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  • Autor de la entrada:Laia

En el mundo en el que vivimos la conciencia de determinadas situaciones a veces implica un ahogo constante y profundo. Cada vez hay menos margen para la oposición, para el conflicto, aquel que es real, sobre lo esencial y que pone en juego al sistema (es decir, aquel conflicto que deriva de cuestionar el paradigma vigente, por ejemplo, la propiedad privada). Abundan, en cambio, muchas «discusiones» banales entre políticos profesionales acerca de temas realmente intrascendentes y sobre los que ellos tienen muy poca potestad de decisión en términos efectivos. La calle se hace eco de estas discusiones, y a esto se le llama «hablar de política». Discusiones en lugar de conflictos, puro espectáculo frente a la interpelante realidad.

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Hablando de realidades y ficciones, el Ayuntamiento de Barcelona se está poniendo las pilas últimamente en materia de vivienda. A raíz de la aprobación de la nueva ley de vivienda de diciembre de 2016, se pretenden impulsar una serie de medidas para garantizar el acceso o el mantenimiento de la vivienda en los próximos 10 años a los habitantes de la ciudad: ayudas para pagar los alquileres, subvenciones para rehabilitaciones, pisos de protección oficial, promoción de la co-vivienda … Así, aunque determinadas de estas medidas puedan representar una ayuda en momentos puntuales, cabe preguntarse: ¿cuál es la verdadera cara de estas políticas? Y sobre todo, ¿cómo nos «ayudan» a medio plazo o, por el contrario, sirven para enmascarar las causas profundas y las soluciones radicales que tenemos que afrontar en la época que nos ha tocado vivir? Nos gustaría hacer una reflexión más amplia al respecto.

La estrategia por parte de las instituciones desde el 15-M es muy clara y evidente. Una vez los que estaban fuera están dentro, ¿qué más podemos pedir? Cuando la balanza se inclinó desde el «no nos representan» al «que nos representen mejor», se supone que sólo podemos esperar que este mejor quiera decir que jugarán a nuestro favor. Pero el frente de la vivienda ha sido uno de los más activos y persistentes desde el 15M, porque en sus diversas peculiaridades sigue siendo una fuente de conflicto urgente para muchas personas. Así, las movilizaciones y acciones por esta cuestión han continuado con fuerza y con diferentes estrategias, desde las que contemplan la acción directa expropiadora hasta las más legalistas, de las que ahora el Ayuntamiento hace bandera.

La vieja socialdemocracia de la nueva política

La nueva política que tanta tinta y saliva hace correr a aquellos que se llenan la boca con ella, consiste básicamente en intentar hacer reflotar las cenizas de la vieja socialdemocracia. Esta, históricamente, y también ahora, trata de no tocar los cimientos de la estructura de barbarie y desigualdad en la que vivimos establecidos sino simplemente destinar una parte exigua de los recursos que puede conseguir a raíz de estar «en el poder» a gestionar la miseria. Por muy encomiable que esto pueda ser, la lucha necesaria en nuestros tiempos no es esta. Llevamos demasiados años poniendo parches y edulcorando la catástrofe y está claro que esta no la evitaremos si no cuestionamos de base el funcionamiento que la provoca (el sistema Estado-Mercado y los valores asociados a él de pasividad, competencia, egocentrismo, máximo beneficio. .) y empezamos ya a construir una nueva forma de vida. Si bien es cierto que en la situación de desamparo y desestructuración social a la que hemos llegado, a algunas personas las políticas socialdemócratas las pueden ayudar temporalmente, debemos ser conscientes de que éstas sólo contribuyen a medio plazo a alargar la agonía y apuntalar el sistema . Como dice la conocida frase: «Pan para hoy, hambre para mañana».

Pacificación y represión

Lo que es verdaderamente importante para mantener las dinámicas del sistema en el caso de la vivienda, en términos generales, es promover la pacificación del conflicto. Los intentos de mediación de la administración en este sentido se presentan como una solución, la actuación del policía bueno contra el policía malo (los bancos, los fondos «buitres», las inmobiliarias …) en este juego de máscaras que enturbia las conciencias populares.

Pero su objetivo real es pacificar, como decíamos, evitar una situación demasiado dramática que pueda propiciar la autogestión popular de este ámbito de la vida tan fundamental como es el hogar. Por un lado, la estrategia pasa por calmar los ánimos a través de «solucionar» temporalmente las necesidades materiales de las personas hasta que sólo queden luchando los «irreductibles» -aquellos que se movilizan por conciencia política y social más allá de sus necesidades concretas individuales- oponiéndose a aceptar según qué tipo de medidas que resultan contraproducentes para la autonomía y la libertad. Estos últimos serán reprimidos, como ha ocurrido con el movimiento de vivienda en la ciudad de Turín) (1). Por otra parte, los casos de okupaciones masivas en que se pone más en tela de juicio la propiedad privada en desuso, ponen sobre la mesa de manera muy clara que la principal voluntad de las instituciones es auto-legitimarse y legitimar el sistema establecido, y que no prime la autogestión popular a menos que sea a través y con autorización de sus leyes, aunque parezca una contradicción en términos. Los desalojos masivos de centros sociales que albergaban a refugiados en Grecia son ejemplo de ello. La protección de la propiedad privada es la norma legal que da cobertura a acciones bárbaras como estas, pero la norma invisible y aleccionadora es evitar a toda costa los ejemplos vivos de auto-organización y autogestión popular de las necesidades básicas. Porque si perdemos el miedo en esto, que nos mantendrá ligadas a la obediencia de sus códigos y normas inhumanas? El caso de la Comunidad «La Esperanza» de Gran Canaria es un ejemplo paradigmático de ello, no exento, claro, de repressión (2).

Burocratizar o autogestionar?

Frente a una problemática real que nos afecta a muchas personas, podemos decidir tomar las riendas de la lucha o dejarla en manos de las administraciones «públicas» e incluso no hacer nada y esperar que la «mano invisible» del mercado siga su curso. Estamos tan triturados como personas y como colectividad que parece que pocas posibilidades nos quedan más que el sufrimiento individual y la pasividad más absoluta, o bien pedir y reivindicar que alguien haga algo para nosotros. Al fin y al cabo, el Estado democrático y de derecho debería servir para algo, no? Al menos eso defienden los promotores de las instituciones establecidas y los que cree en ellas.

Si nos dejaran «solos», después de todo lo que nos han despojado a lo largo de los últimos dos siglos, tendríamos posibilidades reales de autogestionarnos? Algunos ejemplos actuales sugieren que si (3), a pesar de numerosas dificultades, producto sobre todo de limitaciones humanas y relacionales. En Canarias la lucha mediante la acción directa expropiadora ha recogido muchos más éxitos en número que el trabajo de las administraciones y plataformas de tipo más legalista de todo el Estado juntas (4). Pero para ello se necesitan personas con dedicación, con iniciativa, con voluntad y fortaleza. Con capacidad de convivir y cuidarse. Sólo asumiendo fortalecernos y responsabilizarnos de las situaciones de vida en que nos encontramos, tanto a nivel personal como colectivo, podremos avanzar hacia algo sustancialmente mejor que el orden establecido.

Desnaturalización y cooptación

Lo que no hagamos nosotros, alguien tendrá que hacerlo por nosotros. Y lo que hacemos nosotros, también! Así, si creamos oficinas de expropiación popular (OEP), las instituciones promoverán leyes de expropiación forzosa e inventarán sus oficinas de vivienda pública. Duplicando estructuras, cooptando a los marginados y a la disidencia -pero no a los más marginados ni los más disidentes, sino a aquellos recuperables, los que sólo necesitan un pequeño impulso para seguir manteniéndose a flote-, profesionalizando el activismo, pretenden acabar con toda iniciativa de auto-organización popular real.

Otro ejemplo reciente de este tipo de políticas, más allá del ámbito de la vivienda, son las subvenciones a la creación de «ateneos cooperativos» a golpe de talonario por toda Cataluña (5). Promocionando desde arriba lo que sólo puede surgir de la voluntad y la fuerza de los de abajo, este tipo de cosas buscan desnaturalizar los movimientos y las prácticas, vaciándolas totalmente de contenido al presentar proyectos similares en apariencia pero totalmente opuestos en funcionamiento y objetivos (en este caso los «ateneos cooperativos» se entienden como una herramienta para crear puestos de trabajo, y aquí se queda el asunto. El cooperativismo mercantil se acaba convirtiendo también en una herramienta hermosa para lavar la cara al sistema y hacer pasar gato por liebre, más allá de la retórica de continuidad histórica gloriosa con los ateneos obreros que se pueda utilizar) (6).

Por lo tanto, vemos con estos ejemplos que la nueva táctica del sistema para renovarse resulta ser mucho más la cooptación que la represión abierta y explícita. La cooptación, el bienestar dado, la autogestión subvencionada, hace mucho más difícil la rebelión, a no ser que se mantenga un nivel de conciencia muy elevado y unos fines estratégicos y pragmáticos muy claros que pudieran darle la vuelta (y este no es el caso hoy en día, desgraciadamente).

Legitimarse y deslegitimar

Con este tipo de políticas se hace patente que cada vez hay más asfixia de la disidencia y de todos aquellos que apostamos por una vida libre. Si os lo damos todo, nos dicen, de que os quejais? Con la entrada en las instituciones oligárquicas y las escasas medidas que se pueden impulsar desde allí nos pretenden hacer creer que ya está todo listo, consiguiendo así deslegitimar las luchas populares que buscan ir más allá, es decir, construir una vida diferente en un marco diferente, y no venderse el futuro a cambio de pasatiempos envenenados. Con sus políticas no crean un nuevo imaginario social sino que de hecho hacen más y más presente y más real y más legitima la necesidad del Estado para proteger a las personas de los males del «sector privado», así como para gestionar la miseria social . Es importante tener en cuenta que aunque los resultados de las políticas institucionales sean muy escasos, con poca inversión y sin tocar nada esencial del marco actual consiguen legitimarse, básicamente a base de propaganda y de su capacidad de visualizar y organizar el trabajo de quienes vivirán de ser gestores de las miserias de los demás. No obstante, en términos reales, cuantitativos, no pasarían ni siquiera la prueba de la suficiencia, pero es altamente improbable que alguien se dedique a investigarlo y comprobarlo.

Mantener las apariencias

Otro resultado buscado de estas medidas paliativas es edulcorar la realidad, mantener a la gente en las ciudades con una situación menos decadente a costa de subvenciones que escondan lo obvio: cada vez es más difícil vivir en el sistema actual y del sistema actual. Es como cuando en los años 70 del siglo XX la economía parecía que no podía crecer más y las élites decidieron suprimir el patrón oro y acelerar la deuda para generar la ficción de la abundancia, ficción que en determinados momentos nos ha explotado en la cara.

Lo que interesa a las dinámicas del sistema actual es que a pesar de la catástrofe en la que estamos inmersos, se mantenga en lo posible una apariencia de normalidad. Como dice Ruymán Rodriguez, quieren que pasemos de ser potenciales revolucionarios a indigentes tranquilos. Quieren una sociedad de indigentes tranquilos, por eso ya no se habla tanto de exclusión social sino de exclusión habitacional / residencial por ejemplo, para fragmentar la opresión. Ahora puedes ser un excluido total en algunos ámbitos pero tener casa. Como también puedes tener un trabajo totalmente precario pero en las estadísticas contribuyes a bajar los índices de desempleo. Al banco le interesa más darte un alquiler social de 50 euros y que dejes de quejarte y luchar, que no realmente el dinero que deja de percibir. Le interesa más hacerte callar y no perder legitimidad, que no el dinero. Los factores inmateriales más que los materiales.

La apariencia, pues, acaba siendo más importante que la realidad. Esto lo saben los inversores, debes «dar confianza». También lo saben los psicólogos: haz «como si» y acabarás siendo lo que quieres.

Cómo romper el cerco?

¿A qué nos podemos oponer? El aro es cada vez más estrecho. Intentan hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles cuando de hecho no paramos de perder más y más autonomía, y más capacidades.

¿Qué podemos hacer?

Primero de todo, aprender a cuestionar la normalidad, quitar el polvo de debajo de la alfombra de la realidad establecida. Recuperar una forma inocente de estar en el mundo, que no ingenua, para no dar por supuesto el sistema actual y su barbarie. Combinar la aceptación firme del mundo en el que vivimos con el cuestionamiento imprescindible que nos recuerda lo que debería ser, lo que podría ser.

Por otra parte, contribuir a aumentar el nivel de conciencia de más personas que puedan comprometerse y arriesgarse a proponer y vivir en una nueva realidad, sin perder los vínculos con quien actúa más por pura necesidad porque no le queda otra, o porque así lo decide (estar en segunda línea). También tejer puentes con personas del entorno donde nos encontramos que se ven afectadas en su propia piel por las dinámicas que denunciamos y que para ellas la lucha es una cuestión irrenunciable y de sentido común más que de ideología (7).

Igualmente resulta fundamental para las dinámicas presentes de asimilación no dejarse cooptar, siempre mirar en cada momento cuáles pueden ser los puntos de conflicto, los huecos donde puede crecer y florecer la disidencia. Estar atentos a las necesidades a las que el sistema no da o no puede dar respuesta, mutando rápido porque esto va cambiando. Estar alerta a la realidad y saber detectar los campos minados antes de que sean desactivados por la legalidad vigente. Sin embargo, la táctica del conflicto constante seguramente no será suficiente para evitar las dinámicas asistenciales y la posibilidad de convertirse en simple gestora de los males del sistema. Será necesario mantener viva la llama del espíritu de disidencia y darle vías concretas de salida, diversidad de tácticas que pueden ir cambiando en función del lugar y el momento, pero que son parte de un mismo camino del que debemos intentar no perder el norte, forjando una estrategia conjunta más allá de los ámbitos concretos de acción tales como el frente de la vivienda.

Para cualquiera de estas cosas es asimismo imprescindible un cambio de valores y de prioridades, al menos entre algunos sectores de la población que pueden ser los más dinámicos. Mientras la búsqueda de estabilidad, de seguridad, de normalidad, etc. sea más importante que la libertad, de conciencia sobre todo, y material también, en forma de autogestión, no hay nada que hacer. Deberíamos vivir como si no pudiéramos perder nada, o como si lo que pudiéramos perder no tuviera tanto valor -perder el miedo a la muerte sería también importante para la revolución-. Corremos el riesgo de que la comodidad nos entierre vivos (8).

NOTAS

1 El movimiento de lucha por la vivienda en Turín ha sido desactivado de esta manera, con una táctica de suspensión administrativa de los desahucios. 13 personas que se resistían a aceptar esta «solución» han sido detenidas en los últimos tiempos. Aquí se puede escuchar una charla donde se explica esta lucha.

2 Aquí se pueden encontrar varios artículos sobre los intentos de desahucio en la Comunidad y aqui sobre la represión directa a personas como el activista Ruymán Rodríguez.

3 El barrio de Errekaleor, en Vitoria-Gasteiz, donde conviven más de 180 personas, es una muestra de las posibilidades de la acción directa y la autogestión.

4 Desde 2012 más de 300 okupaciones y 1.000 familias realojadas.

5 La convocatoria se puede encontrar aquí.

6 Ateneos como La Base o La Baula, que han adoptado el adjetivo de «cooperativos» pretenden ir mucho más allá de esta herramienta institucional y mercantilista y, aunque alojen proyectos productivos, la lógica es comunitaria y pro-comunal, y la visión va mucho más allá de crear puestos de trabajo.

7 En la ZAD de Francia se da una situación de tríada en este sentido, entre activistas, campesinos que ya habitaban los terrenos okupados y personas excluidas del sistema.

8 Sin embargo es importante ver hasta qué punto podemos cortar los amarres que nos sostienen de manera que no potenciemos más el caos que impera y que estamos tratando de evitar. Es importante que las deserciones y las luchas se afronten con amor y apoyo comunitario. Una reflexión en este sentido se puede encontrar aquí. También es importante aprovechar nuestros «privilegios» en las «zonas peatonales del capitalismo» para contribuir a la revolución y no meramente para renegar de ellos y pasar a engrosar las filas de desarraigo y desamparo de una mayoría cada vez mayor.

Fuente: https://integralivital.net/2017/02/11/marges-estrets-per-a-la-dissidencia-catcast/

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