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  • Autor de la entrada:Jesús Franco Sanchez

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Texto elaborado a partir de «Revolución en la Alta Edad Media Hispana» (inédito), Félix Rodrigo Mora.

‹‹Nos apartamos del mal, o por temor del castigo, y tenemos la disposición del esclavo, o movidos por el incentivo de la recompensa… y nos parecemos a los mercenarios, o acaso obramos el bien a causa del mismo bien, o por amor››. San Benito.

‹‹La virulenta reducción de la esencia humana a lo fisiológico, utilitario, monetario y placentero ha llegado a ser la ideología oficial hoy en Occidente, justificadora de un barbárico consumismo y causa de un gigantesco declive de la calidad de los individuos, de la libertad del cuerpo social, de las condiciones medioambientales y del nivel de la civilización››. Félix Rodrigo Mora.

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El cristianismo, como cosmovisión y movimiento social, surge en Palestina en el siglo I. Es una negación por las clases modestas del imperio romano y de la aristocracia israelita colaboracionista. Conoció una imparable expansión entre el pueblo hasta comienzos del siglo IV.

Entre sus precursores se encuentran los cínicos, Sócrates y los esenios.

El mundo antiguo, sumido en el declive constante de la calidad de los seres humanos por la ejecutoria de Roma, urgía de un ideal civilizador. Éste será aportado por los cristianos por medio del amor en actos y la vida en común materializada en las fraternidades, nociones axiales para hacer frente al problema número uno: el Estado, garante, entre otras nocividades, de la esclavitud y de la subordinación patriarcal padecida por las mujeres. El amor en el cristianismo no es una categoría absoluta o única sino un valor relativo que deja lugar a la justicia y aun a la ira consciente. Es amor hacia los hermanos y resistencia ante los opresores, esto es, ética sodalicia.

Por tanto, ni la riqueza ni la carne eran las cuestiones decisivas sino la continuidad de las instituciones, normas legales y relaciones entre las personas basadas en la violencia constante, el odio y la codicia. Que la iglesia romana convirtiese la abstinencia sexual en el ideal más preciado ha de entenderse como una operación ideológica para obviar los verdaderos asuntos. Para el cristianismo, sencillamente, no hay lugar para la exacerbación de lo erótico, ya sea de forma impositiva, ya prohibitiva. Ni lubricidad ni mojigatería.

El cristianismo, frente al derecho romano que estatuye la violencia legal (por tanto, el temor) y la propiedad privada (por ende, el egoísmo), y a las leyes judías, va a situar en el centro al obrar según la valía y bondad intrínseca de las metas formuladas. Esto es, se postula una máxima moralidad y una mínima legalidad, quedando ésta objetivada en normas surgidas del pueblo. El individuo no actuará considerando el beneficio personal, el cual es repudiado, sino según el amor; pues el cristianismo no es un yo, es un nosotros. La fraternidad constituirá el órgano nuclear de la soberanía y se establecerá un régimen de propiedad colectiva. Los bienes serán puestos en común, en la adhesión no a la pobreza en sí misma sino a la ausencia de propiedad privada.

Igualmente, el hedonismo como ideología impuesta por el ente estatal romano será combatido por los cristianos mediante la convicción de llevar una vida esforzada. Los apetitos han de quedar sometidos al dominio de la voluntad. Ni mucho menos la felicidad individual figura entre las metas a perseguir. Aunque tampoco ha de contemplarse el cristianismo como un ascetismo, éste es sólo parte secundaria y subordinada.

El trabajo manual será valorado de forma positiva: cada cual ha de vivir de lo propiamente obtenido y servir a la comunidad, especialmente a quienes no pueden sustentarse por sí mismos. Tanto la clase alta como el populacho romanos llevaban una vida ociosa, sin metas.

Legítima defensa y violencia justa, tolerancia, libertad de conciencia y de culto, y universalismo son otros de los componentes cristianos.

Ante esta renovadora concepción de lo humano, antagonista de la coerción perpetua de Roma, ésta maquinará un proyecto estratégico para la aniquilación cristiana. Para ello, empleará la represión, la modificación de los escritos primarios por intelectuales y clérigos en el sentido exigido por los intereses estatales y la subordinación del aparato eclesiástico al emperador.

Inicialmente la teología del cristianismo es mínima. La fe no es una categoría de su ideario pues se espera todo de las obras del amor. También era ajena la identificación Jesús-Dios. Cuando el clero a las órdenes del estado romano establece que ser cristiano es creer la doctrina que él sostiene y enseña, el cristianismo resulta repudiado de facto

La iglesia es oficializada por Constantino en el siglo IV. Será a través del Estado como alcance su capacidad normativa y coercitiva, por tanto, existencia como tal. Los Padres de la Iglesia, núcleo de poder intelectual, moldean la nueva religión, oficial y formalmente cristiana, útil al imperio y a las clases opulentas, de un contenido ideológico muy similar en la forma y en lo secundario al cristianismo pero que resulta en lo sustantivo su más completa negación. Es la respuesta auto-conservadora del Estado romano.

El monaquismo revolucionario (siglos IV-X), no manipulado por la Iglesia ni tergiversado por los eruditos, será continuador del cristianismo de la hora primera. Monasterios, cenobios y eremitorios populares, de existencia al margen de la Iglesia y el Estado, han de considerarse regeneradores, además de decisivos en la repoblación; no así los ortodoxos que constituyeron una sección del aparato estatal. En la península Ibérica, la fusión de la cultura de los pueblos donde el yugo de la administración romana (y sus continuadoras, la visigoda y la islámica) no alcanzó, o fue débil (astures, cántabros, vascones), con la cosmovisión cristiana, en sintonía con los valores y modos de vida de éstos, a los que se unían los siervos y libres pobres huidos desde el sur, propició transformaciones personales y sociales, de naturaleza civilizatoria, pero también limitada, durante la Alta Edad Media. Por ejemplo, la desaparición en el seno de las clases populares del esclavismo del mundo antiguo. El cristianismo repudia el apetito de mando o dominio sobre los demás seres humanos

Esta fusión cristianismo-pueblos del norte origina formaciones sociales nuevas y superiores moralmente a las existentes. La esencia de esta revolución altomedieval se manifiesta en el concejo abierto, el derecho consuetudinario, las milicias concejiles y la propiedad colectiva.

La resistencia popular a al-Ándalus hasta mediados del siglo XIII (toma de Sevilla en 1248) es el aspecto dominante. En este largo proceso el pueblo vence al estado islámico y resulta, a su vez, vencido por las instituciones monárquicas (familia real, alto clero, nobleza y monasterios institucionales). El autogobierno popular agoniza durante la Baja Edad Media debido principalmente a sus propios errores y debilidades: la no extinción de la corona y la conciliación con ella, la ausencia de reflexión estratégica y renovación de metas, y el desarrollo de un modo de vida hedonista. La esclavitud conocerá un ascenso en Europa durante el periodo bajomedieval; mayor durante el Renacimiento. A la derrota del poder popular en los siglos XIII y XIV contribuyó la aniquilación del cristianismo como fuerza histórica de naturaleza civilizadora en el siglo XI debido a la combinación de la expansión de la orden monástica de Cluny, la alianza de ésta con las monarquías ibéricas y la reforma gregoriana.

Durante la Baja Edad Media se produce un retorno a la Antigüedad precristiana: una sola institución, la Corona, se apropia de la potestad de gobierno del conjunto social, proyecto urdido por Alfonso X y sus consejeros y aplicado por Alfonso XI; el doctrinarismo teorético, el rechazo del conocimiento experiencial, el clasismo esclavista y el interés particular, esto es, el aristotelismo, constituirán el fundamento intelectual; el derecho romano conoce una difusión; el trabajo útil es despreciado; el modo de producción colectivista es desintegrado; el dinero alcanza prestigio social; el comercio conoce una expansión, así como el monocultivo y la monoproducción; un modo individualista de pensar, ser y trabajar sustituye al comunitario

El ciclo civilizatorio de la cosmovisión cristiana tuvo su origen en el siglo I y desapareció en el XIV, aunque muchos de sus componentes centrales, de significación universal, pervivieron de manera especial en la sociedad rural popular, la cual fue definitivamente desarticulada por el Estado franquista.

Como anotación final, válida para las condiciones presentes, se dirá que el cristianismo es un proyecto regenerador de la totalidad de la vida social: se propone sustituir las instituciones fruto del odio, la opresión y la codicia por otras nacidas del amor, la libertad y el desinterés.

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