“Sella conmigo tu corazón… pues fuerte como la muerte es el amor” (Cantar de los Cantares siglo X a.C.)
Ahora toca redoblar los esfuerzos por la reruralización. La ciudad y los que viven en ella son corresponsables de la acción colonizadora, aculturadora y explotadora que vive el campo.
Es la ruralidad, y el sector primario en especial, los que albergan la capacidad de poder vivir sin explotar a los demás, así como la posibilidad de alcanzar cotas razonables de libertad. Se nos viene encima una época de pobreza, hundimiento del “bienestarismo”, dictadura y brega total por la supervivencia. Irnos al campo y formar fraternidades combatientes es una tarea acuciante a ir realizando en los años venideros.
La despoblación y el abandono rural es el resultado de las expulsiones forzosas directas e indirectas[1] planeadas por el Estado. Este etnocidio deliberado ha destruido nuestra cultura. Nos han cortado las raíces y ahora, como plantones sin tierra, no podemos crecer.
Nuestros bosques fueron talados y nuestros comunales privatizados por el Estado; y hoy, un terratenientismo establecido por el liberalismo, el franquismo y el parlamentarismo nos impide el acceso a la tierra y nos condena a la esclavitud. La concentración de la propiedad y la riqueza es incompatible con la libertad y por eso los escasos restos de comunal que quedan deben ser defendidos. Y la mejor defensa es ser usuarios de ellos, viviendo y trabajando en el campo.
Los bienes comunales, las instituciones municipales (como el concejo abierto), los saberes y las personas que los conocían están ya casi extinguidos. Lo que sobrevive está siendo avasallado sin piedad en estos momentos. La pérdida de soberanía popular ha traído una pérdida radical de soberanía alimentaria, energética, indumentaria, residencial…
Con justificaciones “sanitarias” y “medioambientales” espurias se está consumando el madurado plan estatal de destrucción del mundo rural popular tradicional. Por ejemplo, con argumentos sanitarios se ha prohibido de facto las piaras de cerdos en extensivo en la mayor parte del territorio ibérico[2]; y con argumentos medioambientales se han vaciado sierras enteras.
Tras la maraña de megapropaganda proinstitucional existe una verdad y es que los pequeños proyectos familiares productivos son aplastados por una burocracia, una normativa y un control totalitario. Las dementes exigencias sanitarias a los pequeños productores consiguen lo contrario de lo que supuestamente se proponen: alimentos muertos, cancerígenos e iguales.
Legiones de funcionarios acosan sin descanso al pequeño productor, abatiendo a infinidad de ellos. En cambio, el agrobussiness es impulsado a lo grande, a sabiendas de que en lo sanitario, mediambiental y social es una catástrofe inimaginable. Más del 60% de la producción agroganadera española es para la exportación; pura ansia de riqueza y poder que está agotando los suelos y confinando masivamente a los animales.
Por otro lado, sus Parques Naturales/Nacionales y toda la Red Natura 2000 no “protegen” ni a la flora ni a la fauna silvestre, sino que prohíben el uso y el usufructo del territorio, despoblando y expulsando a las gentes que lo mantenían, protegiendo finalmente los intereses estratégicos del Estado. Las zonas montañosas son históricamente peligrosas para el Poder, por su orografía y el carácter refractario de su población. Han sido vaciadas. La mayoría de zonas montañosas ibéricas son fortalezas naturales inexpugnables e ingobernables si poseen comunidades humanas fuertes armadas de amor entre sus miembros.
El conservacionismo es etnocidio. Fuerza a la despoblación y dificulta sobremanera la repoblación humana. Es también ecocidio pues impide el desarrollo de alternativas productivas al agronegocio industrial. Y también es liberticidio pues defiende abiertamente la dictadura del decreto ministerial y el diktat europeo.
El turismo es la solución milagrosa del conservacionismo. Al ecologismo de Estado le repugnan las ovejas, las cabras y los humanos libres por los campos y montes; pero le entusiasma el negocio turístico, esa industria pesada hipercontaminante y desruralizadora. Disecar nuestra cultura, nuestra vida, quitarle el alma y el sentido, para ser elemento de consumo cultural de museo.
Por otro lado, la actitud NIMBY[3] de rechazar el desarrollismo, el agrobusiness o el extractivismo sólo en el caso de que me afecte directamente y sólo si se instalan cerca mía, es un falso ecologismo. El ecologismo debe refundarse y separarse nítidamente del Estado y su retoño, el Capital.
Vivimos un bombardeo de religiones políticas, de ideologías urbanícolas[4] que hablan y teorizan de lo “natural”. Medios de comunicación, universidades, libros, música…, pero en especial documentales, nos lanzan mensajes con trasfondo misántropo y postmoderno, en donde el papel del ser humano es siempre negativo. Un humano al que hay que alejar de la naturaleza para “protegerla de él”. Una propaganda donde, en vez de reconocer la responsabilidad de los Estados, se los eleva a la gran solución: más Estado. La naturaleza aparece idealizada, prístina, víctima… de un ser humano impersonal e individualizado que parece extraterrestre. Una visión donde no queda espacio para las relaciones de simbiosis mutualistas entre naturaleza y humano, que son las que aquí proponemos.
Muchas personas pensarán que “somos demasiados[5]” y que necesitamos tres planetas para poder vivir todos. Con el modo urbano, así es. Pero se suele desconocer que en el campo hay muchísima materia prima que necesita ser transformada para poder conservar los ecosistemas. Producir artesanalmente es conservar. La industria no es capaz de arramplar con dicha materia prima pero sin embargo si es posible tener un aprovechamiento a escala local. Por ejemplo, está el caso de la lana despreciada por la industria y que es una alternativa a las fibras sínteticas; está la tradición de los rebaños concejiles; la recolección silvícola; la apiculcultura, la poda; la caza de necesidad; la albarrada…
Hacemos un llamamiento expreso a esforzarse a tener hijos y generar vida (animales y plantas) y cuidarla con todo nuestro amor. Ahora toca regenerar la destrucción, reconstruir, repoblar, fortalecer, sembrar, investigar, estudiar, escuchar, hablar, unir, criar, crear, alimentar y nutrir en el mundo rural.
Actualmente los ecosistemas están profundamente dañados por el abandono de los usos y prácticas rurales así como por la contaminación o por obras y manejos destructivos.
El pastoreo y su capacidad re-generativa para fomentar la biodiversidad, la fertilidad de los suelos, el cuidado de los bosques y el fortalecimiento de la fauna silvestre es una punta de lanza de la transformación integral.
Somos, desde hace décadas, extremadamente dependientes de los productos industriales y tecnológicos. Sabiendo los gravísimos daños de estas, por ahora, no nos queda más remedio que soportar las contradicciones que acarrea su uso. Debemos ir plantando una vida sin dicha dependencia; una lucha que no se puede medir en el tiempo biológico de una vida humana, sino en el de varias generaciones.
La PAC (Política Agraria Comunitaria) es dependencia, sumisión, hipercapitalismo y esclavitud. Es una cebadera que tapa las bocas de los perceptores. La PAC envenena la conciencia popular y las relaciones vecinales. Desincentiva las relaciones de afecto y ayuda mutua que dejan de hacerse colectivamente por servicio mutuo; lo que tiene como consecuencia una pérdida de auto-respeto y atomización social. Produce un clientelismo feroz donde se compran votos, se soborna a la gente, se avivan las ansias bajas, se compran voluntades, fidelidades, mentes y corazones. El Estado desarrolla con la PAC un poder enorme de disciplinamiento, de encuadramiento intenso, de chantaje efectivo o de eficaz monopolio de las decisiones. Sumerge a las personas en el hábito del servilismo, y éste, es un camino de deshumanización.
Un pastor asturiano condensa en una frase su oposición a la PAC: “mi madre no parió un esclavo”[6].
La PAC, al promover productos alimentarios por debajo del precio de coste, ha destruido y está destruyendo a un número enorme de pequeñas explotaciones familiares. La maquinización y la tecnificación de la agroindustria posee unas externalidades, unos daños colaterales, unos costes de mantenimiento y una dependencia del Estado tal, que resulta ser lo contrario de lo que presumen: neoesclavista, ineficiente, improductiva, inefectiva, despilfarradora, chapucera y obsoleta.
Debemos recuperar nuestra historia, un pensar y sentir popular, arrebatada por el Estado. El Estado es la voluntad de poder desatada, el mal. A pesar de todo, todavía mantenemos vivos en nuestra cosmovisión profunda retazos de nuestra cultura rural. Retazos como el “nadie es más que nadie”, como la propensión al comunal, como nuestra dignidad. Recuperar nuestra historia es vital para combatir el auto-desprecio que se nos ha inoculado desde el pensamiento burgués, urbano, liberal o marxista.
Nuestra cultura popular se caracterizaba por ser hipercreativa, bastante ecuánime y por plantear una resistencia feroz al Estado, ya fuera romano, visigodo, islámico, católico, napoleónico, parlamentarista, izquierdista, fascista o liberal. El recuperar la conexión espiritual con nuestros antepasados es una motivación muy fuerte que nos da solidez como humanos.
El Estado es una desgracia, y los ayuntamientos en los pueblos son una representación caciquil de él. Esto no impide que respetemos o incluso amemos a los vecinos que lo integran, pero con el aparato se ha de mantener las distancias. Es importante no participar de los juegos de poder de la dictadura representativa municipal. Los ayuntamientos deben ser sustituidos por la asamblea de los vecinos o concejo abierto, con portavocías dirigidas por el mandato imperativo, pero siempre desde el convencimiento de los miembros del pueblo. Hasta entonces debemos alimentar esta idea con una base relacional de confianza.
Ahora más que nunca necesitamos gente, pioneros que luchen con el esfuerzo y el sacrificio necesario para reruralizarnos. Irse a vivir al campo es un acto revolucionario y no una huida, es un gran frente de batalla y necesita voluntarios. Creemos grupos de convivencia y apoyo mutuo, fraternidades donde servir a los demás y proyectar el combate. El campo es el entorno ideal para autoconstruirnos; para superar nuestra situación de esclavos y hacernos seres capaces de vivir en libertad y en comunidad. Vivir alejados de nuestro medio natural nos atrofia la sensibilidad, la percepción de nuestro lugar en el mundo, la medida y el valor de las cosas realmente importantes. En el campo todo el mundo es útil, siempre hay cosas que hacer.
Por otra parte, recuperarse como persona íntegra no es posible en su totalidad, si no tienes el reflejo de tí en los otros. Los humanos somos unos desgraciados si nos condenamos al ostracismo. A pesar de que podamos llevar mejor o peor la soledad, somos seres sociales y no podemos autoengañarnos. Además, ¿que sentido tiene vivir la vida en última instancia sino es por y para los demás?
Para ello hay que pasar cierto grado de desintoxicación interior (ya que vivimos en una sociedad enferma); recuperar nuestra salud emocional (casi más que la física); poner en práctica nuestra capacidad de reflexión, autoevaluación, nuestra fuerza y seguridad, nuestro amor propio, aceptar nuestras limitaciones, desarrollar el esfuerzo y la humildad…. Y debemos ponerlas a prueba en el ejercicio permanente de la convivencia.
En cuanto a la soledad, el pueblo es el contexto donde podrás encontrarla con toda su realidad, con su dulzura y su crudeza al mismo tiempo. Para resistirla, hay que alimentar la vida interior y la fortaleza. Por otra parte los pueblos son contextos de gran socialización y profundización en las relaciones, a pesar de su crisis poblacional. El más solitario puede sentirse acompañado en un pueblo.
Para irse a un pueblo hay que ejercitar la paciencia y saber mirar, analizar, y sobretodo escuchar.
Para vivir entre las personas que todavía resisten en los pueblos es bueno interiorizar las palabras de Félix Salmuezo, pastor de Ejea de los Caballeros que decía:
“Cada uno es como es y todos tenemos virtudes y defectos. Hay que intentar por todos los medios ver las virtudes de los que nos rodean”.
En un pueblo hay que dejarse de etiquetas. En un pueblo lo que importa es la persona. Incluso la política institucional, el ser de izquierdas y derechas es bastante irrelevante, hay que ver a las personas en su totalidad, en su contexto y quedarnos con las cosas positivas que tienen. Aunque te coloquen algún mote o tengas un nuevo encasillamiento… las relaciones son tan directas que esas cosas pasan a un segundo plano; y al final, va a predominar más si eres buena gente, tus habilidades sociales o si eres trabajador. El trabajo es algo muy valorado en los pueblos que te diferencia de los “veraneantes”, “turistas” o una parte de los funcionarios. Se valora el trabajar porque eso significa no vivir del trabajo ajeno. En el campo no hay “falta de trabajo”, lo que hay es falta de gente que se ponga manos a la obra. El trabajo se debe gestionar de manera autónoma y no esperar a que “te lo den”.
Una de las cosas que más desarrollo personal produce es aprender a convivir y amarse en la diferencia. En un pueblo has de convivir con lo diferente y valorarlo por la gran riqueza que produce a ti y a los demás, fuera del espacio de confort y en la incomodidad. En un pueblo pequeño cualquier persona ostenta un valor bastante elevado. Para bien y para mal. Y de ahí la responsabilidad de nuestros actos. Y por otro lado es importante hacer una diferencia entre los iguales, a los que hay que saber perdonar, pues todo humano es sujeto de error; y el Estado, al que hay que declararle la guerra.
El campo no es un lugar vacío o aburrido. Hay que tratar de no traerse al pueblo al “homo urbanitensis” y dejarnos envolver por la idiosincrasia del lugar, sin dejar de ser uno mismo. Los urbanitas tendemos a ser ansiosos y prepotentes, vivir en un espacio temporal acelerado, nos suele faltar la paciencia, pero también la tenacidad y la perseverancia para conseguir las cosas que buscamos. Y solemos ser bastante exigentes con nosotros mismos y lo peor de todo, con los demás, cuando muchas veces deberíamos de aprender de las cualidades de los que nos rodean.
Ningún lugar es perfecto. Pero todos los pueblos son únicos. Lo malo de un lugar es probable que te persiga allí donde vayas. Enfréntate a los problemas como buenamente puedas, desde lo mas sincero, moral y honrado que puedas.
Algo que te indica que vas por buen camino en la convivencia es que los demás te tengan confianza, cuesta ganarla y es fácil perderla, pero es algo muy valioso. Si este aprecio se alimenta puedes llegar a la Amistad e incluso al Amor profundo. Vamos a revertir esta crisis axiológica y a realizar una transformación integral. En conclusión, irse al campo es una cuestión de saber generar y mantener lazos de amor entre nosotros.
Nuestro proyecto para la ruralidad, en un momento en que la voluntad (realizada o no en la práctica, eso es otra cuestión) de abandonar las ciudades e ir la campo crece en la sociedad, debe concretarse en el siguiente conjunto de medidas:
1) Enfoque general e ideas básicas sobre estas materias, ofrecidas en textos, libros y vídeos. Tarea ya hecha, sólo difundir.
2) Equipo de asesoramiento práctico a la gente que desee dar el salto dejando la ciudad.
3) El comunal, como pasado, presente y futuro. Con un equipo de trabajo que fije un plan de acción. Asesoramiento de dónde hay comunal a la gente que quiera abandonar la ciudad.
4) Estudio de las formas de cooperación y ayuda mutua de toda naturaleza que han existido y todavía existen en la ruralidad, para ofrecerlas como ejemplo y como inspiración hoy, ante el desplome del Estado de bienestar: en el trabajo, en la atención de niños y enfermos, en la fiesta, en la convivencia diaria, en TODO. Con un equipo de trabajo, un libro sintético y breve y videos[7].
Esto debe complementarse con un estudio publicable sobre las formas de ayuda mutua y cooperación en la clase obrera industrial, con la misma intención.
5) Escuela de Horticultura
6) Escuela de Pastoreo
7) Escuela de Oficios Artesanales de Subsistencia.
8) Alimentación con frutos y plantas silvestres.
9) Medicina popular y autocuración.
10) Reconstrucción, en las condiciones del siglo XXI, de la sabiduría y la cultura popular rural. Lenguas y culturas ibérica.
11) Proyecto Arrendajo, reforestación y recuperación ambiental integral.
12) Resistencia a la política agraria de la Unión Europea, del Estado español y de sus lacayos autonómicos. Defensa de la pequeña propiedad rural y de la libertad económica contra los monopolios de compra y los latifundistas. Estudio de los sistemas tecnológicos destructivos agrarios. Elaboración de Programa para la transformación integral en el mundo rural.
13) Escuela de autogobierno: el individuo, el concejo y el derecho consuetudinario. Hay que formar un Equipo de Trabajo para ello.
14) La mujer en la ruralidad. Por una nueva feminidad autónoma del ente estatal, autoconstruida.
Este puede y debe estar en marcha en dos años.
Kiko y Afri (Enrique Bardají Cruz y María Bueno González), cabreros del Pirineo Aragonés.
22-6-2020
[1]Directas a punta de fusil e indirectas con sus medios de comunicación y su cultura, y sobretodo con sus leyes: veterinarias, políticas, territoriales, sanitarias, medioambientales, y económicas.
[2]En Aragon solo existen 10 piaras en extensivo de 4.000 explotaciones de porcino (éstas últimas son en intensivo industrial de confinamiento atroz, hipermedicalizado, maquinizado, y dependiente de una agricultura devastadora de acuíferos, suelos y organismos vivos, además de enfermante y desertificadora).
[3]“No en mi patio trasero”, en inglés “Not in my back yard”.
[4]Como la ecología profunda y sus retoños como el antiespecismo anglosajón; el veganismo de asfalto y hormigón; el animalismo aterrado con el dolor; los enajenados de los lobos; o los alucinados de las sueltas de osos. El culmen de los “expertos” en el “amor a la naturaleza” es el REWILDING. Ideología directamente nazi que merece un libro a parte. Nuestra condena más rotunda al rewilding y su visión fascista, neomalthusiana, misántropa y etnocida.
[5]Como dice el ecologista multipremiado por el Estado y la gran banca Joaquín Araujo
[6]Nel Cañedo
[7]Nos puede servir, críticamente, la serie que inicia Joaquín Costa y siguen sus discípulos, de título genérico «Derecho Consuetudinario y economía popular», que se fue editando en torno a 1900, hoy completamente olvidada. Por ejemplo, tengo ante mí «El derecho consuetudinario de Galicia», Manuel Lezón, 1903. Pero la investigación de campo ha de ser lo principal.
Eso está muy bien. No me lo he leido todo porque tengo una hazada que me espera y un huerto que cuidar, a ver si menos hablar y más labrar, que yo llevo ya 10 años cambiando la pluma por la oz.
¡Bien dicho!
Apruebo totalmente todo lo expuesto.Contar conmigo para dar el salto.Yo ya comienzo hacer las maletas….GRACIAS