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  • Autor de la entrada:Enrique Bardají Cruz y María Bueno González

Pastores en resistencia y ofensiva por la libertad, el esfuerzo, el espíritu comunal y la biodiversidad.

Los que esto escribimos somos personas dedicadas al pastoreo en la montaña.

El Poder continúa asestando golpes para destruir al mundo rural. Su nuevo varapalo es instrumentalizar al lobo contra las gentes del campo. Se nos obliga a trabajar y sobrevivir en las montañas con los brazos atados a la espalda, siempre esperando la benevolencia del señor funcionario. Esto es en realidad un ecocidio travestido de conservacionismo pues al destruir un poco más a las formas tradicionales y sostenibles de producir alimentos, cuero o lana, se le da un impulso más al monopolio agroganadero industrial intensivo que está destruyendo nuestro planeta entero. El agronegocio industrial intensivo hiper-devastador aplaude con las orejas la eliminación definitiva de su principal enemigo: los pequeños productores artesanales, extensivos, familiares, caseros y tradicionales. Todo este ecologismo que ataca y destruye las formas sostenibles de producir alimentos es todo lo que uno quiera menos ecológico. Este ecologismo es una correa de transmisión del Estado. Una rama de este ecologismo de Estado es también el que, sosteniendo un conservacionismo despótico, se las quiere dar al mismo tiempo de adalid en la defensa del pastoreo. Éstos deben ser contestados por la sabiduría popular expresada en refranes y dichos europeos:

Señores ecologistas adoradores del Estado no nos engañáis pues, como se dice aquí en iberia, “el soplar y el sorber no puede ser”; o como dicen los alemanes: “no se puede bailar en dos bodas al mismo tiempo”. O como dicen los polacos “el lobo lleno y el cordero entero, no puede ser”; y los ingleses lo dejan igualmente claro: “no puedes guardar la tarta y comértela al mismo tiempo”.

Lo que estos ecologistas quieren es nuestra desaparición pero lo engalanan todo con su utopía que ya contaba Isaías en la Biblia.

“Entonces el lobo y el cordero irán juntos, y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán juntos; un chiquillo los pastorea; la vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas, el león comerá paja como el buey. El niño jugará en la guarida de la víbora, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente”. (Is. 11,6-9)

A la mastodóntica multinacional del conservacionismo WWF, que ahora saca desvergonzada y maquiavélicamente manifiestos a favor de los pastores, les recordamos, aquí y ahora, que irán al infierno por haber alentado y organizado la expulsión de pastores e indígenas de las zonas “protegidas” de medio mundo. Les lanzamos a la cara las palabras de esta indígena Curruhuinca, reubicada a la fuerza ante la creación del Parque Nacional de Lanín, en Argentina: .[1]

“Por eso nosotros decimos siempre que Parques Nacionales vino a exterminarnos”. O las palabras de esta mujer indígena Twa expulsada del Parque Nacional de Kahuzi-Biega, en la República Democrática del Congo.[2]“Desde que fuimos expulsados de nuestras tierras, la muerte nos sigue. El poblado se está quedando vacío. Vamos hacia la extinción. Ahora murieron los ancianos. Nuestra cultura también está muriendo.”

Al prohibir que las gentes de la ruralidad puedan defenderse con trampas, escopetas o el sacrificio de un número razonable de cachorros de lobo, la única opción que nos dejan es mendigar una limosna a los funcionarios y asumir las muertes de nuestros animales y descalabros de nuestros rebaños. Mendigar y arrodillarse ante los guardas, técnicos y jefes veterinarios no concuerda con nuestra cosmovisión tradicional de la libertad y la dignidad, así que desde aquí proponemos organizarnos para subvertir el orden estatal y crear un régimen confederal de pueblos y aldeas gobernadas por concejos abiertos omnisoberanos donde se acuerde entre la gente común cómo debemos gestionar la fauna silvestre. Los técnicos y sabelotodo sólo podrán asesorar, nunca mandar. El mando lo debe tener las personas corrientes a través de portavocías conferidas del mandato imperativo que les amarra a la voluntad de los vecinos reunidos en asamblea. Acabar con el latifundismo, recuperar el comunal y las capacidades de autoelaborar las normas y deberes, debe ser otro objetivo a conseguir.

Gestionar hay que gestionar incluso si se quiere dejar zonas sin tocar. Decir esto último hay que decirlo porque Perogrullo no se pasó por las casas de los ecologistas partidarios del “dejar a la naturaleza a sus anchas”.

Vamos a hablar claro, para conservar al lobo es necesario que el mundo rural vuelva a tener un campesinado numeroso. Para proteger al lobo hay que poblar y repoblar, no despoblar. Un campesinado que recoja lo mejor del pasado y del presente, como no podría ser de otra manera. Pero nos encontramos con un muro: la razón de Estado. La misma Razón de Estado que llevó al lobo al límite de su supervivencia como especie en Iberia. Hay que decirlo alto y claro: quien ha despojado al lobo de su hábitat ha sido el ente estatal. Lo ha hecho de diversas maneras pero la principal ha sido talar, deforestar, las cuatro quintas partes de los bosques peninsulares para sus necesidades militares, urbanas, ferroviarias, mineras, cerealísticas… Echar el muerto de la desaparición de la fauna silvestre a la gentes de la ruralidad es una acusación desinformada o malintencionada. Los campesinos contuvieron a los lobos para que no hicieran inviable la producción de alimentos básicos para la vida; pero nunca se lanzaron al exterminio deliberado de esta especie como sí que hicieron los individuos del Estado y como vamos a relatar a continuación.

Es un error enorme de compresión pasar por alto, -si se quiere comprender la debacle rural y silvestre-, las desamortizaciones de comunal y en concreto la desamortización de Madoz; tampoco se puede pasar por alto la estricnina que colocaron masivamente los funcionarios en nuestros montes; o la frenética caza mayor de las ociosas élites (en concreto las élites funcionariales) en los últimos 200 años.

Como se sabe, el ansia de poder del Estado no tiene límites. En realidad este ansia tiene un tope y es cuando, como parásito que es, mata a su huésped y muere con él. Por ahora no ha tenido suficiente con despoblar, prohibirlo casi todo, freírnos a impuestos, invadirlo de funcionarios policíacos, bombardearnos con normativas, sepultarnos en papeles y permisos, enlodazarnos con su burocracia o robarnos el comunal. Quieren más, quieren nuestra extinción completa. Saben que, muerto el perro se acabó la rabia.

Nos habéis arrebatado a las personas para ponerlas a trabajar en fábricas y empresas urbanas, nos arrebatáis la gestión de nuestra agua, de nuestras plantas, de nuestra leña, de nuestras piedras, de nuestros montes. Desnaturalizáis e impedís el desarrollo de nuestras costumbres, de nuestra artesanía, de nuestra venta directa y de nuestra cultura. Vuestro “libre mercado” es una ironía bien materializada en los carteles de tantos pueblos: “prohibida la venta ambulante”. Devaluáis nuestros productos. Alimentáis a un monstruo apocalíptico llamado agronegocio y le empujáis para que nos sustituya, emponzoñando y devastando la naturaleza, arrinconando a la vida silvestre a los recónditos parajes donde aún podemos estar.

Y ahora se nos ponen desvergonzadamente la careta de “protectores de la fauna salvaje” para terminar de expulsarnos. Nos han quitado las herramientas, “cortado las manos”, nos han hecho dependientes y nos han echado al muladar, pero ¡cuidado!, aún conservamos algo del espíritu y la fortaleza de nuestros antepasados y, al igual que ellos, no nos vamos a arrodillar. Antes muertos.

Vosotros, estatalistas arrogantes y dictadorzuelos, seréis juzgados por etnocidio. Un etnocidio paulatino y camuflado, ocultado y disimulado, pero que aquí y ahora se pueden ver los resultados.

Los auténticos ecologistas son los que al producir conservan, como los pastores y campesinos. La práctica del ecologismo de Estado es un ecocidio sofisticado.  El Estado no puede ser sostenible ni ecológico por la sencilla razón de que esto es incompatible con la voluntad de poder, siendo ésta el motor que lo hace vivir.

La decadente socialdemocracia y su creencia utópica de que el Estado puede funcionar contra su naturaleza destructiva nos está llevando al precipicio. Las supuestas “buenas intenciones” de su despotismo “ilustrado” no hacen más que cebar a la Bestia que cada día es más poderosa. Todos los activistas partidarios del Estado todopoderoso “participativo y por nuestro bien” nos conducen a la muerte.

Nuestro mundo rural ibérico no es hijo del feudalismo ni de la esclavitud, como nos cuentan sus académicos paniaguados y sus historietas nacidas de las falsas Teorías del Progreso y de la Ilustración. Nuestro mundo rural es hijo del concejo abierto, de los cuidados a redolín, de los árboles, de la dula, del comunal, de la pequeña propiedad familiar, del nadie es más que nadie, de los sistemas de apoyo y asistencia mutua, de la atxolorra, del colectivismo, de las comunidades de villa y tierra, de la hacendera, de las milicias concejiles, de la familia extensa, del profundo sentimiento de la música no profesional, de la rica vida comarcal, del trabajar cantando, de la creatividad localista, de Marcela la pastora del Quijote, de la autosuficiencia, de su arquitectura vernácula, del entendimiento con los animales, de la oralidad, de la juez de paz, de las parzonerías y facerías, de los pegujaleros, de la recolección de hierbas para usos médicos y culinarios, de la guerrilla contra el Estado, de la fusión del cristianismo revolucionario y las culturas prerromanas, del derecho consuetudinario, de los fueros, del municipio libre, de los cuentos contados en el hogar, de sus particulares lenguas maternas y en definitiva, de la libertad con los demás y no contra los demás, como plantea el sucio liberalismo o la despótica socialdemocracia, hoy tan en boga.

Acusar de patriarcal, exterminadores de todo bicho viviente, o catetos, a nuestro mundo rural popular tradicional es una calumnia de burgueses progres, ignorantes y urbanitas que nada entienden de nuestra historia y sólo saben difamarnos y zullarse en el recuerdo de los nuestros. Se cree el ladrón que todos son de su condición. Esa forma de negar la realidad histórica rural (del pueblo, que no de la élite), diciéndonos que lo idealizamos es, de nuevo, escupir sobre sus tumbas. No negamos sus límites y errores. Pero es una injusticia colosal, fruto de los prejuicios de la “teoría urbanita del palurdo” y de la Razón y Sentido de Estado, no reconocer la impresionante realidad estructural rural; sobre todo al compararla con la birria jerárquica actual, pomposamente llamada ¡nada menos! que democracia. Un tenebroso cesarismo parlamentario que pasará a la Historia como lo que es: la hipérbole de la hipocresía, el culto al poder, el cartón-piedra y el maquiavelismo.

El relato machacón y falaz sobre la miseria intrínseca de nuestro campo es una invención del progresismo para justificar su autocracia. La burguesía todo lo entiende a partir del ansia de riqueza y debe ocultar a toda costa el hecho de que hayan existido otras formas de ser y estar en el mundo. Las gentes de nuestro extinto mundo rural no querían ser ricas pues esa aspiración era considerada execrable. Tenía otras metas diferentes. El vicio de mandar y vivir del esfuerzo ajeno era una bajeza. Rico y funcionario era lo peor que se podía llegar a ser, una traición a la comunidad. Denigrar el Pasado para ensalzar la tiranía del Presente es una forma de proceder natural y tradicional del Estado: “gracias a mi protección y tutela, vivís cada vez mejor”, nos repiten sin descanso desde su universidad, su escuela, su radio, su televisión, su prensa… El verdadero feudalismo es el que nos han impuesto los estatólatras. El paternalismo clasista (y su dogma de la indigencia rural histórica), saca de contexto determinados períodos de posguerra y hace pasar la parte por el todo. Los progres levantan la damnatio memoriae o condena de la memoria sobre nuestro mundo rural popular.

Su Estado de Bienestar está en quiebra. Los que no nos preparemos para el derrumbe, seremos dejados en la estacada de la forma más cruel. El asistencialismo de Estado ha sido un rotundo fracaso que se ha venido abajo en menos de un siglo. La atomización social resultante es devastadora. Romper los vínculos persona-persona para potenciar sólo el terrible vínculo persona-Estado ha sido ruinoso y nos ha conducido a la apoteosis de Tristania: un mundo urbano lleno de soledad, dominación, explotación, ansiolíticos, psicofármacos, suicidios, depresión, drogas y alcohol. Esto es a lo que conduce la utopía mussoliniana, tan querida por nuestros funcionarios, de Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado: a la soledad y la muerte en vida.

Ha llegado la hora de mirar a nuestros iguales y dejar de mirar aterrados hacia arriba rezando porque entremos en sus listas y el maná, los subsidios o las subvenciones nos sean concedidas.

¿Por qué el Estado y su hijastro el Capital quieren acabar con los escasos y tozudos rurales que aún quedan?

Porque nuestra cosmovisión comunal libre erosiona los pilares que les sostienen.

La cultura y el alma profunda de nuestros valores rurales siguen representando, aún hoy, un muro ante sus planes de expansión y resultan un serio freno al desarrollo de su planeado y futuro régimen esclavista. Nuestra cosmovisión popular profunda del nadie es más que nadie, es antagónica a su crecimiento y robustecimiento. Representamos un importante peligro para ellos, a pesar de que sólo quedamos cuatro gatos. Saben que de los rescoldos todavía se puede generar un incendio, un incendio que también inflame sus ciudades.

Por eso llevan más de doscientos años atacando y despojando a nuestro mundo popular tradicional. Disgregando nuestras comunidades para debilitar la resistencia y hacernos desaparecer. Imponiéndonos un latifundio atroz. Talando nuestros bosques autóctonos para sus necesidades militares imperiales. Plantándonos pinos y eucaliptos hasta la misma puerta de nuestras casas. Sumergiendo bajo el agua muchos de nuestros mejores pueblos para sus necesidades de exportación agroindustrial. Colonizando nuestros propios pueblos y convirtiéndolos en protectorados de las capitales autonómicas. Privatizando (o lo que es lo mismo, estatalizando) nuestros bienes comunales. Aboliendo nuestra soberanía a punta de fusil y/o de bombardeo propagandístico. Haciéndonos la vida imposible con normativas, burocracia, impuestos y funcionarios. Proyectando una imagen distorsionada de lo que somos para generar desarraigo, desligazón con nuestros antepasados y vergüenza de nosotros mismos. Los pequeños productores viven en estos momentos, sin ningún tipo de duda, el gran Acoso y Derribo. Luego nos dirán, desde sus salones enmoquetados, que festejemos la libertad de industria que proclama su Constitución. Papel mojado desde el primer momento en que el Estado se arroga el monopolio de la violencia.

En pleno desarrollismo franquista los ataques se “justificaron” con el pretexto de los argumentos sanitarios y de progreso; y por eso el Estado otorgó al cuerpo de veterinarios y otros funcionarios un poder delirante. Ahora, a la excusa sanitaria se le suma el pretexto medioambiental y conservacionista.

Se nos prohibió ganarnos la vida de forma digna con nuestros productos artesanales sometiéndolos a una prohibitiva legislación sanitaria y fiscal. Se persiguieron nuestros mercados. Se persiguieron con saña nuestras cabrerías concejiles. Se sacaron a los animales de los pueblos. Se persiguió la matanza del cerdo. Se persiguió el sacrificio de nuestros propios animales, sacrificados con el respeto que se merecen, no como ahora en mataderos cada vez más desmesurados. Eligieron e impusieron la expansión del cáncer “aséptico” y difamaron y condenaron la posible diarrea esporádica de lo artesanal, casero y local cuando persiguieron las miles de variedades de quesos tradicionales y sus miles de productores diferentes. Se nos prohibió, en definitiva, cualquier cosa que no estuviera reglada y controlada por ellos.

Haciendo un símil, la realidad de lo sucedido es análoga a como si el Estado hubiera quemado millones de bibliotecas repletas de ejemplares inéditos llenos de descubrimientos e ideas únicas. La estatalización fue y es nuestra muerte, igual que lo ha sido en todos los lugares del mundo donde el Estado ha desplegado sus ansias de poder. Desde el franquismo y sus continuadores parlamentaristas (igualmente dictadores, pero más refinados), toda nuestra forma de vida la empezaron a calificar de economía sumergida ilegal, y las personas fueron empujadas a irse a la ciudad o quedarse y pasar por el aro industrialista del “cuanto más grande mejor”.

La Política Agraria Comunitaria (PAC) fue la estrategia llevada por los Estados, a nivel europeo, para acabar con su antagonista más peligroso: las gentes del campo, su cultura y su cosmovisión, en especial las del sur de Europa. Las razones que esgrimen los académicos y políticos de que fue el hambre la causa primera de la implementación de la PAC es una media verdad. La erradicación de la hambruna de posguerra era imprescindible para crear la paz social y el control que requería la estrategia de domar y destruir a las gentes rurales. La dependencia de las dádivas envenenadas transformó totalmente la realidad de nuestra península y acabó de vaciar lo que quedaba, aún a duras penas, en nuestros pueblos.

Actividades comunes para el autoabastecimiento, empezaron a ser consideradas atentados contra la salud pública, fraude fiscal o delito medioambiental. Hasta se nos ha empezado a perseguir cuando nuestros familiares nos ayudan en las labores.

Poco a poco se ha ido destruyendo todo lo bueno, todo lo sostenible y todo lo comunitario. Y para colmo se nos ha dicho que es “por el bien común” y se nos ha tratado de hacer comulgar con la enorme patraña de que: “el Estado somos todos”. Una patraña mussoliniana. El Estado es una corporación piramidal con sus propios intereses. Un complejo entramado de oligarquía, gobierno, burocracia, grandes monopolios y megaempresas, donde el ejército es su espina dorsal. Una enorme sanguijuela que se fundamenta en dos objetivos; mantener su poder y aumentarlo. Todo ello no tiene como objetivo a las personas, ni al medioambiente, ni mucho menos a los lobos. Todos nosotros solo somos “recursos” a su provecho. El Estado es una garrapata colosal de la sociedad, las comunidades y el medio. La cultura y el ámbito urbano son óptimos para generar personas más fáciles de manejar que las rurales, ya que llevan mucho tiempo desconectadas de la naturaleza, sus ciclos y del sentido de la vida. El urbanita consciente no puede más que tragar, sobre todo porque ha cortado por completo su capacidad de autoabastecerse de lo necesario. Y esto se verá con claridad cuando la gran crisis apriete. Cuando pase esto el mundo rural dejara de ser algo floclórico y anecdótico. El urbanita estará contra las cuerdas, como ya lo ha estado en otros períodos históricos. El rural aún podrá organizarse sino nos destruyen antes.

Pero ojo, que poco a poco se van modificando los modos de vida en los pueblos y cada vez se parecen más a urbanizaciones periféricas de las megalópolis. Su vida es, cada día que pasa, más similar a la urbanita. Los colonizados van asimilando los rasgos culturales de la metrópoli imperial conducidos por una política del palo y la zanahoria; mucho soborno, mucha propaganda y mucha policía. Esta deriva podemos pararla si abandonamos el cómodo hedonismo y nos ponemos manos a la obra, paso a paso, autogestionando nuestro conocimiento y lanzando una mirada de amor a nuestros iguales. Los esfuerzos estatales han desplegado todos los medios disponibles para conquistar las mentes y corazones (asistencialismo, dádivas, prebendas, sinecuras, cine, prensa, universidad, documentales, libros, internet, fundaciones, radio, moda…).  Y es difícil discernir la paja del grano. La ciudad y sus valores han penetrado en nosotros, y los valores rurales se han disuelto en ellos. ¡y pensar que más del 80 % de la población hace un siglo era rural! Van sólo tres generaciones de personas urbanas y la desconexión es ya descomunal.

Además, lo urbano es invasivo y hegemónico y no pasa un día sin que nos lluevan las lecciones de como tenemos que hacer las cosas en el campo. No hay límite al engreimiento y a la jactancia. Nos aleccionan sin freno desde sus mares de asfalto cómo debemos los pastores convivir con el lobo y nos imponen sus caprichos. No hay medida: aleccionan a los inuits el cómo deben vivir en el hielo, a los chachapoyas como lo deben hacer en la selva, a los bosquimanos en el desierto, a los bajau en el agua o a los sherpas en las montañas.

Nuestro deber es resistir y a contraatacar por todos los medios.

Acometer como lo hace el Estado y sus esbirros contra el campesinado es atacar a la libertad como idea y como cosmovisión. Es impedir que las personas puedan vivir por sus propios medios. El Estado busca la dependencia, la obediencia, el sometimiento y el no-ser. El pastoreo es uno de los últimos eslabones, sino el último, que queda de nuestro campesinado más auténtico. Somos los últimos que quedamos y vamos a pelear. Un voluminoso y combativo movimiento de vuelta al campo puede darse si ponemos el esfuerzo en el centro de nuestra vida.

Nos exigen obediencia a su nuevo clero de especialistas y expertos, pero sus medios poco o nada hablan de lo que supuso la cultura capitalista y ultra-estatista de los listísimos ingenieros agrícolas. “Lecciones magistrales” que condujeron a la extinción a cientos de razas autóctonas de vacas, ovejas, conejos, gallinas, cerdos, cabras, perros… Tan listos, que lo llenaron todo de monocultivos, nitratos, pesticidas, salinización, erosión, compactación, cáncer…, en definitiva, unos ingenieros tan tan tan brillantes que lo que hoy nos traen es desierto, una megaextinción de especies y “un hambre que viene”. ¿Qué inteligencia, sapiencia y excelencia será esta del pan para hoy, hambre para el mañana? Desde luego esto no es una idea propia del mundo rural, donde la previsión fue un principio fundamental. Lo que se está haciendo es quemar las naves por la mayor gloria del Estado. Esto es a lo que llegan las minorías excelentes de las que hablaba el liberal fascista Ortega y Gasset.

Los compinches de los ingenieros agrícolas, los ingenieros forestales, por supuesto desde sus ciudades, sus ministerios y su aguda misantropía, nos lo llenaron todo de pinos y parques y se abarrotan el pecho de medallas. El cuerpo de funcionarios veterinarios remató la jugada con medidas represivas sin réplica en el supuesto intento de acabar con ciertas enfermedades y se cebaron con la ganadería extensiva. El resultado es bochornoso: no han hecho más que hacinar y encerrar a cal y canto a millones de animales y poner a la humanidad en un brete con los riesgos brutales de zoonosis letales infernales. Un cuerpo de veterinarios que ha llevado, con su confinamiento industrial intensivo, el maltrato animal al nivel Dios. Han convertido a los pollos y a los cerdos en amasijos de carne tóxica con ojos, destruyendo los acuíferos, erosionando el suelo hasta la devastación aridificadora para sus piensos, llenándolo todo de restos de fármacos y antibióticos, levantando mataderos colosales inhumanos… Una zootecnia abominable, nazi, diabólica.

Ahora quieren condenar a lo queda de mundo rural y su gran biodiversidad asociada porque una sola especie elegida, EL LOBO, se les ha metido entre ceja y ceja a los “ecoestatistas”. La casa no se empieza por el tejado, porque de lo contrario no hay casa. No lo dicen, pero en el fondo no quieren construir esa casa, quieren reducir la población y dejar vacías de humanos amplias zonas de la ruralidad. Son neomalthusianos (anti-niños que quieren que más de la mitad del planeta sea un gran Parque Nacional donde sólo entren funcionarios y adinerados). Misántropos y afectos a la ecología profunda (aunque muchos quieran darse el pego de que apoyan la Ecología Social o la agroecología). En su inaudito fascismo nos consideran una plaga.

Contra nosotros se abalanzan estos conservacionistas fuera de sí. Con una gestión suicida, ecocida y cruel. Nos imponen que el lobo se expanda sin poder defendernos, ya no un control concejil popular o desde las oficinas funcionariales de arriba, nada, ningún control, ninguna gestión: ni autogestionada ni jerárquica. Repetimos que esto sólo tiene un sentido: vaciar de autóctonos y asestar la estocada definitiva a la ruralidad que aún queda. El lobo no está en peligro por su cantidad, está en peligro por su consanguinidad y esto es fácil de resolver trayendo un macho de un lugar lejano, igual que hacemos los pastores. Pero sobre todo, si queréis conservar al lobo se debe dejar que las poblaciones rurales se defiendan de él, que surjan millones de pastores que vuelvan a fertilizar la tierra, cuidar del bosque, evitar las erosiones, llenarlo todo de flores y semillas, fomentar a las aves, los roedores, los corzos, los tejones, los escarabajos…, pastores que vuelvan a llenar el monte de carroña lista para comer. Se dice que el lobo está en peligro también por razones pecuniarias de las jugosas subvenciones europeas,

Insistimos, para conservar al lobo, no se debe destruir al pastor y vaciar el campo de gente. Al revés, deben fortalecerse y multiplicarse los rebaños y las poblaciones rurales. Para fortalecer la población rural y así fomentar la vida silvestre sólo hay una manera: libertad. Libertad significa responsabilidad, concejo abierto, comunal, comunalidad, soberanía completa sobre el término municipal y coordinación horizontal con el resto del mundo. En cuanto al Estado sólo hay un camino: o lo destruimos o él nos destruye. Cuando hablamos de comunal no nos referimos sólo al que se mantiene hoy día como tal, sino a la recuperación del antiguo comunal como por ejemplo son todos los, llamados por la jerga de los protervos ingenieros, Montes de Utilidad Pública. Ni que decir tiene que todos los latifundios deben volver a ser del común.

La conservación se lleva a cabo siendo productivos en el medio rural, y no siendo “productivos” en el expolio fiscal, las prohibiciones, los funcionarios, el mando, el parasitismo y la caradura que es lo único que produce el ecologismo gorrón. Hay muchísimas cosas que se podrían hacer para que el medio natural funcione, pero ahora a los ecologistas de salón, les ha entrado la moda de los grandes carnívoros, para calmar su aflicción de vergüenza urbanita, para sosegar su necesidad de naturaleza entre tanto asfalto y para encontrar una salida laboral en ministerios, consejerías, diputaciones o empresas públicas. ¡Hay que civilizar a los autóctonos del protectorado colonial rural que se niegan a obedecer a la metrópoli! ¡Más pedagogía! Vociferan. ¡A por las escuelas y las mentes de los niños! Y arrecian los millones a organizaciones como WWF para un enésimo documental más en el que se nos trate de convencer de que sorber y soplar se puede hacer al mismo tiempo, es decir, apoyar (fingidamente y de boquilla) al pastoreo mientras se pide el rewilding o reasilvestramiento de Parque Nacional sin humanos. Su adoctrinamiento se podrá mantener en la ciudad, pero a pie de monte se desmorona porque no coincide con la experiencia de los hechos reales y vividos de un pastor, un campesino o un rural. Tal vez nos venzan, pero no nos van a convencer, ni con su proyecto Campo Grande (vaselina pura para que aceptemos nuestra extinción pensando que es por nuestro bien) ni con sus sobornos envenenados, ni con Cristo que lo fundó.

Hay mucho por lo que luchar y el lobo no es más que un símbolo de propaganda política que se vende bien en las ciudades. Nosotros queremos conservarlo, pero no desde la tumba. Lo silvestre representa la libertad y por eso mueve tantas buenas intenciones en los urbanitas, porque viven en una auténtica ergástula demoníaca. Quieren la naturaleza para ellos, para sus fines de semana, quieren consumir experiencias, quieren la excitación de visitar una zona poblada por lobos y osos y luego quieren cenar en un buen restaurante a la luz de la luna; y, los más astutos, quieren sobre todo vivir de ello chupando de la teta estatal que nos expolia a todos. El escarabajo pelotero, el urogallo o la luciérnaga no levanta tantas pasiones, ni da tantos votos. El famoso cuento del parque de Yellowstone, nunca relata la totalidad de los hechos: y es que el ejército del Estado norteamericano (que no la gente común) expulsó y asesinó a los indios que vivían allí, y mató a todos los lobos. Como el parque dejó de tener su brillo y fue un desastre medioambiental con mega incendios por doquier, acabaron finalmente aparentando que hacían algo reintroduciendo lobos para reestablecer el “equilibrio” sin humanos de por medio. La simple idea de que los humanos puedan vivir en el medio natural es pecado mortal en el sancta sanctorum del ecologismo burgués. Cualquier comunidad humana que no viva del trabajo ajeno, que no viva de las rentas, del robo o que no viva de explotar fiscalmente a otros, necesita contener a los depredadores para poder vivir.

La industrialización del campo y la explosión urbana en los años 60, produjo el mayor ecocidio jamás habido; y justo donde se mantuvo el lobo fue en las zonas donde más fuerte era la cultura campesina y más fuerte se mantenían el comunal y las tradiciones pastoriles. Basta ya de delegar la responsabilidad y de tergiversar el relato y decir que fue la gente corriente del mundo rural la que llevó al lobo y al oso al peligro de extinción. Las especies no se extinguen solo por la caza puntual de unos cuantos ejemplares, sino por la modificación y desvertebración de su propio hábitat, y esto lo hizo el Estado.

Hechos que demuestran que el mundo rural no es el culpable de su desaparición los tenemos a montones. Baste como ejemplo tres testimonios: el geógrafo Auguste Henri Dufour recorrió nuestra península en 1835 y afirma que la vio “rebosante de osos, ciervos, lobos y gatos monteses”. El zoólogo alemán Alfred Brehem constató en 1856 que todo el País Valenciano y Murcia estaban llenas de lobos. Y el ornitólogo Irby L. Howard, todavía en 1895, hablaba de una sierra nevada granadina llena de lobos e incluso habla de lobos en las montañas malagueñas de Ronda. Si esto era así en el siglo XIX en el Este y el Sur peninsular, nos podemos imaginar cómo estaba el norte peninsular. Nadie negará que a principios del siglo XIX el pastoreo y el mundo rural estaba rebosante y lleno de esplendor. Había carroña en abundancia gracias a los rebaños; y éstos cuidaban de los bosques, prados, biodiversidad animal y vegetal.

Para descubrir quien destruyó el bosque y expulsó a los pastores de muchos lugares de la península, baleares y canarias, pero en concreto del actual Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas y sus alrededores, basta con leer el libro de Emilio de la Cruz Aguilar La destrucción de los montes: claves histórico-jurídicas. Os lo adelantamos: fue el Estado. De la Cruz Aguilar nos dice con toda la razón que: “la aspiración de los forestales ha sido siempre vaciar las sierras de personas”.

Es la ley desamortizadora de Madoz (1854-1924), organizada por los liberales y, sumada a las anteriores desamortizaciones que venían dándose desde el siglo XVII, las que deforestan las 4/5 partes de la península para sus astilleros militares; para las traviesas de un ferrocarril que servía sobre todo para llevar a la Guardia Civil de aquí para allá y aplastar cualquier resistencia; para sacar a los campesinos de sus tierras y ponerlos a trabajar en la industria; para el carbón vegetal para la fundición de armamento; para la construcción de los ensanches de las ciudades; para las crecientes necesidades urbanas; para la cerealización; para sembrar vides con las que embriagar a los obreros y hacerlos más sumisos; para el entibado de la minería; embalses…; o para que los nuevos compradores (aristócratas funcionarios casi todos) de bosques concejiles sacaran un dinero rápido talando a matarrasa sus nuevas propiedades. Según el naturalista bearnés Claude Dendaleteche, el Pirineo fue deforestado de sus enormes bosques de frondosas autóctonas por la Marina del Ejército y sus fraguas, para luego llenarlo de pinos donde la densidad de fauna y flora salvaje se desploma. Ha sido el Estado quien ha destruido el hábitat del lobo y todo el resto de la fauna salvaje arrinconándola hacia las zonas donde quedaba más vivo el mundo rural. El lobo ha sobrevivido gracias a las luchas campesinas contra la deforestación, contra la estatalización del comunal, contra la industrialización y contra la modernidad. La Fundación para la Protección de los Animales Salvajes (FAPAS) jamás entenderán esto pues están cegados por su amor a la Guardia Civil (al Seprona en concreto), ofuscados por su amor al Estado y, en definitiva, alucinados por su odio al pueblo. El saber no implica el comprender y estos ecologistas no comprenden nada. En su desvarío totalitario gritan: ¡el Estado salva a la Naturaleza! ¡fuera la gente común del monte!

Aún todavía están archivadas en el Congreso de los Diputados de Madrid las 9000 demandas de devolución de comunal que enviaron en la primavera de 1936 todos y cada uno de los pueblos del Estado. Aún permanecen sin atender. Va siendo hora de que levantemos un vigoroso movimiento que reclame la devolución de nuestro comunal.

Y, hagamos memoria antes de acusar al campesinado o a los pastores de acabar con el lobo: el Estado y sus Juntas Provinciales de Extinción de Alimañas, organismo del Ministerio de Agricultura, no pararon desde 1953 hasta 1968, ni un solo día, de perseguir y exterminar zorros, águilas reales, milanos, lobos, osos, búhos, tejones, lagartos, gatos salvajes, nutrias, urracas… El Estado, que ahora lo llena todo de “figuras de protección” (falsa protección, más bien expropiación), estuvo día y noche llenando campos y montañas de estricnina, un potente veneno que afecta al sistema nervioso central de los animales que mueren cruelmente entre convulsiones. Decenas de miles de animales silvestres fueron masacrados por el Estado, el mismo que, a su vez, había arrasado sus bosques.

El Estado ha llevado al mundo rural tradicional a la extinción; este mundo ha sido muy superior en coexistencia con la fauna y flora silvestre que el actual. Además, ha sido mucho más avanzado en aspectos como la libertad, el comunal, el concejo abierto, el derecho auto-creado consuetudinario, el colectivismo, el respeto al bosque o la comunidad familiar, vecinal y comarcal. Ahora quieren rematarlo con una política de “protección medioambiental” que expulsa, bloquea, controla, asfixia e impide la vida en el campo. Cerca de 8000 agentes forestales que ostentan la condición de agentes de la autoridad, policía administrativa especial y policía judicial genérica (el Ministerio del Interior baraja armarlos en un futuro cuando la situación lo requiera) velan para que el poder central se imponga sin rechistar; junto con jefes veterinarios, ingenieros y guardias civiles completan las fuerzas de ocupación. La extinción de los pastores y campesinos debe ser bajo estrecha vigilancia y en orden. Vamos a destartalar sus planes, y si no lo conseguimos nosotros, lo harán nuestros hijos.

La red Natura 2000 y la directiva europea han tenido una gran contestación en países como Francia, alegando entre otras cosas que es una confiscación de tierras desvergonzada. Para nosotros es una nueva desamortización, que se ceba especialmente en las tierras de propiedad de los vecinos de los pueblos y en los comunales de los montañeses. Una legislación de excepción ultra prohibitiva se cierne sobre los espacios “protegidos” e impide que existan o prosperen alternativas pequeñas, agroecológicas, familiares o grupales viables que planten cara al gran agronegocio. De tal manera que el conservacionismo de salón y la producción industrial intensiva se funden en un interés común, en un gran abrazo. Fomentando la esclavitud animal generalizada, la destrucción de suelos, desertificando y  contaminando acuíferos, produciendo cáncer y pobreza. La red Natura 2000 es ecocida, hay que decirlo alto y claro.

Enemigos a sueldo de la ruralidad son estos nuevos lobbys de corte conservacionista. Armados de unos medios audiovisuales megafinanciados, distorsionan nuestras ideas y realidades intentándonos enfrentar. Divide y vencerás para gobernarlos a todos. ¿Qué es eso de los pastores a favor de que no nos podamos defendernos del lobo? En todas las entrevistas que hemos leído y escuchado sobre dichos pastores, ninguno afirma con rotundidad dicha idea. Mas bien confirman que las medidas para la convivencia son irreales, poco eficaces e incompatibles con la realidad actual. La única forma de convivencia es como se hace en Canadá, y no es nada pacífica sino armada.

Los pastores tenemos derecho a defendernos. No puede ser que el Estado nos ate a un árbol y el lobo nos ataque al rebaño y nos coma el hígado mientras permanecemos vivos. Con el lobo hay que gestionarlo tal como se hizo siempre en el mundo rural, conteniendo y no exterminando. Lo de exterminar es cosa del Estado como bien demuestra su historia. Los alimañeros de los pueblos sacrificaban cachorros de lobo en la época de cría para contener la población, nunca para exterminar. La competencia de la gestión de depredadores como el lobo y el oso, debe residir en concejos abiertos omnisoberanos, que tengan jurisdicción plena sobre su término municipal. Esto es la libertad y esto es la democracia, todo lo demás es dictadura. Concejos que se pueden coordinar a nivel comarcal, provincial y así sucesivamente.

Debemos organizarnos al margen de partidos políticos y de asociaciones de gentes que no viven nuestra realidad cotidiana, sino que viven de nosotros e intentan dirigirnos. Ellos solo nos utilizan para su medro social, absorber subvenciones y calmar sus conciencias. CUIDADO con organismos que crean espacios de falso debate, ya que las propuestas son canalizadas a unos consensos ya pactados y deseados por estos agentes que de manera paternalista nos guían hacia su verdad, que no es más que la Razón de Estado. Al final acabamos desmovilizados y hartos de tanto boato. Esos espacios de debate con funcionarios, académicos, y diversos expertillos que viven a tu costa son un callejón sin salida. Se ridiculiza a los pastores y nos utilizan para sus estudios, nada vinculantes con nuestras problemáticas reales. Su lógica y sus valores urbanitas lo inundan todo, donde el pastor es importante por sus beneficios ecosistémicos, no como personas libres con derechos y capacidad de decisión. Estos espacios son para apaciguar y dar legitimidad a ciertas políticas estatales, para simular participación. Una dictadura con un trampantojo dibujado muy verde y bonito. La realidad es que al final estas tú solo frente a los lobos, los de verdad, y frente a los lobos del Poder. Y eres tú el único junto a tus vecinos (si te quedan), junto a tus iguales, con los que os sacaréis las castañas del fuego.

Y ojo, que no se nos malinterprete pues no decimos que no haya buenas personas bien intencionadas en todas estas fundaciones y asociaciones de defensores del pastoreo llenas hasta arriba de técnicos y funcionarios; sino que las cosas no se conocen de verdad hasta que no las vives en carne y hueso, y de eso los pastores sí que sabemos mucho. Rechazamos su dirigencia. Aceptamos su consejo. Pero la soberanía de los municipios debe recaer sobre los que allí viven.  La mayor parte de éstos técnicos, biólogos, ingenieros y funcionarios son estatólatras y por lo tanto están ciegos, cegados por el Sentido de Estado, cegados por la teoría del Progreso, cegados por el Poder, cegados por la dictadura parlamentaria, cegados por las utopías socialdemócratas totalitarias. Por todo lo expuesto creemos que es el momento de refortalecer el apoyo y los vínculos entre pastores y pastoras que quedamos, y entre todos los rurales. Esforzarnos porque nuestros rebaños sí que tengan un relevo generacional y no seamos los últimos. Que no nos gane el derrotismo o el individualismo extremo, que no nos abrume la complejidad, que no nos venza la desesperanza, porque a pesar de pasar muchas horas en soledad, no está escrito en nuestros genes que seamos personas insolidarias o solitarias. ¡Unámonos! ¡Con actitud positiva, desafiante y combativa! Rescatemos lo que queda de nuestra cultura y defendámosla con pasión. Una vez más, los ibéricos nos lanzaremos contra la injusticia y por la libertad.

                                   Pastores en resistencia. Enrique Bardají Cruz y María Bueno González.

                                                           23 de febrero de 2021

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[1]“En defensa del territorio: movilización mapuche en áreas protegidas” Sara Mabel Villalba Portillo.

[2]“Naturaleza cercada. Pueblos indígenas, áreas protegidas y conservación de la biodiversidad” Marcus Colchester.

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