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  • Autor de la entrada:Félix Rodrigo Mora y Esteban Vidal

Constitución Española de 1978

El 6 de diciembre los poderes del Estado celebran cada año la ratificación de la constitución española de 1978, texto legal con el que consagraron su dominación sobre el conjunto de la sociedad. Desde entonces el poder constituido ha explicado y justificado esta operación política como un gran logro de la sociedad mediante el que esta conquistó su libertad. Lo cierto es que el pueblo no redactó dicha constitución y mucho menos aún conquistó libertad alguna con su instauración. Por el contrario, el Estado español, en su forma franquista, procedió a reinventarse mediante la promulgación de esta constitución con la que adoptó una forma liberal-parlamentarista. En todo lo demás el Estado siguió siendo el mismo, de tal modo que las estructuras de poder del franquismo pervivieron en el régimen constitucional, a veces con otras denominaciones, al igual que ocurrió con su personal, numerosas leyes, y la propia élite dirigente que siguió siendo la misma con algunas nuevas incorporaciones provenientes de la llamada oposición política. Sin embargo, sigue obviándose el carácter eminentemente negativo que tuvo la aprobación de este texto constitucional, lo que desmiente completamente el relato oficial.

La promulgación de la constitución de 1978 fue en esencia un acto de afirmación del Estado frente a la sociedad al consagrar la distinción política entre gobernantes y gobernados, y con ello su función de ente encargado de regular, supervisar, fiscalizar y controlar a la población sometida a su jurisdicción. La constitución vino a confirmar en el terreno del derecho una relación de fuerzas ya existente que con este texto fue renovada al determinar a quién le corresponde el derecho a mandar, atribuyendo a los organismos del Estado funciones ejecutivas, legislativas y judiciales, y a quién le corresponde la obligación de obedecer, en este caso al conjunto de la sociedad. Asimismo, la constitución concretó en el ámbito jurídico los intereses del Estado al determinar el modo en el que queda constituido el orden establecido. Juntamente con esto la constitución se encargó de establecer la tutela del Estado sobre la población, y más concretamente sobre el individuo, al hacer una serie de concesiones en la forma de derechos y libertades que sólo pueden ser ejercidos en los términos por ella establecida y en concordancia con los intereses del Estado. Esto hace que en la práctica dichos derechos y libertades únicamente sean papel mojado, y que al ser fruto de una concesión hecha desde arriba puedan ser revocados en cualquier momento, tal y como el propio texto constitucional contempla.

Por otra parte, la constitución de 1978 implicó la reorganización de la estructura interna del Estado con la ampliación de sus poderes al atribuirle una cantidad crecida de competencias, de forma que este texto no sólo le atribuyó la titularidad formal del poder sino que también determinó el alcance de su jurisdicción, y le asignó los medios necesarios para gestionar los ámbitos objeto de su competencia que desde entonces se extendieron a la práctica totalidad de esferas de la vida humana. Esto explica el crecimiento en flecha del Estado con una cantidad ingente de policía (casi 315.000 efectivos sumadas la policía nacional, las policías autonómicas y las policías locales), ejército (unos 145.000 militares sumadas las fuerzas armadas y la guardia civil que es, también, un cuerpo militar), burocracia (en torno a unos 3 millones de funcionarios civiles repartidos en los niveles municipal, provincial, autonómico y estatal), judicatura (alrededor de 5.400 jueces y magistrados en activo), cárceles (178 en total con alrededor de unos 70.000 presos y aproximadamente 24.000 carceleros), además de unos crecidos servicios de espionaje con el CNI que cuenta con varios miles de agentes a su servicio, además de una extensa red de confidentes a todos los niveles de la sociedad, sin olvidar, asimismo, los restantes servicios secretos del ejército, las diferentes policías y la guardia civil con sus respectivas redes de informadores.

La constitución española de 1978 no sólo consagró en el terreno jurídico el sistema de dominación representado por el Estado español, sino que lo reforzó, perfeccionó y relanzó sustancialmente de un modo hasta entonces desconocido y que el franquismo jamás hubiera soñado. Esto ha supuesto una enorme losa sobre la espalda de los trabajadores y trabajadoras en la forma de una ingente cantidad de tributos recaudados por el aparato fiscal del Estado, de forma que un asalariado medio necesita la mitad del año laboral para pagar todas las cargas fiscales. Pero además de esto el Estado ha conseguido apropiarse de más del 45% del PIB a través del gasto, lo que le ha convertido en el principal poder económico. Ninguna empresa del capitalismo privado concentra una mano de obra de 3 millones de asalariados y unos presupuestos de más de 300.000 millones de euros. Todo esto demuestra que la constitución de 1978 ha instituido un régimen extremadamente opresivo en el plano económico, político y social, y que en lo más fundamental dicho texto legal es una flagrante negación de todas las libertades al haber facilitado el desarrollo y crecimiento ilimitado del ente estatal. Hoy hay más impuestos, más policía, más cárceles, más tribunales, más ejército, más burocracia y más espionaje que nunca, gracias a la constitución española de 1978 y a todos quienes contribuyeron de un modo u otro a su establecimiento: partidos políticos, banca, patronal, iglesia católica, medios de comunicación, sindicatos, la corona, la intelectualidad, los propios poderes del Estado ya citados, además de los poderes extranjeros que, como la CIA o los servicios secretos alemanes, dirigieron entre bastidores el proceso político de reconversión del franquismo en parlamentarismo.

El principal logro del texto constitucional de 1978 radica en haber creado un Estado policial, además de haber militarizado a la sociedad. Pero juntamente con esto la constitución ha impulsado el aumento de las capacidades organizativas del Estado tanto para controlar a la población como para retraer recursos de esta en la forma de impuestos. Con todo esto la constitución relanzó el capitalismo privado a una escala nunca antes conocida con multimillonarios contratos gubernamentales que sirvieron para crear la gran empresa multinacional española, hoy agrupada en torno al Ibex 35. Hoy nos encontramos ante un capitalismo privado que no ha parado de crecer al estar hipersubvencionado por el Estado, y que cuenta con toda clase de privilegios fiscales y protecciones legales, todo lo cual ha servido para que las cargas tributarias descansen principalmente sobre las espaldas de los trabajadores y trabajadoras. Por tanto, la constitución hoy en vigor permite hacer, pasados 40 años de su aprobación, un balance en el que queda claro que ha contribuido a crear una sociedad cada vez menos libre y más desigual.

El 6 de diciembre es una fecha en la que el Estado conmemora su refundación gracias a la que incrementó sus poderes y subyugó todavía más al conjunto de la sociedad, lo cual es presentado como un gran logro que el propio pueblo conquistó y mediante el que obtuvo su libertad. Sin embargo, el Estado en su forma liberal y parlamentaria lleva dentro de sí mismo los gérmenes del totalitarismo que se reflejan en su dinámica interna a través de la hipertrofia de su aparato de dominación, a lo que hoy se une la introducción de ideologías totalitarias que, si no se les pone freno, nos conducirán a una distopía social y política semejante a la de los regímenes fascistas de otros tiempos.

Un ejemplo de lo anterior es la ideología de género que ha sido asumida de facto por el Estado, lo que ha hecho que haya abandonado la supuesta neutralidad que en el terreno ideológico y de las creencias se le supone a todo Estado liberal y constitucional. Esto ha hecho que las políticas del Estado obedezcan cada vez más a los dictados que establece dicha ideología, y que como consecuencia de esto haya sido conculcada prácticamente del todo la libertad de conciencia del sujeto. Tal es así que cada vez es más difícil criticar públicamente dicha ideología de género, pues significa exponerse a la persecución política y al escarnio público de los agentes del Estado y del capitalismo. Todo esto se ubica en una estrategia más amplia en la que las políticas de género, a tenor de los efectos que producen, están dirigidas a extender y ampliar el poder del Estado por medio de diferentes procedimientos entre los que destaca la judicialización de las relaciones personales y familiares para, de esta manera, aumentar su control sobre la población y las vidas de las personas con el propósito de adaptarlas a sus necesidades de dominación. De hecho, hoy comprobamos que dicha ideología está relanzando el aparato coercitivo del Estado con el aumento del número de policías, además de tribunales y fiscales especializados, el endurecimiento del código penal, el crecimiento del número de presos en las cárceles, la formación de nuevos departamentos y organismos en el seno de la burocracia estatal, etc., pero también el crecimiento desorbitado del gasto en materias de género, las campañas mediáticas y los programas educativos entre muchas otras medidas dirigidas a imponer la agenda de esta ideología, y con ello someter a toda la sociedad a sus dictados.

En la actualidad la ideología de género está introduciendo una serie de cambios en el seno de la estructura del Estado que, de seguir en esta línea, conducirán de un modo quizá irreversible a su transformación en un Estado totalitario. En este sentido la ideología de género desempeña una doble función. Por un lado dirige activamente las medidas políticas que implican a nivel inmediato un aumento del Estado y la propagación de la violencia a lo largo de la sociedad. Y por otro lado se ocupa de una labor adoctrinadora dirigida a crear el correspondiente consentimiento social que haga aceptables todas estas medidas. Así pues, existen suficientes indicios para deducir que esta dinámica política y social está dirigida a destruir la sociedad actual, tal y como la conocemos, para transformarla enteramente en una sociedad completamente atomizada, compuesta de individuos aislados, impotentes, moralmente degradados, altamente competitivos y dependientes del Estado. El destino de los hombres de las clases populares es el presidio donde ser mano de obra cautiva, y semiesclava, al servicio de multitud de empresas que se benefician de su trabajo como El Corte Inglés, Volvo, etc.[1] Mientras que a las mujeres de las clases populares les espera estar sometidas a la tutela del Estado y depender de sus políticas asistenciales, además de unas inhumanas condiciones laborales al servicio de la empresa capitalista, lo que las empujará a la depresión y al suicidio, como de hecho ya ocurre.

Hoy vemos cómo la ideología de género está generalizando los tribunales de excepción al mismo tiempo que son subvertidos los principios del derecho penal con el establecimiento de la desigualdad entre hombres y mujeres ante la ley, la inversión de la carga de la prueba, etc. La deriva totalitaria en la que se ha sumido el Estado español ha sido posible dentro del marco político de la constitución liberal y parlamentarista de 1978, lo que, no sin razón, nos recuerda que los nazis instauraron su régimen totalitario gracias a la propia constitución de la república de Weimar que ni tan siquiera necesitaron abolir.

En términos políticos la ideología de género contribuye a reforzar al Estado tanto en la ampliación de sus estructuras de dominación como en las políticas que desarrolla, lo que se concreta en toda clase de medidas dirigidas a destruir todo tipo de estructura de parentesco. En lo que a esto se refiere la ideología de género cumple perfectamente su misión como artefacto ideológico dirigido a construir una dominación omnímoda del ente estatal sobre la sociedad, pues la desarticulación de las redes de parentesco que son consustanciales a la sociedad significa su entera desmembración y atomización. Históricamente se ha comprobado que las estructuras de parentesco han servido para resistir al poder establecido, como apoyo del individuo, y por ello un impedimento al libre desenvolvimiento del Estado. Todo esto demuestra una notable coincidencia en términos políticos entre la ideología de género y el proyecto político totalitario de Platón explicitado en su obra República, en la que abogaba abiertamente por la abolición de la familia para favorecer la identificación y adhesión del individuo con el Estado que, de este modo, pasaba a ocupar el lugar de la familia. Las políticas inspiradas por la ideología de género caminan en la misma dirección, de manera que nos dirigimos hacia una distopía donde la sociedad sólo sea un conglomerado de individuos aislados, atomizados, solitarios, sin capacidad para resistir el poder del Estado y en todo dependientes de esta institución con la que se relacionan de manera exclusiva.

Por otro lado la acción transformadora de la sociedad que la ideología de género impulsa se concreta, asimismo, en la construcción de identidades colectivas que responden a las necesidades de dominación del Estado y de su sistema de poder. En lo que a esto respecta es notable el desarrollo de nuevas oposiciones binarias en las que son establecidos nuevos estereotipos que reformulan la identidad colectiva de las personas, las cuales son despojadas de su humanidad al ser reducidas exclusivamente a una única dimensión que es la determinada por el género. Sólo existen los hombres y las mujeres, al tiempo que es definido y redefinido lo que significa ser hombre y mujer en unos términos de conflicto, de permanente oposición, como resultado de la supuesta posición de dominación inherente al varón y de permanente subordinación de la mujer. De esta manera la individualidad del sujeto es laminada y su personalidad anulada al ser reducido únicamente a una identidad colectiva construida desde arriba por la ideología de género, con lo que este queda relegado a su condición de hombre o mujer. Como consecuencia de esto ya no existen los hombres como amigos, vecinos, compañeros, hermanos, hijos, etc., sino como elementos opresores que se manifiestan en la forma de asesinos, violadores, maltratadores, etc., de las mujeres. Mientras que las mujeres ocupan la posición de víctimas debido a su condición de mujer en el marco de una estructura social en la que los hombres ocupan una posición dominante, lo que hace que las mujeres sean discriminadas y estén en una situación de permanente vulnerabilidad e indefensión derivada de la posición de sometimiento y subordinación que ocupan en la sociedad.

Toda esta dialéctica argumental es utilizada para justificar la introducción de la ideología de género en la formulación, diseño y ejecución de las políticas estatales, lo que tiene como principal efecto, tal y como ha sido indicado, el crecimiento del Estado y la propagación de su violencia al asignarle la función de ente protector de las mujeres, de manera que a esta institución le corresponde salvarlas de los hombres mediante nuevas leyes y códigos penales más duros, más policía, más tribunales y fiscales, más cárceles, más campañas mediáticas y culturales para inculcar la ideología de género y hacer aceptables estas medidas, más organismos supervisores en multitud de ámbitos (cultura, economía, educación, etc.), más financiación para una extensa red de servicios sociales y de grupos de presión vinculados a esta ideología, etc. La ideología de género demuestra así ser una ideología fuertemente paternalista que promueve el crecimiento del poder del Estado al afirmar que las mujeres, por ser mujeres, son más vulnerables y están indefensas, y que debido a su incapacidad para defenderse deben ser protegidas por la autoridad del Estado. Es una forma sofisticada y sutil, por medio de la victimización, de decir que las mujeres son el sexo débil y de promover así su sometimiento al Estado.

El paternalismo y victimismo son elementos que están presentes en todas las ideologías totalitarias, lo que no es una excepción en el caso de la ideología de género. Esto se ve claramente en la transformación de las estructuras estatales que esta ideología está desarrollando, pero sobre todo en el modo en el que las políticas de género afectan a la sociedad con la implantación de unos niveles de crispación e histeria colectiva que no tienen precedentes. Las campañas mediáticas llevadas a tal efecto han promovido la agenda de esta ideología y la formación de un fenómeno político de masas que desafortunadamente nos conduce a un nuevo totalitarismo. En lo que a esto respecta la propaganda, como forma de manipulación, ha sido una herramienta crucial para alterar tanto la conciencia de las personas como el estado de ánimo de la población. En este sentido es interesante constatar que, por ejemplo, en 2016 hubo oficialmente 44 mujeres víctimas de violencia de género,[2] mientras que el número de hombres muertos por causas violentas fue de 178, lo que pone de manifiesto que existe una intencionalidad política detrás de la magnificación de un tipo específico de violencia en la sociedad. Esta magnificación justifica la agenda de la ideología de género, y con ella el crecimiento de los aparatos coercitivos del Estado y el aumento de las medidas represivas a todos los niveles. Al mismo tiempo sirve para invisibilizar otras violencias como las que son ejercidas contra otros grupos sociales como los niños, los ancianos, los propios hombres, etc., así como la violencia ejercida desde las instituciones, especialmente el Estado y la empresa capitalista, contra la población en general.

La propia constitución española de 1978 ha creado las condiciones políticas, sociales e institucionales favorables para que el Estado español se deslice paulatinamente hacia la instauración de un sistema totalitario. A fin de cuentas la introducción de la ideología de género en la agenda política del Estado ha sido fagocitada por sus propias instituciones, y observamos claramente que sirve perfectamente a sus objetivos de dominación al justificar su crecimiento y el aumento de su control sobre la sociedad. Por este motivo el régimen de 1978, con su constitución, no es separable ni incompatible con la deriva totalitaria propiciada por la incorporación de la ideología de género a la política del Estado.[3] Más bien la ideología de género es un medio al servicio de los fines del Estado para la transformación de la sociedad conforme a sus necesidades de dominación, lo que a la vista de los efectos producidos está sirviendo para relanzar al Estado y al capitalismo mediante su reforzamiento a gran escala. Debido a esto hoy nos encontramos ante un régimen redobladamente opresivo a todos los niveles, y que si no es desarticulado continuará por la senda totalitaria en la que ya está metido produciendo más dolor y sufrimiento en la población.

Así pues, el 6 de diciembre es un día festivo por imposición estatal para forzarnos a celebrar la opresión que es ejercida sobre todos nosotros, y aceptar así nuestra condición de sujetos sometidos, al mismo tiempo que el actual régimen del 78 nos conduce hacia una distopía totalitaria. Por todo esto el 6 de diciembre debe ser convertido en un día de denuncia de la constitución española, del régimen por ella instaurada y de su sistema de dominación. El 6 de diciembre tiene que ser, como todos los demás días del año, un día de lucha revolucionaria dirigido contra el Estado y el capitalismo, así como contra todos sus agentes políticos, sociales, culturales, económicos e intelectuales que de un modo u otro contribuyen a nuestro sometimiento y explotación. Hoy más que nunca es precisa la revolución para emanciparnos completamente de todos los poderes que hoy nos atenazan, pues la libertad sólo puede ser lograda por medio de una conquista revolucionaria que destruya el sistema de dominación actual para, así, instaurar en su lugar el autogobierno de las asambleas populares y soberanas y la posesión común de la riqueza.

Félix Rodrigo Mora
Esteban Vidal

Notas:

[1] Sobre el negocio que las empresas, y también el Estado, hacen de los presos de las cárceles es recomendable la lectura de una obra que contiene mucha información detallada y de primera mano de quien pasó por el calvario de las cárceles del Estado español. Casellas, Amadeu, Un reflejo de la sociedad, Barcelona, El Grillo Libertario, 2014

[2] En el año 2016 el total de mujeres muertas en circunstancias violentas (homicidio) fue de 104, lo que hace que la violencia de género represente el 42% de las muertes violentas de mujeres en ese año. Por otro lado hay que tener en cuenta que las causas de las muertes de mujeres que son englobadas en la violencia de género obedecen en muchas ocasiones a problemas diferentes como el alcohol, las drogas, desórdenes mentales, etc., que nada tienen que ver con lo que afirma la ideología de género. En último lugar hay que señalar que el propio concepto de violencia de género es muy discutible debido a que significa la existencia de un tipo de violencia que se produce en una sola dirección, la violencia de los hombres contra las mujeres, lo que parte de la presuposición de que existe un género violento, en este caso los hombres, que es el que ejerce la violencia contra la otra mitad de la población, algo que es totalmente falso. Sobre esto último nos remitimos al siguiente artículo: Vidal, Esteban, «Poder y Género» en https://www.portaloaca.com/opinion/9886-poder-y-genero.html La vida de la mujer tiene tanto valor como la del hombre, pero parece que, a tenor del discurso de la ideología de género, esto ya no es así. Al mismo tiempo son pasadas por alto otras cifras inquietantes como que en el mismo 2016 se suicidasen 907 mujeres, cifra parecida a la de años anteriores. Parece ser que no es importante que las personas, en este caso mujeres, decidan voluntariamente poner fin a su vida. Entre los hombres la situación es mucho peor con 2.662 suicidios en 2016, y cifras similares en años previos.

[3] No hay que olvidar que actualmente todos los partidos políticos con representación política apoyan sin fisuras la agenda de la ideología de género, y todas las políticas derivadas de dicha agenda. Esto demuestra, una vez más, que nos encontramos ante una estrategia del Estado para transformar la sociedad conforme a sus intereses de dominación, y no frente a una política partidista coyuntural equiparable a una moda pasajera. Por desgracia la agenda de ideología de género ha llegado para quedarse independientemente del color político del gobierno de turno.

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