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  • Autor de la entrada:Pablo Sastre

Texto que Pablo Sastre nos ha enviado para su publicación. Tiene cinco apartados. El primero es sobre su libro, solo en euskera de momento, «Batzarra, gure gobernua». Después la reseña de otra de sus obras «La presencia de las cosas». La tercera parte es un comentario sobre la tecnología; la cuarta, una traducción de un artículo suyo aparecido en la revista «Berria» este mismo junio «Ampliando el común» y para terminar, su particular visión sobre el tema del estado español-estado vasco.  

1. Reseña de «Batzarra, gure gobernua»

En Batzarra, gure gobernua («Batzarre, el gobierno del común»), explico qué fueron y qué son las o los batzarres (los nombres comunes no tienen género en euskera), es decir, las asambleas populares vascas o navarras (entendidas, dichas asambleas, como modo de gobierno de los pueblos), desde tiempos anteriores a la monarquía, hasta nuestros días; asímismo, propongo (sin poner en ello mucho énfasis) ciertas vías para retomar aquellas asambleas, como modo de gobierno aparte de, y en lo democrático incomparablemente superior al de las instituciones del Estado.

Al principio del libro hablo brevemente del auzolan (trabajo comunitario), así como de las relaciones de vecindad, importantísimas, las cuales, junto a las relaciones familiares y amorosas, son base inexcusable del común.

El libro consta de dos partes; la primera, dedicada propiamente al Batzarre, se divide en cuatro capítulos pequeños:

«El rey mete su pata en la asamblea» donde se refleja la irrupción de los reyes de Iruñea en los valles navarros.

«Los señores disuelven las asambleas populares»: crónica de la profunda crisis del autogobierno popular en la llamada Edad Moderna.

En el tercer capítulo apunto lo que es una democracia representativa, lo que es el Estado; reseño los vanos intentos de «ocupar» o de «reformar» el Estado por parte de ciertos partidos. Digo en qué podría consistir una vía revolucionaria vasca hacia la independencia. «Proclamarlo desde ya: somos independientes; la lucha, la desobediencia, ésa es nuestra independencia».

Precisando algo, propongo para el independentismo vasco una estrategia de no-estado: una Confederación de pueblos vascos. «Euskal Herrien Konfederazioa – por encima o por debajo de las fronteras estatales. Gobiernos autónomos de pueblos, e interpueblos, autónomos hasta donde ellos crean deben ser autónomos, y sobre los cuales ningún estado, ni el hipotético vasco, ni desde luego Francia ni España tendrán poder alguno».

El cuarto capítulo es una introducción a fundamentos, características, condiciones y posibilidades del Batzarre (como forma de gobierno del pueblo) en nuestros días.

La segunda parte del libro está compuesta de tres pequeños ensayos sobre el común – y es que el mayor trabajo del batzarre no es otro que ampliar el común.

En el ensayito titulado «Pensando el común», hago algunas reflexiones sobre el común contemporáneo – el común, hoy, es el mundo, digo.

En «Decisiones graves y dramáticas», hablo de lo dificil que es reducir el campo de nuestras dependencias, en especial de lo que pasa cuando no aceptamos ser objeto de las «ayudas» del Estado.

En el tercer ensayo, trato del «pequeño común» que es la familia, y de algunos nuevos (y duros) modos de ser madre…

2. Reseña de «La presencia de las cosas»

En La presencia de las cosas (editorial Hiru, 2007), vengo a analizar el de dónde vienen las cosas que nos rodean y que usamos (quién las creó, para qué), el por qué las hemos ido y las vamos aceptando, lo que ganamos al hacerlo, lo que perdemos, el a dónde nos llevan dichas cosas, inadvertidamente muchas veces, y, en fin, los sentimientos que nos acompañan en toda esta historia.
Partiendo de los objetos más simples: la cama, la alpargata, el cuchillo, la ventana, y yendo hasta los más complejos: las fotos, los teléfonos, los ordenadores, pasando por los servicios (las «cosas de la ayuda») que el sistema nos ofrece abundantemente, recorro, sin mayores pretensiones, la historia de los pueblos europeos.


Unos extractos:

«A la industria no le interesa que conozcamos las cosas que nos rodean; sin embargo, sí es de su interés asfixiar el espíritu de invención, el arte de la gente».

«Mientras los utensilios de antes estaban ‘al alcance de la mano’ (es decir, al alcance del conocimiento), ahora vivimos rodeados de máquinas y cosas que no podemos componer, ni comprender».

«¿No sería deseable cierta pobreza, en el sentido que le dio Santo Tomás, de que la pobreza es la falta de lo sobrante (en tanto que la miseria sería la falta de lo necesario)?»

«Lo experimentamos a diario: pensando que adoptamos las máquinas a nuestras necesidades, en realidad somos nosotros quienes nos adaptamos a las suyas».

Os sugiero otra cita (cita-de-cita), que aparece en el libro, que me orienta. Dijo Italo Calvino, que dijo Marco Polo: «Hay dos maneras de no sufrir. La primera satisface a la mayoría: dar por bueno que somos parte del infierno, hasta el punto de no ver otra cosa que el infierno. La segunda manera es peligrosa y nos demanda constante atención: aprender a ver, dentro del infierno, aquello que no es infierno, y hacerlo perdurar».

Escribió un crítico, bien amable, sobre el libro: «Trabajo muy personal, libre de prejuicios ideológicos, atento a los sentimientos humanos y a los paisajes de su tiempo, que pone definitivamente en duda la idea de progreso».

3. Sobre tecnología.

Como sabéis quien allí estuvisteis, eché en falta en Mazarete un punto de vista crítico sobre la tecnología. Al propósito, traigo aquí un par de citas ahora.

Dijo, en una ocasión, Cornelius Castoriadis: «Si, tras una radical transformación de la sociedad actual, surgiera una nueva cultura humana, no debería solamente afrontar la división del trabajo, en todas sus formas, especialmente la división entre el trabajo manual y el trabajo de la mente; también traería consigo una revolución de los significados establecidos en el cuadro de la racionalidad, de la ciencia y de la tecnología de los últimos siglos. (…) Según Marx, ‘a la sociedad feudal corresponde el molino de agua, y a la sociedad burguesa el molino de vapor’. Si ello es cierto, a la central nuclear, al ordenador y a los satélites artificiales corresponde la forma actual de capitalismo mundial. No se ve bien por qué y cómo podría construirse otra sociedad [no capitalista, etc.] sobre tales elementos [las centrales nucleares, etc.]»

La otra cita es de Anselm Jappe (Crédit à mort): «Habría que (…) bloquear las tendencias con posibles consecuencias irreversibles. Si se llega a la clonación humana, si desaparece la capa de ozono, ¿para qué vamos a implicarnos en [tal o cual] revolución? (…) En otro plano, podemos estar seguros de que la puesta a punto de técnicas de vigilancia insólitas, y la disposición de mucha gente a acogerlas… sea bajo la forma de internet, de chips bajo la piel, de nanotecnologías, de cámaras de vigilancia, de Facebook, de teléfonos móviles, de cartas de crédito… hará casi imposible toda oposición social estructurada».

Finalmente decir que, sabiendo a qué intereses primarios responden todos estos cambios tecnológicos a los que nos vamos adaptando (en cualquier caso, son siempre «revoluciones desde arriba»), pienso que deberíamos andar con mucho más tiento del que andamos.

4. Traducción del artículo aparecido en el diario Berria (8-6-16).

[Os agradezco por adelantado, amigos y amigas, por la ayuda que directamente o por medio de textos que me habéis dado a conocer, me habéis prestado, y sobre todo por el ánimo y el buen ambiente que vivimos en Mazarete, continuación del cual es este artículo.]

Ampliando el común

Nosotros, que entendemos la política, más allá del sistema de partidos, como la «voluntad de que cada cual aporte su energía a un proyecto colectivo»; nosotros, que pensamos que habría que basar la política, pueblo a pueblo, más allá de la gestión de las cosas del estado y las cosas del mercado, en las asambleas populares… hacemos estas reflexiones:

Nuestro común.

Entendemos las asambleas populares como momentos de discusión y decisión sobre el «común». El común es lo que la gente tiene en común, lo que siente que es común. Un común puede ser un pueblo.

Un pueblo, lo define aquello que tiene en común. Y, ese pueblo, se diferencia de otro pueblo, en la medida en que este otro pueblo se identifica a otro común, el cual es diferente por su ser, es decir, por su sentir.

Por otro lado –hoy, no podemos contemplarlo de otro modo– nuestro común, el común de todos es el mundo. El común del mundo, sin embargo, si no queremos que se convierta en una pesadilla («el gobierno mundial»), deberá ser gobernado localmente.

Estando el común (sea común-pueblo o sea común-mundo) muy maltrecho (maltrecho, mayormente, por la acción destructiva del mercado y del estado), lo que nos queda de él son, en particular, unas ideas: las ideas que tenemos en común. En esas ideas, en el sentido común, se fundamenta nuestra acción.

Nuestra democracia.

Para que exista democracia, es necesario que la comunidad local pueda decidir y decida sobre todo aquello que le afecte: en primer lugar, sobre su vida política.

Siendo para ello impedimento las constituciones estatales, somos partidarios de iniciar un proyecto desconstituyente, a modo de movimiento descentralizado, múltiple y disperso, que quite legitimidad y autoridad al aparato del estado.

«Cada comunidad se vincula con las comunidades que así acuerde, sin hacer caso de fronteras impuestas, sean éstas autonómicas, estatales o nacionales».

«El pueblo lo gobierna la asamblea: no hay órganos de poder, órganos centrales que puedan decidir por encima de la asamblea popular; cada asamblea responde de sí misma».

Estimamos que ésta es la única forma de gobierno que no niega el modo de ser de cada pueblo.

Nuestra historia.

Aquello que Euskal Herria ha construido en su historia, aquello que es ejemplar para nosotros, lo ha construido aparte del estado, con el estado en contra y en contra del estado. Somos partidarios de seguir en ese empeño.

Estaría bien que recuperáramos, adecuáramos y fortaleciéramos nuestras instituciones populares, que han sido [echadas a perder] por los poderes estatales (sean reyes españoles, revolucionarios franceses, y los continuadores de unos y de otros), con la complicidad de las élites locales.

Nuestra independencia.

Queremos la independencia, porque la dependencia no nos gusta. Sin embargo, no somos partidarios del estado.

En el mundo nuevo que estamos alumbrando, tenemos por transformación superficial, y mal encaminada, la construcción de un estado propio; no nos es suficiente, y nos es muy demasiado.

Somos partidarios de la emancipación de los pueblos vascos, cada cual desde el ajuntamiento de sus gentes. La independencia que más apreciamos, es la de cada cual, y la de las comunidadas organizadas libremente: sólo ella nos permitirá mantener el buen rumbo sin ser arrastrados por las corrientes hegemónicas de la Civilización Contra la Vida.

Una independencia que cada comunidad llevará adelante desde su esfuerzo, su creatividad, su valor y su lucidez, basada en la autonomía, el trabajo en común, el amor y la honradez.

La independencia, si no la trabajamos desde núcleos ajenos al estado, se nos convertirá en otra pesadilla: el estado propio.

Nuestra confederación.

Somos partidarios de que nuestros pueblos, o nuestros valles, se reúnan en la Confederación de Pueblos (o de Valles) Vascos. Para que esa confederación sea democrática, será confederación de pueblos heterogéneos, y será vigilada atentamente por las asambleas populares lugareñas.

Más allá de los países vascos, nuestros primeros aliados deberían ser los pueblos oprimidos por aquellos estados que nos tienen atados a nosotros: catalanes, jende de oc, españoles, etc.

Nuestras tareas.

Auzolana, Batzarra eta Komuna: por aquí empieza nuestro abecedario. Estaría bien investigar modos de propiedad ajenos a la propiedad privada, y trabajar en su favor: traer al común, lo que el común necesite.

Trabajar fuera del estado y del mercado, desde los pueblos y los valles, las necesidades básicas de las gentes: el dónde vivir, el comer, el trabajo, la educación, el juego, la salud, los cuidados…

Para todo ello, debemos trabajar, primeramente, en la construcción del sujeto, es decir, en nuestra construcción; construcción de cada cual en su comunidad; que la comunidad haga vivir, y eleve al individuo.

5. Para terminar, una reflexión.

El abandono, por parte de los vascos, de la aberria («patria vasca»), necesita de dos condiciones: internamente, el convencimiento de la superioridad de las colectividades locales y el común. Externamente, la liberación por parte de los españoles y franceses de sus esquemas nacionales: la ruptura mental con las fronteras; no basta con decir, en lugar de España, «estado español», o en lugar de «pueblo español», «pueblos ibéricos» (¿dónde están los portugueses?).

Cuando se habla de nacionalismos, en seguida se piensa (han conseguido que pensemos) en los nacionalismos de los pueblos sin estado. España tiene su estado-nación: es una nación de facto, que se da por supuesta, que parece natural.

Los vascos independentistas (que no aceptamos la dependencia), y que al mismo tiempo no estamos a favor del estado, necesitamos sentir que nuestros amigos españoles y franceses rechazan y combaten a «España» y a «Francia»: a esos estados, a esas naciones, a esas patrias. (…) Nuestros amigos españoles hablan de «destruir el estado». No precisan: habría que destruir «todo aquello que es estado». Entre tanto, hay un estado real: hay una opresión; una opresión particular, quiero decir, sobre aquellos pueblos que, evidentemente, no son parte de esa nación española (en otros casos, no es tan evidente).

Lo que no se puede pensar es que, mientras los españoles y los franceses viven corrientemente su vida nacional, los vascos, hablando en general (o hablando en particular: los vascos «rebeldes»), van a dejarse llevar por la corriente que busca su asimilación. Van a reaccionar, y reaccionan, por tener aquello que los otros tienen, que les es negado, por tener aquello que, lamentablemente, pero comprensiblemente, les parece deseable.

Más allá de los estados: Llevamos siglos de españolización. Esa españolización, en sí, los españoles, mayoritariamente, no la viven mal (claro, son españoles), y sí la viven mal, en cambio, mayoritariamente, los vascos, los catalanes, etc. La historia de la españolización, para nosotros, es también la historia de la lucha contra «España», en tanto estado-nación que nos devora.

Pienso que sería interesante que gentes españolas que se reúnen en torno a la RI asumieran la conveniencia de que se rompa esa mentira que es España. Que asumieran, igualmente, que nuestra lucha no es ibérico-española, sino, por lo menos, europea. Tenemos que ir más allá de las fronteras de «España». La revolución integral, si es española, no es integral – ni es revolución. Y eso, no puede dejarse para más adelante.

(…) El estado vasco tendría, cuando menos, una virtud, y no pequeña: su creación ayudaría en la ruptura del estado español, asunto importante. Como dice Iñaki Segurola en un artículo publicado unos días antes del «referendum popular» sobre la independencia en Azpeitia (celebrado, además, en otros 33 municipios vascos el domingo pasado, cinco de junio), que planteaba la pregunta: «¿Quieres ser ciudadano de un estado vasco independiente? SI o NO» (traduzco):
«El estado vasco será más pequeño y más débil que el estado existente [el español], y difícilmente será peor, más violento o más corrupto que aquél». Desde luego, dice Segurola, el estado vasco se convertirá, con el tiempo, en un estado tan corrupto y tan ladrón como lo es cualquier otro estado; sin embargo, finaliza, «el domingo diré sí al estado vasco, no porque lo quiera, sino porque, puestos a elegir, lo prefiero. Entre la creación del estado vasco y la continuación del español, eligo la primera, a modo de mal menor».

Esta entrada tiene 5 comentarios

  1. Jose Francisco Escribano

    Hola Pablo, espero que vaya todo bien. Solo dejo un par de comentarios para la reflexión.

    No creo que valga lo de: el fin justifica los medios, o, mejor el mal menor, o, ya que no se puede la revolución, apoyamos a la izquierda, el posibilismo y el reformismo.

    Cierto es que las estrategias totales y complejas de ingeniería social avanzan de la mano de la tecnología a marchas forzadas; por ello, es una razón más para comprender que no bastan posibilismos ni apaños reformistas.

    El supuesto estado vasco, catalán o conquense que se creara estaría a la merced de las grandes potencias, sometido y dependiente de sus necesidades estratégicas.

    Y, si al crearse tal o cual estado, viviríamos de la misma manera, con los mismos valores y miserias espirituales, para qué molestarse.

    Las personas y las comunidades humanas se transforman cuando luchan por grandes ideas y metas superiores, que transciendan las realidades adversas y ruines que padecen.

    Dudo mucho que triunfe la revolución, pero es necesario comprender que no existe futuro para las medias tintas. Ante una destrucción tal de lo humano, resistirán aquellos que se opongan integralmente a ser devorados por el monstruo estatal.

    Nada tienes que envidiar de Cuenca, despoblada y agonizando, sin cultura que se recuerde, o idioma que nos una. Muriéndose poco a poco y desapareciendo para siempre.

    Mi cariño y apoyo a los hermanos que también padecen al estado español y a sus aliados internacionales.

    Un abrazo

  2. Roberto Serna

    Totalmente de acuerdo contigo Jose Francisco. Primero hemos de tener en cuenta el mundo actual en el que los Estados-nación (y sus culturas) están en plena crisis, devoradas por la cultura global de marcado caracter anglófilo. Se hecha en falta en el artículo de Pablo una perspectiva más amplia.
    Segundo, aceptando que ciertamente el pueblo vasco, junto al catalán o el gallego pueden haber sufrido más la imposición de la cultura «española» (basada en ciertas cosas como el idioma en la cultura castellana, pero no todo), no lo es menos que todos los territorios de España la han sufrido. Yo que soy de una región tan «españolista» como Almería he comprobado primero que con el franquismo se eliminan las particularidades de los pueblos y las comarcas, se uniformiza el lenguaje y el folklore y se apuesta decididamente por la «modernidad» y el mundo urbano.
    Despues con la democracia y las autonomías se insiste en el modelo centralista y uniformador, pero esta vez desde Sevilla, implantando un folklore extraño y destruyendo lo poco que sobrevivió al franquismo, que aparte del folklore se caracterizaba por la vida en común mayoritariamente campesina.
    Las distintas estructuras estatales más lejanas o más cercanas han acabado degenerando en lo de siempre, propaganda, corrupción y uniformidad y aunque Pablo no lo menciona, me imagino que la autonomía vasca habrá hecho de las suyas implantando una definición estandarizada de lo vasco.
    Saludos

  3. pablo sastre forest

    Hola amigos –
    No pienso molestarme lo más mínimo en «montar» un estado, pero tampoco voy a oponerme a gentes que intenten «montarlo», aunque, si tengo ocasión, les recomendaré no hacerlo, desde mi modestia.
    Si la cuestión fuera «estado sí o no»… pues está claro que NO. Pero no es ésa la cuestión (la única cuestión). Y es que, ¡estado ya tenemos! Entonces, la cuestión (otra cuestión, que en un momento dado puede plantearse) es estado español (o francés), o estado vasco, que, idealmente, desde la ideología vasco-estatal, unificaría bajo un mismo «pabellón» a los vascos del sur y del norte de la actual frontera hispano-francesa.
    Ningún estado, vale – en ello estamos, creo.
    El estado vasco: sometido, sí; corrupto, sí; todo eso, sí; pero, ¿sin guardia civil? (por ejemplo).
    Queridos amigos: ya sé que el estado español marginó y margina todo lo popular, potenció (en los años de Franco) un folclore débil, llevó a la agonía a las culturas lugareñas… pero, ya sabéis que por entonces aquí estaba prohibido hablar en euskera, que en las escuelas castigaban duramente a los niños que lo hablaban – y decidme: ¿cuántas veces habéis oído el sonido del euskera en las radios o televisiones españolas? Pero, es normal: es que no somos España. Porque España, aparte de los españoles que se sienten españoles y me parece muy bien que se sientan españoles, España, digo, mientras no se demuestre lo contrario, es ese estado, que arrasa y unifica, como todos los estados; entonces, si se rompe, ni tan mal, ¿no?
    Por tener un estado «propio», yo no muevo un dedo
    hasta me pasa por la cabeza: igual estamos mejor xodidos por España (nos xode el extranjero)
    que autoxodidos (nos xodemos los unos a los otros), pero… en un país,
    por ejemplo, sin picolos, sabéis qué bien estaríamos
    (sí, por ahí andarían los ertzainas, es lo mismo, ya lo sé
    pero no) (sí, Cuenca sin picolos
    también muy bien pero allí
    no son extranjeros ejército de ocupación cuestión nacional
    importante no comparar estado español y estado conquense, per favore!)
    sabéis qué bien estaríamos
    sin picolos – Euskal Herria sin picolos – no; sabéis
    qué bien. Por otro lado
    yo creo que si yo fuera, pongamos, de Cuenca, o si fuera de Almería
    me alegraría mucho si, gracias a Cataluña independiente (pobres catalanes
    tanto trabajo para eso) si, gracias a Cataluña independiente
    España se rompiera ¡mejor roto
    ese xodido estado! – el mal no es absoluto,
    la verdad es relativa, no todo
    es igual.
    Con cariño,
    Pablo

  4. pablo sastre forest

    Perdón.
    «No comparar estado catalán y estado conquense (si no es que no entendemos nada)», quería decir.
    Gracias,
    abrazos,
    Pablo

  5. Jose Francisco Escribano

    Hola de nuevo, y para terminar por mi parte con este tema.

    Sobre los posibles desarrollos históricos es bueno debatir, reflexionar e intentar entender los diferentes escenarios que podrán ocurrir.

    Ya se verá qué ocurre con el enfrentamiento OTAN y China-Rusia. Pero parece claro que la Unión Europea está en su ocaso, y la destrucción del sujeto es tal que se hace difícil el predecir que saldrá de ahí.

    Espero que todo vaya bien por casa Pablo, y nos veamos de nuevo. Un abrazo

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