Tras las correspondientes investigaciones sobre el 23-F hemos podido saber que el rey de España, Juan Carlos I, participó en el golpe de estado, por la simple razón de que los golpes de estados los da el ejército y no la población civil, como parece insinuarse recientemente. En el caso que nos ocupa además, en atención a lo relatado, tuvo su origen en la junta de jefes del alto estado mayor, de la que es presidente, según la constitución, el rey de España.
Tuvo Juan Carlos I suerte de que , a causa del levantamiento del general Milán del Bosch y del teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero quienes bien no estuvieron suficientemente informados o hicieron caso omiso de las órdenes sobre la desconvocatoria del mismo, pudo aparecer ante la opinión pública como quien había parado el golpe y salvado a España de una dictadura.
El relato que se construyó a partir de entonces interesó a todos y en especial a los dirigentes de la Unión Europea, pues de este modo evitaban tener que tomar algún tipo de medidas contra España en pleno y avanzado proceso de adhesión (1).
De hecho, de haberse sabido la verdad, este proceso hubiera estado contestado por las clases populares europeas. Así pues los medios de comunicación hicieron su papel y el golpista rey Juan Carlos apareció como salvador del estado y gran defensor de la democracia. Así se escribe la historia.
Lo que está ocurriendo en este momento en Cataluña y con Cataluña, es simple y llanamente un nuevo golpe de estado, por la misma cuestión que se originó el 23-F y, por desgracia, otros anteriores golpes de estado habidos durante los siglos XIX y XX. Europa a su vez vuelve a reaccionar de manera similar. Ignorando.
Las razones para esta actitud son obvias. La Unión Europea teme la reacción del estado español que entre otras cosas dejaría en evidencia lo que es el proyecto europeo: un fiasco de enormes proporciones.
La Unidad de Europa no es sino el intento de crear un Supraestado de dominación en el nuevo concierto de superestados de dominación en el mundo. Nada de libertades, nada de democracia, nada igualdad, justicia o fraternidad. Es la reacción necesaria e inetable ante la pérdida de poder de Europa en el mundo, lo que la convertiría en una potencia de segundo orden, lo que no está previsto ni aceptado por las oligarquías financieras mandantes en Europa.
Este proyecto no tiene nada que ver con una Europa de las nacionalidades (el concepto de nación hace tiempo que se reserva para el estado-nación a partir de las llamadas revoluciones liberales durante los siglos XVIII y XIX) por el simple hecho de que el concepto de nación sin estado no sólo les es ajeno sino contrario. Reconocer y aceptar el concepto de nación sin estado significa tener que aceptar a su vez la independencia e igualdad radical de todas las naciones que ocupan un mismo territorio, lo que no es el caso ni de España ni de Europa.
Algunos tomarán estas consideraciones sobre la posibilidad de existencia de naciones sin estado como una antigualla o un intento de volver al pasado, pero no es esto cierto. Se trata precisamente de una proyección de futuro. La defensa de un territorio compartido es mucho más eficaz bajo el parámetro de la igualdad que a través de estados carentes de libertad y de estructura desigual, como se demuestra con el irresoluble problema entre España y Cataluña. Por el contrario, la defensa estatal, la misma que se predica ahora para una Europa Unida, se apoya en un militarismo que no es otra cosa que un negocio, presto a traicionar a la “patria” ( otro concepto de rancio origen seudoliberal) en cuanto el negocio deje de ser tal.
El problema catalán está sirviendo, por tanto, para hacer caer la venda de los ojos de muchas personas. Europa no va apoyar al pueblo catalán. Aparecerán ahora como mediadores toda una serie de entidades: Iglesia, partidos que se llaman equidistantes entre el nacionalismo y el estado, parlamento europeo, asociaciones de juristas, etc. etc. que dicen tener por objeto reconducir el proceso, pero que difícilmente entrarán a fondo en el problema.
En realidad el tema de la independencia de Cataluña está mal planteado por parte de la clase política desde el momento en que se pretende la independencia de España y no de Europa, lo que equivale a salir de la sartén y caer en las brasas.
Una vez más estamos ante una manipulación del sentimiento innato que tenemos los europeos de vivir en democracia, intentando sustituir, según la jerga, los estados-nacionales actuales, por un estado europeo único.
Pero la tan querida representación política de los ciudadanos a través de los partidos políticos reunidos en pomposos parlamentos, significa muy poco, ni en España ni en Europa, como hemos tenido ocasión de ver con las actuaciones de los líderes de los partidos popular y socialista españoles y sus homólogos en Europa que vienen gobernando tanto a los diferentes estados como a la Unión Europea en su conjunto. Efectivamente muchas políticas, quizás las más decisivas tienen lugar al margen de los mismos: participaciones en guerras y envío de tropas al exterior, fabricación y venta de armas, pago de deudas e intereses de dudosa legitimidad, persecución del derecho a decidir, apoyo financiero a ciertas empresas estratégicas para los intereses de los ejércitos y de los estados, implementación de biopolíticas, ayudas a multinacionales, reducción de libertades, etc. etc.
No estamos reformulando una parte de la doctrina fascista o falangista que reza que no debe haber partidos políticos (y no obstante son un partido político con pretensiones de ser excluyente), estamos diciendo que una democracia que genera partidos políticos para pasar directamente del individuo masificado, al que por cierto se le llama pueblo, al parlamento, además de constituir una falsa democracia, es un peligro para la sociedad.
La representatividad de un parlamento nacional es una representación de segundo orden, por tanto sí debe existir, pero siempre y cuando exista a su vez la democracia directa.
Si se obvia la democracia directa, con los correspondientes debates por asambleas, abierta a la colaboración y a la ayuda mutua libre e independiente de los participantes en la misma, a la creación de un derecho consuetudinario popular, a la posibilidad de gestionar directamente bienes comunes así como proceder al reparto equitativo de la riqueza ( ganancias comunes), no puede haber democracia representativa y hablar del parlamento de la nación, es una entelequia y un concepto vacío.
Lo demás son milongas, falsos relatos que se crean con éxito en los despachos de las oligarquías ayudados por enorme poder mediático del que disponen y que muchos creen, como el del rey Juan Carlos y la transición democrática española en su día, o como el que se nos va a contar a partir de ahora sobre la actuación del rey Felipe VI de Borbón en Cataluña.
Rafael Rodrigo Navarro
SALISBURY WILLIAM, T: Spain and the Common Market 1957-1967, tesis de la Universidad de Wisconsin, 1986.
RAIMUNDO BASSOLS : España ante Europa: Historia de la adhesión a la CE 1957-1985