El tema de las diferencias como valor ha sido muy importante a lo largo de mi vida. Para empezar, mis familiares procedían de diferentes regiones de un país que nunca se sintió muy unido y que, en mi opinión, nunca debió ser constituido como tal por razones políticas que la gente no compartía. En mi niñez me debatí entre el racismo de quienes me consideraban un individuo ‘equivocado’ sin una identidad cultural, la verdad de la vida que supera esos límites y el cariño hacia la variedad de tradiciones regionales muy diferentes entre ellas que iban desapareciendo junto con las palabras dialectales que se prohibían en la escuela y que, además, ni siquiera estaba autorizada a defender públicamente por ser de descendencia mixta.
Luego entendí, por otra parte, que se me hacía imposible enamorarme del vecino de al lado, tenía ojos sólo para quien llegaba del otro lado del océano con rasgos afro o canciones latinoamericanas y poco a poco descubrí que mi destino seguía siendo el de la excepción que se reproduce mezclando genes para que la especie humana tenga descendencia pero que, al convertirse hipotéticamente en mayoría, destruiría cada identidad cultural y haría desaparecer esas diferencias que considero valiosas. En otras palabras, mi valor estaba intrínsecamente vinculado con mi relativa soledad. Lograba tener un sinfín de conexiones, hacer de puente, llenar mi agenda de contactos variadísimos y numerosos, pero no tenía un clan de pertenencia que me diera una sensación de seguridad. Hasta que llegaron mis coloriditos hijos a crear uno nuevo y nuestro.
Desarrollé algo difícil de explicar y compartir: un amor para la conservación de las diferencias – entre personas, ambientes e ideas… por disparatadas que puedan parecer a primera vista desde un enfoque externo, con su posible evolución natural y única – como valor (y una lucha constante contra la globalización de pensamiento que muchos poderes promocionan, utilizando a menudo la falsa cuestión de mi género, el femenino, para lograrlo) que me lleva al punto de no querer tener la razón absoluta incluso sobre asuntos muy importantes por no quedarme con un único punto de vista. La curiosidad me hizo querer entender en vez que juzgar y ese amor hacia la diversidad no me impide reconocer el valor de la vida por encima de todo, sin el cual se justificarían sentimientos de intolerancia extremos que causarían la aniquilación de una u otra expresión cultural. Cosas que los seres humanos veíamos mejor cuando vivíamos en pequeños grupos. Por lo mismo, fuese cual fuese mi ideología preferida, me propuse cultivar el dialogo con «amigos» y «enemigos» por igual intentando mantenerme en lo que es quizá el factor más importante que protege o caracteriza la vida en sí: el equilibrio.
Al equilibrismo se debe, además, mi supervivencia a lo largo de una vida que me ha proporcionado algunas bellas alegrías y muchas complicaciones. El ser consciente de ello me ha permitido tener gratitud, formarme una identidad, tener sentido de la aventura y comunicar. También aprendí que la parte más importante en la formación de mi identidad personal no era la respuesta a clásicas preguntas existenciales como «de dónde puedo decir que soy» sino el saber reconocer cuál es mi posición actual y cuáles son sus implicaciones reales, para mantener una postura consecuente ante cada asunto. No apuntar a destruir los factores externos incompatibles con mi ideal de manera fanática e inconcluyente sino expresarme con firmeza exclusivamente dentro de mi espacio vital y de conocimiento. Por ejemplo puedo aportar mi opinión como madre aunque converse con antropólogos, o ser pacífica antes que pacifista. (Expreso aquí simplemente lo que siento y lo que me gusta. Se me ocurre ahora un viejo dicho que prefiero leer al revés: ‘Nadie es indispensable, pero todos somos útiles»).
Agradezco vuestra presencia y la existencia de este grupo que es el mejor ambiente que he podido conocer hasta hoy, aunque no comparto la intención de construir un futuro determinado ya que prefiero considerarme parte de una evolución natural que en su totalidad no está en mi control… y acepto la sugerencia de mi amigo Roberto de dejaros a continuación un vídeo de mi canal y dos poemas del libro digital «Tamarindo».
«El mundo heterogéneo que quisiera»: https://m.youtube.com/watch?v=l0lITDOYkx4
«Dos poesías sobre el etnocidio cultural»: https://www.youtube.com/watch?v=F2VKCg5SZrk
Vuestra amiga la equilibrista.
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