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El documental «La teoría sueca del amor» ayuda a comprender los graves problemas que nos acechan y a los que necesitamos plantar cara.

Este documental nos habla de los resultados que han tenido las políticas del Estado sueco sobre su población, unas políticas de ingeniería social inspiradas en la filosofía socialdemócrata y materializadas por el Partido Socialdemócrata Sueco que ha estado gobernando Suecia durante décadas. La población ha permitido, colaborado y apoyado de forma mayoritaria la aplicación de estas operaciones estatales de ingeniería social.

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La reflexión es importante porque aquí, en la Península Ibérica, la izquierda política española no ha dejado de reivindicar las políticas estatales suecas como el modelo a seguir, incluso recientemente lo ha hecho el líder de Podemos.

El resultado de la filosofía socialdemócrata en Suecia ha sido una espeluznante atomización social. La «gesta» que ha conllevado estas políticas izquierdistas han sido: el remate de la destrucción de la sociedad comunal rural, luego la destrucción de la familia extensa, luego la destrucción de la familia nuclear y finalmente la destrucción del individuo y de sus relaciones con sus semejantes, llegando a poner en peligro la continuación de la reproducción y la especie. Zygmunt Bauman afirma en el documental que «los suecos han perdido las habilidades de la socialización» y sin socialización no puede haber libertad, sólo la vil esclavitud de comprar y venderte «libremente».

El documental explica como el Estado sueco impuso la idea de la independencia personal material como solución a todos los problemas. El precio ha sido la soledad más absoluta y la extrema dependencia de las personas con el Estado. Lo que el documental no dice es que el Estado/Capital sueco paga y pagó toda esta ingeniería social con el potente neoimperialismo desplegado que realizan sus multinacionales a lo largo y ancho del mundo extrayendo todos los recursos necesarios y dejando tras de si: ruinas, guerra y miseria. No por nada Niezstche nos dice que el Estado «es el más frío de todos los monstruos» porque en él la moral no existe, sólo su propio interés.

Se puede ver el Estado de Bienestar como algo bienintencionado o como una manera de aumentar notablemente el poder del Estado/Capital. Baste como botón de muestra de esto último, la compra de voluntades que supone para el Estado, o la ganancia que este adquiere con estos «costes de legitimidad»; o también el enorme negocio que supone para el Capital la acción económica desplegada por el Estado (como pasa con las farmacéuticas y la sanidad pública). Con el Estado de Bienestar ambos se retroalimentan en una espiral ascendente de poder.

Suecia es el país del mundo con el índice más alto de suicidios. Esto no tiene nada que ver con el clima sueco -vease los pueblos samis-, en cambio, si que tiene que ver con la bajísima autoestima y la profunda tristeza en la que están sumidos sus habitantes al no poder socializar. El Estado criminal sueco (criminal aunque hubiese sido por culpa de un paternalismo bienintencionado que ignora los resultados) lleva décadas fomentando los suicidios a través de la rotura premeditada de todo atisbo de comunidad o interdependencia.

En un parte del documental se entrevista a unos chicos que hablan conmocionados de la necesidad perentoria de recuperar el amor en la sociedad sueca. Podemos decir entonces que a más Estado menos amor y a más amor menos Estado, es decir, a más comunidad autoorganizada más posibilidades de llevar a cabo actos de amor. El Estado atomiza y nos aleja unos de otros, rompe la relación horizontal de interdependencia persona-persona y la sustituye por otra vertical persona- Estado-persona en la que con sólo pagar los impuestos se te exime de toda responsabilidad con los demás. Como resultado de esto, no lo olvidemos, aumenta monstruosamente el poder del Estado/Capital. Y esto es lo que acaba deseando la izquierda, que idólatra como ninguna otra el gran aparato.

Uno de cada dos suecos vive sólo y cuando alguien muere nadie suele echarle en falta. Sólo el olor a cadáver que perciben los vecinos permite descubrir la muerte. Suecia tiene también uno de los niveles más altos de Europa en cuanto a borracheras y violencia interpersonal.

Mucha gente aquí, en la Península Ibérica, me dice que la libertad, la autogestión soberana o la revolución son importantes pero que primero debemos tener las necesidades fisiológicas cubiertas y que por eso, tenemos que apoyar a Podemos para que implemente políticas socialdemócratas e imite a Suecia. Esto es un error, dado que esas políticas no son inocuas y conllevan daños de difícil reparación. No son un escalón más o un paso hacia adelante hacia la libertad, sino que son todo lo contrario. Es cierto que la miseria dificulta la posibilidad de revolucionarnos pero no hay que confundir miseria con pobreza, ni confundir necesidades «básicas» burguesas con necesidades mínimas humanas, como pasa en la socialdemocracia que reivindica el derecho al lujo. Tampoco salir de la miseria tiene que pasar por la acción del Estado. No es una cuestión de estómago sino de conciencia. La filosofía del economicismo burgués y marxista que impera nos ha nublado toda la visión.

En Suecia la acción del Estado ha dejado la iniciativa colectiva en cero. La acción jerárquica del Estado sobre las personas produce degradación humana y atomización social. La degradación es un proceso de deshumanización en las que las capacidades propiamente humanas van desapareciendo. El Estado asume lo que debería asumir la sociedad, obligándola a delegar y dejándola incapacitada, es decir, sin libertad (puesto que la libertad también es la capacidad de).

Si yo no muevo un brazo durante años los músculos de ese brazo se atrofiarán, y exactamente pasará lo mismo si jamás gestiono con soberanía algún aspecto de la vida con mis iguales: las capacidades y las posibilidades de afecto, solidaridad, apoyo, se reducirán o desaparecerán.

Considerar que la sociedad no se puede dar a si misma las condiciones mínimas de subsistencia es tener en muy baja consideración la dignidad humana, la libertad y sus posibilidades, justo de lo que presume la izquierda. Que el Estado nos asista nos aleja de la condición de humanos y nos acerca a la de animales de granja. Decir que primero nos tienen que dar comida-servicios (el Estado y sus funcionarios) para luego poder hablar de libertad es fruto de una visión extremadamente paternalista, pancista y esclavista. Con la autogestión crecemos como personas. Suecia demuestra que cuanto más se quiera, bieintencionadamente o no, mejorar desde el Estado las condiciones materiales de la población (a costa del tercer mundo no se olvide) menos se ayuda en realidad a esa población.

Muchos anarcoestatistas dentro de Podemos dicen: «primero el estómago lleno con políticas estatales y luego hablar de autogestión y de revolución» y no caen en que cuanta más políticas estatales menos probabilidad tendremos de encontrar seres humanos capaces de autogestionar algo y de pensar siquiera en la revolución. Para crear un esclavo basta con una generación, es fácil, pero para que esa sociedad llena de esclavos pueda dejar de serlo ni se sabe cuanto hace falta. La actitud de estos podemitas es como una coche atascado en el barro que no deja de acelerar y esto sólo le supone un mayor hundimiento. Sólo la defensa del individuo, de la comunidad, de la familia natural (no confundir con la patriarcal) y del amor interpersonal en lucha permanente contra el Estado puede significar hoy por hoy un avance. Así que hago un llamamiento a comprender de una vez por todas lo que nos decíamos un sector del 15M cuando este explosionó: «Cuando la gente del 15m descubra que la socialdemocracia es parte del problema podremos empezar a caminar».

Elegir entre ir construyendo la revolución integral o unirnos a Podemos y la izquierda estatalista y apuntalar el infierno de Tristania.

10 de enero de 2017 Kiko B. C.

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