Transcribo estos extractos del quinto capítulo de esta importante novela porque nos permiten ver una parte ocultada de nuestra cultura europea. Esta parte oculta es que, gracias al cristianismo (junto con la cultura griega, romana y de los pueblos prerromanos), nuestra cosmovisión profunda, idiosincrasia y mentalidad tiene un componente fuerte de tendencia a combatir y resistir el poder del Estado una y otra vez. Lo que Nietzsche llamaba la “enfermedad del socratismo de los pueblos de Europa” u Ortega y Gasset llamaba el “aldeanismo que insiste en mirar de igual a igual a las minorías selectas”. Para comprender en profundidad lo dicho recomiendo leer el prólogo de Félix Rodrigo Mora al libro Contribuciones a la historia del cristianismo primitivo de F. Engels editado por Potlach o la parte dedicada al cristianismo del libro de José Francisco Escribano Maenza Vida comunal y transformación.
Antes de transcribir los extractos ponemos en contexto. El cardenal Gran Inquisidor representa al Estado/Iglesia. Estado-Iglesia que nace fruto de la acción brutal, en el siglo IV, del emperador romano Constantino I; en su intento de destruir al odiado cristianismo de una vez. Constantino se da cuenta que la fuerza de la matanza, que lleva tres siglos a todo trapo, ha dejado de funcionar y procede a implementar otra estrategia: la asimilación, la integración, la institucionalización. Para ello funda la organización más anticristiana que uno pueda imaginar, esto es, la Iglesia católica y romana. En su seno el cristianismo es digerido, desnaturalizado, en fin, destruido.
Para implementar este plan el Imperio Romano decide comprar y hacer funcionarios a lo más venal, corrompido y cobarde del cristianismo que había sobrevivido a las persecuciones y matanzas. Todas las rentas, propiedades y beneficios estatales de la Iglesia pagana romana son entregados a la nueva Iglesia católica. Y así se crea la negación del cristianismo en el año 323 como una institución central del Estado. El ejército romano pasa a ponerse a su servicio y las matanzas se reactivan de nuevo contra todos los disidentes que no aceptan esta perversión de pasar a fusionarse con la Bestia, con el Estado. De este modo la Bestia fagocita a su histórico enemigo cambiando así el ideal de amor al amor por el de la voluntad de poder desatada.
El cristianismo pasa de ser un movimiento que lucha contra la Bestia, un movimiento antiestatalista, antiesclavista, asambleario (Iglesia viene de ecclesia que en griego significa asamblea), contrario al patriarcado, contrario al Ejército profesional estatal, contrario al sistema judicial romano, a la jerarquía, a los ricos, al derecho romano, contrario a la inmoralidad del odio contra el prójimo…; para pasar a convertirse en una parte del Estado, para convertirse en la Bestia, para pasar a aceptar la esclavitud, a defender la jerarquía y la concentración de poder, el patriarcado, a los ricos…
La acción narrada por la novela de Dostoievski se desarrolla en Sevilla en el siglo XVI, durante los tiempos de la Inquisición. Jesucristo reaparece en una plaza de Sevilla y comienza a hacer milagros.
El cardenal Gran Inquisidor reconoce que es él, que es el verdadero Jesucristo, y al verlo:
“Arruga las espesas cejas blancas y en sus ojos relampaguea un fuego siniestro. Señala con el dedo y ordena a sus guardias que lo detengan […] Los guardianes conducen al preso a la estrecha y sombría cárcel abovedada del antiguo edificio del santo tribunal, y lo encierran en ella […] De pronto, entre las profundas tinieblas, se abre la puerta de hierro de la prisión y el viejo Gran Inquisidor en persona, con un farol en la mano, entra lentamente en ella […] Finalmente, se acerca pausado, deja el farol sobre la mesa y le habla: […] ¿Para qué has venido a molestarnos?”
El Gran Inquisidor le recuerda a Jesús las tres tentaciones, las tres preguntas, que el diablo le hizo en el desierto. La tentación del “tener”, la del “poder” y la del “placer”.
Refiriéndose al diablo el Gran Inquisidor le dice a Jesús:
“Decide tú mismo quién tenía razón: ¿tú o aquél que entonces te preguntaba? Recuerda la primera pregunta; aunque no literalmente su sentido era éste: “Quieres ir al mundo y vas con las manos vacías, con una promesa de libertad que ellos, en su simpleza y su natural inclinación al desorden, no pueden comprender siquiera, que les infunde temor y espanto, pues para el hombre y la sociedad humana no hubo nunca nada más insoportable que la libertad. ¿Ves estas piedras en este desnudo y abrasado desierto? Conviértelas en panes y la humanidad te seguirá como un rebaño, agradecida y dócil, aunque con el eterno temor de que tú retires la mano y se acabe tu pan”. Pero tú no quisiste privar al hombre de la libertad y rechazaste la oferta, pues, pensabas, ¿qué libertad es ésa si la obediencia se compra con pan? Replicaste que no sólo de pan vive el hombre… […]
Los hombres vendrán a nosotros, nos buscarán, nos encontrarán y aclamarán ante nosotros: “Dadnos de comer, pues quienes nos habían prometido el fuego de los cielos, no nos lo dieron”. […] Únicamente daremos de comer nosotros, en tú nombre, y mentiremos diciendo que es en tu nombre. ¡Sin nosotros nunca, nunca se alimentarán! Ninguna ciencia les dará el pan mientras sean libres, pero la cosa terminará en que ellos traerán su libertad a nuestros pies y nos dirán: “Es mejor que nos esclavicéis y nos deis de comer”. Comprenderán, por fin, ellos mismos que la libertad y el pan terrenal en abundancia para cada uno son cosas inconcebibles, pues nunca, nunca sabrán repartirlos entre sí. Se convencerán también de que tampoco pueden ser nunca libres, porque son débiles, viciosos, insignificantes y rebeldes. […]
Nos admirarán y nos considerarán dioses por el hecho de que, habiéndonos puesto a la cabeza de ellos, aceptásemos soportar la libertad y dominarlos, ¡tan terrible acabarán por considerar eso de ser libres! Pero nosotros diremos que te obedecemos a ti e imperamos en tu nombre. Les engañaremos de nuevo, porque ya no te permitiremos que vengas a nosotros. En este engaño se cifrará nuestro sufrimiento, pues debemos mentir. Eso es lo que significa la primera pregunta del desierto y que tú rechazaste en nombre de la libertad, que colocabas por encima de todo. […]
Tú rechazaste la bandera del pan terrenal y tú la rechazaste en nombre de la libertad… ¡Siempre en nombre de la libertad! […]
En esto tenías razón. Pues el secreto del ser humano no reside solamente en el hecho de vivir, sino en para qué ha de vivir. Sin una noción firme de para qué ha de vivir, el hombre no aceptará la vida y antes se aniquilará que seguir en la tierra, aunque a su alrededor todo fuesen panes. Esto es así, pero ¿qué resultó? ¡En vez de adueñarse de la libertad de los hombres, la aumentaste todavía más! ¿O has olvidado que la tranquilidad y hasta la muerte son para el hombre preferibles a la libre elección en el conocimiento del bien y del mal? Para el hombre no hay nada más seductor que la libertad de su conciencia, pero tampoco hay nada más doloroso. Y en vez de adoptar unas bases firmes para tranquilizar la conciencia humana de una vez para siempre, tomaste todo cuanto hay de extraordinario, enigmático e indefinido, tomaste todo lo que los hombres no podían afrontar, y por eso procediste como si no los amases en absoluto. ¿Y quién hizo esto? ¡Aquél que vino para dar por ellos su vida! En vez de dominar la libertad humana, tú la multiplicaste y abrumaste por los siglos de los siglos con sus sufrimientos el reino espiritual del hombre. Tú deseabas el amor digno del hombre, que él te siguiese libremente, seducido y cautivado por ti. En vez de la firme ley antigua -el hombre debía con el corazón libre decidir ante él mismo lo que es bueno, y lo que es malo, guiándose únicamente por tu imagen ante él-, ¿acaso no pensaste que acabaría por rechazar y poner en duda hasta tu imagen y tu verdad si lo oprimían con una carga tan terrible como la libertad de elección? Acabarían por decir que la verdad no está en ti, porque sería imposible mantenerlos en la confusión y el tormento más de lo que tú hiciste al dejarles tantas preocupaciones y problemas no resueltos. De este modo, tú mismo pusiste las bases para la destrucción de tu propio reino, no culpes a ningún otro. […]
Sentías ansias del amor libre, y no del entusiasmo servil del esclavo ante el poderío que lo espantó de una vez para siempre. Pero también aquí juzgaste a los hombres demasiado bien, pues, se entiende, son esclavos, aunque fueron creados como rebeldes. Mira a tu alrededor y juzga, han pasado quince siglos, acércate y míralos: ¿a quién elevaste hacia ti? Te lo juro, ¡tal como ha sido creado el hombre es más débil y bajo de lo que tú te imaginabas! ¿Puede hacer lo que tú hiciste? Al tenerlo en tanta estima, procediste como si hubieses dejado de compadecerlo, porque es mucho lo que de él pedías. ¡Y esto lo hizo aquél que lo amó más que a sí mismo! Si lo hubieses estimado menos, menos habrías exigido de él, y esto se habría acercado más al amor, pues la carga no se le habría hecho tan pesada. Es débil e infame. ¿Qué importa que ahora se rebele por doquier contra nuestras autoridades y se muestre orgulloso de ello? Se trata del orgullo del niño y el colegial. Son chicos que se han sublevado en la clase y han echado al maestro. Pero el entusiasmo de los chiquillos se acabará, les costará caro. […]
Bañados en lágrimas estúpidas, comprenderán, al fin, que quien los hizo rebeldes, sin duda alguna, quería burlarse de ellos. Dirán esto movidos por la desesperación… […] Así es, pues, inquietud, confusión y desdicha: ¡tal es la suerte actual de los hombres después de que tú sufriste tanto por su libertad! […]
Lo que tengo que decirte lo sabes ya todo, lo leo en tus ojos. Además, ¿te oculto nuestro secreto? Acaso quieras oírlo precisamente de mis labios; pues bien, escucha: no estamos contigo, sino con él […] Tomamos de él lo que tú rechazaras indignado, el último don que se te ofrecía al mostrarte todos los reinos de la tierra: tomamos de él Roma y la espada del César y nos declaramos simples reyes de la tierra, reyes únicos, aunque hasta ahora no hayamos podido llevar nuestra empresa hasta su completo término. […]
Nosotros tomamos la espada del César y al aceptarla, se entiende, te rechazamos a ti y nos fuimos con él. […] Con nosotros, en cambio, todos serán felices y ya no se rebelarán ni aniquilarán unos a otros como hacen con tu libertad, que se exterminan por doquier. ¡Oh! Nosotros les persuadiremos de que sólo serán libres cuando renuncien a su libertad en beneficio nuestro y se sometan a nosotros. ¿Qué importa que tengamos razón o que mintamos? Ellos mismos se persuadirán de que decimos la verdad, pues recordarán hasta qué horrores de esclavitud y confusión les había conducido tu libertad. […]
Al recibir de nosotros el pan, se entiende, verán claramente que les damos ese mismo pan que ellos obtuvieron con sus manos, lo tomamos de ellos para distribuírselo sin necesidad de milagro alguno; verán que no convertimos las piedras en panes, pero en verdad, más que del pan mismo se mostrarán contentos de que lo reciben de nuestras manos. Porque recordarán muy bien que antes, sin nosotros, esos mismos panes que ellos mismo habían logrado se convertirán en sus manos en piedras, las que, al volver ellos a nosotros, se transformaron en panes. ¡Entonces apreciarán en mucho lo que significa someterse de una vez para siempre! Y mientras los hombres no lo comprendan así, serán desgraciados. Di, ¿Quién contribuyó más que nadie a esta falta de comprensión? ¿Quién desbandó al rebaño y lo disgregó por vías desconocidas? Pero el rebaño volverá a reunirse y se someterá de nuevo, y esta vez ya para siempre. Entonces les daremos una felicidad pacífica y mansa, la felicidad de los seres débiles que son por naturaleza. Les persuadiremos, por fin, de que no deben enorgullecerse, pues tú los elevaste y les enseñaste con ello a mostrarse orgullosos; les haremos ver que son débiles, que sólo son pobres niños, pero que la felicidad infantil es la más dulce de todas. Se harán tímidos y nos mirarán y se acercarán a nosotros con miedo, como los polluelos a la clueca. Se asombrarán de nosotros, nos tendrán miedo y se enorgullecerán de que hayamos sido tan poderosos e inteligentes que pudiésemos llevar la paz a tan revuelto rebaño de miles de millones de seres. Temblarán dócilmente ante nuestra cólera, sus mentes se harán tímidas, sus ojos serán propensos al llanto, como en los niños y las mujeres, pero con la misma facilidad pasarán, a una señal nuestra, a la alegría y la risa, al claro júbilo y a la feliz canción infantil. Sí, les obligaremos a trabajar, pero en las horas de asueto organizaremos su vida como un juego de niños, con canciones infantiles, coros y danzas inocentes. Les autorizaremos también al pecado, pues son débiles e impotentes, y ellos nos amarán como niños porque les consentiremos pecar. Les diremos que todo pecado se les perdonará si es cometido con autorización nuestra; les permitiremos pecar porque les amamos, y nosotros mismos cargaremos con la culpa de estos pecados. Cargaremos con los pecados y ellos nos adorarán como a bienhechores que llevaron sus propios pecados ante Dios. No tendrán ningún secreto para nosotros. Nosotros les autorizaremos o prohibiremos vivir con sus esposas y amantes, tener o no tener hijos -siempre juzgando por su obediencia-, y ellos se nos someterán con alegría y júbilo. Los secretos más penosos de su conciencia, todo, todo, nos los traerán, y nosotros lo resolveremos todo, y ellos creerán en nuestra decisión con alegría, porque ello les dispensará de la gran preocupación y de los terribles sufrimientos que hora padecen para decidir de manera personal y libre. […]
Y nosotros, los que cargamos con sus pecados para la felicidad de ellos mismos, compareceremos ante ti y diremos: “Júzganos, si es que puedes y te atreves”. Has de saber que no te temo, has de saber que también yo estuve en el desierto y me sustenté de langostas y raíces, que también yo bendije la libertad que tú habías llevado a los hombres y me disponía a ser otro elegido tuyo, de los poderosos y fuertes que ansían “completar el número”. Pero me di cuenta y no quise servir a la insania. Volví y me incorporé a la muchedumbre de los que corrigieron tu obra. Me aparté de los orgullosos y volví a los mansos para la felicidad de estos mansos. Lo que yo te digo se cumplirá y nuestro reino será edificado. Te lo repito, mañana mismo verás ese dócil rebaño, que a mi primera señal se lanzará a atizar el fuego de la hoguera en que voy a quemarte por haber venido a molestarnos. Porque si hay alguien que mereciese nuestra hoguera más que ninguno otro, ese eres tú. Mañana te quemaré. Dixit.”
Introducción y selección de los extractos realizada por Enrique Bardají Cruz.