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#2003
David Algarra
Participante

Sobre la continuidad de la cultura ibera más allá del siglo I dC, tiempo que la historiografía oficial estableció como el fin de los pueblos iberos tras su romanización, dejo un capítulo del libro «Aproximación al uso ritual de las cuevas en la Edad del Hierro» que habla sobre los paganos, que incluso obliga a revisar la reconquista como hecho histórico, acontecido en la Edad Media. Según algunos historiadores cuando los carolingios entran en lo que bautizarían después como Marca Hispánica, no estaban enfrentándose sólo con pueblos musulmanes, sino con los antiguos habitantes de ese territorio, todos ellos se englobaban con el término moruak que fue confundido posteriormente con musulmán y en realidad se refería a todo lo pagano desde el punto de vista cristiano:

Los moros, los gentiles, los romanos, la mora: “los paganos”

Los moros, “mouros” (que etimológicamente viene del latín maurus, oscuro) o maru/moruak en euskera, son relacionados con todo tipo de restos arqueológicos (castros, túmulos, torreones medievales…) además de con las cavidades naturales. Esta denominación nada tiene que ver con los musulmanes de la fase de dominio político en la Península Ibérica, ni con los cabileños de las guerras de Marruecos o los rifereños de los Cuerpos Regulares del ejército de África que participaron en la Guerra Civil Española, aunque la tradición oral así los haya confundido, incluyendo también a los soldados franceses y combatientes carlistas. En origen, el término se utilizó para referirse a lo “pagano”, “no bautizado” o “no creyente” visto desde la óptica cristiana, llegando a sustituir a otros términos con referencias más antiguas como gentiles, xentiles en Asturias o Jentilarri en País Vasco, o a otros términos como los antiguos, los griegos o galigriegos. Estos gentiles eran los paganos que vivían en el monte aisladamente pero en buena convivencia con los cristianos, de los que se decía que habían construido algunos crómlechs y dólmenes y que vivían en algunas cuevas (como en la de Jentilzulo de Orozco, Leiza y Eguino en el País Vasco) o acudían a ellas para recoger agua. En general, el término gentiles se utiliza para referirse a “los antiguos moradores de la tierra que se habita”, aunque también se usó para denominar a algunos seres sobrenaturales que vivían en las cuevas como al Ojáncano. La designación “moro” se llegó a equiparar con la de “romano”, aunque el primer término tuvo mayor vigencia por su carácter exótico. Esto permitía subrayar la otredad con respecto a la comunidad campesina, que no los incluía como antepasados sino como parte del mundo simbólico que les rodeaba. Esto daba sentido a ciertos elementos del paisaje como cuevas o ruinas arqueológicas, así como a acontecimientos pasados que se escapaban de su cotidianeidad. Servía para diferenciar así las costumbres, incluso a través de unos distintos rasgos físicos, con el que se creaba un discurso de definición del otro para construir la identidad del nosotros, una narrativa universal común en todas las sociedades preindustriales. Este término fue útil también para la Iglesia, que desde los inicios del Cristianismo denominó así a todos aquellos que realizaban cultos paganos en espacios simbólicos diferentes a los establecidos tales como montes, bosques, ríos o cuevas. En el caso de las cuevas, este imaginario quedó plasmado en coplas populares como en esta asturiana: “En les cueves más profundes, onde habiten los herejes, tengo de dir a llorar, el día que tú me dejes”.

La elección de un pueblo invasor como motivador de leyendas se utilizó también en Irlanda, donde la tradición oral ha caracterizado a los daneses (último pueblo pagano que invadió el país) como un pueblo que vive bajo los túmulos y los hillforts de manera paralela a los humanos. Curiosamente los moros también habitan bajo estos lugares en las leyendas populares hispanas de todo el cantábrico incluyendo algunas zonas de Aragón, Cataluña y Francia. Subyace también la idea de que estos moros dejaron importantes tesoros escondidos, sobre todo de oro, con forma de lingotes de piel de toro o “camas de oro”. En numerosas ocasiones estas “ocultaciones” míticas se localizaban en cuevas como en algunos casos de Asturias (Sima del Pico Valcayo, Picos de Europa), Cantabria (Sima de Tomaredo en Lebeña, Cueva de los Moros y Cueva del Tesoro en Voto) o en Burgos (Ojo Guareña). La existencia de “tesoros” en cuevas queda a veces confirmado por la arqueología como ocurrió en Sulacuevona (Cuaya, Grau, Asturias) donde los vecinos contaban que “D’erriba La Cuova Moros, pur baxu La Vecera, hai una mora entierrada col dote a la cabecera” y donde posteriormente se halló un tesorillo de monedas romanas. En el País Vasco también se conoce la leyenda de la existencia de tesoros en las cuevas, pero estos son dejados allí por Mari, figura mitológica que comentaremos posteriormente. A los moros que habitaron estas cuevas en algunos casos se les atribuyó un instinto antropófago, como en aquellas de Los Pozos de la Fazuela o La Bárnaga (en Queirós, Asturias) y en la de Bual (parroquia de Castrillón), sobre el Picu Fidel. Otras leyendas se refieren a las moras que habitan las cuevas y que tenían un carácter benefactor. Así encontramos la leyenda de la Cueva Mora de Lebeña (Cantabria) en la que una mora de extraordinaria belleza ha quedado atrapada en una de sus concreciones y espera a ser liberada, o la de Trescuajará en Lamasón (Cantabria), donde una mora que habitaba en la cueva salió de ella para amamantar a un niño que lloraba al no ser atendido por su madre.

A través de este breve análisis se puede llegar a varias conclusiones. Por un lado, la mitología popular asocia la cueva a un lugar de hábitat o de culto de una sociedad con diferente religión a la suya, lo que puede hacer referencia a que fueron lugares rituales de un culto pagano prerromano. Por otro, crea leyendas acerca de la existencia de tesoros en su interior, lo que puede asociarse a los restos arqueológicos que contiene y que fueron allí depositados a modo de ofrenda.