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«Es sobre todo la pérdida de algún ser querido lo que más radicalmente confirma la dimensión de alteridad inherente a la condición humana y lo que más inequívocamente pone al descubierto el carácter reduccionista y unilateral de todas las teorías individualistas. ¿De qué nos sirve el yo que hemos cultivado como el máximo bien, cuando las personas con quienes hemos compartido nuestra vida nos dejan solos para siempre? En el mejor de los casos, para tomar conciencia de que lo más profundo e importante de nuestro paso por la tierra son nuestros prójimos, no nosotros mismos.» Breve tratado de ética. Heleno Saña.

Ha ocurrido una desgracia en Valencia. La gota fría ha provocado unas precipitaciones de hasta 630 litros por metro cuadrado en 24 horas. Esto ha ocasionado cientos de muertos, decenas de desaparecidos y una destrucción pasmosa.

La AEMET avisó del peligro de que se pudiera dar una gota fría, pero las autoridades autonómicas valencianas hicieron oídos sordos y no avisaron a la población hasta que fue demasiado tarde. Además, políticos municipales como el alcalde de Paiporta recomendó a sus convecinos que intentaran sacar sus coches del garaje en medio del desastre. Todo esto aumentó más la catástrofe.

Ante el desastre, ni las autoridades centrales, ni las autonómicas han hecho apenas nada para ayudar a la gente afectada. Nos piden que deleguemos todo en ellos. Fomentan de mil maneras distintas el que deleguemos todo en ellos. Nos reprimen brutalmente o nos matan en masa (como en 1936-1953 si contamos con la fecha de desaparición de la última bolsa de resistencia del maquis) cuando decidimos no delegar. Hoy, después de siglos de destrucción deliberada de la comunidad popular y fomento de la atomización social máxima, el Estado lo monopoliza casi todo, desde actividades necesarias y buenas como puede ser arreglar los caminos a cosas terribles y nefastas como decidir que aparece en los libros de historia de su educación obligatoria. Hemos delegado prácticamente todo, y ahora que dependemos más que nunca de ellos, nos dejan en la estacada, como era de prever. Los costes de legitimidad que supone el Estado asistencial cada día son menos necesarios. Según vaya avanzando la sustitución étnica y cultural estos costes irán desapareciendo

En Valencia, ha sido una parte del pueblo la que se ha autoorganizado y, mediante voluntarios, han ayudado a los municipios valencianos afectados por el temporal proveyendo de comida, limpiando las calles, ayudando a quitar los escombros… mil labores.

Durante estos días ha salido una consigna por las redes que dice: “SÓLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO”. Esto nace de lo más profundo de nuestra cultura ibérica, de nuestra cosmovisión europea occidental, y resume la idea de que es el pueblo autoorganizado el que debe solucionar sus propios problemas; y no delegar en el Estado ni en ninguna otra institución ajena a él. Este afloramiento de lo más hermoso de nuestra idiosincrasia popular es algo magnífico. Permite comprobar que la capacidad de las gentes de hacer frente a las catástrofes está ahí. Los valencianos relanzan la esperanza de un futuro sin Estado y sin capitalismo, aún con todos los límites evidentes de un pueblo desarmado, atomizado, vapuleado, hundido en la esclavitud asalariada y el adoctrinamiento individualista y hedonista más feroz.  

SITUACIÓN POLÍTICA ACTUAL A RAÍZ DE LA GOTA FRÍA EN VALENCIA

Solo el pueblo salva al pueblo tiene el sentido implícito de no contar con el Estado. Esto molesta sobremanera a los izquierdistas que hoy representan el más firme bastión en la defensa del Estado.

Por otro lado, en boca de los derechistas, esta consigna se usa como adulación manipuladora y maquiavélica del pueblo. Es decir, en forma de demagogia. Que el pueblo se salve apoyando un presunto nuevo Estado «del pueblo». Para la derecha “el pueblo salva al pueblo” cuando elige a los políticos derechistas o patrióticos para ser mandado. No hay más en la derecha: sólo engaño y Estado.

En el politiqueo horrible unos se acusan a otros de si el protocolo estatal es así o asá. Mientras la ayuda no llega.

La politiquería llega a tal punto de perversión moral, que la izquierda (en el poder o en la oposición) está deslegitimada para todo. En cambio, la derecha es en general la oposición. Son los movimientos sociales de derechas (pequeños, pero bien representados en las redes sociales) los que están tomando más la iniciativa. El relato y la batalla cultural la ganó la izquierda en su momento y de ahí que la derecha se apropie ahora de lemas olvidados de esta misma izquierda. Porque sí, los partidos políticos de izquierda han usado la idea de la autogestión como banderín de enganche una y otra vez exactamente igual que como lo intenta hacer ahora la derecha con el eslogan “sólo el pueblo salva al pueblo”.

Los progresistas hasta hace poco se llenaban la boca con expresiones como esta: «si fuera por la derecha estaríamos todavía en las cavernas». Es decir, que el progresismo socialdemócrata también se ponía las medallas del progresismo material. Y ahora, ese progresismo es el que toma la bandera del decrecimiento (porque es evidente que el sistema es inviable en cuanto a consumo de recursos, contaminación, etc.). Esto del decrecimiento en manos de la izquierda y del izquierdismo es muy curioso porque decrecer implica el crecimiento total del Estado.

¿Qué hace el antiprogresismo derechista, de la mano del liberal-capitalismo, pero con todos los «nacionalistas-patriotas» comiendo de su mano? Pues enarbolar la bandera de que todavía hay recursos de sobra para seguir con el despilfarro del turbocapitalismo. Esto es extraño, porque el antiprogresismo se convierte en ultraprogresista entonces.

Si el antiprogresismo (el ala carlista, por ejemplo) propusiera en su discurso que ellos apuestan por una vida rural, austera, local, comunitaria, etc; tendría fácil culpar al progresismo de todos los problemas medioambientales, de escasez de recursos, de despilfarro, de la ponzoña industrial, etc. Pero no es así. En vez de hacer eso, lo que hace el antiprogresismo, de facto, es exculpar al progresismo de todas las nocividades que éste ha generado, porque el antiprogresismo capitaneado por el liberal-capitalismo/nacionalismo patriótico afirma que todavía hay margen para consumir mucho y progresar materialmente.

Es decir, se intercambian sin problemas los papeles asignados al progresismo y al antiprogresismo, y nadie parece darse cuenta. Ahora tenemos a una «derecha» hiperprogresista material (que lucha por quitarse el calificativo de cavernícola) y a una «izquierda» decrecentista material (que sigue siendo progre social) que pide un crecimiento total del Estado. Y para que el Estado pueda crecer como la izquierda quiere pues se necesita de un liberal-capitalismo funcionando a toda máquina. Esto último es muy importante de entender. El Estado necesita recursos para crecer y éstos los saca de la actividad capitalista. A mayor actividad económica capitalista mayor capacidad de tributación tiene el Estado. Por lo que izquierda y derecha no son más que dos partes de una misma máquina: la megamáquina del Estado que, como una flor de invernadero, cría, cuida, abona, protege, alimenta y salva una y otra vez, al capitalismo del que se alimenta.

Es la demencia socialdemócrata en su proyecto de un Estado total que se mete en todo y adoctrina sin límites, la que pone la alfombra roja a los argumentos demagógicos de la derecha; tanto es así que ni siquiera la derecha tiene que inventar lemas ni activismos, sino que simplemente le vale con adoptar formas de la antigua izquierda, antes del progresismo, como el mencionado “Solo el Pueblo salva al Pueblo”.

La derecha lo tiene fácil en señalar las locuras de la izquierda, pero eso no significa que el clientelismo generado por el asistencialismo bienestarista vaya a verse erosionado. Y la izquierda mantendrá su cuota de votos y poder. Ambas estatolatrías furibundas, derecha e izquierda, dan equilibrio al sistema al canalizar hacia el Estado una y otra vez las energías populares, siempre potencialmente revolucionarias.

La Revolución Integral es el único movimiento que defiende la idea de PUEBLO Y SÓLO PUEBLO. El anarquismo, con su defensa del Estado de Bienestar, el inmigracionismo patronalesco y el feminismo más estatalista que uno pueda imaginar, hace tiempo que todo él no es más que anarcoestatismo, una rama del izquierdismo partitocrático. Para la izquierda ya no existe el pueblo, sino sujetos de derecho, esto es, derechohabientes susceptibles de ser tutelados.

Se han visto directos en YouTube con el lema Solo el pueblo salva al pueblo, pero eso sí, junto al ejército. Tanto la derecha como la izquierda piden la intervención del ejército, y también el 90% del pueblo. Aquí no vamos a laudar al pueblo de manera paternalista y vamos a decir alto y claro que esta sintonía con el ejército de la gente común es horrible. El ejército es la espina dorsal del Estado por lo que si se pide la intervención del ejército se está realmente diciendo que “el Estado salva al pueblo” y no “el pueblo salva al pueblo”. Así que esta frase sólo queda como enganche de los políticos, de un lado y de otro. Queda como pura decoración, como puro trampantojo. ¿Y por qué es un enganche que funcione tan bien en nuestra península ibérica? Porque entronca con lo mejor de nuestra cosmovisión profunda occidental: la tendencia hacia la autogestión de nuestra lógica cultural. Los que nos mandan y los que aspiran a mandarnos saben que nuestra cultura tiende a la democracia directa, como quedó claro una vez más en el 15M.

REFLEXIÓN SOBRE EL PUEBLO

El pueblo valenciano ha demostrado su gran capacidad de autoorganización ante lo ocurrido. Pero también ha mostrado la disonancia cognitiva en la que viven. Al mismo tiempo que están en contra de los políticos y repiten la consigna “sólo el pueblo salva al pueblo”, se pide la intervención del ejército. Entendemos que el ejército al ser financiado con lo que el Estado nos roba, al monopolizar herramientas, maquinaria y recursos de todo tipo nos hace dependientes de él y de sus medios y capacidades, pero esto no debe llevarnos a reivindicar estúpida e inocentemente a nuestro peor enemigo.

Eso ocurre así porque el pueblo está en proceso avanzado de degradación cultural y se está fusionando con el Estado. Piensa que el ejército es bueno porque paga unos impuestos que, supuestamente, deben servir para que el “ejército de su nación” le proteja. Sigue viendo que necesita al Estado para resolver sus problemas, pero cuanto más Estado más problemas y más graves. Como ya hemos dicho, el Estado extrae y acumula una masa tributaria enorme que deja al pueblo sin capacidades ni recursos, y por lo tanto es el que tiene el dinero que se necesita para ayudar en la reconstrucción y financiación del día a día. Así mismo, el Estado monopoliza casi toda organización o institución de coordinación, salvamento, planeamiento y gestión, lo que nos hace, como pueblo, absolutamente dependientes de él. No podemos gestionar nuestros recursos materiales con la sabiduría que siempre nos caracterizó, con nuestra cultura institucional netamente popular, la concejil, y estamos tan abrumados por regulaciones y leyes que nos vemos paralizados y destruidos como pueblo. Pero esta dependencia no debe llevarnos a apoyar a la Bestia, sino todo lo contrario: ver lo nefasto y peligroso de que el Estado se arrogue la responsabilidad (mil veces falsa) de salvar al pueblo porque, sí, sólo el pueblo salva al pueblo. Somos los únicos que decimos esta frase en su significado auténtico: la revolución social integral debe ser preparada más que nunca. Como dijo aquel excelente anarquista valenciano/murciano llamado Félix Martí Ibáñez: “a la revolución -escuela de heroísmo, espiritualidad y humanismo- debemos darlo todo”.

Lo que la Revolución Integral dice, estudiosa del Estado como ninguna otra corriente de pensamiento, es que el Estado es un ente que no puede hacer el bien, no nos puede liberar. Es una corporación que siempre mirará por sus dos principales intereses: aumentar y mantener su poder. Por lo que, aunque pueda llegar a ayudar coyunturalmente hoy (porque lo ha monopolizado todo), el saldo de ayuda-destrucción es positivo por el lado de la destrucción, y muy muy por delante, infinitamente por delante.

Ha sido destruida la idea de libertad con responsabilidad del pueblo, de la gente común, su sabiduría popular, su cultura popular y su régimen político de asambleas populares soberanas en los pueblos y aldeas, en Comunidades de Villa y Tierra, en Comunidades de Aldea. Siempre nos dicen que nosotros no sabemos, que somos ignorantes, paletos, machirulos. Toda nuestra esencia y mismidad se ha sustituido por el dominio del Estado, por su politiquería, la de la partitocracia, que ni siquiera llega a ser una tecnocracia, por todas sus religiones políticas como el feminismo, inmigracionismo, ecologismo, buenismo, pacifismo, conspiracionismo, espiritualidad new age, cosmopolitismo, cientificismo, hedonismo, nacionalismo. Si seguimos así, entonces, vamos directos al abismo, directos a nuestra autoexterminio. Dicho queda. Y lo diremos mil millones de veces.

Ante nuestros ojos se muestra la autodestrucción industrial hiperconsumista que la sociedad del estado de bienestar de concentración urbana ha generado, y que el pueblo ha aceptado. Es muy importante remarcar esto último: que el pueblo no es sólo víctima, sino corresponsable de todo lo que sucede.

Desgraciadamente, la estatolatría parece que no se cura con una sola catástrofe, se necesita la capacidad de conciencia para ver el todo y, para mucha gente, eso puede requerir vivir más catástrofes y tragedias y extraer conclusiones a raíz de ellas.  La inmensa mayoría de la gente común es estatólatra por el momento, eso no lo va a cambiar una tragedia. Pero la experiencia de arrimar el hombro deja huella. El reto es desarrollar el imaginario de que esos momentos sublimes de ayuda mutua se conviertan en cotidianidad fuera de los momentos de tragedia, en el día a día, para que se instauren. 

Ya lo dijo el Rey: venimos aquí a mostrar a la gente que el Estado está presente.

Algún día la gente tendrá la fuerza suficiente para decirle al Rey y su Estado, con su ejército, que se vayan por donde vinieron, que a partir de hoy les daremos la oportunidad de seguir siendo reyes, pero en el sentido que se le daba a la palabra Rey en nuestra Alta Edad Media. Serán meros mediadores en los conflictos, codo a codo, todos los días, y tendrán que abandonar todas las propiedades reales y todos los privilegios. Pasarán a ser uno más porque como decían nuestros mayores del mundo rural popular tradicional ibérico: nadie es más que nadie. Se proclamará la República Comunal de Valencia, como la de otros territorios ibéricos, y que el Derecho romano de Estado será sustituido por el Derecho Consuetudinario, el Derecho creado por el Pueblo.

El ejército profesional y permanente del Estado lo disolveremos y todos sus recursos, armas, herramientas y conocimientos serán asumidos por el pueblo en armas a las órdenes de los concejos abiertos y sus instituciones coordinadoras. Soldados y oficiales, mientras dejen de vivir del esfuerzo ajeno, podrán ser adalides de las nuevas milicias concejiles y transmitirnos sus útiles conocimientos defensivos; porque nuestras milicias serán defensivas, nunca imperialistas, nunca ofensivas.

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