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  • Autor de la entrada:Jesús Franco Sanchez

valle iguna pico jano

‹‹Las personas no deben ser nunca objeto de dominio, ni siquiera para orientarlas hacia el bien››.

Alfonso López Quintas

«El valle de Iguña» es una monografía de Daniel Luis Ortiz Díaz sobre esta región central de Cantabria, escrita en 1918 y editada en 2004 por Cantabria Tradicional.

De los diversos asuntos que Ortiz trata nos parece oportuno mencionar los relativos al modo de vida y costumbres, los cuales se hallaban en franca decadencia en el momento de escribir el libro.

Carácter

Una primera cuestión a señalar es la antigua entereza corporal y espiritual de los montañeses cántabros,

 

‹‹hombres que no se doblegan ni al frío, ni al calor, ni al hambre, y para quienes todo lo arduo lleva siempre la palma››.

Y ello por

‹‹su fiero e indomable amor a la libertad y a la independencia, prefiriendo la muerte a la esclavitud››.

Poseen una elevada idea de la dignidad humana. Así consideran que

‹‹de hombre a hombre no hay el canto de un duro, [y] tutean con llaneza a cualquiera, [y] desprecian a los fatuos que se engríen››.

Se han negado siempre a rendir

‹‹atávicos homenajes de pleitesía››.

Ortiz los define como personas excelentes, laboriosas y pacíficas, de sobrio vivir. En sus viviendas

‹‹el orden, la limpieza y la sencillez brillan generalmente››.

Concejo abierto

Por las fechas en que el autor redacta su estudio aún se celebraban concejos para la elección de pastores o para acordar prestaciones vecinales con objeto de arreglar fuentes, abrevaderos o caminos, pero

‹‹ya no se oye ni se obedece al tañido de la campana con tanto respeto como en tiempos pasados; las faltas de asistencia no se castigan, y los pocos que se reúnen, divididos o indiferentes, no se ponen de acuerdo […] De aquello tan grande y sublime no queda ya más que una ridícula caricatura››.

El pueblo soberano legislaba de la manera más conveniente. El resultado de las asambleas se consignaba en ordenanzas. La unión por vínculos de amor entre todos los vecinos era el cimiento de tales congregaciones decisorias.

La política centralizadora del Estado impuso

‹‹la tiranía caciquil, en nombre del progreso y de la libertad››.

De ahí que los iguñeses

‹‹no se entusiasmen con ningún partido; los detestan por igual a todos››.

Bienes comunales

Son significativos los siguientes párrafos.

‹‹Antes de 1835 el Real Valle de Iguña tenía un solo Ayuntamiento; y todos los aprovechamientos, así de sierra como de monte, eran comunes, sin otros límites y divisiones entre los pueblos [quienes se entendían pacíficamente] que las determinadas por los confines del valle››.

[…]

‹‹Pero vino una época tan calamitosa como la presente, en que los grandes políticos y prohombres, que entonces se sacrificaban por la Patria, todo lo atropellaron; y despreciando los usos y costumbres de los pueblos, habitados por gentes humildes, dieron al traste con la vida regional de España, cuya grandeza va acabándose, a medida que los años pasan. Idearon funestas leyes centralizadoras, y con ellas, a la par que asesinaron el interés de los vecinos por la cosa pública, en que todos intervenían y que todos gobernaban con venerable sabiduría en los concejos populares, según consta en antiguas ordenanzas, prepararon las circunstancias para dividirlos, para cultivar la discordia y el individualismo anticristiano y suicida, introduciendo el moderno caciquismo, que todo lo esclaviza; y para despojar a los pueblos de sus fincas y de sus bosques››.

Lo que tiene por un

‹‹inmenso latrocinio››.

No obstante, el autor desatina al demandar que los ingenieros agrónomos, agentes del Estado que estaba desmantelando la vida aldeana, instruyan a los habitantes de la ruralidad y dirijan cultivos y plantíos de árboles frutales y forestales, con objeto de incrementar considerablemente la producción,

‹‹ya que los labradores no leen, y no saben por tanto cuidar de sus ganados, ni cultivar sus tierras, ni sus prados de otra manera que rutinariamente››.

Aquí Ortiz, por lo demás tan respetuoso con la verdad, no aprehende la naturaleza «meta-económica y civilizatoria» (Félix Rodrigo Mora) de la institución comunal. Era la convivencia, como él mismo apunta en otros lugares, y no el afán productivo lo que guiaba la vida de aquellas gentes.

Solidaridad vecinal

Los vecinos de Bostronizo tienen

‹‹por fines principales la mutua ayuda y auxilio››.

Su casa concejil la construyeron

‹‹mediante prestaciones personales››.

Entre sus virtudes cívicas encontramos

‹‹la costumbre tradicional de plantar en comunidad todos los años dos o tres robles cada vecino››.

Y es que la asistencia recíproca (colación) era considerada como un deber, constituyendo

‹‹una manifestación clara de abnegación, desinterés y altruismo, base de la solidaridad social; [es] una cristalización de aquella máxima sublime: «amaos los unos a los otros«››.

[…]

‹‹Las colaciones tenían unas veces el carácter de prestación personal y otras el de contribución o tributo; y en ambos casos su objeto era favorecer y ayudar al prójimo necesitado. La colación la demandaba la viuda que no podía labrar sus tierras, o segar sus prados, o recoger sus cosechas; el vecino que había tenido alguna desgracia, como el incendio de su casa o la muerte de sus reses; y el matrimonio joven, que empezando a vivir, necesitaba construirse una casa. Pedida la colación al concejo, éste ordenaba y mandaba que todos los vecinos de la gran familia destinasen el día previamente señalado a dichas faenas agrícolas o bien a tirar piedra o madera para las casas››.

También esta cohesión comunitaria sufría el revés de la contemporaneidad:

‹‹En la actualidad, por virtud del progreso, los vínculos sociales son mucho más débiles que antaño››.

Fiestas y juegos populares

Hemos de apresurarnos a subrayar que durante el desarrollo de las actividades lúdicas de los adultos la abstinencia en el abuso de bebidas alcohólicas era la norma.

Se abordan las rondas de mozos, los juegos de bolos (de concurrencia intergeneracional), los bailes al son de la pandereta (con niños correteando entre las parejas), los juegos infantiles (de educativos valores morales y físicos), las romerías, los cantos (incluso se cantaba segando), etc.

Sobre este particular es posible asimismo hablar de retroceso:

‹‹desdichadamente el modernismo y la civilización, palabras sinónimas de impudor, desvergüenza e incultura, empiezan ya a introducirse en el valle, escondiéndose en salones oscuros y malolientes, y agrupándose en torno de la música horrible de los pianos de manubrio, para robar a las juventudes la lozanía del cuerpo y el vigor del alma. La ola invasora de afeminado modernismo que todo lo arrasa y lo iguala, tiende a acabar con las costumbres regionales, quitando a los pueblos el carácter que cual signo de fortaleza, recibieron por herencia››.

***

Finalmente decir que el autor se decanta por

‹‹la obra de regeneración de la patria››.

Y no por la ofensiva popular y auto-gestionada contra el ente estatal.

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