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  • Autor de la entrada:Sandra de Miguel Möller - Colectivo Amor y Falcata

A día de hoy son escasos los testimonios de mujeres que han dado a luz en casa, a pesar de que era lo habitual hasta no hace muchos años. Cierto es que existe aún gente, ya mayor, que recuerda el nacimiento en casa de algún hermano o lo que le contaron acerca del suyo propio.

Sobre todo en los pueblos, donde las propias mujeres más mayores cuentan cómo parieron en casa, con la compañía de su madre o abuela; a la vez que rememoran cuando por primera vez los partos se llevaron a cabo en el hospital, práctica habitual y casi incuestionable hoy en día en el Estado español.

Se ha extendido la idea de que parir en el hospital es mucho más seguro, tanto para la mujer como para el bebé. Sin embargo, son muchos los testimonios de mujeres y hombres que cuentan la violencia obstétrica a la que fueron sometidos, desde tratarlos como verdaderos ignorantes hasta la obligación sistemática postural, conductual e incluso respiratoria hacia la mujer durante el trabajo de parto. Por no mencionar los procedimientos para con los bebés, totalmente innecesarios y altamente intrusivos e incluso traumáticos. Con la finalidad de abordar todas estas cuestiones, en breve publicaré otro texto al respecto, esta vez más analítico y reflexivo.

Siendo consciente de muchos de esos inconvenientes, al enterarme de que estaba embarazada, enseguida tome la decisión, junto con mi pareja, de que cuando llegara el día de mi alumbramiento lo viviría en el calor y seguridad de mi hogar. De ahí que comparta el siguiente relato de mi experiencia,[1]  a fin de que sirva de ejemplo y para demostrar que sí se puede parir en casa, que no nos tienen que enseñar ni cómo ni dónde ni con quién parimos. Estamos hechas para parir.

Jueves, dieciocho de marzo de 2021,

Esa mañana la viví como la de los días anteriores; teniendo en mente que salía de cuentas el veinte de marzo. No dejaba de notar sensaciones nuevas en mi cuerpo cada día que pasaba, y pensaba, ¿será hoy el día? La mayor parte de mis pensamientos durante todo el día eran cómo y cuándo sería el parto. Poder ver su cara, acariciarla y tenerla entre mis brazos.

Inesperadamente, sobre las cinco de la tarde comencé a notar pequeñas molestias en el vientre que me obligaban a interrumpir mi marcha durante mi paseo diario con el perro. Empero, como no duraban mucho y el dolor no era intenso, decidí seguir caminando y terminar mi ruta, aunque fuera con pequeños parones de vez en cuando.

Al llegar a casa las molestias seguían estando presentes, y al tocarme ese día lavarme el pelo, pensé que el agua caliente ayudaría a calmar mi vientre. Efectivamente la ducha templada nos sentó bien a ambas. Adelina parecía haberse calmado en sus movimientos y los dolores habían cesado también, dándome un pequeño respiro; el cual no duró mucho, ya que a los 5 minutos comenzaron de nuevo, esta vez un poco más molestos, pero igualmente soportables con tranquilidad. Serían ya las siete y media de la tarde.

Todo siguió así hasta la hora de cenar. Alrededor de las ocho y cuarto empecé a pensar que quizá fueran las famosas contracciones preparatorias. Los dolores eran más bien parecidos a un calambre intenso, pero de nuevo, seguían siendo llevaderos. Lo único que me impedían era el cenar sin pausa, ya que cada vez que me daban tenía que apartar el plato y moverme un poco, sin encontrar una postura adecuada.

Fue en ese momento cuando mi pareja se percató que probablemente fueran muy seguidas, con lo que comencé a contar el tiempo entre contracción y contracción. En efecto, ya eran cada diez minutos, aumentando poco a poco en intensidad. Estuvimos así más o menos una hora, hora y media. Entretanto contactamos con el comadrón, describiéndole la situación. Le transmitimos nuestra tranquilidad, pero a la vez nuestro desconocimiento sobre lo que estaba sucediendo. De modo que aquel concluyó que tendría trabajo de parto esa misma noche. Ambos nos quedamos sorprendidos, y preguntándonos si sería cierto, quizá se estaba equivocando…

Mientras tanto las contracciones seguían su curso. Como predijo Pedro, el comadrón, eran cada vez más intensas y más seguidas. Ya nos hicimos a la idea de que iba a ser esa misma noche. No obstante, pensando que duraría unas ocho horas en total todo el proceso, decidimos que no era necesario que Pedro se acercara todavía a casa, puesto que todo iba muy bien y nos encontrábamos relajados.

Sobre las nueve y media más o menos las contracciones empezaron a ser cada dos, tres minutos. Éstas eran ya más serias. Me obligaban a agacharme al suelo, y respirar, aunque aún era consciente de lo que estaba sucediendo a mi alrededor cuando las experimentaba. Entre contracción y contracción seguía a José, mi querido compañero, por todos lados, observando cómo preparaba todo el ambiente con esmero; tal y como le había descrito que me gustaría que fuera, cada detalle estaba presente. Luz tenue, la cama pegada a la pared para dejar espacio a la piscina de parto, en caso que quisiera usarla, el plástico protector encima de la cama y los empapadores, temperatura cálida y agradable. Todo estaba dispuesto para la llegada de Adelina, sólo faltaba que ella diera el primer empujón.

Después de observar y perseguir a José hasta que terminó de preparar la habitación, decidimos quedarnos en el salón un rato. Volvimos a llamar a Pedro, quien valoró que ya era mejor que fuese viniendo, pues eran dos horas y media de viaje, por lo que llegaría sobre las doce de la noche.

Inocentemente pusimos una película, imaginando que esos dolores se alargarían durante horas. Pero con las siguientes contracciones ya me tenía que tirar, literalmente, al suelo y ponerme a cuatro patas, por lo que decidimos quitar la película y poner un poco de música. Recuerdo estar escuchando la canción Dime ramo verde, la cual me produjo un estado de calma y serenidad por un instante. Después de escucharla creo que dos veces, mi percepción de la realidad se volvió algo borrosa, por lo que algunos de mis recuerdos a partir de ese momento no se adecúan a una sucesión del todo lógica.

Con cada contracción recuerdo sujetarme fuertemente a la funda del sofá y respirar cada vez con más fuerza, soltando algún que otro grito y palabrota. En alguna contracción me di cuenta que José se ponía en el suelo conmigo, observando silenciosamente, lo que me hizo sentir acompañada y tranquila.

No sé en qué momento exactamente sucedió, pero decidí ir a la habitación e intentar relajarme en el ambiente que tan maravillosamente fue preparado, con la compañía de José, tan silencioso y presente al mismo tiempo. Una vez en la habitación me dejé llevar por mi instinto, intentando pensar lo menos posible, olvidando todo lo que había leído y lo que me habían contado.

En una de las contracciones, éstas ya tan intensas y dolorosas que no las puedo comparar con nada que había experimentado previamente en mi vida, comprobé que abrazando a mi compañero sentía que tenía más fuerza, que podía soportarlo un poco más y durante más tiempo.

Lo siguiente que viene a mi memoria es estar entre los brazos de José, ambos tumbados en la cama, sujetando fuertemente su brazo con cada contracción. Y segundos después sentí unas ganas tremendas de empujar. No recuerdo en qué momento se cambió de posición, pero en ese instante vi a José de rodillas en el borde de la cama, sujetando mi mano, en silencio. Comencé a empujar y la única sensación que tenía es que me iba a defecar encima, que todos esos empujones eran debidos a ello y empecé a pensar que no iba a aguantar, que no soportaría ese dolor durante ocho horas. Recuerdo gimotear entre contracción y contracción, diciendo en voz alta que no podía con ello, y gritar con tanta fuerza durante la contracción que parecía que me iba a escuchar todo el pueblo. La respuesta de José fue: “lo estás haciendo muy bien, está yendo todo muy rápido”.

Momentos después decidí ponerme de pie y agarrarme fuertemente a él. Me toqué y comprobé que la cabeza estaba a punto de salir. Me di cuenta que Adelina estaba más cerca de lo que me había imaginado y empujé absolutamente con todas mis fuerzas, desde lo más profundo de mi ser. En ese instante recuerdo el haber pensado que ese es el momento “crítico” del que tanto me habían hablado, el momento que sale o sale, que sientes que te partes en dos. Comprobé que José estaba preparado para cogerla y entonces di el último gran empujón; noté como salió su cabecita y seguidamente su cuerpo sin apenas apretar ya.

En ese instante desapareció toda sensación de dolor, estaba en un estado de éxtasis que únicamente me permitía admirar y observar ese ser tan perfecto a luz de mis ojos. Me tumbé en la cama de nuevo, dándome cuenta de la poca energía restante. La necesaria para sostenerla entre mis brazos. ¡Por fin! La espera mereció la pena, el viaje en un solo cuerpo terminó, iniciando así su propio sendero, siempre unidas. Experimenté la conexión de la primera mirada entre madre e hija, sus primeras pulsaciones en sintonía con las mías, notar sus movimientos, ya no dentro sino fuera de mí comenzando así su camino, su vida, su persona. Mano a mano.

Adelina vino al mundo a las doce menos cuarto del día dieciocho de marzo, con toda la tranquilidad posible; con la única compañía de las dos personas que más la van a querer en su vida, su madre y su padre. Su primer aliento fue entre los brazos de su padre, sin lloros ni separaciones tempranas ni traumáticas. Pude experimentar el contacto piel con piel, durante todo el tiempo que quise, que fue toda la noche seguida. El cordón umbilical lo cortamos cuando a nosotros nos pareció oportuno, y fue la mano de José la que sujetaba la tijera.

Al final el comadrón llegó sobre las doce, justo a tiempo para ayudarme con el nacimiento de la placenta, aunque ya no me quedaban apenas fuerzas para empujar. Salió en unos minutos y pudimos aprender cómo era; así como la importancia y la manera de comprobar que no se hubiera quedado ningún trozo dentro del útero.

Después de dar de mamar a Adelina por primera vez, nos tumbamos los tres en la cama dejando atrás la mejor noche de mi vida.

Sandra de Miguel Möller

ColectivoAmor y Falcata

www.amoryfalcata.com

amoryfalcata@riseup.net

[1] Otra mujer que narró su experiencia de parto en casa fue Silvia Tomás Gálvez (https://revolucionintegral.org/index.php/item/445-nuestro-parto). Así mismo, María Bueno González contó su no tan buen experiencia de parto en el hospital (https://www.elpartoesnuestro.es/relatos/me-parto-con-mi-parto). Animo a toda mujer a contar su experiencia y opinión al respecto, a fin de ir haciéndonos dueñas, las mujeres del pueblo, paso a paso de una experiencia tan sublime.

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