Este texto es un análisis, actualización y superación de la obra original en inglés de C. Wright Mills The Power Elite (La Élite del Poder) publicada en 1956. Puesto que esta obra y su autor son bien conocidos, además de profusamente citados, se ha considerado necesaria su actualización, a la vez que útil para sustraer ideas transformadoras.
La meta es resaltar algunos de los aciertos de esta obra para recordarlos, comenzando así un análisis de las sociedades modernas. Los errores que se citen servirán para mejorar el estudio que realizó Mills de la sociedad americana de los años 50, y por ende de las actuales. Asimismo, la actualización pretende aportar reflexiones sobre los 61 años transcurridos desde que se publicó por primera vez esta obra; de este modo nos beneficiamos de una perspectiva histórica ventajosa y de los materiales de estudio acumulados. Finalmente, también lo más importante, la voluntad superadora persigue la mejora de la reflexión y práctica revolucionarias, todo ello desde una perspectiva multidimensional.
Desde un principio Mills describe lo que denomina “la élite del poder”, que se concentra en unos cientos de personas de los EEUU, los cuales forman tres grupos diferenciados pero interconectados: los dueños-jefes de las corporaciones, los altos mandos militares y el directorio político (aquí se refiere al presidente y altos cargos del poder ejecutivo, jefes de la administración e instituciones federales; no al Congreso, cuyos miembros son elegidos por los votantes). Aparte de realizar un análisis de las estructuras e instituciones, Mills intenta estudiar las élites desde un enfoque socio-psicológico. Con este enfoque las define como un grupo de personas que se consideran superiores y se auto-determinan como “altos círculos sociales”; por lo que se agrupan entre ellos mismos, logrando un sentido de pertenencia y conciencia de élite.
Este aspecto en ocasiones se ignora u oculta. Los hechos muestran la necesidad de las élites de legitimarse. Necesitan convencer y adoctrinar a la gente para que crean que su existencia es imprescindible, o al menos un mal menor que permite que toda sociedad funcione. Aducen y se inventan razones militares, políticas, religiosas, económicas, académicas, sanitarias, tecnológicas, morales,… Todo para resaltar y proclamar que su valía e importancia son clave para el mantenimiento de la sociedad, su estabilidad y los “magníficos” beneficios que ofrece. Este fenómeno muestra que tienen conciencia de sí mismos. Necesitan esconder que son élites preparadas para mandar y oprimir al pueblo, organizadas jerárquicamente, cuyo fin es aumentar su poder y ventajas a toda costa; que cuanto más destruyen las facultades del sujeto, más pasivo es éste y más fácil la consecución de sus fines.
Mills cuenta que se está produciendo un “ascenso del militarismo”, dado que desde la preparación de WWII (Segunda Guerra Mundial) el Estado americano venía transformándose, creando de facto una sociedad militarizada. 1 Aunque parece quitarle importancia, hecho demasiado común por desgracia, al peso del Ejército (se incluyen aquí todas las Fuerzas Armadas) en la historia de los EEUU. Un ejemplo sobresaliente al respecto se observa cuando Mills afirma que desde la Guerra Civil (1861-1865) hasta WWII la centralidad del poder residía en lo económico, concentrado en las nuevas grandes corporaciones nacionales.
Ciertamente desde los orígenes de la sociedad norteamericana el componente civil tuvo más importancia que en Inglaterra o Alemania, debido en parte a su aislamiento geográfico, en otra a las ideas, costumbres y creencias que traían de Europa. Pero esta característica era sólo una parte de la composición social, cultural e individual de los colonos norteamericanos. Previamente en Europa del Norte se había expandido la Reforma, defendiendo algunos elementos parcialmente positivos. Pero al mismo tiempo se desarrollaba el Estado secular, aumentando la militarización y el comercio, dando lugar a la revolución liberal. Se iban imponiendo las ideas-actuaciones militaristas, estatistas, individualistas, racionalistas, elitistas y capitalistas, que le aseguraron a los países occidentales, en especial a los norte-europeos y EEUU, la hegemonía global.
El hecho mismo de la colonización norteamericana fue en primer lugar una expansión militarista y de conquista del Imperio Británico. Y este rasgo ideológico fundamental, igual que otros, pervivió en la cosmovisión de los ciudadanos y élites de la nueva nación. Pero lo que realmente esconde este análisis de Mills, y muchos otros, es la realidad del Estado. 2 Tanto en su componente militar como civil, las revoluciones liberales (de origen inglés igual que los colonos americanos) fueron pergeñadas por élites mayoritariamente estatales para evolucionar las sociedades absolutistas que estaban anticuadas y desfasadas. Los precedentes ideológicos más importantes fueron Maquiavelo y Thomas Hobbes. Como estos explicaban, su meta fue aumentar los poderes del Estado y mejorar sus capacidades, en un contexto de competencia entre las potencias europeas por el poder.
Sin embargo, también existieron algunos elementos parcialmente positivos en el origen de los EEUU: la idea occidental de sujeto capaz y de valía, la idea de libertad y bondad de lo rural que personalizaba Thomas Jefferson, la idea de virtud y los valores, en parte cristianos, aunque principalmente se imponía la ética protestante. Pero ya en su organización política, militar (miliciana), económica y social anterior a la Revolución de 1775-1783 existían jerarquías y estructuras de poder, las cuales crecerían progresivamente hasta nuestros días. Tan pronto como 1791 se estableció el primer ejército permanente: La Legión de los Estados Unidos. 3
Tampoco Mills estudia ni comprende la transcendencia de la Guerra Civil de USA. La explicación simplista del esclavismo esconde la complejidad constitutiva de los procesos históricos, especialmente los verdaderos planes y estrategias de las élites.
Por ahora podemos decir que fue un enfrentamiento militar entre las élites de los distintos estados americanos, saliendo victoriosos los estados del Norte. Estos defendían el poder del gobierno federal: el Estado. Luego impondrían su voluntad y transformarían la sociedad norteamericana, empezando por el crecimiento del Estado y el Ejército. Mills únicamente cita los cambios legislativos que permitieron la creación y el poder de las grandes corporaciones.
En cambio, valiosos son los datos que ofrece sobre la fusión e interdependencia del Estado y el capitalismo, en especial del Ejército como impulsor del Capital. Incluso llega a afirmar que existía una “economía de guerra”. Por ejemplo: durante WWII el 80% de la infraestructura industrial privada se construyó con dinero “público” (estatal); la ciencia y el desarrollo tecnológico estaban fusionados con lo militar, puesto que en 1955 el 85 % del presupuesto científico se dedicaba a “tecnología militar”; 4 de igual manera cita la participación de militares en las corporaciones, con puestos y jugosas retribuciones, y que en 1954 el 50 % de los congresistas eran militares.
Igualmente certera es su apreciación de que se acercaba el “triunfo del militarismo”. Describe cómo se estaba desarrollando una “metafísica de lo militar,” donde los mismos militares definían constantemente la realidad. Dice que se experimentaba un “estado de emergencia” psicológico continuo, donde no cabía el pensamiento libre ni la democracia, ya que no existe duda ni discusión en la definición militar de la realidad. Denuncia tanto las grandes campañas e inversiones en propaganda publicitaria militarista, como que en las escuelas se adoctrine en patriotismo. Además, expone que la formación y adoctrinamiento del oficial militar son basados en valores contrarios a la sociedad civil, por lo que el ascenso del militarismo pone en peligro la libertad y la democracia.
Tristemente, estos fenómenos y rasgos psicosociales se han incrementado en los EEUU casi constantemente, aunque hubo un respiro temporal tras la oposición a la Guerra de Vietnam. Con todo, derrotaron a la Unión Soviética a través de intervenciones militares en todo el planeta, sin gran oposición ciudadana. No obstante, especialmente después del 11S y la guerra contra el terrorismo, la metafísica de lo militar se encuentra en sus máximos. Hoy lo militar es mayoritariamente venerado en EEUU, ya que existe un patriotismo centrado en el Ejército.
A pesar de todo lo expuesto, Mills no rechaza lo militar, incluso lo apoya debido a la “situación internacional” de la época. Su idea es que debería existir un control civil sobre lo militar. Por un lado esto es un absurdo, pues esto nunca ha ocurrido ni ocurrirá en una sociedad con Estado; por otro lado tampoco sería deseable, pues a los muertos por disparos o misiles de EEUU les da igual que los lancen debido a órdenes de un civil o de un militar. La raíz y razón de ser del Estado es el poder, su expansión a toda costa, y el poder último está en lo militar. La historia de los EEUU muestra como a partir de milicias, legítimas para la autodefensa y la libertad de cualquier pueblo, pero con la existencia de élites y estructuras sociales jerárquicas, si no existe un pueblo que se oponga con un proyecto y cosmovisión antagónicos, se consolidará y paulatinamente crecerá el Estado-Ejército.
En este sentido Mills recoge la ingenua descripción de los generales del ejército que aparecen en las obras de Tolstoi, como personajes ignorantes e incapaces, siempre superados por las circunstancias. Es más, la extiende al conjunto de élites de USA, a los que define como inmorales, sin alma ni ideología. En parte esto es así, pero en especial los militares están muy lejos de ser inútiles cabeza huecas. Su formación, como Mills apunta, se centra en el “pensamiento concreto” o empírico. Eluden las teorías para focalizarse en el análisis de la realidad tal cual es. Sus valores son el poder, orden, disciplina, pragmatismo y obediencia. Los últimos cien años demuestran la capacidad estratégica y de acción que han tenido de las élites de los EEUU, específicamente las militares, las cuales formulan estrategias multidimensionales para que guíen su acción en el exterior, en el interior y en el sujeto.
Mills dedica gran parte de su obra a la economía, principalmente a las élites económicas. La política la trata menos, empero realiza afirmaciones interesantes. Por un lado continúa el análisis de Max Weber sobre el incremento de la burocratización de las sociedades modernas, lo que es un hecho hasta nuestros días, y por tanto la pérdida de libertad. Afirma con datos y análisis sólidos que el Congreso apenas tiene poder ni función, que no toma ninguna decisión transcendente, y que el directorio político, junto con los demás poderes fácticos, son los que toman todas las decisiones. Igualmente se queja de la nulidad de los políticos profesionales, que no tienen discurso e inventan temas superfluos para entretener al público; y más aún, para su financiación dependen de donaciones elevadas, costeadas por grandes empresas privadas y fundaciones. También critica el nivel intelectual, calidad y ausencia de moralidad de las grandes personalidades de EEUU comparándolas con las de antaño. En este mismo sentido, Mills describe la preocupante pérdida de la calidad intelectual y moral de los ciudadanos norteamericanos de su época, lo que agrava mucho la situación política.
Pero en lugar de proponer verdaderas soluciones para afrontar las serias transformaciones que necesitaba su sociedad y el sujeto, propugna que la elección y el desarrollo de los funcionarios del Estado federal sean más eficaces, que éstos realicen un mejor trabajo. Aunque esto es intrascendente. Tanto la utopía liberal del Estado policial con limitaciones, como la utopía socialista-comunista de un Estado fuerte, moral y bueno que sirve al ciudadano, son de risa. Las instituciones de poder jerárquicas forzosamente consagran élites, y éstas buscan su interés particular; y por ende, para aumentar su poder lógicamente tienen que debilitar a los de abajo. Lo opuesto al Estado jerárquico es una sociedad libre, asamblearia, donde todos participan y son responsables de su destino en cooperación con sus iguales. O existe delegación y dominación, o existe esfuerzo y cooperación.
Respecto a las élites económicas, Mills explica que en su origen en USA éstas únicamente tenían influencia local o regional. Empero con las grandes corporaciones de su época, creadas a partir de la Guerra Civil, las élites económicas aumentaron su poder a nivel nacional. Señala que en un principio un 80% de la población de los EEUU era propietaria, mientras que desde WWII más del 50% de la clase media eran directivos de corporaciones. Esta nueva clase media junto al resto de ciudadanos con privilegios, se habían corporativizado, institucionalizado y acercado al Estado. Es más, afirma con gran objetividad que desde 1939 la Administración y los capitalistas se habían “fusionado”, y de ahí resultando un “capitalismo militar”, donde mandan el Ejército y las corporaciones. Incluso se atreve a llamar a los EEUU un “Estado militar”. Estas afirmaciones son muy valiosas, más aún para el presente.
Aunque para Mills lo económico tenía demasiado peso, por lo que en su estudio se echa en falta la importancia del crecimiento del Estado USA antes de 1939. Concretamente, no analiza cómo sucedió la expansión imperialista que permitió a los EEUU convertirse en la mayor potencia (militar, pero también política, económica, ideológica, tecnológica,…) de la historia. Aunque admite que los empresarios son parcialmente capaces, no comprende el dinamismo del capitalismo impulsado por la alianza Estado-Capital. Es un gran acierto su crítica del ascenso del militarismo como metafísica e ideología justificadora del sistema de opresión, pero no comprendió que esta es la raíz misma del Estado. La meta de las élites es el poder, la economía sólo provee los medios materiales para su consecución, no al revés. El Estado existe con o sin capitalismo, lo contrario es imposible. El grandioso crecimiento capitalista de USA después de la Guerra Civil fue consecuencia de la expansión del Estado, como Ejército, como Imperio, como potencia colonialista, como depredador de materias primas, como destructor del medio ambiente y, sobre todo, del ser humano. Como deshumanización planeada-dirigida.
Mills explica de qué manera, gracias principalmente al New Deal 1933-38, los sindicatos y sus jefes se convierten en gestores de los trabajadores, a los cuales suman a las metas militaristas de las élites del poder. Estas nuevas élites sindicales hicieron un gran servicio a las corporaciones y al Ejército, puesto que consiguieron una fusión de los trabajadores con los poderes económicos y del Estado. A pesar de que mejoraron algo los salarios y el Estado ofreció algunas prestaciones, las élites mantuvieron sus privilegios y aumentaron su poder de facto, creando una trama legal e institucional que dejaban impotente al ciudadano medio. Aún peor, dentro de estas grandes estructuras sociales el individuo se convierte en masa, en insignificante, mudo y dependiente. Así pues, la radicalidad sindical quedó absorbida por el sistema; el sujeto disminuido, integrado en la patronal y el Estado.
En este sentido de aislamiento y aculturación del ciudadano, Mills explica que se estaba construyendo la “sociedad masa”, aunque afirma que todavía no se había instaurado por completo. Apunta que los medios de comunicación de masas y el mundo de las celebrities están dando lugar a un individuo gregario, inmoral e individualista. Por desgracia, su propuesta para contrarrestar esta situación es la creación de un público inteligente capaz de entender a los intelectuales (como él) que buscan reformar el sistema. En realidad, la idea de pueblo que transmite Mills en su obra refleja unos sujetos pasivos, víctimas e inhábiles de ser por sí mismos, hecho que se repite en numerosas ocasiones en su texto. Por el contrario, la prioridad vital principal del ser humano ha de ser la construcción integral de uno mismo como sujeto de virtud, que busca ser sociable, esforzado, inteligente, fuerte, sensible, capaz,…
La descripción de la degradación del sujeto, generalmente refiriéndose al occidental, la han realizado numerosos autores durante el siglo XX (Adorno, Marcuse, varios filósofos italianos,…), pero el mejor análisis es el de Félix Rodrigo Mora. Define al sujeto contemporáneo como “sujeto nada”, dado que ha sido integralmente destruido. Ante la enormidad del Estado hipercontrolador, el individuo carece de funciones vitales transcendentes que realizar. Esta situación, junto a la manipulación y adoctrinamiento continuos, atrofian las habilidades y capacidades que potencialmente toda persona tienen al nacer. Puesto que es construido (como no ser, patológico y disfuncional) a instancias de agentes e intereses externos al individuo, el resultado es un sujeto nulificado, sin conciencia ni voluntad propias.
Mills apunta otros dos aspectos responsables de la degradación del sujeto y de la sociedad americana: el trabajo y la inmigración. Define la división del trabajo como destrucción del trabajador; sobre todo como conciencia, ya que le impide comprender el conjunto, al quedar su quehacer reducido a un ámbito minúsculo de la realidad. Y afirma que esto tiene repercusiones políticas y sociales. En consecuencia, tanto el individuo desaparece en empresas e instituciones que le absorben y diluyen en la masa, como su trabajo le convierte en autómata que repite acciones simples sin ejercer la inteligencia, tullendo su conciencia de lo real. 5
Sobre la inmigración Mills cuenta cómo esta ha ayudado al sostenimiento de las élites del poder. Llama “Americanización del inmigrante” al proceso de absorción por parte de la sociedad USA del inmigrante, su institucionalización, el cual ha sido factor fundamental del éxito de las élites. Esta afirmación es valiosa en la actualidad, cuando desde las élites se nos adoctrina continuamente sobre la positividad de la inmigración, como un dogma irrebatible. Pero es necesario decir que los EEUU es la nación moderna por excelencia basada en la inmigración y la mezcla de culturas. Esta sociedad ha resultado ser el mayor monstruo estatal-militar de la historia, al cual los inmigrantes siguen acudiendo por millones. Estos continúan ofreciéndose como recursos humanos, imprescindibles para mantener y mejorar la maquinaria de muerte, represión y destrucción de lo humano que son los EEUU.
Por último, cabe decir que Mills deja fuera de su análisis otras élites, y que algunas ni siquiera las cita. Es lógico que su estudio se centrara en las más importantes, pero lo correcto es señalar todas para alcanzar una comprensión más adecuada de la realidad social. Aunque cita las celebrities (famosos del deporte, cine, radio, televisión,…), olvida a los intelectuales (Dewey, Thoreau, Lipmmann,…). Estos en 1956 tenían más importancia en la sociedad norteamericana que ahora, ya que poseían cierto prestigio social e influencia sobre los ciudadanos. También hay que citar las élites policiales, judiciales, religiosas, servicios secretos-de inteligencia, mediáticas, sanitarias-médicas, académicas-universitarias, científicas-técnicas y artísticas. Asimismo, de gran peso son las élites transnacionales y de organismos internacionales (ONU, FMI, UE, ASEAN,…). De igual modo, aunque en un grado menor, las élites de ONGs y demás instituciones que trabajan a favor, o al menos no en contra, del mantenimiento de la élite del poder.
1 Mills ofrece datos de los funcionarios civiles del Estado federal (no incluye militares, policías estatales,…) a tiempo completo para 1953, que eran 2.1 millones de trabajadores en USA y 200.000 en el extranjero. Más de la mitad, 1.2 m., trabajaba en el DoD (Departamento de Defensa), 178.402 en la Administración de Veteranos; asimismo, en el resto de departamentos (ministerios en España) e instituciones estatales seguían las instrucciones del ejército; el presidente de EEUU era el general del ejército Dwight D. Eisenhower. Para el año 2016 siguen siendo aproximadamente 2.1 millones de trabajadores, 738.000 en el DoD, 373.000 en la A. de Veteranos, y en dos nuevos departamentos: 192.000 en Seguridad Nacional y 71.000 en el Departamento de Interior.
2 Para cuando se publicó La élite del Poder ya existían análisis más críticos y certeros sobre el papel central del Estado, de su verdadera naturaleza e importancia. Tanto Toqueville como Bertrand de Jouvenel describieron la mentira de la Revolución Francesa; numerosos marxistas como Rudolf Rocker o anarquistas como Bakunin apuntaron las negatividades del ente estatal; también muy críticos habían sido George Orwell, Hanah Arendt,…
3 Está se encargó del control, opresión y conquista de los indios nativos. A pesar de que Mills no le da la suficiente transcendencia, ofrece un dato definitivo sobre la naturaleza militar de los EEUU desde 1776 hasta 1935: fue el segundo país del mundo con más territorio conquistado (sobre 5 millones de km2, unas 10 veces el territorio de España), el primero Gran Bretaña (algo más de 5.6 mill. de km2). Que en ocasiones fueran conquistas políticas o diplomáticas (no fue el caso de la guerra con Méjico), por medio de presión-coerción y compra de territorio, no evita que fueran expansiones militaristas del Estado americano, de crecimiento de su poder y control ilegítimo de territorios, pueblos y culturas con derecho a existir libre y autónomamente. Si se quejaban los mataban o expulsaban de sus propias tierras.
4 La situación no ha cambiado, aunque ahora no aparece tan explícitamente en los presupuestos de los EEUU. Muchos programas y planes militares se desarrollan con financiación desde otros departamentos, igual que desde otras agencias (NSA, FBI, NASA, Fondo Nacional para la Democracia,…) Las estrategias militares-estatales se implantan desde arriba abajo, empero transversalmente, cubriendo todos los ámbitos sociales, desde sanidad hasta educación. Un ejemplo para las universidades: The university in chains, 2007, Henry A. Giroux.
5 Esto Simone Weil ya lo había explicado con mayor detalle y precisión. Aunque posteriormente Harry Braverman igualmente recogería en Trabajo y Capital monopolista certeros análisis sobre la realidad del trabajo moderno en los EEUU y en el resto de sociedades capitalistas modernas.
Perdonad, hay un fallo en la Nota 2. Rudolf Rocker no fue marxista, fue anarquista.
Pero si que es cierto que muchos marxistas, desde Marx o Engels hacia delante, veían de forma negativa al Estado. La mayoría no apoyaban al Ejército, al menos explícitamente.
Sin embargo, a pesar de que Mills se declara marxista, no se declara en contra del Estado, e incluso afirma que el Ejército era «necesario».
Un saludo