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  • Autor de la entrada:Pilar Herrera Caballero

Llevo días con un profundo pesar. Por más que le doy vueltas no consigo comprender el motivo por el cual las personas parecen haber perdido su capacidad para pensar.

Estoy estupefacta, pues aquello que se conocía como “ser humano” parece haberse extinguido, o quizás ha involucionado hacia una nueva especie de ser irreflexivo que ha perdido el raciocinio como resultado de no hacer uso de él los últimos años. Como un músculo, la capacidad de pensar ha ido atrofiándose poco a poco por falta de uso, hasta el punto de que hoy en día solamente puede apreciarse en unos pocos ejemplares, como si de un atavismo de nuestra especie se tratase.

Dice el darwinismo que la especie humana tiene su origen en el primate. Pero, ¿y si nuestros parientes más cercanos fueran las ovejas? [1]

Son seres mansos, quizás los animales con menor instinto de supervivencia que haya visto jamás. No hay nada más que detenerse unos minutos a observar cómo se comportan, por ejemplo, cuando son esquiladas. El proceso consiste en lo siguiente: un ser ajeno al grupo se acerca y aparta a uno de los individuos, lo conduce hacia un rincón donde a pesar de estar solo se encuentra a gusto ya que el entorno le es familiar.

Se trata de un espacio cerrado donde esos animales dormitan, pero a diferencia de nosotros, cada día son dejados en libertad para que pasten en las verdes praderas bajo la luz del Sol. Sus vidas no transcurren bajo una luz artificial como le ocurre al ser humano (y a otros animales no tan afortunados [2]).

Cuando el responsable de esquilar a la oveja se pone manos a la obra, atrapa al animal por las patas delanteras y lo coloca en la posición ideal para manipular su (hoy en día) poco apreciada lana [3]. Sin saber qué está ocurriendo, un ruido infernal procedente de la esquiladora eléctrica [4] comienza a sonar y rápidamente la oveja es despojada de su abrigo, ese elemento de protección que le confería además cierta individualidad.  

Pasados unos minutos los animalillos merman de tamaño y es prácticamente imposible distinguir unos de otros. Al final del proceso lo que resulta es un rebaño de ovejas casi idénticas preparadas para que su pastor las guíe por campos y senderos hasta llegar a las praderas donde está la hierba de mayor calidad, de lo contrario deberían ser alimentadas en su pequeño establo.

Algo similar observo en muchos de los amigos y familiares que me rodean. No sé si de forma voluntaria han decidido perderse de la mano de esos que hoy en día algunos insensatos llaman “pastores” [5], pues a diferencia de las ovejas, las personas de bien tenemos criterio y la autonomía suficiente para buscar nuestro propio camino. Juntos somos capaces de discurrir por la vida, sin necesidad de que ningún gurú nos guíe, en compañía de nuestros semejantes que, ya sea por la edad o por las experiencias vividas, tienen bien aprendida la lección.

Se tiende a pensar que aquéllos que sirven de guía a un rebaño conocen cuál es el mejor trayecto para realizar el camino. Pongamos como ejemplo el movimiento de la trashumancia (hoy en día el término más correcto sería transhumancia [6]). El camino quizás ya se haya hecho varias veces a lo largo de la historia o tal vez sea ahora la primera vez que se atreven a tomar ese nuevo recorrido…

Pastor:  Las ovejas ahora parecen más mansas que antaño (piensa).

Tomaré el camino recto (dice). Ya no saldrán despavoridas cuando pasemos cerca de            aquel precipicio. Algunas pueden resbalar y despeñarse, pero seguramente sean las más torpes, a las que siempre hay que esperar. Echaré unos cálculos mentales (…). ¡Creo que puedo prescindir de ellas! Ya han vivido bastante, además ya apenas producen lana o leche. ¡Compraré otras más jóvenes!

No sé si me está pasando sólo a mí, pero parece sonarme esta beee-historia.

Bromas aparte. Yo no soy una oveja descarriada. Soy una persona que al igual que tú aún conserva cierto instinto de supervivencia. Siempre estoy buscando a otros de los que rodearme con el fin de sentirme arropada pues, aunque me duela profundamente, he de confesaros que a menudo me siento alejada de aquéllos que tengo más cerca cuando contemplo a los ejemplares más veteranos, que un día me cuidaron y se sacrificaron por sacarme adelante, arriesgar hoy su vida al confiar en el pastor de la nueva religión, la medicina moderna [7]. Sufro al ver que muchos de los individuos que crecieron conmigo hoy en día parecen haber perdido el rastro del camino o quizás permanecen aún en la edad lactante, como si de un corderillo lechal sempiterno se tratase.

Por ahora y como Carlo M. Cipolla escribió en su libro titulado Allegro ma non troppo [8], “reaccionaré de manera instintiva con escepticismo e incredulidad”, pero eso sí, permaneciendo al lado de las personas que más quiero a pesar de no estar de acuerdo con algunas de las decisiones que tomen. Intentaré auxiliarles si se caen, curar sus heridas, al igual que ellos han cuidado de mí cuando yo lo he necesitado.

No os mentiré, fantaseo con la idea de poder disuadir a los míos con palabras, apoyadas en investigaciones ajenas o en experiencias propias. Disuadir a todos aquellos que se acercan a un abismo edulcorado. Pero poco tengo que hacer. Lo he intentado hasta decir basta, lo he intentado hasta ser a veces incluso molesta y maleducada. Se trata de un desafío superior a cualquiera de los que realizara el mismísimo Hércules, pues la insensatez es inmensa (los medios de “información” se encargan de alimentarla todos los días).

Sólo puedo exponer mis ideas, profundamente reflexionadas eso sí, y resignarme mientras desde un rincón contemplo a mis propios familiares jugar a la ruleta rusa con eso a lo que llaman vacuna pese a ser un tratamiento experimental de la biopolítica.

Tristemente debo decir que el ataque a la conciencia comenzó hace ya muchos años, aunque es en momentos como el que estamos viviendo cuando parece manifestarse de forma más nítida. Pero no nos llevemos a engaño, esta maniobra orquestada desde las élites es lenta, deben ser constantes y tienen mucho tiempo y mucho dinero (el de todos nosotros). Antaño encontrarían una traba, el ser humano de calidad, pero en estos tiempos ese espécimen parece estar en peligro de extinción. Un consejo, quienes aún dispongáis de un poco de humanidad cuidarla, alimentarla y exhibirla ante los demás. Hacer saber a cuantos nos rodean que no están solos, que aún queda gente que quiere acompañarlos en el camino.

Suelo pensar que quizás mi visión de las cosas esté errada, pero cuando encuentro a un único colectivo que cuestiona los acontecimientos, entonces sé que mis ideas son el resultado de algo. Necesitamos personas críticas a nuestro alrededor, críticas pero reflexivas, pues de nada vale una crítica gratuita no reflexionada. Siempre estoy dispuesta a escuchar otros planteamientos, pero pongo un único requisito, que las ideas se apoyen en argumentos. Es la única manera que hay de convencerme de que esa idea es tuya y no ha sido manufacturada externamente, que se trata de algo en lo que realmente crees. He de decir con profundo pesar que raras veces me facilitan unos argumentos que sean fruto de un ejercicio de conciencia y reflexión. En cambio, cuando uno piensa diferente a la mayoría se le exige que explique el por qué con pelos y señales.

Nunca dejaré de creer en el ser humano, decía antaño.

No quiero dejar de creer en el ser humano, digo hoy.

Pilar Herrera Caballero (Madrid, a 9 de mayo de 2021)

NOTAS:

[1] Cada vez son más las similitudes con la ganadería (p.e. emplear la expresión “inmunidad de rebaño” para referirse a la “inmunidad de grupo”), lo que me hace pensar que hoy más que nunca el ser humano parece haberse convertido en un animalito domesticado, frágil y desvalido que camina por la vida como pollo sin cabeza. Sin duda, creo que esta identificación viene dada porque ahora tenemos una ignorancia absoluta de quiénes fueron nuestros antepasados, cuál fue nuestra historia y cómo vivimos antaño. 

“Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”.

George Orwell

[2] Un ejemplo son las gallinas que se crían en régimen intensivo donde las horas de luz juegan un papel muy importante en el tema de la producción de huevos. El “progreso” ha hecho que sea visto como normal que la vida transcurra bajo luz artificial, marcando el inicio y el final de cada jornada. Ya no dependemos del astro rey para iluminar las horas del día, algo que quizás podría establecer la duración óptima de la jornada. Se desecha la idea del descanso, la alimentación saludable y el ejercicio físico.

[3] La lana. He elegido este elemento por ser la característica más llamativa que define al animal del que se habla. Seguramente la oveja (no modificada genéticamente) se desharía de su abrigo de manera natural si no fuera esquilada. Así lo hacen otros animales en estado salvaje.  Pero teniendo en cuenta que la lana es uno de los productos más buscados en la explotación de este animal, se ha procedido a cruzar las ovejas con el fin de obtener el mayor rendimiento posible. Para ello, se han ido eligiendo aquellos ejemplares con un mayor número de arrugas en su piel, pues cuantas más arrugas más lana tiene el animal. Pero como ninguna intervención humana carece de consecuencias, las ovejas han alterado su bienestar en este proceso de “perfeccionamiento” del producto (p.e. la piel excesivamente arrugada de la oveja moderna provoca una mayor sudoración del animal, así como un mayor riesgo de contraer enfermedades como la miasis provocada por las larvas de una mosca que deposita sus huevos en las arrugas de la piel del animal).

[4] La esquiladora. Quedan lejos esos tiempos en los que el oficio de esquilador era más un arte que un trabajo. Primaba el trato al animal y la maña de sacar la lana de una sola pieza (el “vellón”) al tratarse de un recurso muy apreciado. Hoy en día a pesar de que países como Australia (primer productor y exportador del mundo), China, Nueva Zelanda, Turquía o Argentina continúan con la explotación de lana de origen ovino no se puede ocultar que la influencia de las fibras sintéticas a partir de los años 80 ha empujado a los productores de lana de todo el mundo a elegir entre la “mejora” de la especie mediante la genética o fomentar la industria cárnica de la oveja, ya que el precio de la lana no cubre ni siquiera los gastos del esquilado. En el caso de España parece que se ha optado por esta segunda opción.  Para hacernos una idea, sólo el 1% de la producción mundial de fibras textiles es a partir de la lana según European Man-made Fibres Association, 2019.

[5] Los pastores. Más allá de la acepción que todos conocemos de pastor como guardián y guía de ganado he oído a varias personas de edad avanzada llamar pastores a los políticos profesionales. Idea totalmente aberrante. Claro que otra de las acepciones de la palabra pastor es sacerdote, por lo que quizás no estén tan mal encaminados, ya que la política de hoy en día es una cuestión de miedo, de odio a los otros y en cierto modo de fe. Pues hay que querer creer que esos seres psicópatas son los salvadores de un pueblo que nunca han dudado en aplastar, en pro de sus ansias de poder.

Si usamos un poquito la razón no cabe en cabeza humana el hecho de que en las últimas elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid celebradas el pasado 4 de mayo de 2021 se hayan batido récords de asistencia. Un hecho insólito en los tiempos que corren y que confirma que la Humanidad está desorientada, pero cómoda con su papel de esclavo.

[6] La transhumancia podría ser el nuevo término a emplear para designar el camino que algunos seres humanos pretenden emprender (o imponer) hacia su fusión con las máquinas, con el fin de mejorar (supuestamente) nuestras capacidades físicas, intelectuales y psíquicas mediante el uso de la ciencia y la tecnología.

[7] La medicina moderna. Estoy convencida de que los médicos que nos trataron hace cuarenta años no se sentirían identificados con la medicina de hoy en día, mucho menos los médicos higienistas. La medicina moderna hoy mal llamada tradicional, es una disciplina que más se basa en imágenes (piedra angular de cualquier buena publicidad) que en hechos. Y digo esto porque curar no es hacer desaparecer los síntomas de un paciente enfermo ni sustituirlos por otros nuevos. Curar empieza por atender al enfermo y para ello lo primero es escuchar qué tiene que decir. No puede un médico pretender sanar a una persona a la que no conoce, ni siquiera escucha y ahora, en ocasiones, ni ve. A todos los que piensan que tenemos un sistema sanitario de calidad les hago una pregunta, ¿es hipocrático dejar morir a una persona por no derivarla a otro hospital?, ¿es hipocrático experimentar con una persona aun sabiendo que pones en riesgo su vida y no informarle de ello?, ¿es hipocrático hacer del paciente un enfermo crónico con el fin de engordar mi cuenta corriente?, etc. y no sigo porque el texto tiene un límite.

[8] Allegro ma non troppo, de C. M. Cipolla. A pesar de no estar en total acuerdo con lo que en este libro se expone he de decir que las ideas aquí plasmadas por el autor me han hecho pensar. Desde aquí mi crítica al empleo de palabras faltonas como estupidez o estúpidos para referirse a personas como mis iguales, pues nadie debe superponerse a sus semejantes. En cuanto a su idea de que la estupidez (yo prefiero decir ignorancia) es de nacimiento decir que esa idea resta culpabilidad a medios de comunicación (manipulación), Estados, técnicos y “expertos”, etc. Una concesión que para nada se merecen. Cada uno debe responsabilizarse de sus actos.

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