‹‹Seguramente debemos mucho más de lo que pensamos a esa otra época que ya no sentimos como nuestra››, Antonio Limón Delgado.
En 2016 ha sido reeditado el libro “Los desiertos de la cultura (una crisis agraria)”, Santiago Araúz de Robles, escrito y publicado en la década que transcurre desde 1970 hasta 1979. Un estudio sociológico-cultural que evidencia ‹‹una manera de ser y de entender el vivir››.
En él se exponen, con ‹‹una obligada objetividad, pero sostenida por la pasión››, los componentes axiológicos, políticos, sociales, económicos…, en proceso de degradación, de cinco pequeños pueblos pertenecientes a la que fuera comunidad de villa y tierra de Molina de Aragón, al noreste de la provincia de Guadalajara: Pinilla de Molina, Terzaga, Tierzo, Valhermoso y Teroleja. Zona de clima riguroso, de páramos y valles donde ‹‹todo el paisaje tiene una cierta apariencia gris, pesada y uniforme, que de alguna manera recuerda los horizontes del mar››.
Comarca, por otro lado, construida históricamente ‹‹desde la base›› y por ello con una ‹‹clara conciencia de libertad…, sentido de igualdad…, propia dignidad… y responsabilidad por el destino comunitario…, abierta, dialogante y sin chauvinismos pero, en la misma medida, celosa de su independencia››.
La obra, coral, puesto que fueron coautores, voluntarios y generosos (‹‹lo cual encaja perfectamente con el perfil del estilo de vida que les es propio››), mediante sus testimonios vecinos de aquellos municipios que superaban la cincuentena de años y en ‹‹plenitud de consciencia››, está elaborada sin la pretensión de confirmar o refutar ningún modelo teórico. Tampoco bajo el corsé de alguna doctrina. Nada de eso. Desde la experiencia suministra un puñado de verdades sobre la historia reciente de las comunidades rurales peninsulares (esos cinco pueblos son ‹‹muy representativos de otros muchos pueblos de Castilla››) y, sobre todo, un acervo de valores, conductas y saberes que orientan la existencia humana. También hoy. Porque tales enseñanzas transmitidas son de una vigencia atemporal.
Ensayemos un acercamiento.
IDENTIDADES PERSONAL Y COLECTIVA
Si en los tiempos ultramodernos ‹‹los desiertos de identidad›› han venido a sumarse a los desiertos culturales, en el medio rural cada persona era ‹‹una biografía››:
‹‹ante esta especie de inquietud o angustia que mina mi retaguardia de hombre de ciudad, me he encontrado, por contraste, en el campo con un hombre absolutamente nominado, que tiene una fisonomía irrepetible y que es capaz de llenar los ocios –abundantes- y de convertirlos en algo positivo sin utilizar medios materiales, sin consumir bien alguno››.
La persona es lo central, el valor superior:
‹‹el labrador es hombre y aspira a tener biografía, pero no fama››.
La personalidad se logra
‹‹en los actos no emulativos, en el convivir ordinario, en el carácter, en el decir, en lo que en definitiva es emanación más directa de la personalidad y no en el aparato externo de una apariencia pública››.
La esencia propia de lo rural es subrayada:
‹‹Si el hombre es el objeto de la cultura, y la calidad del hombre es el índice de la calidad de esta cultura, entiendo que en el campo ha existido una verdadera cultura, que no es subproducto de la cultura ciudadana, sino que tiene unas coordenadas totalmente distintas››.
El diálogo, siendo ‹‹una modalidad artesana››, no ‹‹avasalla con un egocentrismo molesto››, propio del parlante urbano. Tampoco en la conversación de éste, con su lenguaje convencional y empobrecido,
‹‹está presente ninguna de aquellas palabras cuyo sentido sólo puede captarse en función de la personalidad de quien la pronuncia, no hay implicaciones de experiencias o de biografías››.
La relación individuo-grupo está caracterizada por la mesura: ‹‹una ecuación justa entre individualidad y comunidad, entre lo subjetivo y lo objetivo››. El ‹‹singularismo insobornable›› del sujeto se concilia de forma equilibrada con la identidad colectiva, muy importante:
‹‹en Castilla, por lo que uno ha podido estudiar, ha existido un manifiesto espíritu comunitario, al tiempo que una resistencia instintiva a cualquier forma de comunismo o masificación. La personalidad individual está al principio y al final de las acciones comunes››.
Esto es, el grupo personaliza: ‹‹las posibilidades de los componentes de la comunidad eran escrupulosamente tenidas en cuenta››. O también: el hombre es ‹‹la regla última de todos los comportamientos colectivos››. Lo que se manifiesta también como justicia distributiva.
Las reglas del grupo son respetadas. Éste ‹‹se cimenta sobre una igualdad total entre los vecinos››. No hay servilismo. Los límites reconocidos e infranqueables derivados de la vivencia en común ‹‹no se consideran coactivos porque emanan del grupo, y el grupo, a su vez, es hechura común››. La ética es autogenerada, se impone ‹‹sin necesidad de declaraciones formales››. Resultando un hombre ‹‹profundamente útil para la convivencia››.
La fiesta, a diferencia de lo que sucede hoy, en que es diseñada por la industria del ocio y del espectáculo para el consumo pasivo de las multitudes, y a la vez que generalmente etílica y embrutecedora, surgía del propio seno de la comunidad: ‹‹todos ellos [ritos, bailes, juegos] tienen su base en una participación colectiva›› en torno a la alegría.
El colectivo estaba presente aun en la iniciación del noviazgo, así como en la boda, el bautizo y la muerte: ‹‹la comunidad está atenta al desarrollo de la vida de las personas››.
El regocijo por la fecundidad de entonces, como expresión de la reproducción del grupo, choca frontalmente con la menguada natalidad presente. Las mascotas y el deseo de alcanzar la “realización personal” y el “éxito profesional” van ocupando el lugar de los niños. Con éstos, en los pueblos castellanos, como contrapeso a la ‹‹temprana precocidad inevitable››, se permitía una excepción al austero vivir colectivo:
‹‹La infancia es tan breve que bien justifica una evasión de poesía del grupo, posiblemente la única. Como un mínimo respiro de fantasía y de imaginación antes de enfrentarse con la implacable realidad››.
UN PASADO COMUNAL Y ASAMBLEARIO
Los bienes comunales tuvieron una ‹‹importancia cuantitativa›› en estos municipios y eran considerados de forma natural, ‹‹al margen de planteamientos políticos o doctrinarios››. Tierzo, tras la estatización de sus montes, ha sido ‹‹uno de los pueblos más pobres y tristes en su vida comunitaria››. La injerencia del ente estatal, un elemento extraño a la comunidad y que decide sobre ésta, fue ‹‹abriendo brechas en el sistema y erosionándolo››:
‹‹La existencia de estos funcionarios en la vida ordinaria de cada municipio supone… un elemento de distorsión y de pérdida de identidad de la comunidad rural››.
La gestión de estos bienes del común se adoptaba por el conjunto de vecinos que compartía la propiedad:
‹‹existía en esta materia una subsistencia por vía de costumbre del Concejo abierto o, dicho de otra manera, una especie de democracia directa o de primer grado››.
El concejo abierto, a toque de campana, permanece como sistema de deliberación y decisión grupal
‹‹no ya en los casos de existencia de patrimonios colectivos, sino simplemente en los asuntos en que se piensa que puede estar interesada la comunidad››.
La totalidad del vecindario puede acceder a los oficios concejiles, que tienen la consideración de ‹‹función pública››. Estos cargos, de limitación temporal –un año- para evitar ‹‹situaciones de abuso o de corruptela en las prestaciones encomendadas››, se desarrollan como actos personales comprometidos para con el colectivo. Éste, a su vez, designa tales oficios, y fiscaliza y apoya su ejecución. Se establecía un pacto entre el grupo y uno de sus miembros, no escrito sino ‹‹consagrado por la costumbre y de cuya existencia y condiciones tenía conciencia la comunidad entera››. Hallamos aquí una combinación de deber autoimpuesto, conciencia de alteridad y derecho consuetudinario.
Compárese esta autonomía para decidir en asamblea sobre cuestiones que afectan a los vecinos, que permitía otorgar a la vida vivida ‹‹hechura propia›› al participar en ‹‹la composición de la propia historia››, con la ‹‹imposición ajena›› de ayuntamientos, parlamentos, partidos políticos y elecciones de “representantes” del vigente orden estatal-capitalista, que niega dicha participación en la “cosa pública” y nos condena al mutismo político.
SOSTENIENDO LA VIDA
La comunidad rural es una red de soporte ante las deficiencias y necesidades de la persona. Y lo es respetando cada ipseidad, pues el sentido comunitario, como se dijo, ‹‹no equivale a promiscuidad ni a pérdida de la individualidad››.
‹‹La comunidad no aparece como una imposición ajena que se desentiende de las circunstancias de la persona, sino como un factor de apoyo a la misma››.
Y también:
‹‹la comunidad misma asumía las insuficiencias de cada uno de sus miembros, en supuestos de fuerza mayor››.
Las agrupaciones voluntarias existieron para
‹‹el apoyo mutuo de sus miembros [en trances de enfermedad o muerte] e incluso para prestar servicios a quienes, sin serlo, carecen de bienes propios››.
De otra parte, las prestaciones personales o zofras son una ‹‹forma de colaboración al bien común››. Concretamente consisten en
‹‹la obligación personal de los vecinos [quedaban eximidos enfermos, mayores de 60 años y funcionarios del Estado] de dar un número de obradas con carácter gratuito, para ejecutar obras o prestar servicios de interés general del vecindario››.
Para determinar necesidades y trabajos, los vecinos se reunían ajustándose a las realidades social e individual.
La ayuda mutua, el comunal y la asamblea son los instrumentos de ‹‹un acusado espíritu comunitario, que no pierde nunca de vista como objetivo final a la persona››. Sobre las ruinas de lo comunitario ha crecido vigoroso el asistencialismo estatal y la solitaria vida en las urbes. De la inclusión de prácticamente todos los vecinos en las cofradías o hermandades (‹‹traducción puntual de la primitiva fraternidad cristiana››) debido a ‹‹un sentido acusadamente disciplinado de la vida››, esto es, a un deber cívico autoconsciente, se ha transitado a la mercantilización de los cuidados; de las ‹‹dádivas recíprocas›› al interés particular; de la prevalencia de la ética como norma de conducta a la ley positiva.
AMOR POR LA AUTONOMÍA, RECHAZO DE LA HETERONOMÍA
‹‹El hombre de campo ha tenido una visión elemental, pero muy clara, de su propio destino y de que éste dependía de él mismo››.
En la aldea castellana el pueblo tuvo siempre un ‹‹profundo protagonismo››.
Los vecinos, por ejemplo, autogestionaban sus conflictos. Siendo la ética y no la ley escrita ‹‹la vara por la que se mide la convivencia››. Por el contrario, acudir a la justicia o que ésta tuviera que intervenir en el pueblo, tenía un ‹‹carácter vergonzante y dramático››.
Igualmente, la alimentación (cereal y cerdo, en lo esencial) se satisfacía de la propia producción.
El hermetismo como
‹‹una coraza de protección a su misma dignidad, subrayando matices diferenciales y tendiendo a constituir un todo autosuficiente y aislado››,
no conlleva, por lo demás, conciencia de superioridad sobre otros grupos:
‹‹esa convicción de que no se es ni mejor ni peor que otras personas, sino que existe una igualdad natural o consustancial [también entre ambos sexos]››.
De hecho, de la emigración de estas personas con una gran carga ética
‹‹se ha beneficiado la sociedad urbana casi permanentemente y a ritmo acelerado en el último cuarto de siglo››.
El aprecio por la libertad y la dignidad de aquellas gentes era ‹‹perfectamente compatible con una situación económica general de escasez››. A ello contribuía la tenencia de pequeña propiedad familiar, la presencia de comunales, ya citado, y la ‹‹inexistencia de relaciones de dependencia laboral››. O si se daban no eran definitivas:
‹‹el hombre de estas tierras se empleaba sin tener conciencia de perder su libertad. Lo que es la forma más sutil de la verdadera libertad››.
En las contemporáneas sociedades estatizadas
‹‹los grupos no son una creación desde abajo, una continuación del individuo, unas entidades naturales, sino una creación desde arriba, pensadas, creadas y gobernadas por un poder heterónomo, impersonal y distante; por el Estado, en suma. El Estado es el principio de la sociedad: todo lo puede y en él todo se disculpa››.
Dicha maquinaria estatal provee de supuestos derechos y libertades, ejercita el paternalismo y cataloga víctimas por doquier, especialmente entre el sexo femenino.
Sin embargo, en la mentalidad popular rural existía ‹‹una noción muy clara de que la vida nunca es gratuidad››. Las libertades concedidas no eran tales. El medio ‹‹sólo ofrece sus dones trabajándolo tesoneramente››. Es en la exigencia donde nos mejoramos, no bajo el paraguas del estado de bienestar.
‹‹El hombre de las cinco comunidades estudiadas responde a un concepto absolutamente operativo de la libertad y se sabe enfrentado sin apoyo a su propio destino. En tal responsabilidad sólo le respalda el grupo, que es a su vez consecuencia de su propia acción. Ninguna otra estructura, ni por supuesto el Estado. Si la madurez es condición de responsabilidad, el hombre de estos pueblos tiene una vocación irrenunciable hacia la madurez, ya desde la infancia››.
O dicho de forma sublime y sintética:
‹‹la vida no se regala: se arranca codo con codo››.
Insistiendo, podemos desenmascarar a buenistas, pro-inmigrantes y ONG´s:
‹‹La caridad, en el caso de las comunidades rurales, no es un sentimiento: es una acción eficaz, pero sólo en aquellos casos en que resulta estrictamente necesaria y nunca como desahogo de la propia conciencia. La donación superflua, la donación que satisface al donante pero que no rellena un hueco real, resulta desconocida››.
ACENTUADO SENTIDO DE REALIDAD
Las gentes del campo tenían un ‹‹evidente sentido pragmático››. No existían ‹‹ni dogmatismos ni prejuicios››. La epistemología rectora se sustentaba en ‹‹una experimentación muy decantada››. Sirvan de ejemplo la construcción de viviendas, los refranes, la artesanía, la caza, las hierbas medicinales o la fe (‹‹no intelectual o ilustrada, sino profundamente esencial, como orientación o sentido de la existencia››).
‹‹El hombre de campo tiene una aguda base experimental, en parte heredada y en parte depurada y contrastada por la propia experiencia››.
También el erotismo es considerado con naturalidad, sin ñoñería ni pornografía.
La conversación se sustenta en la experiencia. ‹‹Es él mismo [el hombre de campo] quien está en la palabra que debate los temas generales››.
Vivimos un periodo en el que la repetición de consignas (ni siquiera teorías), las explicaciones simplistas y los “expertos” a sueldo del sistema ningunean el pensar y actuar desde lo real.
Como se citó, la adecuación a las características de cada persona, de las verdades necesidades y del entorno resultaba primordial. La noción de límite, del ser humano y de la naturaleza, era ‹‹precisa y asimilada››.
En la obtención de los bienes materiales de subsistencia, las posibilidades del medio natural en esta cultura ‹‹íntimamente adherida a la tierra›› son escrupulosamente observadas.
‹‹En estos pueblos se consumía lo que se producía, y se producía lo que se sabía que podía dar de sí sin esfuerzo la naturaleza››.
Ello tenía lugar debido, en primer lugar, a que entre los principios rectores de aquella sociedad la producción era ‹‹un instrumento para la satisfacción de unas necesidades previamente definidas y jerarquizadas››; las cosas debían de tener un sentido. Y además a que la familiaridad con la naturaleza (‹‹una especie de simbiosis››) dotaba de un conocimiento de la misma.
El hombre de ciudad, ‹‹profundamente ignorante››, con su fetichismo productivo y su complemento obligado, el consumismo, se desvía de las verdaderas necesidades y olvida valores de rango superior.
HACER DE LA NECESIDAD VIRTUD
En esta aseveración estriba la calidad de la vida, a juicio de Araúz.
La alimentación era deficitaria y ceñida, como se refirió, al cereal y al cerdo. Tales carencias eran compensadas por
‹‹la habilidad de la persona para conseguir platos de alguna forma variados y, desde luego, sabrosos, con una tremenda simplicidad de alimentos y de medios››.
También:
‹‹la limitación en cuanto a los bienes se compensaba con la calidad en su tratamiento››.
Las abarcas son otro indicio de la capacidad de aprovechamiento de ‹‹materiales u objetos aparentemente inservibles››:
‹‹La abarca es, ni más ni menos, el neumático de un automóvil, que se corta en forma rectangular y pasa a convertirse en suela del calzado, y al cual se añaden, como cintas del calzado, otras bandas más livianas, más flexibles, que se entrecruzan entre sí y se prenden a la suela con unas lañas. Casi es ocioso aclarar que este calzado es de duración prácticamente ilimitada y que, por la flexibilidad del neumático, del caucho del neumático, se convertía en un calzado cómodo››.
Asimismo, en la elaboración de mantas de lana de pastor, quien ‹‹no tenía especial hostilidad a la intemperie››, es constatable tal aptitud para emplear al máximo la materia prima.
En definitiva,
‹‹raros eran los demás elementos de la naturaleza de los que el hombre no obtenía algún provecho››.
Si “la fuerza se consume y el ingenio siempre dura” (Saavedra Fajardo), en un mundo escaso y finito
‹‹lo que importa es añadir creatividad a los supuestos básicos, a las circunstancias que rodean nuestra existencia››.
Hemos de anotar, para el presente, la dinámica de comprar, usar y tirar productos; el despilfarro, la inmediatez y la caducidad. Tras cada objeto elaborado existe un hombre, generalmente bajo condiciones alienantes de trabajo asalariado.
*
Aunque durante la lectura del libro en la comparación entre el individuo y la sociedad actuales con los de antaño, los primeros salen malparados, en modo alguno nos mueve la ingenua intención de idealizar el pasado, pues a todo lo humano pertenecen la insuficiencia, el límite, la contradicción y el error.
Ante la crisis múltiple en curso recuperar lo positivo de la ‹‹cultura campesina››, que en las anteriores líneas hemos pretendido esbozar, resulta muy oportuno para hacernos mejores.