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  • Autor de la entrada:Concha Sánchez Giráldez

 

Un virus recorre el mundo de oriente a occidente despertando alarmas a su paso. Mientras amaina en su origen, arrecia sobre Europa azotando el sur con una mano invisible. Las autoridades han dictado el confinamiento de la población a fin de protegerla de contagio.

En Italia las víctimas mortales se cuentan por miles y en España, donde aún no hemos alcanzado el pico de contagio (según nos advierten), estamos viviendo, hoy 20 de marzo, nuestro sexto día de cuarentena.

El usuario de redes (la inmensa mayoría de la población lo es hoy) no sabe precisar la fecha exacta en que contempló atónito las imágenes que llegaban de Wuhan, epicentro de la catástrofe. China cambió en este siglo su leyenda de imperio del sol naciente (traída por los viajeros del pasado) por otra en que se yergue, ciertamente, como potencia industrial y tecnológica. Pese a la extendida red de bazares que desde hace años colonizan nuestros barrios, para la mentalidad occidental los chinos aún conservan su aura de misterio indescifrable. En diciembre y enero la superpoblada megalópolis hacía frente a los contagios del virus con un despliegue de medios cuya contundencia suscitaba asombro e incredulidad entre quienes visionaban las imágenes. Las avenidas desiertas rociadas con desinfectante por camiones cisterna, los rascacielos convertidos en precintados refugios verticales, los agentes de seguridad que ejercían la fuerza sobre ciudadanos detenidos y raptados en mitad de la calle o sacados a rastras de sus apartamentos. Imposible dar crédito a semejante desproporción, si hasta esos agentes (de gran talla y complexión), equipados con buzos blancos impermeables y máscaras herméticas, parecían sacados de una película de ciencia ficción o de terror.

Resulta difícil discernir ficción de realidad cuando estamos acostumbrados a beber el mejunje virtual que combina y mezcla streaming y memes, fakes y noticiero de agencia oficial. En enero se cernía la duda sobre si el virus se extendería a otra zonas geográficas, se hablaba de epidemia. Aunque el ejecutivo chino lograba contenerla en una región, lo cierto es que saltó, atravesando miles de kilómetros, hasta el norte de Italia. Poco después ya se encontraba entre nosotros, aunque desde el gobierno de la nación se procuraba restar importancia a la incidencia de casos. Designó un gabinete de crisis y un portavoz de la gestión sanitaria que en el transcurso de los días y el avance de los contagios ha ido demostrando inoperancia o acaso negligencia.

Cuando los acontecimientos en Italia señalaban la gravedad de la epidemia, que repuntaba haciendo entrar en emergencia a los centros sanitarios, aquí el ejecutivo animaba a participar en manifestaciones multitudinarias, autorizaba eventos deportivos de masa o concurridos mítines políticos, desatendiendo las advertencias de la Organización Mundial de la Salud, que días después declararía pandemia. No tomó medidas de calado porque consideró la propaganda feminista más conveniente a sus intereses partidistas que atajar el problema de salud de la población. Otrosí, transcurrido el evento del 8M, las cifras declaradas hasta entonces sufrieron un incremento súbito y ya se iban admitiendo gestos cariacontecidos entre los representantes públicos. Tardarían aún una semana en declarar el Estado de Alarma, mecanismo constitucional que admite la restricción de libertades cívicas, unificar criterios de actuación y desplegar a las fuerzas armadas por el territorio en labores de emergencia. De este modo, pasamos del despliegue festivo callejero donde el feminismo institucional (mezclado con el radical y el populista) desafiaba al virus en las pancartas y más abiertamente en las actuaciones, con la ministra de igualdad –poco después diagnosticada con el virus– estornudando sobre la feligresía concurrente en la manifestación. A ese jolgorio festivo siguió, en apenas días, dictar el confinamiento obligatorio de la población, el cierre de centros de enseñanza, de comercios y locales de ocio. El cese de toda actividad no considerada imprescindible. Así como la restricción de movimiento dentro del territorio con la anulación de líneas de transporte de viajeros, el cierre de fronteras terrestres y la imposición de vigilancia y castigo de aquellos que osen salir de sus casas sin la estricta obligación de acudir a los puestos de trabajos no prohibidos, a comprar artículos de primera necesidad, asistir a centros sanitarios o atender las necesidades de las mascotas domésticas.

Transcurridos seis días de confinamiento domiciliario la ciudadanía aún no logra gestionar el shock emocional a que se le ha sometido. En redes se detectan los ánimos entremezclados. La recurrencia al humor (memes y anecdotario), llamadas a la obediencia como deber solidario, la participación en performances cuya convocatoria se viraliza (aplausos en los balcones, compartir música desde ellos) y que son mímesis de los ya realizados en el país vecino. También se percibe la preocupación cierta de quienes han perdido el puesto de trabajo y abruptamente se les ha truncado la posibilidad de ganar el sustento. Para este amplio sector, que puede estimarse en cientos de miles, las medidas de ayuda determinadas por el gobierno ofrecen poca garantía o nula confianza.

El confinamiento se estableció para 15 días, sin embargo es altamente improbable que no se vea incrementado en 30 o más días, dado que, se nos dice, tardaremos en alcanzar el pico de contagios.

Se nos está exigiendo obediencia, una obediencia ciega a unas autoridades que han demostrado anteponer sus intereses de grupo, como clase dirigente, al bien común. Mediante imposiciones, sin explicaciones ni rendición de responsabilidades, pretenden que sus normas sean acatadas sin fisuras. Sospechan, sin embargo, que esto no se dará con sumisión de lacayo, por lo tanto se guardan las espaldas determinando castigos. Han movilizado formidablemente a las fuerzas de seguridad, que en un exceso de celo están amonestando por causas que ni siquiera contravienen el decreto, es el caso de quien ha sido amonestado cuando en solitario paseaba al perro por una zona aledaña a la de su residencia habitual, que había elegido por estar poco poblada.

La amenaza cierta que gira como espada sobre nuestras cabezas es la que sentimos contra nuestra salud, por lo que una inmensa mayoría guarda las normas sanitarias por el bien propio y el ajeno, incluso no habiendo obtenido más que información escueta, parcial, apresurada y hasta improvisada ad hoc. Incluso cuando no pueden confiar en quienes han impuesto las normas habiendo demostrado inoperancia, contradicciones y hasta desacato de sus propias decisiones ejecutivas. ¿Por qué un vicepresidente del gobierno en cuarentena (por sospecha de portar el virus) rompe la misma en dos ocasiones y en cambio la ciudadanía perfectamente sana tiene que obedecer normas que se contradicen entre sí, que no tienen en cuenta el más elemental sentido común? Pues porque la ciudadanía puede ser amonestada y multada o detenida, esto es criminalizada, pero quienes han dictado la norma pueden hacer o deshacer a su antojo y no pueden ser reclamados ni amonestados, ni mucho menos multados o detenidos. Dado que también dirigen a las fuerzas de seguridad no las dirigirán contra sí mismos mejor optan por azuzarlas contra el pueblo al que dicen servir. De este modo se sacuden culpabilidades para depositarlas fuera de ellos, sobre nosotros, los confinados, aunque no confiados.

La angustia es una respuesta ante la incertidumbre, ante la inmovilización. También lo es el escepticismo ante una situación inédita, con tintes tan surrealistas que cuesta creer como cierta. ¿Podríamos haber imaginado que actos tan cotidianos como acceder a cualquier comercio, dar un simple paseo o llevar a los niños al parque se podrían ver truncados de un día para otro? ¿Podemos asumir sin ambages una amenaza que no se ve más que en los alarmantes titulares? En el sexto día de encierro aún no es posible asumirlo, así que optamos por elegir válvulas de escape. Posteamos memes o contamos anécdotas adobadas de exageración, en el humor hallamos alivio sintomático. Rebuscamos noticias que consumimos con la glotonería de un perturbado persiguiendo la cordura. Nos adherimos a teorías conspiranoicas que no dejan cabos sueltos en sus explicaciones porque necesitamos una respuesta, así esté viciada de sesgos o inflada de fantasía.

Con la rutina cotidiana rota nos hallamos compartiendo de continuo un espacio que antes las ausencias intermitentes hacían más holgado. Las fricciones en la convivencia se hacen notar, nuestras viviendas tienen unas dimensiones limitadas. Desde campañas virales los ricos y famosos mediáticos nos reconvienen a quedarnos en casa, sabemos que para ellos es fácil quedarse en sus mansiones con jardín, mientras ni se les muda la sonrisa en el Instagram. No les abruma la pérdida del empleo, ni cómo hacerle frente al pago de facturas básicas. Tampoco nuestros gobernantes se sienten concernidos por los efectos colaterales que provoca su ineptitud, aunque pregonan que desean nuestro bien.

Desde los medios se nos alienta a la distracción. Plataformas de entretenimiento ofrecen acceso gratuito a contenidos, envueltos convenientemente como regalo solidario, pretenden pescar en el río revuelto a futuros clientes. También los influencers o aspirantes a serlo elaboran incansables productos audovisuales con que agrandar sus nóminas de seguidores.

¿Cómo debemos las personas comunes afrontar tan anómala situación? Tras una primera etapa de no aceptación, de ira o de incredulidad, conviene dimensionar la situación, elaborar una estrategia que nos permita no desfallecer o incluso fortalecernos. La distracción vana, donde sólo somos meros espectadores pasivos, nos enajenará, es por eso que quienes nos desean dóciles, para así someternos mejor, la recomiendan. Si bien no conviene anclarse a pensamientos circulares obsesivos ni atormentarse con todo aquello que no está en nuestra mano ahora resolver, la mente es una poderosa defensa contra el tedio. Podemos alimentarla con lecturas, con reflexiones sobre ellas. Conversar con la familia, aprovechando ese tiempo de que ahora disponemos, compartir juegos, practicar ese hobby que normalmente queda relegado por anteponer otras prioridades. Es también conveniente hacer, aprovechar para ordenar, recomponer algo que se ha deteriorado con el uso, etc., sentirnos útiles nos ayudará. A quienes viven solos comunicarse con amigos o familiares aunque sea en la distancia le resultará estimulante.

Debemos cuidar de nosotros mismos, esta experiencia nos está demostrando que no podemos confiar en líderes cuya única capacidad consiste en vender humo envuelto en triquiñuelas y palabrerías. Cuidar también de los nuestros, plantearnos un compromiso solidario para fortalecernos más allá de esta circunstancia. En el futuro más inmediato necesitaremos establecer redes de confianza para afrontar la cotidianeidad devuelta, que ya no será la misma.

Evadirse del presente debilita, afrontar la realidad aunque no muestre su mejor versión, fortalece. En circunstancias adversas muchos encontraron un sentido nuevo. Existe una libertad que nunca puede sernos arrebatada, es la libertad de nuestra mente, con ella podemos trazar nuevos caminos a seguir. Ella nos permite hallar las estrategias necesarias para demandar justicia, para adquirir templanza, para forjarse una individualidad fuerte con que contribuir a una comunidad que necesitamos tejer con una urdimbre tupida. Es en la unión de los semejantes donde hallaremos la fortaleza suficiente para librar esta guerra que nos han declarado ciertos personajes en puestos de poder. No hay poltrona que no se tambalee si es empujada por muchos. Hay que sumar.

Las mentes no están confinadas, ponerlas a trabajar es un desafío con el que los amos del timón no cuentan.

Concha Sánchez Giráldez

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