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  • Autor de la entrada:Alexei Leitzie

Texto complejo y algo extenso pero animo a su reflexión. El feminismo institucional y el régimen COVID mantienen numerosas similitudes y coincidencias en sus discursos, en sus métodos procedimentales y, especialmente, en sus resultados.

PROPAGANDA Y TABÚ
El feminismo fue incrustado en la sociedad a través de los aparatos de propaganda institucional del Estado, de los medios de comunicación y a través de legislación específica. Desde los medios se indujo una atención artificial sobre un problema que se magnificó a través de un bombardeo incesante de información interesada. La amenaza imaginaria de un machismo endémico escaló en la mente colectiva lo suficiente como para justificar medidas excepcionales. Se generó una narrativa obligatoria y una falsa sensación de consenso social a través de la amenaza de descrédito a quien cuestionase lo que era políticamente correcto. Se generó un tabú en las conversaciones entre personas porque individualmente todo el mundo fue instruido en respetar una ortodoxia incuestionable. Los «negacionistas» de la violencia de género eran quienes cuestionaban el relato que se decía explicar la violencia y contra quienes se arrojaban las cifras de mujeres muertas. El régimen COVID ha replicado e hinchado todo el proceso de simulación de una amenaza, así como los dispositivos del tabú, el estigma y el anatema; los «negacionistas» son todos los que critiquen en algún punto el relato oficial de los hechos y contra quienes hay que arrojar todas las cifras de muertes. Se utiliza un juego interesado de metonimias bajo el cuál cuestionar la explicación de la enfermedad no sólo se hace equivalente a negar la existencia de dicha enfermedad sino que también acarrea la indiferencia hacia la muerte y el dolor ajenos, exactamente lo mismo que indujo el feminismo mediático.

El régimen COVID ha implementado campañas de publicidad institucional multimillonarias que recuerdan en su chantajismo sectario a las habidas a cuenta del feminismo. El gobierno feminista ha regado con millones de euros a los medios de comunicación y ha llegado a secuestrar las portadas de la prensa nacional con consignas políticas favorables al régimen COVID. Mantener la ilusión de una amenaza estructural machista en la sociedad cuesta lo mismo que mantener la ilusión de una epidemia de contagios: millones de euros. La inmensa mayoría de la población no tiene entre sus vivencias diarias ninguna experiencia que corrobore que existe una amenaza machista o vírica en la sociedad. Las campañas de adoctrinamiento incesantes consiguen que mucha gente reinterprete sus propias experiencias en la clave deseada y, así, muchas mujeres llegan a explicar episodios de su vida como episodios machistas, aunque no sean tales o esa no sea su explicación más honesta. De la misma manera se ha inducido una reinterpretación de la sintomatología gripal y mucha gente que sufre de estas afecciones las ha rebautizado como COVID, extendiéndose así la paranoia epidémica, con la capacidad mental de somatización de la enfermedad como poderoso efecto añadido.

INFIERNO CONVIVENCIAL
El feminismo institucional acarrea toda una programación mental que induce a la gente a ver a su alrededor sexos y no personas. La categoría común de ser humano se diluye frente a fricciones exageradas entre los sexos o los géneros, por eso este feminismo comporta una ideología del odio que no ve la inmensidad que nos une, sobredimensiona o directamente inventa conflictos entre los sexos y conduce así a una enajenación ideológica que insiste en batallar contra una guerra de sexos imaginaria. El resultado es un absurdo dialógico, un desencuentro creciente entre las personas, un recelo mentalmente programado del otro. El régimen COVID actualiza este desencuentro y lo convierte en infierno convivencial para todos. El feminismo conduce a una separación sexuada; el régimen COVID comienza con una mordaza libidinal universal. El feminismo azuza el miedo al varón (y a la mujer feminista); el régimen COVID nos declara a todos peligrosos en cualquier contexto de encuentro.

Ambos con diferente potencia y manera arrinconan en una sociopatía endémica, en una crispación ubicua de desconfianza hobbesiana desde la que se perciben primero los peligros imaginarios del encuentro con el otro. De esta manera la natalidad se ha desplomado por completo dentro del régimen COVID, una tendencia que arrastraban todos los países en los que el feminismo ha arraigado. El infierno convivencial adiestra personas asociales y apáticas, tendentes a lo depresivo, debilita los vínculos familiares, sociales y de la tierra, es como un seísmo que quiebra los pilares de nuestro sistema social. Genera un clima de maltrato generalizado solamente capaz de crear monstruos, más luchas sectarias de trincheras ideológicas y más enfermedad, por lo que dentro del régimen COVID sólo puede esperarse más dolencia, al igual que décadas de feminismo hiper-subvencionado, omnipresente, que ha implementado miles de charlas y talleres educativos sólo ven nacer generaciones más sexistas y violentas entre sí que sus predecesoras. El régimen COVID enferma y el feminismo fomenta el sexismo.

DESPRECIO POR LA GENTE
El feminismo supone un disparo ininterrumpido de desprecios, insultos y señalamientos de la gente común y corriente, a la que se tilda de misógina, machista e irrespetuosa. La causa feminista exige un aleccionamiento de la sociedad, que afirma vive embrutecida y es incapaz de un trato igualitario. El sambenito de «irresponsable» es una imagen especular del estigma «machista» que sirve para coaccionar voluntades y castigar comportamientos. Las cátedras de género y las asociaciones feministas son el contubernio de «expertos» que dictan los preceptos deseados con cobro en sueldos y prebendas, misma operatoria que convierte a los «expertos» científicos en comisarios políticos. El feminismo y el régimen COVID son un ejercicio de colusión permanente y de desprecio y señalamiento de las personas corrientes. Ambos tienen por agenda declarada influir en la conducta y ambos se asignan la función de implementar dichos cambios que, presentados como una falsa obra social, lo que esconden es esa convicción de superioridad frente al bárbaro sujeto común cuya libertad natural es un peligro social. Esta intención aleccionadora y disciplinaria define sus esencias tiránicas y totalitarias.

El feminismo denosta un régimen de discriminación sexuada porque el resto de categorías le son invisibles. Intenta incorporar a la ecuación el género y la raza aunque eso le valga una autodestrucción motivada por importantes contradicciones internas. El feminismo no tiene ojos para la categoría de clase y así considera que, en la lucha de la mujer, una limpiadora del hogar y la directora del banco Santander comparten horizonte porque ambas son mujeres. Esta ocultación responde a intereses propios del discurso feminista que, de esta manera, evita señalar la dominación que mujeres poderosas ejercen sobre mujeres sin poder, preservando la categoría artificial de «todas las mujeres» como un frente común imaginario. Esta obsesión por las categorías sexuadas permite también la criminalización de todos los varones por el hecho de ser varones, con indiferencia a la situación de cada uno. El régimen COVID pasa igualmente por encima de realidades estructurales como la clase y el poder para dictar confinamientos igual de severos en los pequeños pisos de barrios obreros y en los palacetes con terrenos. Las dificultades para sobrevivir en el régimen COVID se miden con arreglo a categorías que se ocultan de manera premeditada. El régimen COVID distribuyó las consignas «todos juntos» y «salimos más fuertes» pero maltrata mucho más a los pequeños propietarios y a las clases populares. De igual manera el feminismo vocifera una unidad de mujeres que no existe de principio y después machaca a cualquiera que disienta a la vez que se niega a señalar a las mujeres que ejercen poder sobre otras mujeres.

MENTALIDAD POLICIAL
Con excusa del feminismo vimos la proliferación de «patrullas violeta» encargadas de velar por la seguridad solamente de mujeres en los espacios de distensión y ocio. Al mismo interés de vigilancia policial entre la población civil responden los vigilantes COVID que poblaron las playas, los pueblos y los espacios de reunión. Ambos dos son re-ediciones dulcificadas de un somatén falangista que extiende una mentalidad chivata, parapolicial y de vigilancia perpetua, que sea «acicate de los espíritus». Con la «seguridad» como pretexto se vigila la espontaneidad de lo privado, se consiente una invasión de los encuentros y se ensancha la red de colaboración policial a colectivos civiles, lo que además multiplica de manera obscena el empleo en actividades improductivas, trabajos que no producen ningún valor, que responden nada más exigencias artificiales de control. El feminismo es fanático de las policías porque considera a las mujeres débiles rodeadas siempre de potenciales agresores e incapaces de gestionar por sí mismas su autodefensa. No obstante, el régimen COVID es una apoteosis del estado policial que deja en ridículo al mismo intento del feminismo. Los «espacios seguros» libres de varones fueron una excrecencia sólo con apoyo de los sectores más fanáticos mientras que los «espacios seguros» libres de COVID cuentan con cierto apoyo social antes incluso de ser una realidad. Los episodios de chivateo y hostigamiento desde el balcón, el aplauso en la reducción policial de «irresponsables» y demás epifenómenos de la mentalidad carcelaria consiguieron mucha más discordia que el feminismo en apenas unas semanas.

SUBVERSIÓN NORMATIVA
El feminismo y el COVID son utilizados para subvertir el clima garantista de nuestros sistemas legales. La Ley de Violencia de Género española crea tribunales de excepción y define delitos de autor, cometidos por varones, que son juzgados con diferente código respecto a sus compañeras. Niega también la presunción de inocencia y declara la inferioridad congénita de la mujer y su necesidad de tutela excepcional. Es una ley que añade una capa de legislación franquista de excepción a una base penal que ya recoge los delitos de agresiones. La ley es además un caballo de Troya que intenta imponer una necesidad de legislar la intimidad de las relaciones interpersonales, un acuerdo tácito que mantienen sus principales detractores, como Vox, que pretende sustituirla por una Ley de Violencia Intrafamiliar que conserve esa especial inquina por judicializar los conflictos íntimos en las familias con desprecio igualmente a los tipos penales ya vigentes y a la capacidad natural de los grupos humanos por resolver sus propios conflictos entre sí, sin el amparo obligado en instituciones disciplinarias, algo que funciona como amenaza omnipresente para las partes y agrava los problemas.

En ese punto el feminismo y el régimen COVID vuelven a coincidir en su empeño indisimulado por normativizar cada vez más aspectos de nuestra vida privada y nuestra vida convivencial, creando tipos delictivos excepcionales. El régimen COVID se ha impuesto en España y otros lugares violando los principios básicos de la legalidad vigente, pues un Estado de Alarma ni puede tener una duración de meses ni puede acoger la suspensión de los derechos de libre circulación o de reunión, que son anulados cuando se ordenan confinamientos o limitaciones en las reuniones. El régimen COVID es una transgresión de nuestros ordenamientos legales invisible para quienes han creído en el fantasma de una amenaza nacional, igual de invisible que el abuso feminista en materia penal para quienes creen que existe una amenaza machista en la sociedad. El régimen COVID realiza además un giro todavía más retorcido de la carga de la prueba: un supuesto contagiado es declarado culpable por el hecho de exponer a otros a un supuesto contagio y no por la certificación postrera de ese contagio. El delito no es el hecho consumado sino una aproximación prestablecida, tal y como Philip K. Dick anunció en su novela. La Ley de Violencia de Género no ha hecho disminuir el número de agresiones ni el régimen COVID ha supuesto beneficio alguno para la salud pública; muy al contrario, ambos son una agresión institucional directa a la salud de la sociedad, a la salud personal y a la salud relacional.

ORIGEN TRASNACIONAL
El feminismo permea desde las principales instituciones supranacionales, como la ONU, hacia abajo, hacia la sociedad civil, de la misma forma que el régimen COVID fue implementado apelando a organismos internacionales como la OMS. No son fenómenos de las clases populares, la sociedad no los pare sino que los soporta, le son inculcados y caídos de arriba. El feminismo ha penetrado específicamente en los países occidentales gracias a la connivencia de los estados y las grandes empresas. Esos mismos estados son quienes han hecho del régimen COVID un fenómeno específicamente occidental, pues en proporción a lo que Occidente es respecto del mundo, la pandemia tiene aquí una presencia asimétrica, afectando especialmente a Europa y América. La Cumbre Internacional sobre la Mujer celebrada en Pekín, China, en 1995, que nuestra Ley de Violencia de Género cita, supuso el gran despliegue del feminismo globalista que arraigó nada más en Occidente.

El feminismo, pese a ser central en la política de Naciones Unidas, no existe ni en África, ni en Asia, ni en los territorios ajenos al mundo occidental. El feminismo solamente prolifera (en forma de instituciones, cargos, asociaciones e incluso partidos, subvenciones multimillonarias mediante) en aquellos países donde ya rigen principios normativos de igualdad; el régimen COVID es más acusado y duradero en aquellos países donde rigen principios normativos más garantistas. El capitalismo trasnacional impone los preceptos feministas en sus grandes empresas sólo en sus sucursales occidentales, que son las que sufren mayores despidos, donde más se imponen el teletrabajo y las medidas profilácticas en el puesto de trabajo con motivo del régimen COVID. El feminismo es bandera indisimulada de grandes compañías como Google, Facebook o Twitter, que son, a su vez, las principales ejecutoras de la censura digital del régimen COVID. Las mismas empresas que se declaran favorables a las luchas por la igualdad son las que más favorables se muestran a imponer medidas sanitarias discriminatorias. La aerolínea Iberia exigía test de embarazo negativos para contratar a mujeres y fue multada por la misma administración que ahora exige test COVID para poder viajar. La tan laureada consigna feminista «mi cuerpo, mi decisión» no se entona para ejercer una oposición frente a la coacción para realizarse test o inocularse fármacos experimentales.

ENFOQUES SECTARIOS
El feminismo institucional se sirve de cifras oficiales para proyectar su discurso porque estas tienen un fuerte marchamo de legitimidad y autoridad. Pero es la propia administración la que orienta interesadamente dichas cifras de manera que el feminismo recoge frutos ya maduros. Las famosas cifras de denuncias falsas por violencia de género son, según Fiscalía, insignificantes, pero ello se debe a que Fiscalía sólo contabiliza una denuncia como falsa cuando persigue, de oficio, a la denunciante, y es algo que apenas se hace. Así, la cifra de 0,01% de denuncias falsas es oficial pero no es real y lo que esconde es un número escandaloso de denuncias instrumentales que le valen a muchas mujeres beneficios sobre sus parejas varones. El feminismo dice ser garante de la igualdad pero en la realidad crea dispositivos para la discordia interpersonal, que mandan al calabozo a miles de hombres inocentes y envilecen a las mujeres con herramientas para su supremacía. El régimen COVID está sustentado a través de cifras oficiales igualmente falsas e interesadas que justifican su discurso y su implementación normativa. Se reportan millones de casos COVID pero se evita mencionar el ínfimo porcentaje de personas que verdaderamente enferma. El feminismo institucional pasó a comunicar el número de mujeres muertas a manos de sus parejas varones como un acumulado de 15 años porque la cifra anual demostraba la ineficacia de la Ley de Violencia de Género; el régimen COVID comunica cifras de fallecidos como acumulados para generar mayor impacto. El feminismo renunció a contabilizar las cifras de agresiones a varones en el ámbito de la pareja; el régimen COVID ha dejado de contabilizar los casos de gripe y otras afecciones respiratorias para abultar más las cifras COVID.

El feminismo ve machismo y misoginia en cada vez más rincones, en actitudes, actos e incluso expresiones que no fueron señalados como machistas hace apenas unos años. Esta práctica supone un secreto reconocimiento de su naturaleza puramente ideológica, de la misma manera que cuando un anuncio publicitario de una gran marca con años de recorrido en el mercado añade a su cartelería rótulos del tipo «ahora sin aceite de palma» está reconociendo que, hasta esa fecha, se había utilizado el dañino aceite de palma en sus productos. El régimen COVID agradece a las mascarillas haber erradicado la gripe de temporada, la misma gripe para la que se pedía hace apenas unos meses una vacunación masiva por los mismos «expertos» que ahora promocionan la vacunación COVID.

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