica, un abstracto concepto “legal”, es decir, por efecto de una ley dictada previamente por alguien que tuviera el poder para hacerlo. La propiedad, como todo “derecho legal” es una invención estatal, en realidad una concesión o gracia, otorgada en virtud de una ley dictada por un poder superior. Esa y no otra es “la razón” que explica la invención del Estado, para “legitimar” la exclusividad en la posesión de la Tierra, para eso crearon el Estado los propietarios, junto a sacerdotes y mercenarios. En un principio, a aquel primitivo Estado le bastaba contar solo con el beneplácito de los dioses y con la fuerza militar suficiente para imponer el respeto a su ley de la Propiedad…¿para qué más Estado, teniendo de su parte a los dioses y, en última instancia, un ejército?

Puedo llegar a entender la “naturalidad” con la que pudo ser percibido y asumido el orden jerárquico del Estado por aquellas primitivas comunidades campesinas, temerosas de los dioses y de la fuerza de la Naturaleza. Muchos pudieron pensar en ser ellos mismos propietarios, colonizando nuevas tierras lejanas y deshabitadas…lo malo es que quienes se lanzaron a tales viajes llevaban consigo, junto a sus enseres, la idea de Propiedad metida en sus cabezas, o sea, la idea misma del Estado.

Hasta puedo comprender la “naturalidad” con la que fueron asumidas en aquella antigüedad las sumisas relaciones de esclavitud -y luego de feudalismo- al servicio de la producción de la Propiedad. Puedo entender tal sumisión partiendo de aquella mentalidad campesina, religiosamente jerárquica, estatal y propietarista. Sí, porque aquellos campesinos primitivos no podían saber lo que hoy sabemos nosotros. Por ejemplo: que nada que haya sucedido vuelve a suceder; o que la Tierra es redonda y se nos ha quedado pequeña, que dispone de bienes limitados, más teniendo en cuenta la población humana actual (al comienzo de nuestra era se calcula que vivían unos 150 millones de personas y a día de hoy, en 2022, ya son más de 7.900 millones los habitantes que pueblan la Tierra).

Por eso que no puedo comprender que sigamos viviendo bajo los mismos principios de jerarquía y propiedad, con el mismo pensamiento neolítico, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel momento histórico en que fuera inventada la agricultura y con ella la Propiedad y el Estado.

Y, como poco, me resulta sorprendente la naturalidad con la que las ideologías de la Modernidad llegan a confundir entre derecho natural de uso y derecho legal de apropiación, en referencia a la propiedad de la Tierra y, por extensión, del Conocimiento humano. Esto solo es posible a partir de una mentalidad muy arcaica, básicamente imitadora de la ley natural-animal que rige en la selva: propiedad excluyente, basada en la fuerza y que en el caso de nuestra especie incluye otro primitivo derecho añadido, el de herencia, que sirvió y sigue sirviendo para justificar como “natural” la estructura patriarcal de las sociedades humanas, inseparablemente asociada a la idea de Estado.

No me cabe duda de que este derecho a la posesión de la Tierra y del Conocimiento en regimen de exclusividad, corresponde a una mentalidad primitiva, muy próxima a la del resto de especies animales, carentes de instinto ético e igualmente desconocedoras de los límites de la Tierra. Más bien, se corresponde con la misma imagen terraplanista que pudiera tener en la memoria de su limitado cerebro reactivo cualquier otro animal depredador, carente del conocimiento histórico y científico que hoy tenemos los humanos. Ningún animal que no sea humano puede saber de la existencia de la Biosfera como parte «viva» de la Tierra, nada pueden saber sobre ese pequeño planeta esférico que deambula por el espacio sideral cargado de organismos, de una materia “viva” que (al menos hasta donde sabemos) es una excepción en el Universo.
Y no deja de sorprenderme la pirueta intelectual, la facilidad “teórica” con la que las ideologías resultantes de la Modernidad burguesa otorgan un “teórico” derecho humano-universal de Propiedad, para en la práctica restringirlo y protegerlo a favor de la clase social dominante, que siempre será la titular del Estado. Siempre la Propiedad como derecho administrado por un aparato estatal, que lo manejará a conveniencia de su «Clase», su «Pueblo» o su «Nación», según sea la facción que logre hacerse con el poder del Estado. Por eso que el moderno Estado económico reinventado por la clase social de esa época, la burguesía, sea necesariamente capitalista en todas sus variantes ideológicas.

Efectivamente, la burguesía fue en su momento una clase nueva, revolucionaria, producto emergente de la revolución cultural (Ilustración) y tecnológica (revolución industrial), necesitada de “innovar” su propia forma de Estado burgués, el todavía actual, hegemónico y moderno estado-nación-capitalista. Pero a poco que indaguemos en sus principios ideológicos y en su ordenamiento estructural, apreciaremos que su matriz sigue siendo en esencia la misma del Estado neolitico original: jerarquía social y propiedad, de la Tierra y del Conocimiento. La complejidad del mundo actual no puede ocultar este hecho, la globalización capitalista no puede prescindir de su intrínseca naturaleza estatista, propietarista, depredadora y competitiva. La rivalidad entre Estados es tan consustancial al Sistema como lo es entre las empresas -por ejemplo, entre Apple y Microsoft- que siendo enemigas pertenecen al mismo Sistema.

Hay quien piensa que aquel “nuevo” orden estatal, sea en su modo neolítico original o en su moderno modo burgués, no resultaba tan nuevo; lo interpretan como continuidad del orden jerárquico preexistente en las arcaicas sociedades preestatales, con las que su diferencia no sería sustancial y residiría solo en su mayor complejidad. Quienes así piensan, en consecuencia creen que ésto siempre fue así, con fundamento en los primitivos instintos de propiedad y jerarquía que los humanos compartimos con buena parte de las especies animales. Según ellos, no habría solución alternativa al Estado, lo que queda expresado como sentencia popularmente así acuñada: siempre hubo y siempre habrá ricos y pobres (división en clases sociales), lo que vendría a justificar la existencia natural de esta división social, o lo que es lo mismo, la natural necesidad del Estado.

Sin embargo, hay quienes han indagado “en vivo” las relaciones de poder en las sociedades primitivas y han llegado, como Pierre Clastres (“La sociedad contra el Estado”, 1974) , a conclusiones bien distintas, proponiéndose demostrar la falsedad de la idea de que todas las sociedades necesariamente evolucionaron desde un sistema tribal, básicamente igualitario o comunista, a sistemas jerárquicos y en definitiva estatales. Frente a la cosmovisión economicista-marxista de la historia, P. Clastres observó y argumentó que en las sociedades primitivas existe un predominio de la esfera política por encima de la económica, lo que expresó certeramente en el concepto de “deuda”, por el que las sociedades primitivas imponen al líder o jefe tribal una deuda permanente, que impide a éste convertir su prestigio en poder separado de la sociedad. Pero al surgir el Estado neolítico se produce una inversión de esa deuda, y a partir de esa inversión la comunidad pasa a estar en deuda permanentemente con su soberano. P. Clastres demostró que las sociedades no jerárquicas poseen mecanismos culturales que, de hecho, impiden la aparición de figuras de poder, bien aislando a los posibles candidatos a jefe o monarca, o neutralizando completamente su poder, creando otro poder limitado al Consejo, con autoridad reducida a actividades rituales o a hablar en nombre de una ley ancestral, inalterable, que impide toda evolución hacia el Estado, sino, más bien, hacia la reproducción de formas igualitarias de socialización, contrarias a la centralización y jerarquización del poder, en una guerra permanente contra la estatización de las sociedades.

Frente a las “leyes de la Historia” promulgadas por Marx, Clastres decía algo así: “si la historia de los pueblos que tienen una Historia es la de la lucha de clases, la historia de los pueblos sin Historia es, con empleo de la misma verdad, la historia de su lucha contra el Estado”.

Hasta la revolución burguesa no hubo ninguna duda acerca de quién era “el Soberano”. Fue el renovado aparato estatal resultante de la revolución burguesa el que realizó un mágico acto de prestidigitación intelectual, por el que el Estado-Nación-Moderno acometió una innovación trascendental, que convertía al “Pueblo” o «Nación» en «Soberano», una soberanía asumida por el Estado, que éste representaba y detentaba en su nombre, siendo su materialización corpórea, para intentar así identificar lo imposible: Sociedad y Estado.

Pudo parecer que este nuevo orden no era tan nuevo, sino continuidad del mismo orden “natural” en el que durante milenios vivieron las sociedades preestatales. Pero llegó un momento en que se hizo necesaria la justificación de legitimidad del Estado, de su dominio o propiedad sobre la Naturaleza y sobre las sociedades humanas. Sin duda, porque su “naturalidad” no explicaba, ni podía justificar suficientemente la arbitrariedad y violencia con que eran ejercidos estos “derechos naturales», de propiedad y jerarquía, a través del Estado. Hubo que inventar una argumentación suficiente: la de un «pacto social» ficticio, por el que los humanos admitíamos el poder del Estado a cambio de que éste impusiera un orden “moral” que impidiera la violencia entre nosotros, «para que no nos matáramos los unos a los otros», dejando que a cambio fuera el Estado el único depositario del derecho al monopolio en el empleo de la violencia. La propia historia del Estado pone en evidencia la falsedad y el error de dicho “pacto social”: toda forma de apropiación de la Tierra y toda forma de jerarquía social genera violencia necesariamente. La milenaria historia del Estado no es sino la historia de una continua violencia, “legal» y/o «armada”, casi siempre resuelta en un sistémico «estado» de guerra perpetua.

En medio de una crisis crónica y acelerada del Sistema, hoy estamos asistiendo a la confluencia de las ideologías resultantes de la revolución burguesa original, que inaugurara la época denominada del “Estado Moderno”. Vemos producirse esa confluencia en el campo tecnológico, anunciante de un mismo proyecto tecnológico-posthumano, en modo mecánico, una forma de vida instintiva, básicamente animal, solo reactiva, carente de consciencia de sí y más aún de conciencia: es un proyecto incapaz de concebir un futuro propiamente humano.

En la disipación de ese proyecto posthumano pienso que consiste la próxima y necesaria revolución integral, que solo será posible si tiene por sujeto a la “persona”, al individuo social que piensa, ese que además de consciencia tiene conciencia, un superior instinto ético. Me produce vergüenza ajena tener que recordar que solo ese sujeto-persona es el que puede “pensar” y acometer la revolución integral necesaria. Porque solo este sujeto puede hacerlo, nadie más, ningún individuo que carezca de un cerebro evolucionado, es decir, con instinto ético, a la vez social y ecológico; como tampoco puede hacerlo ningún sujeto-colectivo, por carecer de órgano cerebral propio. La expresión «pensamiento colectivo» es ilusoria, acientífica, solo es una figura literaria.

Pues bien, no es en el cambio climático, sino en la crisis energética donde se dirime hoy la contradicción letal del Sistema estatal-capitalista, es ahí donde ninguna solución es posible dentro del mismo Sistema que nos ha conducido hasta la encrucijada existencial en la que estamos atrapados, de la que nuestra especie apenas ha comenzado a ser consciente. El Estado es la forma social de las comunidades humanas precientíficas o arcaicas, que en el devenir evolutivo de nuestra especie corresponde a su primera fase, sedentaria y tecnológica en modo ascendente, agrícola-artesanal-industrial. Considero, pues, al Estado como error evolutivo de nuestra especie, que podrá seguir pareciéndonos un error «natural” a condición de seguir viviendo como si la Tierra fuera un planeta plano e infinito habitado por apenas seis millones de humanos, los mismos que hace diez mil años.

Incluso el pensamiento anarquista incurre, como el resto de las ideologías surgidas de la modernidad burguesa, en la misma ignorancia de sus propias contradicciones, cuando califica como “robo” a la propiedad de la tierra, al mismo tiempo que la reclama «para quien la trabaje». Yo reclamo un derecho de uso, nunca de propiedad, de la Tierra y del Conocimiento humano. Reclamo su declaración conjunta y unilateral, como Procomún Universal democráticamente autogestionado por cada comunidad humana en su espacio geográfico-convivencial, con responsabilidad social y ecológica universal. Lo que solo será posible a partir de un Pacto o acuerdo a escala de especie. Pero no soy tan ingenuo como para esperar que este Pacto del Común Humano se produzca expontaneamente, ante un previsible colapso del Sistema, o por un repentino momento de iluminación y arrebato «ético» de la Asamblea de la ONU. No, pienso que este Pacto puede hacerse ya, entre personas de una misma comunidad convivencial, por pocas que seamos al principio.

FUENTE: https://blognanin.blogspot.com/2022/09/el-sistema-es-el-estado-no-el.html

Deja una respuesta