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  • Autor de la entrada:Eduardo Laborda

“Por lo que no vemos, sucede lo que vemos” Estas palabras de un anciano sabio describen a la perfección cómo trabaja la maquinaria del estado y pocas veces se había puesto tan de manifiesto cómo durante este confinamiento: Para que medio planeta haya aceptado sin rechistar un arresto domiciliario tan prolongado tiene que haber habido un trabajo previo de lavado de cerebro de proporciones dantescas.

El grado de hipnosis colectiva que exhibimos como sociedad invita a pensar que no estamos frente a una época de cambios sino ante un cambio de época. Renovarse o morir.

No permitiremos que el miedo determine nuestras vidas ni que nuestros hijos sufran nuestra cobardía. Responsabilicémosnos de nuestros actos para merecer trato de hombres y mujeres libres y reaprendamos a confiar en la vida, que a diario, si está uno en el lugar adecuado y en el momento oportuno, nos muestra su infinita belleza y misteriosa sabiduría.

El pensador André Malraux afirmó, con buen criterio, que “el siglo XXI será espiritual o no será”. Realmente nos va la vida en ello, y lo que es aún más importante: nuestra Alma.

No creo que sea el momento de salvar el pellejo, enfundarse la mascarilla, pincharnos la vacuna anti-muerte y seguir con nuestras miserias. Nos hemos dejado adoptar por papá estado y mamá tecnología y nos educan para ser sus felices esclavos. Hemos perdido nuestra soberanía delegando muchas de las decisiones más importantes de nuestras vidas en gente que ni siquiera conocemos personalmente. Si no burlamos esa trampa, el legado que dejaremos a nuestros hijos será una pesadilla que hará parecer la distopía de Orwell un juego de niños.

La ingeniería social es el arma más poderosa jamás concebida para la manipulación del ser humano y la proliferación de pantallas en nuestras vidas ha sido el caballo de Troya perfecto para introducir esta “infodemia” que estamos sufriendo, una refinada estrategia, que entre otras cosas, desvela el alarmante nivel de sumisión y credulidad del pueblo.

Este virus, tanto si es de diseño, natural o imaginario, ha sido el argumento perfecto para desencadenar una serie de medidas que violan los derechos humanos más básicos. Ahora, al estado del bienestar le vemos su verdadero rostro de dictador y la aparente arbitrariedad de sus acciones. Pongamos un ejemplo muy gráfico: la OMS declaró en 2018 casi dos millones de muertos en todo el mundo por tuberculosis (una enfermedad también supuestamente contagiosa), una cifra muy superior al medio millón de muertos por coronavirus. Sin embargo, en ningún país se decretó el estado de alarma y apenas tuvo esta información repercusión en los medios de comunicación. Sólo este dato debería hacer saltar las alarmas de cualquiera que se detenga a pensar las cosas con un mínimo de rigor. Y terminaré con un ejemplo que manifiesta la perversidad del sistema en el que vivimos: doscientos cincuenta mil niños desaparecen anualmente sólo en Europa. Si aún no hemos vendido nuestra Alma, esto debería ser suficiente para entender la gravedad del asunto y no dejarnos caer en las redes que los dueños del capital tejen en torno a nuestras vidas.

No queremos un mundo donde la distancia social sea aplaudida y la desconfianza hacía el prójimo, la regla. Si no puedes abrazar a la gente ni verle la sonrisa, la tristeza será tan grande que la vida se nos quedará pequeña. Estamos al filo del abismo. Sin darnos cuenta hemos llegado hasta aquí y sin darnos cuenta podemos ser empujados al abismo. La violencia que ejerce el estado contra el pueblo (madre de todas las violencias) es una violencia sofisticada, astuta y muchas veces, casi indetectable (la violencia visible es sólo la punta del iceberg). En verdad, ese es el virus que amenaza nuestra existencia y nuestro libre albedrío.

Pongamos toda nuestra consciencia en identificar nuestras prioridades si todavía aspiramos a vivir lo que nos resta honorablemente. No dejemos que nos dividan a base de etiquetas ni reclamemos nada, los derechos no se reclaman, se ejercen. Por ejemplo, el derecho a respirar plenamente.

Desobedece y ama la vida. Un ser humano libre es el preludio de un Alma libre. Volvamos al Origen antes de olvidar quienes somos, antes de que la agenda transhumanista nos engulla. Al contrario que un robot, nosotros podemos (y debemos) crear nuestro propio camino. Tenemos opciones de ganar esta batalla si nos encuentra cultivando la tierra y cuidando lo que sembremos en el corazón como si fuera el más delicado de todos los jardines.

Afortunadamente, durante este confinamiento, no fuimos pocos los que escuchamos esa dulce y enérgica voz que te dice: “Levántate y anda”.

Eduardo Laborda.

“La libertad es siempre peligrosa, pero es lo más seguro que tenemos” H. E. Fosdick.

 

           “Abril”

De puertas para adentro,

el paraíso ,

y afuera de mi casa,

el infierno, la distopía.

 

En la intimidad,

los abrazos y los besos

se han multiplicado

como panes y peces

 

y el milagro de la vida

se manifiesta en todo su esplendor.

 

Sin embargo, las calles y las plazas, vacías,

como si le hubieran extirpado

el Alma al pueblo.

 

Hordas de hermanos hipnotizados

recluidos en sus jaulas

y asomados a los balcones

lucen bozales de diseño

que son la marca de la bestia,

 

guardan las distancias

y evitan lo peor:

algún abrazo letal.

 

El virus del desamor

corre por nuestra sangre

más rápido que cualquier otro

y ataca nuestras células

y no las mata: aún peor,

las vuelve tontas.

 

¿Qué pasa cuando una dimensión

se escinde en dos?

Puede que durante algunos años

el hombre de la máscara

habite un espacio-tiempo

diferente al nuestro.

 

Ensayaremos la infinita paciencia de Dios

y el día menos esperado, a la misma hora,

nos daremos todos

el gran abrazo redentor

que nos permita

amar de nuevo la libertad

como se ama a un bebé:

incondicionalmente.

                                                    Eduardo Laborda.

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