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Aquí tienes. La traducción no es muy allá, pero sirve para entender el sentido del texto.
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¿Son los hijos obligados a amar a sus madres?
(Laurinda Alves, http://www.observador.pt)
Una madre a la que no se ama, o que incluso se detesta, es todavía un tabú y la idea, en sí misma, casi intolerable, especialmente en épocas como esta, en que la imagen de la madre es un icono sagrado y una imagen intocable. Pero es esta misma imagen de una madre que inspira a creyentes en todo el mundo e inspiró a artistas en todos los siglos (cuyo máximo amor fue materializado en la Pietà de Miguel Ángel), la que nos transporta hacia otras realidades. Y es a través de ejemplos amorosos que llegamos a lugares donde no existe amor ninguno y las madres maltratan, abusan y desatienden.
El tema duele siempre, pero más aún en Navidad porque reabre heridas, las deja más expuestas y se ven mejor las cicatrices y las marcas que quedan grabadas para siempre. Cuesta hablar de las malas madres, pero es un tema urgente. Por todas las razones y también porque los tribunales de familia están llenos de procesos en que las víctimas son hijas e hijos de madres que no podemos obligar a nadie a amar. Conozco casos extremos en que las madres maltrataron a los hijos y se los quitaron, pero pasado un tiempo, algunos de estos mismos hijos regresaron con su familia biológica. Y las madres reincidieron. Y en tres casos que conozco de primera mano (por tener cerca realidades de gran vulnerabilidad en barrios con grandes carencias, pero también en situaciones de gran fragilidad entre familias sin ningún tipo de dificultad material), estos niños volvieron a ser maltratados hasta el punto de llegar a tener secuelas para el resto de sus vidas. Uno se quedó ciego, otro tetrapléjico y otro con quemaduras graves en más de medio cuerpo. Las madres agredieron, violentaron y sacudieron a sus bebés con todas sus fuerzas. Volvieron a quitárselos, esta vez sin vuelta atrás. Afortunadamente, estos tres de los que hablo fueron adoptados por otras madres y otros padres que los cuidan con amor. Pero hay otros que continúan y continuarán frágiles y sin protección. Y también hay, más allá de estos casos extremos, otros ejemplos de madres a las que es difícil amar.
Pocos son los que se atreven a decir: “a mí no me agrada mi madre”, porque son palabras duras que sacan a la luz sentimientos íntimos y muy dolorosos. Y, no obstante, muchos sufren diariamente el hecho de ser hijos de madres egoístas, narcisistas, castigadoras, patológicamente inestables, adictas o simplemente incapaces de amar, alentar, valorar y ayudar a sus hijos a crecer. En vez de sentirse cada vez más fuertes, los hijos de estas madres se sienten cada vez más solos y abandonados. Incluso cuando viven en la misma casa y comparten la misma mesa. Y hasta cuando las madres les hacen regalos, les visten impecablemente y dicen a los demás que adoran a sus hijos. En realidad, quien es muy amado, se siente muy amado. No necesita anuncios ni letreros que lo indiquen. Muchos hijos de este tipo de madres crecen al borde de un precipicio, constantemente inclinados sobre el abismo, pero incluso así prefieren mantener las apariencias y desarrollar una cierta indiferencia, sin llamar la atención. La dualidad de sentimientos hacia quien nos dio la vida (y según el mito de Medea, también nos la puede quitar) hace que se perpetúen relaciones difíciles, muchas veces marcadas por la hostilidad. En nuestra sociedad, amar a una madre nunca es una pregunta, es siempre un imperativo moral y, por eso, estos hijos no se atreven a hablar sobre la calidad de su relación. Muy pocos llegan a asumir la tremenda dificultad con la que viven. Disimulan. Y sufren.
Para intensificar las penas interiores de quien atraviesa una vida sin la certeza moral del amor de su madre, sabemos que hasta la adolescencia todos los niños prefieren estar con una mala madre que sin madre. Resisten como pueden a ser retirados de sus familias para ser institucionalizados. Solo quien ya asistió o participó sucesivas veces en estas “retiradas” conoce la dificultad de separar a un hijo de su madre. Por más maltratado o descuidado que esté. Por todo esto y porque las madres continúan siendo un tema tabú, importa darse cuenta de que en épocas como la Navidad y otras fechas familiares, esta realidad cuesta más. Tal vez ayude pensar que en ciertos casos lo mejor es realmente imposible. Libera a los hijos del peso de la culpabilidad (tienen siempre sentimientos de culpa, incluso sabiendo que la culpa no es de ellos) y les permite percibir que por más dura que sea la realidad, hay hijos que tienen el derecho a no amar a sus madres.