En los últimos doscientos años se ha concentrado gran parte de la población humana en ciudades de diferentes tamaños. Este proceso de despoblación del medio rural ha sido impuesto por los Estados a través de la expropiación, la violencia, la monetización del comercio, la aculturación y la destrucción de las diferentes formas de solidaridad y apoyo mutuo. Si bien todo esto provocó una resistencia de la población rural, que en unos sitios duró más que en otros, lo cierto es que hoy en día ya no existe tal, sino el deseo de una gran mayoría de la población rural de vivir en la ciudad para intentar disfrutar de los placeres y comodidades que ofrece esta.
El Estado es el promotor y beneficiario de esta despoblación del campo y de la concentración humana en las urbes, pues de esta manera, por una parte, aniquila cualquier organización de gentes libres que, por definición, viven ajenas al Estado; y, por la otra, organiza «racionalmente» los recursos humanos y materiales para que le sirvan eficientemente.
De todo este proceso surge un individuo medio que ha perdido su sociabilidad, que es incapaz de resolver los problemas colectivos con la ayuda de sus semejantes, que compensa su sentido de inferioridad y su soledad con los placeres que le ofrece y suministra el Estado, que es incapaz de pensar autónomamente y de valerse por sí mismo, que ha renunciado a la búsqueda de unos valores superiores y que ya no desea ser libre de facto. El Estado es quien organiza la mayoría de las facetas de la vida del individuo medio y éste sumisamente pide más intervención estatal para sentirse más protegido, con lo cual facilita la actividad expansiva y dominadora de aquel.
Sin embargo, para algunos, esa dicha prometida, ese estado de bienaventuranza que ofrece el Estado como punto culminante de un progreso que elevará al ser humano desde su condición animal hasta convertirlo en una divinidad, cuyo Olimpo será la urbe, no pasa de mero engaño, de aporía, tal como se demuestra de la observación de la alienación, embrutecimiento y envilecimiento de los seres humanos que viven en ella y de la destrucción de la Naturaleza para mantenerla.
Frente a todo esto cabe replantearse nuestro modo de vivir y nuestras aspiraciones. Hay que reflexionar sobre si la vida en la urbe compensa en todos los aspectos y sobre si es la que queremos para nosotros, para nuestros hijos y para las generaciones futuras. También hay que pensar en si la esclavitud de los seres humanos, consecuencia de la opresión del Estado, es un natural estadio de la evolución humana o si, por el contrario es una realidad de las muchas realidades posibles, contra la cual hay que luchar para conseguir devolver al individuo y al pueblo su protagonismo en la Historia y para crear los fundamentos de una sociedad perfectible, basada en valores superiores (el amor, la bondad, la verdad, la longanimidad, la fortaleza, la humildad, etc.), y sin Estado.
Si tras estas reflexiones se opta por salir de la urbe para vivir en el campo o en el pueblo, hay que tener en cuenta que estos ya no son lo que eran en épocas pasadas y el contraste con la urbe puede que no pase de lo aparente en muchos aspectos. Mucha gente de los pueblos tiene las formas predominantes de pensar y de vivir de la sociedad actual; y el campo no es más que un centro de producción con las técnicas más avanzadas o, en el mejor de los casos, un lugar abandonado. Pese a todo ello, son lugares idóneos para recuperar la artesanía y las antiguas formas de hacer las cosas para ser más autónomos del sistema, teniendo en cuenta que muchos de los que han repoblado campos y pueblos se han llevado lo peor del sistema, lo peor de la ciudad, en su interior, con lo cual han provocado el fin de la empresa en la que estaban, fuera esta individual o colectiva. El individualismo exacerbado, el productivismo, el egoísmo, el despotismo, los sectarismos, entre otras cosas, han hecho fracasar muchos proyectos y evidencian la debilidad de nuestra sociabilidad y lo poco que se tienen trabajadas las virtudes.
Pensar en los aspectos materiales de una revolución, tales como la organización económica y las estrategias para enfrentarse al Estado, o la simple recuperación de la artesanía y las formas de hacer de antaño, es muy importante; sin embargo, mientras no seamos capaces de convertirnos en seres realmente sociables, sin perder nuestra personalidad, y mientras no busquemos mejorarnos día a día con el ejercicio y cultivo de las virtudes (la prudencia, la justicia, la templanza, la fortaleza, etc.), no asentaremos las bases para crear una sociedad más humana. Hay que aspirar, por tanto, a una revolución integral, en la cual tenga relevancia lo espiritual.
Tanto para aquellos que ya viven en las áreas rurales, como para aquellos que desean vivir allí, un ejercicio de sociabilidad ante las muchas dificultades, tanto materiales como espirituales, sería abrirse a ayudar y a ser ayudado, ya que alivia de trabajo y enriquece nuestras vidas, se hable de proyecto individual o colectivo. El camino al campo conlleva encontrar un cobijo y un medio de vida, aprender muchas cosas diferentes (de artesanía, de recolección, de agricultura, de ganadería, etc.) y crear un mercado alternativo de intercambios, para lo cual se requiere de esfuerzo y tiempo. Sin embargo, si esta labor se hace colectivamente o con la ayuda de gente afín, el esfuerzo se reduce y se gana tiempo para relacionarse, para crear lazos y para crear comunidad, a la vez que para que cada uno mejore como persona.
Pero la vuelta al campo no es más que un paso hacia la emancipación, no su consecución. No se debe caer en el sentimiento de satisfacción y autocomplacencia por estar en el campo o en el pueblo cultivando coles, recolectando diente de león y fabricando unas cestas, pues, aunque eso ya sea revolucionario, hay que desear que se den las condiciones para que el resto de la Humanidad pueda vivir sin Estado, respetando la Naturaleza, para lo cual hay que prepararse para enfrentarse a aquel que, por su naturaleza, no tolera aquello que no controla y le debilita.
Acabo con dos pensamientos de Fray Luis de León (siglo XVI) que muestran a los labradores y pastores de una manera muy positiva:
«La vida pastoril es vida sosegada y apartada de los ruidos de las ciudades, y de los vicios y deleites de ellas; es inocente, así por esto como por parte del trato y granjería en que se emplea; tiene sus deleites, tanto mayores cuanto nacen de cosas sencillas, y más puras, y más naturales: de la vista del cielo libre, de la pureza del aire, de la figura del campo, del verdor de las yerbas, y de la belleza de las rosas y de las flores; las aves con su canto y las aguas con su frescura le deleitan y le sirven. Y así, por esta razón es vivienda muy natural y muy antigua entre los hombres.»
«La vida del campo y el labrar uno sus heredades es una como escuela de inocencia y verdad; porque cada uno aprende de aquellos con quien negocia y conversa. Y como la tierra en lo que se le encomienda es fiel, y en el no mudarse es estable y clara, y abierta en brotar afuera y sacar a luz sus riquezas, y para bien hacer liberal y bastecida, así parece que engendra e imprime en los pechos de los que la labran una bondad particular y una manera de condición sencilla, y un trato verdadero y fiel, y lleno de entereza y de buenas y antiguas costumbres, cual se halla con dificultad en la demás suerte de hombres. Allende que los cría sanos y valientes, y alegres y dispuestos para cualquier linaje de bien.»
Lecturas recomendadas: «Naturaleza, ruralidad y civilización» y «Democracia y el triunfo del Estado», ambos de Félix Rodrigo Mora.
Sergio de Felipe
Hola: El proceso de exodo rural que hemos vivido en España, y en europa me atrevería a decir, a lo largo de cientos de años, se está viviendo ahora en Groenlandia de una manera mucho más acelerada y por eso mucho más clara en sus motivaciones. Trabajo en verano en Groenlandia desde hace unos años y he podido ir viendo lo que allí se está produciendo. La cara oficial es que se concentra a la población en grandes ciudades para poder darles servicios, suministros, hospitales, escuelas, etc de una manera más sencilla, hay que tener en cuenta que la logística allá es mucho más difícil que acá. La cara no oficial es que se eliminan pequeñas poblaciones para concentrarlas en grandes ciudades con el fin de crearles la necesidad de un ente organizador y controlador, el estado, que les facilite la distribución y la organización de la vida. Cosa no necesaria en una pequeña población en la que lo que tienes que hacer es ponerte de acuerdo con tus vecinos hablando con ellos. De ese modo se persigue el nacimineto/afianzamiento de un sentimiento nacionalilsta y por tanto estatalista. El resultado se está viendo, paro, alcoholismo, incipiente delincuencia, sentimiento de impersonalidad y abandono, perdida de la identidad cultural y subvencinismo que es la mendicidad moderna.
Hola Álvaro. Muy interesante lo que explicas. ¿Sabes de algún artículo que trate este tema? Salud