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Intentaré dedicarle tiempo, aunque en este momento tengo otras prioridades.
En cuanto a Delibes, veo una gran diferencia entre su primera novela y las que escribe a partir de «El camino». Tengamos en cuenta que el propio autor considera «La sombra del ciprés es alargada» una obra de experimentación en la que no ve reflejado su estilo definido. Sin embargo, a mí me fascinó la ternura, sensibilidad y sobriedad de esta novela.
Vi en Pedro, el protagonista, una forma de pensar y sentir que, sin ser mejor ni peor que las demás, pocas personas tenemos. Ese sería uno de los puntos fuertes, para mí, de la literatura: la capacidad de romper con los estereotipos y reflejar tan variados caracteres y percepciones de la realidad interna y externa.
Pero hay una lucha aquí con la industria editorial, igual que sucede con la discográfica. ¿Cuál es la literatura que alcanza a las masas? Se dice que hoy leemos más que nunca, pero, ¿qué leemos? Y volviendo a lo que acabo de decir, ¿qué tipo de personajes abundan? ¿Qué estereotipos se nos muestran como modelos de comportamiento? ¿Cuál es su mentalidad?
Por cierto, pienso que la literatura infantil está también en decadencia. No comprendo esta tendencia a dejar de lado los cuentos tradicionales (hay libros donde se explica la influencia de la tradición oral en la comunidad, especiamente en los niños, por supuesto positiva. A este respecto os recomiendo la introducción a una recopilación de cuentos que siempre cito: [i]¡Y el pájaro voló…!
[/i] de Monserrat Rabadán).
En cuanto a la profesión, es un tema más complejo porque está totalmente ligado a la subsistencia, no tanto ya de nosotros, sino de la de nuestros hijos. Por ellos y por la manera en que está diseñado el sistema, tenemos que vernos trabajando en cosas que pueden no gustarnos. ¿Qué se puede hacer? No lo sé. Pero sí que creo que podemos educar a nuestros hijos de manera diferente. Me gusta en este sentido lo que nos enseña Delibes en «El camino». Daniel, el protagonista, es hijo de un quesero, pero su padre quiere un «futuro mejor» para él y lo manda a estudiar a la ciudad. Sin embargo, a Daniel le gustaba la profesión de su padre. Creo que este es una de las creencias de la sociedad actual que tenemos que repensar.
No todo el mundo va a ser feliz siendo quesero. Entonces me pregunto si, una vez superada esa creencia en el progreso (en el ámbito de lo profesional), hemos de orientar a nuestros hijos para que, mientras sean jóvenes y no tengan responsabilidades familiares, se dediquen a aquello que les gusta, aunque después surgiría el problema de encajar sus gustos y habilidades innatas en lo que les ofrece el sistema. Que por cierto, ¿hay que conformarse con esto? ¿Cabe la posibilidad de ser creativo en este sentido?
Personalmente, pienso que es necesario sair de esa dialéctica de «estar dentro del sistema-estar fuera del sistema». Las cosas son más complejas. Voy ligando reflexiones, como suelo hacer, y ahora me pregunto cuánta libertad tenemos «dentro del sistema». Sin caer en la política y en cambiar las cosas desde «dentro», ¿qué puede hacer por ejemplo un maestro de escuela por sus alumnos? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros por influir en nuestra realidad cotidiana, con respecto a los objetivos de la revolución integral?
*Por cierto, ¡qué guay, eres salmantina!