En los últimos tiempos, parece que el asunto del poder, su esencia, su materialización y sus estructuras son fuente de una inacabable confusión y debate.
Esta circunstancia no debería sorprendernos, pues como explicaba N. Maquiavelo: “Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado… hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y disimular… aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.[1]El poder mismo, hoy mucho más desarrollado y complejo que en el Renacimiento, promueve de manera constante tal confusión, dado que le interesa que los dominados obedezcan pasiva e ignorantemente, se dejen explotar tributariamente hasta la extenuación, dirijan sus iras y frustraciones hacia otra dirección, al tiempo que acepten lacayamente su condición.
Por ejemplo, la herramienta político-ideológica más en boga, que ha sido impulsada por el poder con ese fin manipulador, es el conspiracionismo.[2]
Con que resulta vital esclarecer esta cuestión.
La materialización del poder es dialéctica. Es decir, que el poder se materializa tanto en las personas que ejercen el poder como en las estructuras creadas para asimismo ejercerlo. Los individuos poderosos y las estructuras subyugantes forman parte de un todo interdependiente. Ambos conforman la regencia de cualquier modelo social jerárquico.
Por mucho que se pretenda ocultar esta realidad, con un mínimo esfuerzo reflexivo se comprende.
Las élites de poder (que son, ante todo, estatales-militares), las personas con los mayores cargos, privilegios y responsabilidades, no son nada sin las estructuras organizativas bajo su mando. Necesitan de un Estado progresivamente más complejo que controle cada vez más dimensiones existenciales (nacimiento, crianza, educación, religión, ideologías, relaciones civiles, relaciones eróticas y sexo, entretenimiento-ocio, deporte, cultura, historia, arte, ciencia, tecnología, medio ambiente, ruralidad, cuidados y explotación animal, agricultura, silvicultura, pesca, infraestructuras, transportes, producción, extracción y uso de materias primas/energía, trabajo, vivienda, finanzas, sanidad, seguridad, gestión de emergencias, justicia, burocracia, recaudación fiscal, diplomacia, coacción policial, represión, cárceles, aventuras bélicas, militaristas e imperialistas, etc.). Lo mismo que nada son tales estructuras sin los individuos que analizan la situación, desarrollan estrategias, implementan legislación, toman decisiones, imponen la cadena de mando y ordenan ejecuciones.
En la historiografía ha existido una corriente, más bien idealista, que ha centrado la importancia del análisis histórico en los grandes personajes y sus personalidades. Esto es, en los reyes, emperadores, mariscales, generales, empresarios, científicos, filósofos, profetas, etc.
Esta corriente, extensible a otras ramas como la sociología, antropología, psicología, economía, etc., se centra excesivamente en el papel individual del sujeto como agente histórico y social; por consiguiente, como responsable casi único del devenir.
Desde esta perspectiva, el Estado, la estructura compleja que materializa el poder, casi desaparece; se desvanece detrás de los egos de ciertos personajes relevantes.
Así que se obvian los hechos: nada serían ellos sin el entramando organizativo que lleva a cabo sus planes.
Un general (republicano, liberal, fascista, nazi, izquierdista, carlista, musulmán, comunista o con cualquier otro adjetivo coyuntural) no es nada sin un ejército; nada es sin los individuos jerárquicamente estructurados de los niveles inferiores; nada es sin su mercenaria cooperación. Las élites militares y estatales nada son sin un sistema tributario organizado que recaude exacciones a sus vasallos. Los poderhabientes tampoco son nada sin un sistema legislativo, judicial, carcelario y policial que regule la sociedad e imponga su voluntad a punta de pistola. Igual que nada son sin un sistema económico/asalariado-esclavista que explote a la vez que amaestre a los súbditos.
En definitiva, cuanto más grandes y modernos son los Estados, mayores son las estructuras organizativas que requieren, desde el nivel local hasta niveles internacionales como la Unión Europea.[3] Así como aumenta el número de funcionarios y trabajadores que obedecen directamente sus órdenes; en su mayoría, mercenarios que cumplen su labor servilmente.
Quienes ocultan esta realidad, centrando toda la atención y crítica en determinados personajes o en ciertos grupos de segundo orden, están sirviendo a los intereses del ente estatal. Son agentes reaccionarios que, directa o indirectamente, trabajan a su servicio.
Por otro lado, en el extremo opuesto se encuentra otra corriente historiográfica e intelectual, esta vez materialista. Incluso, posteriormente daría lugar al estructuralismo.[4]
Dicha corriente materialista, o, mejor dicho, corrientes, afirman que lo fundamental son las estructuras, que funcionan de manera cuasiautomática y mecanicista.[5]
El factor humano se minusvalora o, incluso, se desprecia por completo. Todo se reduce a valorar, cuantificar y determinar los patrones “absolutos” que configuran la realidad. Unos patrones y estructuras universales cuasidivinos que, según argumentan, rigen las sociedades por encima del libre albedrío y cualquier voluntad terrenal.
Conforme a esta perspectiva reduccionista, el sujeto desaparece; queda reducido a una mera pieza del ajedrez celestial. Las estructuras, sistemas y mecanismos sociales de la maquinaria estatal funcionan de un modo neutro, aséptico, pragmático y automatizado.
En consecuencia, al expurgar de la ecuación al ser humano concreto, al erradicar la relevancia de la voluntad y la libertad individuales, se exime de responsabilidades a quienes ejercen el poder y comenten verdaderas atrocidades.
Ya no se culpa al alto mando militar-estatal que ordena este o aquel genocidio, ni al general que sacrifica a miles de soldados rasos, ni al jefe o jefecillo que viola y asesina, ni al intelectual, profesor o líder religioso que adoctrina y manipula, ni al juez que condena, multa y encarcela, ni al médico que envenena y enferma, ni al empresario/capitalista que explota, degrada y amaestra, ni al soldado o policía que golpea, roba y mata, ni al dictador o grupo de personas con poder que subyugan, oprimen, esclavizan, aculturan, destruyen la conciencia, extinguen, etc.
Pero lo cierto es que todas las personas que componen cualquier tipo de estructura social tienen la capacidad de hacer el bien y el mal. Pueden permanecer en su puesto o irse. Eligen entre dejar pasar una injusticia, plantarse ante ella y hasta cometerla ellos mismos.[6]
Esas personas/funcionarios/mercenarios escogen entre: 1) coadyuvar explícitamente a las élites estatales y paraestatales; 2) mirar para otro lado, ser implícitamente cómplices y vegetar como seres nada; 3) combatir por un cambio revolucionario.
Una libertad de acción, y su correspondiente responsabilidad, que se incrementa cuanto más alto en la jerarquía estatal-militar se está.
Como todo lo real, tales estructuras son dinámicas, evolucionan; se crean, se modifican, se destruyen y son sustituidas por otras o no. A veces compiten entre ellas, si bien, en última instancia, las Fuerzas armadas acaban por imponer su poder en cualquier Estado. Igual que las relaciones entre las personas, de poder o no, son dinámicas y varían constantemente.
Así pues, la realidad del poder, como expuse al principio, es dialéctica. Se compone tanto de personas, en especial, las élites con capacidades de mando, como de estructuras subyugantes creadas a fin de organizar jerárquicamente las sociedades.[7]
Tales estructuras subyugantes son esenciales para el funcionamiento de las sociedades estatizadas; puesto que, a fuerza de imponerse mediante el adoctrinamiento y la coerción legislativa, penal y policiaca, la gente común es impelida a depender de esas estructuras, una vez ha sido, así mismo, forzada a desprenderse de sus antiguas formas autoorganizativas y de autosuficiencia.
El ente estatal impone las estructuras, mecanismos y sistemas institucionales (verbigracia, el sistema educativo), financiadas gracias a la exacción fiscal obligatoria, a fin de que perdamos nuestras propias capacidades de autogestión (en el ámbito educativo: la crianza-formación en familia-vecindad, sostenida en la cultura popular, así como la autoformación, todo ello basado en unos valores y cosmovisión antagónicos a la misantropía de las élites).
Los sin poder somos obligados a depender de y subordinarnos al Estado, igual que al sistema económico que éste impone; luego la persona común es coaccionada a delegar en aquél y encargarse de cada vez menos funciones. Por tanto, cuantas menos funciones cumplimos, una mayor delegación. Cuanta más delegación, menos desarrollo de las propias capacidades personales; ergo una mayor degradación del sujeto.
Es más, el abandono del cultivo de nuestras propias capacidades y de la ausencia de ejemplos individuales dentro de la comunidad popular, acaba por endiosar e idolatrar a personajes reaccionarios poderhabientes; cuyas capacidades son utilizadas en tanto que contravalores.[8]
Los individuos y las estructuras son los dos cimientos inseparables de toda sociedad humana de un mínimo tamaño y complejidad. Los seres humanos necesitamos estructuras sociales para la vida común.
Si bien las personas, en total libertad, deben elegir cómo ser ellos mismos, así como qué tipo de estructuras ordenan la vida social. Para ello han de poseer libertad de conciencia al tiempo que la voluntad de esforzarse para conseguirlo y mantenerlo.
Aunque, a su vez, las estructuras influyen en la existencia del sujeto y en su manera de ser. Las costumbres y dinámicas sociales habitúan a determinados comportamientos individuales. Es una simbiosis en la que, en último término, el sujeto debe potenciar su virtud personal y su espíritu comunal, luchando por crear, preservar y mejorar las estructuras horizontales antropológicamente valiosas.
No es suficiente con que dichas estructuras sean asamblearias, comunales, consuetudinarias, éticas, etc.; pues si el sujeto delega en las estructuras, en la sociedad, por muy buenas que éstas sean, se degradará y no servirá de nada.
Si la persona común abandona el cultivo de sus propias capacidades, a la vez que reniega del esfuerzo y la responsabilidad que exigen la gestión de la vida social, las élites de poder y sus estructuras se convierten en imprescindibles.
De modo que también existe una dialéctica respecto al sujeto y las estructuras.
Las sociedades jerarquizadas, con Estado, necesitan y promueven sujetos degradados, aculturados, perezosos, torpes, reprimidos, ininteligentes, párvulos, cobardes, débiles, pusilánimes, hedonistas, individualistas, amorales, etc.; seres sin atributos, seres nada, que no opongan resistencia ante la dominación.
Por el contrario, para vivir humana y trascendentemente, para constituir sociedades horizontales, lo más importante es la calidad del sujeto; el individuo es principio (valores/cosmovisión), medio (piensa, siente, decide, actúa, etc. recíprocamente entre iguales) y fin (meta individual autoconstructiva y social revolucionaria).
En las sociedades estatizadas triunfan, y ascienden hasta las élites poderhabientes, quienes renuncian a toda ética, virtud, sabiduría, humanidad, bondad, etc. Es una máxima a lo largo de la historia y en todos los Estados del mundo hodierno. La filantropía de los ricos y poderosos es una farsa, pura misantropía disfrazada para crédulos infantilizados.
En las sociedades horizontales resulta imprescindible que una amplia mayoría poblacional tenga capacidades y atributos fundamentales. Por esta razón, este tipo de sociedades son más difíciles de erigir; requieren de un paso previo. Necesitan la creación a priori, mejor dicho, autocreación, de sujetos de virtud; mientras que las sociedades jerarquizadas pueden abastecerse de seres nada, esclavos, animal laborans, inmigrantes, etc.
Así que se torna más arduo y complejo edificar sociedades antropológicamente óptimas, pues exigen de una alta calidad generalizada de las personas.
Ahora bien, la virtud reside en evitar el camino fácil, escapista, cómodo, atajador y cobarde; porque el camino difícil, exigente, trascendente, doloroso y valiente nos hace crecer/evolucionar, nos mejora cualitativamente, nos desarrolla como seres humanos de facto.
En conclusión, el dilema existencial que enfrentamos la mayoría es el siguiente: 1) vivir y morir de rodillas ante las élites de poder y sus estructuras, como seres nada; o 2) vivir y morir de pie, como seres humanos.
[1] El príncipe, publicado en 1532, cinco años después de la muerte del renacentista florentino.
[2] A causa de haber tratado con anterioridad sobre este asunto, no se le dedicará atención ahora. Véase la obra El conspiracionismo, la extrema derecha y el Estado (www.editorialbagauda.com), tanto el texto de un servidor como el de F. Rodrigo Mora.
[3] De tal manera que los súbditos del Estado español sufrimos cinco niveles estatales: 1) local – Ayuntamientos; 2) provincial – Diputaciones; 3) regional – Comunidades Autónomas; 4) nacional – Ministerios; 5) interestatal – UE. En puridad, éstas son las únicas estructuras fácticas de opresión; regidas, a día de hoy, por las élites estatales-militares españolas. Su grado de servilismo frente al Estado alemán (UE) o el yanki (OTAN) no modifica esta realidad organizativa, análoga en tales Estados hiperimperialistas.
[4] El denominado estructuralismo ha triunfado en las ciencias sociales y humanísticas, desde la sociología, la historia, la lingüística hasta la filosofía; si bien asimismo ha progresado en las ciencias naturales, desde la matemática, la informática hasta la física.
[5] El marxismo pertenece a esta rama cientifista y mecanicista, en particular, a partir de su obsesivo economicismo. Desde su perspectiva, las sociedades, así como las relaciones de poder, deben analizarse sobre la base de la lucha de clases y las condiciones materiales “objetivas”. De ahí que el marxismo creara el materialismo histórico, una corriente historiográfica donde no existe el ser humano; el individuo es extinguido, ergo supone una regresión intelectual, moral y cultural.
[6] También es verdad que las estructuras con más poder, como las fuerzas de seguridad y orden público (policías), empero, sobre todo, las Fuerzas armadas, tienen la capacidad de controlar a sus miembros casi con totalidad; hasta quitarles la vida a través de la pena de muerte (Ley Orgánica 13/1985, de 9 de diciembre, de Código Penal Militar). De hecho, cualquier súbdito del Estado español, igual que en los demás Estados, se halla en una situación similar, ya que la propia Constitución (Artículo 116) prevé la suspensión de toda garantía legal; tema explicitado en la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio. Aunque siempre existen maneras de resistir y luchar si realmente se quiere.
[7] Las estructuras son necesarias para organizar las sociedades y cualquier comunidad humana, aumentando en complejidad cuanto mayor sea la sociedad. Sin embargo, las estructuras jerárquicas de poder son antagónicas a la libertad, la moral, la verdad y lo humano en sí. Con que lo óptimo son estructuras horizontales basadas en la asamblea, el comunal, la autodefensa, el derecho consuetudinario y la cultura popular. Pese a que este tipo de ejemplos históricos han sido despreciados y manipulados por la historiografía oficial, algunos recojo en Vida comunal y transformación. La Comunidad Integral Revolucionaria (https://www.editorialbagauda.com/product/6896089/vida-comunal-y-transformacion-la-comunidad-integral-revolucionaria).
[8] Dentro de las sociedades y comunidades humanas organizadas horizontalmente, o de abajo arriba, también existen personas destacadas, líderes y héroes (estos sí son éticamente admirables). No obstante, tales sociedades establecen limitaciones democráticas que impiden y restringen una acumulación de poder ilegítima; por ejemplo: la rotación de cargos, el mandato imperativo, la obligatoriedad universal del trabajo productivo, la limitación en el acaparamiento de poder y riqueza, el armamento general del Pueblo, etc.